Tres días. Igual que el fin de semana anterior, culminaban la Semana Santa. El viernes, llegada a Rimini, el domingo vuelta desde Roma. En medio, los Ejercicios Espirituales de la Fraternidad de CL y la Beatificación de Juan Pablo II. Días intensos, y mucho más de lo que uno podía imaginarse. Quienes han estado lo pueden corroborar: han sido dos gestos ligados por una larga noche en blanco, que daban forma a un sólo hecho destinado a permanecer en la memoria. ¿De qué naturaleza ha sido este hecho? ¿Con qué palabras podríamos expresarlo?
Hacia el final de los Ejercicios, don Julián Carrón ha citado una antigua expresión de san Ambrosio: «Ubi fides, ibi libertas». Donde está la fe, está la libertad. Es el último tramo, casi el punto culminante, del recorrido desarrollado en Rimini. Y es también «la fórmula sintética de lo que estamos persiguiendo en este tiempo», observaba recientemente Carrón hablando con un grupo de responsables de CL. El motivo es bien sencillo: «El despertar del yo se pone de manifiesto en la libertas; que hay fe se comprueba por la libertad que suscita». La capacidad de estar en la realidad, en la vida cotidiana, asumiendo con libertad los límites y las contradicciones que ésta nos impone pero manteniéndonos libres, sin que todo lo demás nos determine, «viene sólo de la fe». En El sentido religioso don Giussani dibuja un círculo que representa el mundo, con un puntito dentro, que eres tú. Si este puntito no tuviera relación con un factor “X” que está fuera del círculo, que no le pertenece, estaría a merced de las circunstancias. El círculo se mueve y tú vas detrás de él. En cambio la relación con esa “X” que representa el misterio de Dios te da una estabilidad y una consistencia que ninguna oscilación puede alterar.
Es una lógica férrea, difícil de objetar. Sin embargo, lo mejor no es el esquema, tan sencillo y certero. Ni la explicación tan clara en esas páginas. Lo mejor es que la libertad, tal como allí se describe, sólo puede acontecer. Precisamente porque esa dinámica es verdadera, sólo puede acontecer. No basta una fórmula para tener libertad. «Hace falta una fe que, como dice don Giussani, sea una experiencia presente, que encuentre su confirmación en la experiencia misma», añadía Carrón en ese diálogo: «De lo contrario nunca tendríamos libertad, y por lo tanto no sería posible generar un sujeto como Juan Pablo II: el santo, un hombre que realiza lo humano».
Necesitamos que esa “X” esté aquí, ahora. Ese ubi, ese “donde” – un lugar, un punto en el tiempo y el espacio –, es fundamental. Sólo así se puede derrotar la ideología, que de lo contrario arrastraría inevitablemente. No por maldad, sino porque sería inevitable. «En este sentido – seguía observando Carrón –, es lo menos moralista que existe. Ubi fides, ibi libertas. El problema no es el moralismo, es la fe; el problema no es la insistencia moral, es la fe. El problema es si estamos dispuestos a hacer ese recorrido de la fe que permite experimentar con sorpresa la libertad, la flor más desconocida que exista, tan imposible es para el hombre».
Ubi fides, ibi libertas. En estos días en donde aflora con toda evidencia la sintonía, casi la afinidad de recorrido entre la experiencia del movimiento, el magisterio de Benedicto XVI y el testimonio imponente de Juan Pablo II, llama la atención que hace seis años, poco antes de suceder al Papa Wojtyla, el entonces cardinal Joseph Ratzinger citara en una homilía esa misma expresión de san Ambrosio, explicándola así: «La libertad, para ser verdadera tiene necesidad de la comunión, pero no de cualquier comunión, sino en último extremo de la comunión con la verdad misma, con el amor mismo, con Cristo». Era la homilía del funeral de don Giussani, que sigue teniendo vigencia hoy.
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