En la capilla de la cárcel romana de Rebibbia trescientos presos escucharon conmovidos las palabras de Benedicto XVI. Después las preguntas, dirigidas a un padre, y sus respuestas: «Yo también te quiero. Sé que el Señor me espera en vosotros». Crónica de un hecho extraordinario. «Quien lo ha escuchado, ya no está solo»
Domingo, 18 diciembre. Acaban de dar las 11, en el vídeo se suceden las últimas imágenes del Papa en el patio de la cárcel de Rebibbia en Roma. Antes de subir al coche, saluda: «Queridos amigos, os deseo a todos una Feliz Navidad. El Adviento es tiempo de espera: aún no hemos llegado, pero sabemos que caminamos hacia la luz y que Dios nos ama». Después, el automóvil papal se marcha lentamente, acercándose en su recorrido al cordón de presos que hacen oír su propio saludo. Un guardia saluda llevando la mano a la visera. Una vez apagado el televisor, Edoardo me escribe: «El Papa ha sido una presencia concreta y, cuando alguien se pone con verdad ante otros, se interroga y te interroga. En este difícil trance, Benedicto XVI ha bajado a nuestro nivel para proponer una amistad. Es fácil hablar de la cárcel quedándose fuera; él ha ido entre los presos, para dirigirse a ellos, no para hablar de ellos. Quien lo ha escuchado, ha dejado de sentirse solo».
Edoardo conoce bien esa soledad: hasta hace un mes estaba en la cárcel. Las palabras de este amigo inesperado han penetrado en su corazón. En el suyo, en el de los 300 presos que han asistido al encuentro en la capilla de Rebibbia, y también en el de los demás detenidos, los guardias de la prisión, los educadores, los voluntarios, todos los que conforman el mundo carcelario y que han seguido el evento. La ministra italiana de Justicia, Paola Severino, inició así su saludo: «En este lugar de profundo sufrimiento», para luego simplemente leer la carta que un preso de Cagliari le había metido en la chaqueta. Y Benedicto XVI dijo: «Dondequiera que haya un preso, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita. He venido simplemente a deciros que Dios os ama con un amor infinito, y que seguís siendo hijos de Dios». Terminado su discurso, contestó espontáneamente a las preguntas conmovedoras y sencillas que seis presos le hicieron. Luciano Pantarotto, responsable de la cooperativa Men at Work que se encarga de la preparación de las comidas para los convictos, estaba allí. «Me di cuenta enseguida de que para todos se trataba de un acontecimiento extraordinario. A menudo las visitas de las autoridades públicas son simplemente un trabajo más. Y sin embargo esta vez todos estaban contentos».
«Ha sido algo extraordinario», dice Giovanni Tamburino, presidente del Juzgado de Vigilancia de Roma: «Benedicto XVI ha realizado un acto pastoral, según la esencia de su ministerio. Es decir, ha venido como un padre. Un hecho que todos han captado. No ha habido solemnidad formal, sino el encuentro con estas personas a las que llama “amigos”. Respondiendo a la primera pregunta, que cuestionaba “si este gesto suyo será comprendido en su sencillez, también por nuestros políticos y gobernantes”, Benedicto XVI ha lanzado una indicación a las autoridades competentes. El suyo ha sido un gesto personal y al mismo tiempo público. Lo ha querido así. “La justicia implica como primer factor la dignidad humana”. Y su profundidad filosófica ha ofrecido pasajes extraordinarios sobre la justicia, que nos provocan personalmente y nos suscitan preguntas. Ha reclamado a la seriedad del problema: estamos hablando del bien y del mal, de pena y castigo. Ha llegado al corazón de las personas, al meollo del problema que viven».
Los trabajadores de la viña. «Oh Dios, dame el valor para llamarte Padre». Las palabras de la oración que uno de los encarcelados leyó al Papa, impresionaron a Valentino Di Bartolomeo, comandante de la Policía penitenciaria de Chieti: «Tengo la intención de leerla durante la Misa de Navidad. Si no se parte del hombre que comete errores, no se puede ayudar a quien está a salvo. El error no se puede eliminar». La justicia divina no es la justicia humana. Benedicto XVI ha descolocado a todos cuando se ha referido a los trabajadores de la viña del Evangelio de Mateo. «Más allá de la pena que hay que cumplir, se extiende la misericordia», dice Maria Rosaria Parruti, del Juzgado de vigilancia de Pescara. «Las palabras del Papa indican un camino, y hacen reflexionar. La pena debe servir para reparar el daño causado, la ruptura creada, pero la justicia no se reduce a esto. Cumplir con mi trabajo no significa sólo cumplir con un deber. Cristo vino a la tierra para mostrarme que mi necesidad de significado es la misma que la que tienen los presos. Para cambiar, ellos tienen que recorrer un camino que les lleve a reflexionar sobre sí mismos».
Omar plantea la segunda pregunta, que termina con estas palabras: «Prefiero pedirte que nos dejes engancharnos a ti con nuestro sufrimiento y el de nuestros familiares, como si fueras un cable eléctrico que nos pone en contacto con Nuestro Señor. Te quiero». Y Benedicto XVI: «Yo también te quiero. Sé que el Señor me espera en vosotros». Es la respuesta de un padre a un hijo. «Me he conmovido», dice Nicola Boscoletto, responsable de la Cooperativa Giotto, que da trabajo a los presos de la cárcel de Padua. «Por esas palabras, por esos besos lanzados mientras el Papa pasaba. Trabajo desde hace 21 años en este ámbito, y he sentido que las palabras del Santo Padre iban dirigidas sobre todo a mí. Me ha abrazado a mí».
Emanuele Pedrolli, voluntario en las cárceles milanesas con la asociación Incontro e Presenza, estaba con Edoardo siguiendo el evento en directo: «En un momento tan difícil, ya sea por los problemas o ya sea por las carencias que existen en la cárcel, el Papa ha visto lo que hay de positivo: la humanidad. Es verdad que faltan muchas cosas, pero la falta obliga a concebir la necesidad del perdón».
Un gran honor. Luca entregó al Papa como regalo una cesta con algunos dulces que la cooperativa Men at Work prepara en la cárcel, y escribe: «Ha sido para mí un gran orgullo preparar los dulces para el Papa y, más aún, entregárselos personalmente. La humanidad y la sencillez con las cuales el Papa nos ha transmitido a los presidiarios su interés por los problemas que afectan al sistema carcelario han encontrado eco en las palabras del Ministro. Esta vez las sensaciones han sido tan intensas y fuertes que me han llevado a pensar que con el diálogo se puede alcanzar cualquier meta y que la sociedad trabaja verdaderamente para mi (para nuestra) reinserción. Sociedad, espérame, ¡estoy llegando!».
En Due Palazzi, la cárcel de máxima seguridad de Padua, a las diez de la mañana, veinte presos siguen la retransmisión televisiva en una pequeña celda. Creyentes y no creyentes. Todos en silencio. Sin embargo, cuando el Papa se pone en pie y saluda a los presos, también ellos aplauden como en Rebibbia. Bledar mira a sus compañeros: muchos tienen los ojos brillantes. En una carta escribe: «He visto la esperanza y la alegría en mis hermanos encarcelados. Hemos comprendido que el Padre nunca abandona a sus amados hijos».
«Dondequiera que exista un hambriento, un extranjero, un enfermo, un preso, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita y nuestra ayuda. Me gustaría poder escuchar la vivencia personal de cada uno, pero, desgraciadamente no es posible; he venido simplemente a deciros que Dios os ama con un amor infinito y que seguís siendo hijos de Dios»
Benedicto XVI
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