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Huellas N.1, Enero 2012

ACTUALIDAD / Pueblos y política

Cómo te rediseño Europa

Luca Fiore

Los cambios introducidos en el Tratado de la Unión Europea. El “gran rechazo” de Londres. Además, el eje franco-alemán, la unión fiscal y los intentos para salir de un grave impasse (callejón sin salida, ndt) que está poniendo a prueba la capacidad de la Eurozona (no sólo como institución). El europarlamentario MARIO MAURO nos explica lo que está sucediendo. Y para qué sirve «más Europa»

La Unión Europea se encuentra en medio de un vado. No tiene el valor de volver sobre sus pasos, declarando un “sálvese quien pueda”, ni la fuerza para acabar siendo una unión política verdadera y real. El riesgo es que permanezca en medio del río y se vea arrastrada por la corriente de la crisis económica que en este momento parece amenazar sobre todo la estabilidad de los países del Viejo Continente. Como asegura Mario Mauro, parlamentario europeo, en la actualidad vicepresidente del Parlamento de Estrasburgo y jefe del grupo italiano del Partido Popular Europeo. La confusión es mucha, pero una cosa es cierta: durante el Consejo Europeo del pasado 9 de diciembre, que reunió a los líderes de los 27 países de la UE, se estableció un acuerdo para salvar el euro que compromete a 26 Estados miembros (todos excepto Reino Unido) a adherirse a un tratado que someterá las competencias de cada uno de los Estados, en el ámbito fiscal y de gasto público, al control recíproco. Se trata, de hecho, de una nueva cesión de soberanía nacional. Aquello que a muchos les gusta denominar: los “Estados Unidos de Europa”.

Este acuerdo cambia el rostro de la UE tal y como lo conocíamos hasta ahora. ¿Qué es lo que ha llevado a una decisión tan drástica?
La crisis económica y financiera que atravesamos está poniendo a prueba la capacidad de la UE como institución. De hecho se ha constatado que el proyecto europeo sigue incompleto. Por una parte, en efecto, ha generado una serie de grandes oportunidades: el mercado único europeo coronado por el nacimiento del euro ha garantizado una elevada tasa de prosperidad para los países europeos. Por otra parte, sin embargo, es evidente que sin una política económica y fiscal común nuestra moneda no tiene esperanzas de sobrevivir a la crisis actual.

El gran rechazo de Londres ha tenido mucha resonancia. Como de costumbre en la sede europea, el solo hecho de lograr ponerse de acuerdo se considera ya un éxito.
Han chocado tres posturas diferentes. La de Reino Unido, quien declaró su no disponibilidad a entrar en un acuerdo de unión fiscal verdadera y real. El motivo lo explicó claramente David Cameron: tutelar el propio interés nacional, y por consiguiente, defender la plaza financiera de la City de Londres. Más regulaciones para las finanzas significa menos ganancias. Y por lo tanto la City se convertiría en algo menos atractivo. La segunda era la de Alemania y Francia, el denominado “directorio franco-alemán”, que quería con intensidad la unión fiscal, pero sólo entre los países que ya forman parte de la Eurozona. La tercera postura, que luego prevaleció, fue la del Parlamento y la Comisión Europea, que presionaban por una unión fiscal que naciera de un proyecto no de los 17 de la Eurozona, sino de los 27 de la Unión.

¿Por qué prevaleció esta última postura?
Nos dimos cuenta de que para salir del vado no basta la Unión Europea tal y como es hoy. Atención: el problema no consiste en que Europa como proyecto político esté equivocado, como subrayan los euroescépticos, que querrían la unión sólo en términos de entente cordiale (acuerdo amistoso, ndt), la cual se limita a políticas de buena vecindad. Es lo contrario. Hace falta determinación para lograr unas condiciones en las que la economía de los países europeos siga un proyecto común y sea capaz de responder adecuadamente a los desafíos de la crisis económica y de los mercados.

Parece, sin embargo, que hasta ahora se insiste más sobre el rigor económico que sobre la reactivación de la economía. Y el rigor a menudo significa más impuestos y menos consumo: entonces, adiós a la reactivación...
Incluso para Alemania ahora está claro que el problema no consiste sólo en la estabilidad, y por tanto, en medidas basadas en el saneamiento y la contención de la deuda, sino que también es crucial el tema del desarrollo y del crecimiento. Sin embargo, las instituciones europeas sostienen que en el momento en que exista la posibilidad de una política económica fuertemente compartida, hasta el punto de haber impuesto regulaciones precisas en los presupuestos de cada país, será más fácil ayudar al crecimiento. Porque cada país por separado, o en todo caso muchos países europeos, no tienen ya las dimensiones para una política de crecimiento autónoma. Habiendo impulsado con fuerza el mercado único, esta política del crecimiento se hace y piensa de manera conjunta.

Demos un paso más: la crisis económica lleva ya unos años, pero sólo en los últimos meses la situación se ha precipitado y ha obligado a la UE a cambiar las reglas del juego. ¿Por qué?
Sí, algunos países europeos habían entrado ya en la crisis. Pienso en Irlanda, en Grecia y en Portugal. El problema surgió cuando en el punto de mira de los mercados apareció una de las economías europeas más importantes: la italiana. Asistí a un encuentro entre el entonces Presidente del Consejo de Ministros italiano Berlusconi y el Presidente de la Comisión Europea Durao Barroso, a raíz de las exigencias de rigor que la Unión Europea había impuesto a nuestro país. Por un lado, Berlusconi, justamente, confirmaba la solidez de la economía italiana, sobre todo a causa del óptimo nivel del ahorro privado de nuestras familias; por otro lado, Barroso puso en evidencia que el problema en aquel momento – que llevaba a la UE a considerar a Italia no sólo en peligro, sino “el” peligro y por consiguiente un factor de contagio para la economía europea – era la desastrosa performance (comportamiento, ndt) de los bonos del Estado de nuestro país en el mercado de los Credit Default Swaps (Cds).

¿Y en qué consisten?
Cuando se compra un bono del Estado de un país, si se teme que el título sea de un país voluble desde el punto de vista de la gestión de la deuda pública, entonces se pueden comprar otros títulos que se denominan precisamente Credit Default Swaps, por los cuales si las cosas en dicho país van mal, se obtendrá el reembolso. En esencia son títulos aseguradores. Sin embargo, la especulación sobre el mercado ha hecho que, en ausencia de regulaciones, se pudieran comprar los Cds aunque no se poseyeran bonos del Estado.

¿Y entonces?
Me explico: si somos diez amigos y nueve de nosotros compramos títulos aseguradores relativos a los bonos del Estado, está claro que el riesgo que dicho país corre resulta enorme. En dicha situación, evidentemente, Italia, que tiene una deuda inmensa, mucho mayor que la de Grecia, se consideraba el principal peligro. Por ello, las instituciones europeas mientras tanto se movilizaron para detener una serie de prácticas que determinan el colapso de los mercados. Una de estas instituciones, el Banco Central Europeo, llegó además a comprar bonos del Estado en el mercado secundario para regular las presiones sobre nuestro mercado de títulos. Así pues, era necesario actuar de manera que en un futuro los países no estuvieran en una situación tal que las propias cuentas pusieran en riesgo el mantenimiento de todo el sistema, y por otra parte se necesitaba una regulación de los mercados financieros.

La crisis tendrá una naturaleza económica, pero no puede negarse que la Unión Europea tiene también dificultades en el plano político. Y esto no es de ayer.
Desde el punto de vista político existe una crisis de liderazgo que ha llevado a un estancamiento del proyecto europeo que dura ya treinta años. Desde Kohl en adelante, el impulso europeísta en la estela de los padres fundadores en esencia ha fracasado. Sobre la mesa se ha extendido un dramático equívoco: la idea de que cada uno defendía mejor los intereses nacionales renunciando a la lógica comunitaria. Primero en 12, después en 15, luego en los 27, se dan codazos para obtener su propia porción. Pero con esta lógica siempre hay unos que ganan y otros que pierden. En cambio, la lógica para participar en la mesa sólo puede ser la del bien común, en el sentido de afirmar el principio que se traduce en una mayor competitividad de Europa respecto a otros sujetos globales.

Dicho así parece fácil...
Nos encontramos ante una crisis estructural a la cual se unen ulteriores razones de agravamiento, propias de Europa. Entre todas ellas, la primera son los motivos demográficos: Europa tiene 502 millones de habitantes, 75 millones tienen menos de 25 años, mientras que Egipto tiene 80 millones de habitantes y los jóvenes menores de 25 años son 60 millones. En términos estructurales las respuestas a los problemas son muy complejas. Precisamente por ello hace falta no sólo una coordinación, sino una unidad verdadera y real: unidad de juicio que significa también un juicio de tipo antropológico sobre los problemas que se viven. Así pues, no resulta en absoluto alejada de la realidad la manera en que, por ejemplo, Benedicto XVI ha abordado los problemas de Europa, cuando ha comentado la crisis inmediatamente en términos antropológicos. Todas las cosas están relacionadas: incluso la manera en que se gestionan los Credit Default Swaps tiene que ver con la concepción que se tiene del hombre.

Otra crítica que se hace a la UE es la falta de democracia.
Se trata de un problema objetivo y es, en positivo, el reclamo que procede de la posición de Reino Unido. Si Londres es criticable por la postura que ha adoptado en el Consejo de Europa, el reclamo que hace sobre la falta de democracia del proyecto europeo es verdad. Esta falta de democracia halla su solución sólo de dos maneras. La primera consiste en seguir construyendo la mutua comprensión entre los pueblos europeos. No se trata de una fórmula vacía: va ligada, por ejemplo, a la libre circulación y a la movilidad laboral en los países de la Unión, siendo ya decenas de millones los europeos que trabajan en países distintos del suyo. Si después miramos las estadísticas de matrimonios entre personas de distintos países, descubrimos cosas muy interesantes. El segundo aspecto es más estrictamente político y tiene que ver con las acciones que los Parlamentos y Gobiernos nacionales tienen que llevar a cabo para participar en las decisiones que se toman en la sede europea. El Tratado de Lisboa fijó unas normas muy claras sobre ello y sería útil ver cómo las instituciones de los diferentes países dan pasos en este sentido.

¿Por ejemplo?
Para participar en el proceso de toma de decisiones europeo el Parlamento italiano tiene ocho semanas para dar a conocer su decisión sobre cualquier medida. Se llama “procedimiento de subsidiariedad”. Si en ocho semanas de tiempo el Parlamento italiano tiene dificultades para reunirse, surgen los problemas.

Otro problema es que la gente corriente no parece tener un sentimiento de pertenencia a esta Europa...
A esto puede contribuir la educación. La educación tiene como factores vehiculares ciertas realidades de la sociedad que crean en Europa. Pertenezco a una generación que, a pesar de la gran confusión de aquel tiempo, veía y miraba a Europa con esperanza, pensaba que nos traería lo mejor. El primer lugar donde escuché hablar de Europa fue en la Iglesia. La Iglesia tenía la absoluta certeza de que las raíces cristianas eran una razón válida para legitimar la positividad del proyecto europeo. Hoy en día, probablemente, viendo el relativismo dominante del que habla siempre el Papa y el nihilismo que ha invadido la cultura europea, dicho sentimiento se ha debilitado. El problema es que si miramos cómo están verdaderamente las cosas nos damos cuenta de que Europa sigue siendo la única alternativa posible.

¿En qué sentido?
Ninguno de nuestros países es capaz de afrontar él solo los enormes problemas que se viven en la competencia global. La verdad es que para salir del vado se necesita más Europa, no menos Europa. Y esta “más Europa” requiere sin embargo vivir con un mayor sentido de responsabilidad. Es necesario ir hasta el fondo de los problemas. No como han hecho los medios de comunicación o el sistema político italiano durante estos años. Es necesario comprender lo que sucede en Bruselas, viendo y considerando que Bruselas ha demostrado que puede cambiar los gobiernos nacionales. Como ha sucedido recientemente en Italia.

EUROPA MIXTA

502 millones Población de los 27 países miembros de la UE

150 millones Ciudadanos europeos con un pasado de emigración, experiencias de movilidad laboral y de relaciones afectivas estables con personas de otros países

20 millones Ciudadanos nacidos fuera de la UE

50 millones Ciudadanos europeos que viven en un país de la UE distinto a aquél en el que nacieron

25 millones Ciudadanos europeos cuyos padres o abuelos nacieron en otro país de la UE

55 millones Ciudadanos europeos que han trabajado o estudiado en otro país de la UE o que tienen un cónyuge o una pareja proveniente de otro país de la UE

15% Porcentaje de ciudadanos europeos por debajo de 14 años (en USA son el 20%; en Egipto, el 33%; en Brasil, el 26%; en la India, el 29% y en Uganda el 50%)

Fuente: datos de Eurostat y www.cia.gov

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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