MIRAR A LAS COSAS COMO A UNA “PRESENCIA”
Hace dos años, una amiga me envió un correo titulado: Noticias desde China. En cuanto leí el encabezamiento, imaginé quién podía escribirlo, porque aquel verano de 2009 me habían comentado que dos hermanas madrileñas se iban allí de misión, y otra amiga a Rusia. El impacto que aquella noticia me produjo, hizo que desde entonces comenzara a pedir cada día por ellas y por la Iglesia en aquellos lugares. Algo que jamás en la vida se me había ocurrido hacer. El día en que mi amiga me reenvió ese primer correo, yo había invitado a mi jefe a asistir a un acto que organizaba CL en Tenerife (lo cierto es que siempre le invito a todo, pero es un hombre muy ocupado y nunca puede acompañarnos). El caso es que silenciosamente me “reboté” un poco con él, porque me dijo que esas cosas estaban muy bien, pero que él tenía que preocuparse por la realidad y eso no formaba parte de lo real. De modo que, cuando comencé a leer aquel correo, lo primero que vino a mi mente fue: si esto no es la realidad, ya me contarás tú lo que es. Lo imprimí, me fui a su despacho y le dije: «Jefe, unas amigas se han ido de misión a China, y escriben desde allí. Si tiene tiempo, léalo». Y vaya que si lo leyó. Se le cambió la cara, y comenzó a hacerme un montón de preguntas sobre ellas, las personas con las que compartían la casa, lo que hacían allí, etc. Yo alucinaba, porque me daba cuenta de que se sentía tan conmocionado como yo por el hecho de que en el siglo XXI dos mujeres normales y corrientes se marchen a China por Cristo. Cuando acabó de preguntarme todo lo que se le ocurría, me dijo: tenemos que pedir por ellas. Y eso me conmovió, no me lo esperaba y en ese instante me di cuenta de que mi jefe reconocía dónde residen el poder y la fuerza. En estos dos años imprimía y le daba cada correo que me llegaba. He continuado invitándolo a todo lo que organizamos por aquí (sin éxito), pero agradecida de que pueda participar de la belleza de unas vidas entregadas a Dios en la “realidad” (como él dice), y viendo cómo, lo que nuestras amigas viven en China, nos acompaña y ayuda a nosotros aquí. En una ocasión, me llamó muchísimo la atención el modo en que esas vidas formaban parte también de la vida de mi jefe, y fue cuando después de una temporada más larga de lo habitual sin recibir noticias suyas, un día él me pregunta si sé algo acerca de las chicas porque hace tiempo que no escriben y le había extrañado. La semana pasada llegó otro mail titulado “noticias desde China”, y yo hice lo de siempre: imprimirlo y dárselo al jefe. Cuando llegué de comer, me dice: «¿Ya hace dos años que se fueron para allá? Dios mío, cómo pasa el tiempo». Sinceramente, me parecía increíble escucharle hablar así, con esa familiaridad que me llenaba de agradecimiento. Luego, me dijo algo que aún me sorprendió más: «Y allí están ellas ahora, estudiando chino. Ellas, allí, son una presencia». Cuando regresé a mi sitio, pensé: son Su presencia en esa tierra, y también aquí.
Chiqui, Tenerife (España)
INGENIO PARA LA COLECTA DE ALIMENTOS
Me propusieron participar en la Colecta nacional del Banco de Alimentos en el supermercado Real de Capiata. Lo primero que me pregunté fue qué significaba esta propuesta para mi vida, segura de que por mí misma no iba para ningún lado. Así, aprendí a depender de lo que se me propone y comprendí que lo heroico no es hacer cosas grandes, sino descubrir a Dios en cosas pequeñas. De esta manera, dejé de lado mis miedos y mis dudas, porque reconocí que no hago las cosas por mí misma, y me sorprendió cómo Él actúa en mi vida. Me apunté con curiosidad a la jornada, sin preocuparme de cómo haría para compaginar mis responsabilidades familiares con la colecta. Ese día cumplí primero con alegría mis tareas en la casa. Luego de almorzar, me dispuse a irme al supermercado, donde Héctor coordinaba la iniciativa. Estuvo Fabio y más tarde llegó Miguel. Era la primera vez que mi familia estaba allí, y para mí fue una gracia muy grande. La colecta ha introducido en mi vida una novedad: me ha hecho más libre. Me descubro nueva, una Antonia nueva, que experimenta la contemporaneidad de Cristo, que renueva mi deseo de caminar día a día hacia Él, en cada cosa que hago, hasta en las más pequeñas. Me sentí muy amada, por ende puedo amar. Apreciar cómo la gente respondía a la propuesta que le hacíamos me obligó a mirar cómo vivo yo mi día a día. Fue maravilloso ver cómo cada uno se ingeniaba, según su carácter, para proponer la colecta, y ver reflejado en su rostro la alegría por haber respondido. No según el resultado, porque algunos ni te escuchaban y otros pasaban indiferentes. Otros, en cambio, al entregar su aporte te agradecían. Un señor me dijo: «Gracias por ayudarme a hacer lo que ustedes hacen». A un joven voluntario, Iván, le pregunté si pertenecía a CL. «No –me dijo–. Sólo acompañé a mi amiga Fátima. Iba a ver a mi mamá y la encontré en el camino; la saludé y le pregunté adónde iba. Me dijo que iba de voluntaria a la Colecta nacional de alimentos. “Me voy contigo”, le dije, y fui. La acompañé sin saber de qué se trataba». Luego, tapándose la cara con las manos, añadió: «Me he visto a mí mismo en cada uno de los que no me querían escuchar, porque así soy yo. Te juro que nunca más voy a ser así, porque ya sé cómo se siente uno». Su rostro reflejaba cierta conmoción, porque se dio cuenta de que ya no era el de antes. Era una persona nueva.
Antonia, Asunción (Paraguay)
LA ASOMBROSA CREATIVIDAD DE TRES CHICOS DE NUEVE AÑOS
Los alumnos del Colegio John Henry Newman han sacado tan sólo 1.100 euros, más o menos. Una miseria de cara a la necesidad que viven los 400.000 refugiados en Somalia. Seguramente no se puede comprar ni una mísera botella de agua para cada uno. Un esfuerzo absurdo e insignificante para afrontar una situación tan desesperada y dramática. Podríamos estar horas pensando cómo tendrían que haberse movido los alumnos y sus profesores para mejorar resultados, como si de una empresa se tratara. Pero esto es lo que sorprende enormemente al mirar a los chicos: ellos no pierden el tiempo hablando de cuál es la mejor forma de subir una escalera, ellos la suben. El resultado, quizás, es lo menos importante si tenemos en cuenta las historias y las formas utilizadas para conseguir este dinero. La mayoría de los alumnos no superan los once años, pero han conseguido remover de la comodidad a sus urbanizaciones. Sin miedo y con una creatividad asombrosa, han afrontado una necesidad lejana como si fuera propia. Todo comienza cuando escuchan las palabras que lanza el Papa pidiendo que se acompañe a los refugiados de Somalia en su grave situación. Esas palabras, que los alumnos conocen por sus profesores, les ponen en una disposición sorprendente. Al llegar a sus casas, tres alumnos de 9 años se hacen con todos los limones y naranjas que encuentran en sus casas, los exprimidores y unos pocos vasos de plástico. Se colocan en el centro de su urbanización ofreciendo limonada a todos sus vecinos; uno de los tres se dedica a perseguir a los compradores para reciclar los vasos. Una vez acabado todo el material de que disponen miran lo que han recaudado y se dicen: «Edu ha pedido 20.000 euros, con esto no llegamos». Así que juntan a todos los amigos de la urbanización y deciden ir puerta por puerta ofreciéndose para bajar la basura de los vecinos. Llaman a la puerta y dicen: «El Papa ha pedido dinero para el cuerno de África, ¿o era Somalia?». El vecindario entero queda inundado de la fuerza y la energía de estos grandes niños que se mueven por las palabras de aquel extraño y lejano anciano. Al llegar con el dinero a clase la sorpresa es general; los demás compañeros, mayores y pequeños, se ponen en marcha al ver la alegría con la que cuentan sus compañeros las aventuras de la tarde anterior. Se genera un gran número de basureros, fabricantes de claveles, ceramistas; cantos al aire libre en el Parque del Retiro, se montan teatros y guarderías. Se convierten en protagonistas de la historia. No tienen miedo a esforzarse, a dejar de jugar, su único problema son las palabras del Papa y los 20.000 euros que sus maestros les han dicho que había que conseguir. Los lejanos hombres de Somalia, totalmente desconocidos, son ahora sus amigos. Nada les es extraño a estos alumnos que, sin miedo, han superado cualquier previsión. Benedicto XVI, como hace todos los días Jesús, sorprende de la forma más humana posible: la petición y el compartir una necesidad. Estos alumnos han descubierto que la necesidad es el primer y gran paso para subir cada peldaño de la gran escalera que es la vida.
César, Madrid (España
UN DOLOR HERMOSO
Hoy, yendo en el metrobús hacia Santa Mónica, en la parada inicial en Ciudad Universitaria, se subió una señora que llevaba en un coche de ruedas a una niña. (En el metrobús se puede hacer esto con facilidad porque a diferencia de los otros buses, hay una rampa que el conductor baja para que las sillas de ruedas puedan subir y bajar cómodamente). Esta niña estaba sentadita en el coche pero tenía la cabeza completamente virada hacia un lado y orientada hacia arriba. El cuerpecito estaba sentado con normalidad, aunque fijándose bien, tenía los brazos algo encogidos, las manitas puestas con deformidad y los codos salidos. La cuidaba una señora que parecía su abuela. Estaba vestida con mucha dignidad. La expresión de su cara era casi normal, de hecho, a no ser por la posición del cuerpo creerías que era completamente normal. En cuanto la vi me quedé prendada de ella, no pude separar mi mente y mi corazón de su presencia. Me invadió inmediatamente un dolor inmenso, porque viéndola me daba la impresión de que ya iba a salir corriendo, saltando, jugando, caminando como cualquier niño. Pero no era así. Era como era. El dolor comenzó a lacerar toda mi persona. Además su carita se parecía a la de Patricia, hija de unos amigos. La quería ver yendo y viniendo, hablando, saltando, moviéndose. Gritaba tan fuerte mi ansia por verla correr que comencé a llorar irreprimiblemente. No podía soportar tanto dolor. Me fijé profundamente en ella, mientras escuchaba decir a la abuela, conversando con otra persona, cosas como que no la llevaron a tiempo y por eso estaba enferma. La abuela la acariciaba, la acomodaba, le colocaba la cabecita para que no estuviese tan torcida. Junto con este dolor, surgía en mí la certeza de un grandísimo amor que se manifestaba a través de esta abuela que, con una caridad sublime, la abrazaba con todo su ser. Con este amor me comenzó a colmar la certeza de que Dios la amaba así, que su presencia es tan hermosa, tan pura, grande y linda, como la de Patricia, la de mis hijas Valerita y Camila, la de cualquier niño. Es un dolor hermoso el que siento, porque así fue dada esta criaturita, con la misma pasión y el mismo derroche que todo pequeño, es dado así y no hay una milésima de su ser que no sea para que se manifieste el amor de Cristo. Cuando llegamos a Santa Mónica se bajaron en el mismo lugar que yo. Entonces me acerqué, las ayudé a bajar del metrobús, a cruzar la calle y luego fuimos caminando juntas. El llanto no me dejaba hablar, cuando puede calmarme un momento, le pregunté adónde la llevaba. Me dijo que a la sede de ANAPACE (La Asociación Nacional Contra la Parálisis Cerebral); que hoy en día la niña tiene 13 años, que está así desde los cuatro. La abuela la trae todos los días, vive en el Valle (una zona popular), toma metro y luego metrobús. A la niña le han hecho varias operaciones y tiene terapia diaria. Sólo atiné a decirle a la abuela que gracias a Dios está ANAPACE, y ella la puede traer. Cuando llegamos a allí, la abracé. Esa presencia me habló de Cristo: era una manifestación de Él, misteriosa y hermosa. Entendí que mi llanto, mi dolor, el amor de la abuela por esa criatura chiquita, endeble y preciosa, todo es de Él y para Él.
Valeria, Caracas (Venezuela)
San Salvador
LA REALIDAD SE IMPONE
Hace unos días tuvimos las jornadas internas de CESAL en El Salvador, en las que el personal de CESAL de todo el mundo venía aquí a ver la experiencia de trabajo. Todo estaba planeado desde hacía meses: visitas de campo, presentación del libro resumen de los 10 años de presencia en el país, testimonios, encuentros, cenas, etc. Y todo se fue al traste el sábado, día en que muchos de nuestros compañeros aterrizaban en el aeropuerto: la tormenta tropical E-12 descargó en una semana el triple de lo que llueve en Madrid en un año. Esto supuso, aparte de un cambio total en la agenda, un grave problema para el país, con miles de damnificados y unas decenas de muertos. Nuestra primera reacción fue la de pensar: «¿Por qué ahora? ¿Por qué a nosotros?» A esto se le unía el deseo de ayudar a esos miles de damnificados, muchos de ellos amigos nuestros, dejando de lado a las 60 personas que habían venido al país a compartir una semana de trabajo. Este deseo era justo, pero espontáneo y desmedido. El martes, después de alguna que otra discusión con Charlie, vimos que lo más adecuado era dividir en dos grupos al personal de CESAL que trabaja en El Salvador: uno atendería a la comitiva que estaba de visita y el otro a la emergencia provocada por la tormenta. A mí me tocó el grupo que atendía a la comitiva, aunque mi deseo era ayudar a los damnificados. Al acabar la semana y hacer balance de lo sucedido puedo decir que no fue un menos pertenecer al grupo que “sacrificó” la ayuda a los que habían perdido su casa o tenían un metro y medio de lodo en ellas. No fue un menos pertenecer al grupo que atendió a los compañeros venidos de todo el mundo, respondiendo a lo que se me pedía en ese momento. Pude ver cómo día tras día estaba tan contento como mis compañeros que habían salido al campo. Responder a la realidad, sin ideas preestablecidas, es más gratificante que la idea de respuesta que uno tiene.
Manolo
APERTURA DE CURSO EN MÉXICO
Al ser la primera vez que acudía a esa cita, no sabía con certeza qué iba a ser. Finalmente llegamos, entré con el nerviosismo que antecede a una reunión con mis compañeros. Desde el comienzo, me impactó la certeza con que Jorge y Juan Pedro hablaban, no cómo quien teme estar diciendo mentiras o inventado un diálogo, sino poniendo al descubierto su corazón. Y este mismo corazón –el mío– es el que intuye que no puede ser mentira lo que oye, y que estamos reunidos aquí por algo tangible, que es la Presencia de Cristo que se manifiesta al mundo. Y, en este día, particularmente a mí. El inicio del vídeo, marcó una gran diferencia para mí. Me había empeñado en asistir con las preguntas de mi corazón, tal como nos había sugerido Jorge que lleváramos. Temía seguir el acto por vídeo, ya que en ocasiones uno cree que no va a entender nada, sin embargo, todo fluyó de manera bella. Era como ver a don Giussani, dando el discurso, las palabras, aquello de lo que él con tanto amor hablaba, la fe y la experiencia. Me quedaron grabadas algunas palabras. Desde el momento en que leí la frase de don Giussani –que no es una simple frase, sino una verdadera aclaración de la verdad–, me hizo comprender el sentido de mi vida, el sentido de pertenencia: «Yo soy Tú que me haces (ser)». Lo que está entre paréntesis fue algo que añadió un buen amigo mío, y que me hizo comprender con más densidad el valor y la profundidad de esta frase. El poder afirmar que soy de Otro, no me llena de tristeza, sino de alegría, pues hay Alguien que me amó, me ama y me amará siempre. Esta Jornada me ha dado el deseo de permanecer unido para siempre a la comunidad. Además del encuentro de Juan Pedro conmigo, que ha supuesto un renacer de mi humanidad, la propuesta me ha dejado conmovido hasta lo más íntimo de mi ser. No puedo sino reconocer la presencia de Cristo, no puedo sino darle gracias por permitirme llegar hasta CL y, sobre todo, por amarme como Él lo hace. Repito las palabras de don Giussani: «Mi corazón está alegre, porque Cristo vive».
Alfonso, Puebla (México)
Testimonios
ESCUELA DE COMUNIDAD CON ALGUNOS ASTRONAUTAS
El libro The Home Planet, de Kevin W. Kelley y la “Association of Space Explorers” (Addison-Wesley Publishing, Nueva York y Mir Publishers, Moscu), publicado en 1989, recoge los testimonios de algunos de los astronautas que han viajado al espacio. Los astronautas, de distintas nacionalidades, revelan sus sentimientos y reflexiones (con fotografías inéditas) sobre tan singular experiencia, muchos de ellos con prolongada permanencia en el espacio y otros que han viajado a la Luna. Publicamos algunos fragmentos que documentan la experiencia de un asombro original.
Cuando volví después de 12 días de un viaje a la luna, podía apreciar pequeñas cosas como sentarse en una silla y sentir la presión en mi espalda, poder caminar en ropa normal, poder comer con un tenedor, acostarse y quedar en esa posición, oler cosas, apreciar las sensaciones de la tierra, escuchar sonidos, realmente. Estábamos en un ambiente en donde traíamos los sonidos con nosotros, porque el espacio no tiene sonidos es vacío. Esto es cierto igualmente en la Luna. Un mundo sin sonidos, sin olores, “sin sentido”.
James Irwin, EEUU
Llevábamos muchos tipos de grabaciones: conciertos, música popular pero al final del vuelo escuchábamos folclor ruso. También teníamos grabaciones de los sonidos de la naturaleza. El trueno, la lluvia, el cantar de las aves. Finalmente volvíamos frecuentemente a ellas y nunca nos cansábamos de ellas. Era como si nos llevaran de vuelta a la tierra.
Anayoly Berezovoy, URSS
Es imposible imaginar cuánto placer nos brindó este verde oasis de vida terrena. Llegamos incluso a decir «Ven vamos a dar un paseo al bosque». Para el ojo humano habituado a la vegetación en la tierra las plantas vivas dan tranquilidad. Aun durmiendo al lado de esos pequeños brotes, se dormía mejor.
Georgi Grechko, URSS
Un extraño sentimiento de dicha me invadió cuando el modulo aterrizó, giró y se detuvo. El clima era voluptuoso y olía la tierra indescifrablemente dulce y profunda y con viento, qué placer sentir el viento después de largos días en el espacio.
Andriyan Nikolayev, URSS
Al bajar estaba feliz de ver la tierra ya cubierta por la primera fina capa de nieve de otoño. Quería tirarme al suelo, abrazarla y apretar mis mejillas en ella.
Georgi Shonin, URSS
Cuando recuerdo mi caminata espacial y de aquellos instantes en que puedo darme cuenta de lo que realmente estaba ocurriendo en ese lapso de tiempo, en que una cámara no funciona. Miro y veo todo este espectáculo que se desarrolla bajo mis ojos, porque no estoy dentro de la nave, no hay ventanas por las que mirar hacia fuera. Estoy fuera, sin límites, viajando a 17 mil millas por hora, atravesando el espacio, el vacío y no hay sonidos. Hay un silencio de una profundidad que nunca has experimentado antes y este silencio contrasta fuertemente el escenario que estás viendo y la velocidad con que sabes que te estás desplazando. Y meditas acerca de esto y el por qué. ¿Es que me merezco esta experiencia fantástica? ¿Me la he ganado de algún modo? ¿Soy elegido por Dios para tener esta experiencia que otros no pueden tener? Y tú sabes que la respuesta es no. No has hecho nada para merecer esto, para ganártelo, no es algo dirigido especialmente para ti. Tú lo sabes en ese momento y te llega tan claramente... eres el elemento sensor del hombre. Miras hacia abajo y aquellos seres humanos son como tú, ellos son tú mismo y tú los representas en cierto modo. Tú estás aquí como el elemento sensor y esto me produce un sentimiento de humildad. Es un sentimiento, sientes que tienes una responsabilidad. No es para ti mismo. Es por esto que estás ahí fuera. Y ahí reconoces que eres una pieza dentro de la vida. Estás ahí al frente y tienes que traer algo de vuelta. Y esto se transforma en una responsabilidad muy especial, te dice algo acerca de tu relación con eso que llamamos vida. Y esto es un cambio, algo nuevo. Y cuando vuelves a tierra hay algo diferente en ese mundo. Hay una diferencia en la relación entre tú y el planeta, con todas las formas de vida en ese planeta, porque has tenido esta experiencia. Hay una diferencia para mí, divina.
Russel Schweickart, EEUU
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón