La visita a Irlanda y el único sentido de su empeño: Cristo es el fundamento para comprender la realidad
Juan Pablo II ha encarnado la idea de una fe fuerte, que no se puede reducir a un bien accesorio sino que fundamenta una comprensión coherente de la realidad. Éste fue el significado de su empeño con la política global, el objetivo de su agudo sentido de la justicia social y el origen de su insistente condena de cualquier abuso de la sexualidad humana.
A veces la opinión pública tenía cierta confusión al respecto. Si por una parte casi todos le han amado, atraídos por su fuerte personalidad, por otra muchos católicos han querido distanciarse de su inflexibilidad en proponer esas enseñanzas de la Iglesia consideradas fuera de moda. Esta posición “conservadora”, reflejada constantemente en los mediaos, no siempre se ha tomado al pie de la letra.
A menudo los titulares sobre sus viajes pastorales se concentraban sobre temas que sintonizaban con ciertos líderes políticos más que con el Vicario de Cristo, desvirtuando de esta manera la coherencia entre su vida y su enseñanza.
En mi país, por ejemplo, cuando el Papa vino en 1979, el mensaje que se quedó fue el de la paz. Hablando en Drogheda, al confín con Irlanda del Norte, el Papa suplicó de rodillas que los protagonistas de aquel conflicto feroz abandonaran el camino de la violencia.
Podemos mirar esos eventos como algo casual, pero comprobamos que dos décadas después, el deseo del Papa se ha cumplido, a lo mejor no del todo, pero ciertamente mucho más de cómo muchos podíamos esperar aquel día.
Volvamos un momento a un hecho que pasó casi desapercibido en el viaje del Papa a Irlanda: «No perdáis la esperanza de que mi visita pueda llevar fruto, que mi voz pueda ser escuchada». Fue como si dijera: «Todo es posible».
En 1984, durante el encuentro con ocasión del treinta aniversario de Comunión y Liberación, se dirigió a los miembros del movimiento con estas palabras: «Jesús, el Cristo, Aquél por quien todo fue hecho y en quien todo subsiste, es el principio interpretativo del hombre y de su historia. Afirmar humildemente, pero con igual tenacidad, a Cristo como principio y motivo inspirador del vivir y del obrar, de la conciencia y de la acción, significa adherirse a Él para hacer presente de manera adecuada su victoria sobre el mundo. Actuar a fin de que el contenido de la fe se convierta en inteligencia y pedagogía de la vida es la tarea cotidiana del creyente, que debe llevarse a cabo en cada situación y en cada ambiente donde está llamado a vivir».
¿Entendéis? Cristo es el centro de la historia. El cristianismo no es simplemente historia pasada, sino actualidad. Dios está presente en el mundo y escucha nuestras súplicas. Si podemos cultivar una concepción de razón que se abre a esta posibilidad, entonces todo lo demás es posible.
Pero, si es así, la conclusión es sencilla: ¿podemos seguir hablando de una política separada de la realidad, y de la realidad separada de Cristo?
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