Han cruzado el océano para acudir a una asamblea de responsables, pero sobre todo para estar con el padre Aldo, «disfrutando del espectáculo» de las obras que hace el Señor. Un viaje en compañía de personas cuya forma de vida es un «sí» radical a Cristo. Un sí que hace florecer la vida
«¿Por qué hemos venido desde el otro extremo del mundo?». La pregunta es más que legítima. Tres días al otro lado del océano en los que no hubo ninguna reunión, ni se han tratado asuntos organizativos. Sin embargo, se trataba de una asamblea de responsables. Objeto: la Fraternidad San José, una compañía de 500 personas que entregan su vida a Cristo en virginidad, una compañía nacida del carisma del movimiento y que ha llegado ya a cuatro continentes. A primera vista, algo difícil de manejar. «Y sin embargo, la única propuesta ha sido: mira y disfruta del espectáculo», nos cuenta el padre Michele Berchi, rector del santuario de Oropa, quien desde hace tres años acompaña a esta Fraternidad. «Porque ser responsable significa no tener miedo de ir a buscar a Cristo allí donde actúa». Ése es pues el corazón de la San José: «Decir al mundo: “Mi casa está donde estás Tú, Señor”». Y realmente es así, en sentido literal. Quien forma parte de ella dice un «sí» total a Cristo, aun permaneciendo en su condición de vida normal: sin cambiar de trabajo, sin irse a vivir a otra parte, sin llevar una ropa especial. Es la conciencia de que «basta el Bautismo para vivir de Él», explica el padre Gianni Calchi Novati, que guió la Fraternidad desde 1996 hasta 2008.
Precisamente para ver lo que significa «vivir de Él», a comienzos de marzo una veintena de personas entre responsables y amigos de la San José viajaron a Paraguay, a 12.000 kilómetros de distancia para «gozar del espectáculo de lo que hace el Señor». Visitaron al padre Aldo Trento, que en la parroquia de San Rafael, en Asunción, ha puesto en marcha una clínica para enfermos terminales (actualmente, se está construyendo un edificio con el doble de número de camas; el pasado 25 de marzo se bendijeron las obras), un colegio, una casita para ancianas a las que ya nadie quiere, un apartamento para los vagabundos y tres casitas para niños huérfanos o abandonados (ver Huellas, n.8/2009). Un trocito del Paraíso en uno de los países más pobres de América Latina que te hace tocar con la mano «lo que nace de un yo renacido en un encuentro», como explica el padre Aldo. De hecho, el verdadero espectáculo no es él, ni sus obras, sino él conmovido por Cristo, ya sea celebrando la misa con los enfermos, ya sea haciendo de guía a una reducción fundada por los misioneros franciscanos.
¿Pero qué es lo que ha empujado a estas personas hasta Asunción? «Todo nació hace dos años», nos cuenta Adele, directora de un instituto y miembro del grupo directivo de esta Fraternidad. «Estábamos con el padre Berchi en Paraguay y fuimos casi por casualidad a San Rafael: nos quedamos impresionados, como Juan y Andrés». De ahí la idea: «En vez de discutir entre nosotros, ayudémonos a mirar las obras que hace el Señor». En el fondo, es la misma razón por la que don Giussani quiso que naciera la San José (los primeros encuentros fueron en 1985, aunque sólo nueve años después tomaría su nombre definitivo): «Una compañía para sostener la vocación individual», explica el padre Michele. «Todos los hombres están destinados a vivir la virginidad, la gratuidad, también los casados. Pero algunos tienen la tarea de ser el signo de este ideal para todos, como una bandera visible para todos. Y quienes están llamados a esta vocación individual, se ayudan entre ellos». Al principio, don Giussani «propuso este camino a cuatro personas, de entre 34 y 40 años», recuerda Adele, que pertenece a la San José desde 1990. Según los estatutos, quien tuviera más de 35 años no podría entrar en los Memores Domini, y, además, su regla implica la vida común. «Pero esto fue sólo la ocasión; el verdadero motivo era más profundo: don Giussani deseaba que floreciese una realidad vocacional radical, en la certeza de que Cristo basta para vivir. Más allá de toda estructura». Una forma esencial a la que, con el tiempo, se ha podido adherir incluso quien vivía una situación particular por su condición laboral o familiar... «Por eso quería acompañarnos en persona. Y, como no sabía cómo se desarrollaría, repetía siempre: esta Fraternidad que llega hasta el capilar último de la compañía cristiana, hasta el individuo, será una respuesta a la necesidad de la Iglesia en el mundo».
Sin límites. En todo este tiempo, la Fratenidad San José ha llegado a medio mundo, de EEUU a Japón, de Rusia a Uganda. La regla se reduce al mínimo, a lo esencial: la Misa, el rezo de las Horas y un tiempo de silencio cada día, tres retiros al año y un momento de encuentro cada dos semanas, por grupos, mientras que con una cuota del diezmo se contribuye a un fondo común. «Es una vocación sin límites», comenta el padre Michele. Él lo ha visto bien con una artista que, entre ensayos y conciertos, no podía nunca participar en los retiros. «Pensaba: ¿qué se necesita para pertenecer a esta Fraternidad? Cuando hablamos de ello con Julián Carrón, le dio la vuelta a todo: “El punto no es lo que se le pide a esta mujer para formar parte de la San José, sino cómo la San José puede ayudarle a vivir sus circunstancias particulares”. En ese momento se me abrió de par en par un mundo».
Nada es obstáculo para vivir de Cristo. Te aferra allí donde estás. Como le sucedió a Silvia, que trabaja de comadrona y vive con sus dos hijos. «Por la mañana ayudo a otras madres en el ambulatorio, por la tarde soy yo la madre entre los fogones», nos cuenta mientras da de comer a uno de los huérfanos del padre Aldo. Cuando se casó, por lo civil, no quería saber nada ni de los curas ni de la Iglesia. Después, dos compañeras le dieron a conocer la fe: «pero mi marido no lo aceptaba: “Escoge: o tu Dios o yo”, decía. Hasta que pidió la separación». Y la dejó. Fue un sacerdote quien le indicó otro camino: «En 2003 pedí entrar en esta Fraternidad. Ahora puedo decir: verdaderamente Cristo te vuelve a aferrar, sea lo que sea lo que hayas hecho». Así, mientras para los compañeros sigue siendo una mujer separada («aunque a veces no se expliquen mi alegría: “¿No te habrás vuelto a casar?”), ella ya no es la misma: «Un día mi hijo me dijo: “Qué estupendo sería que también papá viviera lo que vives tú”».
Porque Dios es capaz de hacerte florecer de nuevo. «Incluso aunque pensaras que la partida ya había acabado», explica Luca mientras nos llevan a visitar la misión de los franciscanos en Yaguarón. Cuando un amigo le habló de la San José, tenía 57 años y un matrimonio anulado a sus espaldas. «Se lo conté a don Gianni y todas mis objeciones cayeron. Mediante esta propuesta se renovó toda la fascinación de cuando, cuarenta años antes, había conocido el movimiento: todo se dejaba a mi libertad y podía decir “sí” en cualquier circunstancia, sin necesidad de nada más». Ni siquiera el fracaso tenía la última palabra: «Dios te salva usando también esa circunstancia», dice el padre Berchi: «Experimentar una victoria en la misma derrota es el signo de Su presencia».
Con pasteles. La vida, en compañía de Cristo, «es realmente bella y llena de sentido». Seguía repitiendo de este modo, unas semanas antes de morir, Rita de San Giovanni a Piro, 4000 almas en el Sur de Salerno. Durante casi sesenta años había tenido que convivir con una poliometis que, en el último período, le impedía moverse. Sin embargo, era una referencia para todo el pueblo, y muchos jóvenes iban a verla a todas horas. Decía: «Yo estoy agradecida por todo: ¿os dais cuenta de que tengo a Jesús?». Entró en esta Fraternidad en el último año de su vida, aunque nunca participaría en ningún retiro: los seguía mediante las grabaciones que le enviaban por correo. Y había que ver cómo atendía a su hermano, desde el 2003 en diálisis: «Para mí es como estar con el Señor en el Calvario». El primero en ver el cambio de Rita fue él. Cuando sus amigas de la San José venían a verla (las reuniones se tenían siempre en casa de Rita), yo me iba a comprar pasteles: «“Hay que celebrarlo”, decía: “También son mis hermanas, ¿no?”. Rita comprobó realmente lo que es una Fraternidad de carne y hueso».
La de Rita es una vida fuera de lo común, pero en el fondo la historia de cada uno es un verdadero milagro. Ángela, empleada en una fábrica de lámparas, desde 1990 lleva en el corazón las palabras de uno de sus amigos más queridos: «La plenitud de la vida, que veremos más allá de la muerte, está en la virginidad». Él moriría a los 19 años de un tumor; ella entraría en la San José.
Nada más acabar la licenciatura Barbara encontró un buen trabajo y se sentía «en su sitio». Pero un verano fueron suficientes dos bromas con una amiga de la San José «para hacerme caer del caballo. Me preguntaba: ¿por qué me atraen tanto estas personas?». O Gabriele, que durante años tuvo todas las mujeres que quiso: «Pero la vida era insoportable». Hasta que decidió volver a la Iglesia, intuyendo después que «sólo en la virginidad podría poseerlo todo».
A 12000 kilómetros de distancia, las historias cambian, pero el corazón humano es el mismo: Él te aferra allí donde estás, tal y como eres. Lo repiten los enfermos de SIDA que viven en la granja del padre Aldo. Catorce hectáreas de palmeras, naranjas y bananeros a una hora de Asunción. Te reciben con cerveza y carne a la brasa. Y, después de comer, Tomás cuenta su historia. De cuando pesaba 30 kilos y del lugar que lo acogió («la clínica a quien pertenezco», se le escapa decir). Y añade: «Yo doy gracias por el SIDA: fue lo que me llevó a conocer a Cristo». También por este «espectáculo», valía la pena venir desde el otro extremo del mundo.
FRASES DESTACADAS
Todos son llamados a la virginidad, también los casados. Pero algunos tienen la tarea de ser signo de esto, como una bandera
Don Giussani quería acompañarnos en persona. Decía que esta Fraternidad será la respuesta a la necesidad de la Iglesia en el mundo
En esta propuesta volvía a experimentar toda la fascinación del encuentro: todo se dejaba a mi libertad, podía decir «sí» allí donde estaba
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