Un proyecto en África innova la elaboración del cacao, y así muestra un método que atrae la atención de los investigadores
Aconsejado por un amigo, el presidente de una conocida empresa líder en la producción de chocolate biológico, a la búsqueda de nuevos mercados para el aprovisionamiento de materia prima, decide, en diciembre de 2009, contratar a los responsables de una organización sin ánimo de lucro, la Fundación Spe Salvi, que desde hace algunos años sostiene actividades educativas en Uganda. De este encuentro algo casual nace la idea de un ambicioso proyecto para la elaboración de cacao en una de las zonas menos accesibles del África subsahariana, Bundibugyo, una aldea a pocos kilómetros de la frontera con el Congo.
Hay que afrontar muchos desafíos para obtener un producto de calidad: la fragmentación de la propiedad de los terrenos, la competencia de los agentes de las empresas multinacionales, y, sobre todo, los métodos inadecuados de elaboración utilizados por los campesinos ugandeses. Gracias a la contribución de Spe Salvi, que comparte su red de contactos en el territorio, y el sólido conocimiento de la empresa, madurado en años de trabajo en la República Dominicana y Perú, se llega a construir un centro de recogida para la elaboración del cacao. La realización de esta estructura permite a la empresa seguir la cadena de producción desde la recogida, con notables ventajas competitivas en términos de precio y calidad.
La pieza clave, sin embargo, es la implicación de los agricultores, acostumbrados hasta ahora a elaborar su cacao sin refinarlo, para venderlo después a bajo precio a los agentes internacionales. La propuesta es revolucionaria en su género: se compra a los campesinos el cacao recién recogido, evitando así los costes y riesgos de la elaboración, por un pago correspondiente al precio de los mercados internacionales. En el centro de recogida, construido con la ayuda de los expertos, se elabora el cacao con métodos seguros, y nuevos intermediarios italianos (que obrando así, ahorran cerca del 20% en el coste de la materia prima) adquieren el producto acabado, ya de alta calidad. Completan el cuadro de la intervención los cursos que Spe Salvi organiza para los campesinos, a cargo de agrónomos seleccionados en colaboración con las universidades. A un año de la puesta en marcha de la actividad, son ya más de cuatro mil los campesinos que han elegido trabajar con el centro de Bundibugyo y que ya no llaman a los blancos que lo visitan con el habitual apelativo de musungu (hombre blanco); se refieren a ellos llamándoles “Fabio”, el nombre del joven italiano, casado con una chica ugandesa, que dirige el centro. El proyecto ha atraído la atención también de los inversores extranjeros, que decidieron financiar la construcción del centro, con un discreto rendimiento. El Banco Mundial ha prestado su propia garantía como un seguro contra los riesgos políticos de una empresa de este estilo.
En Bundibugyo existe lo que muchos economistas ignoran: un acercamiento “subsidiario” (es decir, que tenga en cuenta todos los intereses de los implicados, desde los campesinos hasta los inversores) que sabe valorar cada contribución y ponerla en un sistema de relaciones.
*Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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