La primavera árabe ha degenerado en guerra civil. Y los cristianos están atrapados entre ambas facciones. ¿Estar del lado de Assad? Mañana serán traidores. ¿Con los rebeldes? Se arriesgan hoy a la venganza de la dictadura… El padre SAMIR KHALIL SAMIR cuenta cómo viven los que se han quedado
Están atrapados en una guerra que no es la suya. Entre coches bomba, francotiradores, y carros armados que reprimen una rebelión que dura ya meses. Son miles los muertos durante un año de guerra civil. Puede que más de siete mil. Por otro lado está el embargo, las sanciones de Occidente aprobadas en diciembre y las de la Liga Árabe. Falta el gasóleo, la electricidad y el gas, y la comida. Y en invierno hace frío en Siria: en Aleppo, Damasco, Dara, Homs; sobre las montañas blanqueadas de nieve. El pueblo tiene que hacer la compra, sin distinciones: musulmanes, chiíes, sunitas, alauitas, prófugos iraquíes. Y cristianos, entre maronitas, católicos, ortodoxos: más del 10% de la población, más de dos millones.
«La posición de los cristianos en la Siria de hoy es muy delicada», explica el padre Samir Khalil Samir, jesuita y estudioso del Islam en la universidad de Beirut, en el Líbano, el país limítrofe donde llegan los prófugos sin descanso. «Durante decenios han vivido sin discriminación. Eran ciudadanos como todos los demás. Pero ahora su futuro es todo lo incierto que se pueda esperar».
Dictadura laica. Desde 1970 detenta el poder del país de Oriente Medio la dictadura Baath de los Assad, familia alauita. «Los alauitas representan el 11% de la población. Sin embargo han conseguido mantener el poder durante todo este tiempo»: primero con Hafiz Al-Assad. «Los sunitas, que representan la mayoría siria, ven a la minoría alauita como una secta chií. La baathista es una dictadura de impronta socialista y laica. La religión se reconoce como hecho social, y sin embargo no incide en la vida del Estado. Por eso, paradójicamente, aun siendo antidemocrático, el régimen jamás ha discriminado las minorías y los grupos religiosos». Toda la atención del poder en cuarenta años se ha dirigido a cualquier posible amenaza a la dictadura, viniese de donde viniese. Hasta llegar a una enfermiza forma de control preventivo, como cuenta el padre Samir: «Un control absoluto. No hay libertad de expresión frente a una impresionante red de espías: se dice que hay uno por cada cinco personas. En alguna ocasión he tenido que ir a Siria a dar conferencias. Recuerdo un encuentro organizado en un convento franciscano a las nueve de la noche. A la mañana siguiente telefonearon a la residencia de jesuitas en la que estaba, preguntando por los motivos por los que había ido a dar la conferencia y había dicho tal cosa o tal otra: tenían un resumen perfecto de mi discurso. Lo sabían todo. En otra ocasión, durante el camino, me permití hacer algunas preguntas, acerca de un símbolo o del significado de una fecha importante… Mi acompañante se puso rígido en el acto: “¿Estás loco? ¡No puedes hablar así por la calle!”. Y es que basta una simple sospecha para que te arresten. Y la cárcel significa violencia, torturas, abusos».
«¿De qué lado estáis?». Cuando en marzo de 2011 la multitud salió a la calle pidiendo libertad tras las huellas de aquella “primavera” que había recorrido los otros países del Norte de África, Assad disparó sobre la masa y sacó a la calle los carros armados. La represión se volvió cada vez más violenta y, ante la escalada de homicidios y torturas, los grupos de revolucionarios sunitas más radicales, apoyados por algunos países árabes, se armaron e iniciaron una guerra de guerrillas durísima, sobre todo en ciertas zonas del país: como en Hama, por ejemplo, en la zona de Homs, donde todavía no se había apagado el recuerdo de la matanza de 1982 cuando Hafiz al-Assad hizo arrasar un barrio entero para golpear a los Hermanos Musulmanes: «Una carnicería que quedó grabada en la memoria de la gente. Y que ahora se ha transformado en venganza y violencia», continúa el padre Samir.
En esta situación la posición de los cristianos es dramática. De alguna manera, el régimen laico garantizaba su supervivencia. «Pero si los rebeldes takfiristas derrocan a Assad, tras él vendrán los radicales sunitas, salafitas y Hermanos Musulmanes. Lo hemos visto ya en Túnez, donde ha vencido el partido islámico. Y estamos observando el nacimiento de Libia y Egipto. Son estados donde la revolución ha empezado con tintes laicos, y en los que sin embargo hay un alto riesgo de deriva fundamentalista. Los cristianos temen la rebelión. Y por otra parte no se pueden apoyar en el régimen liberticida de Assad. Están atrapados entre dos fuegos y ambos partidos les tiran de la manga. “¿De qué parte estáis?” ¿Con Assad? Mañana seréis unos traidores. ¿Con los rebeldes? Os arriesgáis hoy a sufrir la represión del régimen».
Un punto muerto en el que han vivido durante meses, entre el miedo y la incertidumbre del futuro, y que cada vez se hace más insostenible. Tanto que alguna voz empieza a elevarse con coraje en la Iglesia, no como toma de postura política, sino como petición de auxilio.
«Un callejón sin salida, sin ninguna perspectiva de solución. Una noche oscura»: es la descripción que monseñor Samir Nassar, arzobispo maronita de Damasco, hace de su país, donde «al final de cada misa los fieles se dicen adiós. A la misa de Navidad asistieron apenas una docena de personas y no tengo más de 20 niños en la catequesis: muchos jóvenes han pensado en irse y hay ya muchos cristianos refugiados en las fronteras, en zonas donde se combate. Se nos pide que permanezcamos neutrales. ¿Cómo podemos mantener nuestro papel de mediadores entre dos facciones antagonistas del Islam sin convertirnos en víctimas?». Es la misma preocupación de la madre Agnès-Mariam de la Croix, superiora del convento ecuménico de San Jaime el Mutilado en Qara, para quien «hay grupos rebeldes armados tan responsables de infringir los derechos humanos como el régimen». Sin contar, denuncia la religiosa, con los primeros “ataques” a los cristianos: «En Navidad los rebeldes takfiristas han prohibido exhibir los símbolos de la fiesta cristiana. Mientras se inscribe en las listas negras de los comités revolucionarios a las personas que se niegan a tomar partido».
Una ayuda para todos. «En su vida diaria, las comunidades cristianas siguen, en la medida de sus posibilidades, ayudando a todos», añade el padre Samir. «En Homs, por ejemplo, donde la represión es más violenta y donde muchos empiezan a huir. Son pocos los que van a misa, hasta salir solo de casa es peligroso, a causa de los francotiradores. Hay mucha gente que no tiene ya qué comer, porque no puede comprar provisiones. He recibido un informe de las comunidades de jesuitas que hay en esa zona. Han ayudado a cerca de ciento cincuenta familias, cristianas y musulmanas. Toda la Iglesia de Siria se está moviendo así». Lo testimonia también el llamamiento de los franciscanos con firma del custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa (ver box). Una señal de esperanza, que va más allá de las ideologías o de lo confesional. «Los jesuitas de Homs tienen un terreno agrícola a las afueras de la ciudad», cuenta el padre Samir: «Forma parte de un proyecto de desarrollo de la región y lo cultivan cristianos, alauitas y sunitas. La semana pasada los rebeldes vinieron a buscar a los alauitas. Venían armados, querían matarlos. Uno de los trabajadores, un musulmán sunita de una cierta edad, los detuvo: “Aquí no hay alauitas, sunitas o cristianos. Lo que hacemos es para todos. Somos todos hermanos, todos sirios. Si queréis matar a alguien, primero tenéis que matarme a mí”». Él, sunita como ellos, de su parte. Robaron todo, saquearon, pero sin dejar víctimas. ¿De dónde nace el acto de ese musulmán? «La cuestión no es defender la cristiandad ideológicamente. El cristianismo representa un factor de esperanza. Hay un alto riesgo de una diáspora de los cristianos, si sucediese sería una desgracia para todo el país. Los cristianos tienen un papel fundamental. Debemos ayudar a Siria a toda costa para que llegue a un entendimiento nacional». La ONU está valorando qué postura tomar, pero es difícil llegar a un acuerdo. Hace pocas semanas, la noticia del veto de Rusia y China vino a incrementar las sanciones. Siria tiene un papel estratégico como equilibrio en todo el Oriente Medio. «Y por otra parte, la ayuda a Siria no puede venir de los Países Árabes, demasiado interesados en que el régimen de Asad sea derrocado con el fin último de aislar a su aliado Irán».
Un gesto eficaz. De cualquier manera no se puede dejar de exigir «una solución urgente y pacífica», como ha dicho monseñor Mario Zenari, nuncio apostólico, ante el horror de la masacre de niños en Homs. «El corazón de la gente tiene que cambiar», continúa el padre Samir: «Hacen falta testigos. Personas como el padre Franz, holandés, que ha permanecido en Homs a pesar de que la comunidad jesuita, de la que él es el superior, haya sido evacuada. Se ha quedado allí, solo, para ayudar a la gente. Todos han dicho: “Está loco. Andar por una ciudad llena de francotiradores que disparan a lo primero que se mueva”. Sin embargo está allí. Hace veinte años puso en marcha una iniciativa, una serie de peregrinaciones de una a otra ciudad, para todos: millares de jóvenes musulmanes y cristianos en camino durante una semana. “Si tengo que morir, moriré. Pero no puedo abandonar al pueblo”».
Testigos de esperanza. Después de dos mil años, justo en los lugares donde nació el cristianismo, la salvación pasa todavía a través de la carne y la sangre del que está dispuesto a dar la vida por Cristo. «Debemos rezar por la fe de esta gente, como ha hecho el Papa. La oración no es un banal refugio. No. Es verdaderamente la única posibilidad para la paz. Que Dios, a través de los cristianos de Siria, pueda cambiar los corazones de unos y otros que combaten entre sí. Por eso debemos rezar por ellos».
Emergencia Siria
UN GESTO CONCRETO A FAVOR DE LA POBLACIÓN CRISTIANA
Después del cambio que se ha realizado en Egipto, la situación en la que se encuentra Siria indica cómo se está transformando el panorama en Oriente Medio. Hasta hace un año era impensable prever escenarios parecidos.
En estos meses de gran tensión, cuando Siria se ha despedazado a causa de enfrentamientos internos y el conflicto parece asumir cada vez más las características de una guerra civil, los franciscanos junto a algunos exponentes de la iglesia latina, están trabajando para sostener las necesidades de la población cristiana local.
La Custodia se encuentra presente en varias áreas del país: Damasco, Aleppo, Latakia, Oronte.
Los dispensarios médicos de los conventos franciscanos, según es costumbre en la Custodia, se han transformado en lugares de refugio y acogida para todos, sin hacer ninguna diferencia entre las etnias de alauitas, sunitas, cristianos o rebeldes y pro-gubernamentales.
En un momento de completa confusión y extravío, muchas empresas han tenido que cerrar. No queda huella de los miles de turistas que alimentaban una moderna y floreciente industria con un centenar de puestos de trabajo en el sector de los transportes, hoteles, servicios.
Los productores agrícolas se encuentran en graves dificultades. El embargo internacional les impide cualquier posibilidad de exportación y los precios están por los suelos. Los más débiles están sufriendo de forma ineludible y padecen la falta de aprovisionamiento energético y de agua.
En las grandes ciudades, la corriente eléctrica falta durante varias horas al día, si no todo el día; el gasoil está racionado. Todo esto crea enormes molestias a la población, que tiene que hacer frente a las temperaturas invernales sin la posibilidad de tener calefacción.
Estar con la gente, acoger y asistir a quien lo necesita, sin hacer distinción de raza, religión y nacionalidad. Garantizar con nuestra presencia el servicio religioso a los fieles para que comprendan la importancia de permanecer en el país. Este es el sentido de la misión franciscana. En tiempos no tan diferentes a cuando Francisco se dirigía a los hermanos pidiéndoles que mantuvieran firmemente los valores del Evangelio. En sus sencillas peticiones, Francisco reflejaba la gracia recibida del Señor y, en la experiencia de vida cotidiana, testimoniaba la acogida de la fe, como el bien más amado y precioso que hay que cultivar y fortalecer. Nosotros los hermanos, que somos ricos de este extraordinario ejemplo, heredado sin tener ningún mérito, tenemos el deber de emular y difundir la enseñanza de nuestro maestro a las futuras generaciones, para que puedan continuar el camino que él ha trazado con amor inmenso y humilde dedicación.
Pedimos a todos que ayuden con un gesto concreto a los numerosos cristianos sirios y las obras de caridad de la Custodia de Tierra Santa. Las ayudas se entregarán tempestivamente a los hermanos residentes en Siria, que las utilizarán de manera discreta y atenta.
Padre Pierbattista Pizzaballa
Custodio de Tierra Santa, OFM
Tu ayuda en: www.proterrasancta.org/es/ayudar/
O mediante transferencia bancaria:
Custodia ATS - Banco Popular c/c 0075-0615-58-0600211001
IBAN: ES63 0075 0615 5806 0021 1001
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