Chocolate con sorpresa
¿No la reconoce? Es la poetisa Alda Merini». Desde la barra, Francesco mira las fotos que están colgadas en el bar. Hay una, en blanco y negro, en la que aparece una anciana señora con un abrigo de piel. La cabeza alta, el pelo suelto, los ojos grandes y el humo de un cigarrillo. Es increíble, la propietaria de un bar, que le ve por primera vez, le habla a él, profesor de Lengua y Literatura italiana, de esta poetisa. «¿Puedo leerle algo?». Y empieza con sus versos favoritos: «Niño, si encuentras la cometa de tu fantasía...».
Al salir de clase, antes de ir al hospital a una revisión, Francesco solo quería tomarse un chocolate caliente. Sin duda no imaginaba que se encontraría en un bar hablando de Dostoievski y Tolstoi. Y así, entre una cosa y otra, cuenta que da clase en un colegio. La propietaria comenta: «¡Qué curioso!». Perdone pero, ¿por qué? «Bueno, oigo las conversaciones de los clientes y, cuando entran profesores, los reconozco a la legua: nunca están contentos y hablan solo de las vacaciones». Entonces, él cuenta por qué le apasiona dar clase. Y le pone un ejemplo: «Esta mañana, en clase les he explicado a los chicos la vida de san Francisco. Ha sido una clase preciosa». «Pero, ¿existió de verdad?». Esta pregunta no se la esperaba. «Claro, hay un montón de documentos», responde. «Y luego el testimonio de cientos de jóvenes, con frecuencia de familias nobles, que le siguieron. Claro, no se marcharon de sus casas detrás de una leyenda».
Entra una señora. La conversación se queda en suspenso. Mientras, Francesco termina su chocolate y se va a la caja para pagar. El trabajo le espera, tiene que preparar las clases. En seguida, la propietaria le dice: «Son tres euros». Su cabeza parece estar en otro sitio. De repente le espeta: «¿Usted cree de verdad?». Una pausa. «Le confieso algo que no he hablado con nadie, creo que lo esencial es esto: hay muchas personas inteligentes que creen y muchas personas inteligentes que no creen, ¿la fe es entonces un don?». Silencio. Dice Francesco: «Es el don de un encuentro. Es un hecho. A mí me pasó a los trece años, con un sacerdote. Como los primeros que conocieron a Jesús: estaban delante de un hombre como los demás, pero que tenía algo excepcional. Y era una tarde cualquiera, como hoy».
La mujer sonríe de oreja a oreja. Saca una tarjeta de visita con su móvil. Escribe: «Con afecto, Laura», se lo da a Francesco y le dice: «Ha sido un placer. Diría que el comienzo de algo nuevo».
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