Poder es un término ambiguo. Derecho, aún más. Sin embargo, en el debate público se da por descontado qué significan y se tergiversan sus fines, que son servir y favorecer «la realización de lo humano». Así, JOHN FINNIS, jurista de Oxford y Notre Dame, define la felicidad. Y nos explica por qué la libertad religiosa es realmente “laica”
El profesor John Finnis nos cita en el hall de un hotel de Milán, antes de su participación en el acto promovido por el Centro Cultural de Milán en el Aula Magna de la Universidad Católica. Se muestra muy disponible, como suelen ser los grandes maestros. Después de la entrevista, contestará durante hora y media a las preguntas de algunos universitarios de las facultades milanesas de Derecho. Finnis es una autoridad indiscutida en el campo del Derecho natural y reparte su docencia entre Oxford y la universidad estadounidense de Notre Dame. Como todos los verdaderos innovadores resta importancia a su contribución: «Toda mi filosofía de la razón práctica, de la ley natural, de la justicia, de la ley positiva y mis trabajos sobre la teología natural siguen profundamente, a mi juicio, la línea trazada por santo Tomás de Aquino, al que considero un fundador del pensamiento moderno».
Profesor, el título de su ponencia es “Poder, derecho, democracia. ¿Cómo reconocer lo que es justo?”. Poder es un término ambiguo del que, generalmente, tenemos una percepción negativa. A la vez, se trata de una realidad ineludible. En sus obras usted plantea la necesidad de la autoridad. ¿Cómo superar esta ambigüedad?
He reflexionado mucho sobre el fundamento de la relación entre autoridad y responsabilidad. Responsabilidad es una palabra con varios significados. Soy responsable de lo que hice en el pasado, de lo que digo ahora… El poder es ese tipo de responsabilidad que tiene que ver con el servicio al bien común. Es una responsabilidad, en sentido general, que pone las bases del derecho y que no se refiere sólo a la política, sino también a la familia y a la sociedad.
Derecho es una palabra más noble que poder, pero igual de ambigua hoy en día. Los derechos humanos deberían ser, sobre todo, el principio que se opone a la extralimitación del poder, pero asistimos a un fenómeno curioso: es derecho sólo lo que el poder establece.
La categoría de los derechos humanos se ha convertido en una rama de la ley, adoptando las características de la ley positiva. Ley contenida en un código y en las constituciones de las que se derivan las leyes positivas. Para todos, gente común y élites, los derechos humanos son una parte de la ley, mientras deberíamos considerarlos una fuente de la ley y un potencial fundamento para la crítica de las leyes. Ciertamente, tienen que ser reconocidos y recogidos por la ley, pero al mismo tiempo se sitúan por encima de las leyes y en contra de las malas leyes.
¿Se puede afirmar, entonces, que el punto de la resistencia ante el poder es la persona, con sus derechos y su libertad?
Sí, si la concepción de la persona es adecuada: la persona entendida en su característica ontológica de unidad de cuerpo y alma y concebida como un anhelo de satisfacción, que consiste en su pleno cumplimiento, en la comprensión y la realización de los verdaderos bienes de la persona.
Usted está describiendo una concepción “religiosa” de la persona. En su discurso en el Bundestag y, antes, en su discurso en la ONU en 2008, Benedicto XVI relaciona el principio de la laicidad del derecho con el fundamento trascendente de la persona. En fin, permítame una paradoja, ¿es menester ser de alguna manera religiosos para ser realmente laicos?
Como dijo el Papa en Berlín, el cristianismo no impuso nunca un derecho religioso y, en este sentido, ha demostrado ser profundamente “laico”. No se ha apoyado en una ley revelada, sino en una ley fundada en la “razón y la naturaleza”, donde la naturaleza no es sólo la dimensión empírica de cualquier sociedad. También los mejores filósofos – me refiero a Platón y Aristóteles – han entendido que la naturaleza empírica nos abre a la trascendencia. Tenían una cierta comprensión de lo trascendente, pero no han tenido un concepto claro de creación y de libertad. La revelación clarifica esa comprensión inicial de la persona y de la libertad orientada hacia lo trascendente. La razón debe ser purificada para comprender la verdadera naturaleza del hombre.
Quizás, el problema de la razón, sobre todo en su concepción racionalista, es su confinamiento a los ámbitos de la lógica y de las ciencias empíricas. El Papa insiste en la necesidad de “ampliarla”. En el Bundestag, puso ese ejemplo magnífico del búnker en el que se ha encerrado el pensamiento moderno: «Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo». La primera característica de esta razón abierta parece ser el asombro. ¿Comparte Ud. esta afirmación?
El Papa aboga por una concepción de razón que desborda por completo la razón positivista y cientificista, rechazando el dogma según el cual sólo la ciencia puede enunciar proposiciones justas y verdaderas, reduciendo la filosofía a un seguimiento pasivo de la ciencia sin poder trascenderla.
Poder y derecho no son un fin en sí mismo. Están subordinados al fin propio del hombre. Usted lo define en sus obras como «la realización de lo humano». Benedicto XVI habla de «amplitud del ser humano». ¿Qué tiene que ver esto con el anhelo de felicidad que constituye el corazón de cada hombre?
Felicidad en inglés es una palabra que se presta a malentendidos, pues se puede entender fácilmente en sentido hedonista. Por tanto yo prefiero la palabra realización o satisfacción, porque incitan a la mente a ir más allá del concepto limitado que de la felicidad tenemos hoy en día y nos impelen a preguntarnos por lo que verdaderamente satisface a la persona y por las posibilidades que tenemos de alcanzarlo. La modernidad cree saberlo todo de la felicidad y considera, en consecuencia, que nada necesitamos preguntarnos sobre ella.
El Papa insiste en decir que “hoy” es más difícil reconocer lo que debería ser evidente por sí mismo: lo bueno y lo justo. Y denuncia una mentalidad positivista y relativista que tiene como consecuencias formas nuevas de esclavitud del hombre y el poder de manipularlo hasta destruirlo. ¿Acaso el inevitable éxito del relativismo absoluto consiste en el absolutismo de la ley del más fuerte?
Relativismo y positivismo, es cierto. Pero el Papa dice también que hoy se presentan problemas nuevos, genuinamente nuevos. Nos toca a nosotros afrontarlos. Por lo que respecta a las formas de absolutismo, si abandonamos el concepto de la verdadera fuente de la responsabilidad y de la autoridad frente a la voluntad arbitraria de pequeños o grandes grupos y no tenemos una fuente de verdadera objetividad, no disponemos de ningún punto donde agarrarnos para defendernos de ese poder. La fuente original de la resistencia es el derecho natural, expresión de la que hoy lamentablemente nos avergonzamos. Existe una verdad del derecho natural, la verdad del discernimiento moral, a la que puede apelar cualquier intelecto que indague para ir en contra de las consecuencias arbitrarias de poderes y relaciones. La ley natural es una fuente de crítica respecto de los efectos y hábitos de la ley, sin necesidad de fuentes reveladas. Como dice san Pablo, los que no tienen ley tienen una ley escrita en sus corazones. No es que sea una ley independiente de Dios, pero puede darse un discernimiento del bien y del mal al que podemos remitirnos, incluso sin conocer la fuente de esta ley, en contra de lo que es malo.
¿Y la libertad religiosa?
Defiendo el carácter constitucional de la libertad religiosa. La condición humana no está encerrada en un búnker sin ventanas, sino que es relación con lo divino. Dicho esto, es necesario reconocer que existen problemas en relación con la naturaleza de las religiones: algunas ocultan el rostro de Dios, mientras que otras contemplan prácticas y creencias que van en contra de la razón y del interés público. También la libertad religiosa está cargada de ambigüedad. El Papa dice que los derechos ligados a la libertad religiosa requieren todos de protección, cuando entran en colisión con una ideología autoritaria (por ejemplo, en la China comunista) o con posiciones religiosas fuertemente mayoritarias (como en el mundo árabe). Tenemos que defender la libertad religiosa, pero también hemos de ser extremadamente conscientes de los problemas que plantea la relación entre el derecho natural y las necesidades fundamentales del orden público: la paz, el derecho de los demás y la moralidad pública. Debemos considerar estos elementos en su verdadera naturaleza y como susceptibles de ser aprehendidos y ratificados por la razón. En todo caso, la religión no debe separarse ni distanciarse de la razón.
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