INVERSIÓN DE RUTA
La carretera que corre paralela al Naviglio está inmersa en la oscuridad. Pocas farolas la iluminan. Milán queda atrás, como un puntito lejano. Don Flavio, al volante, escucha a Greta, que habla sin parar. Unos días antes, le había llamado: «Don Flavio, ¿quieres venir a la presentación de El sentido religioso en el Palasharp?». Desde que conoció a estos nuevos amigos del movimiento, Greta no puede ir tan a menudo a la parroquia de la que Don Flavio es coadjutor, pero su relación no ha decaído. Al contrario, ahora es más profunda. «De acuerdo, voy». No se perdió ni una palabra. Ni la ocasión de mirar a todos los amigos con los que Greta se detuvo al final del encuentro. Quería conocerles, preguntarles.
El viaje es largo. Ella sigue hablando de su vida: el estudio, la universidad, los amigos de la parroquia con los que ha retomado la relación… De repente él la interrumpe: «Greta, me sorprendes. Te veo distinta. Hace un año, al principio, estabas entusiasmada. Pero ahora te veo feliz. Eres más tú. Transmites tu experiencia con más calma, pero también con mayor profundidad». Greta escucha, y calla.
En el último tramo, el coche tiene que reducir la marcha. Un camión, que va delante, avanza muy despacio. Al final, enciende las luces de emergencia y se detiene. «Don Fla, me temo que se ha perdido». «Eso parece. Vamos a ver». Baja la ventanilla y pregunta: «¿Necesitas algo? ¿A dónde vas?». El camionero señala en un papel el nombre del pueblo y de la calle. Claramente, no es italiano. «Debe estar por aquí cerca, pero no sé bien dónde», dice Greta. Don Flavio saca el navegador de la guantera e introduce la dirección. «Es complicado de explicar. ¿Qué te parece si le acompañamos? Está más lejos de tu casa, llegarás tarde…». «Da igual, está bien. Vamos». Con palabras y gestos hacen entender al camionero que les siga. Lentamente prosiguen su viaje, con los ojos puestos en el espejo retrovisor para no perder de vista al camión. Llegados a un cierto punto, Don Flavio gira y Greta le pregunta: «¿Por qué vamos por aquí? Podíamos seguir recto». «Sí, lo sé, pero este camino es más ancho, el camión es grande y así al conductor le costará menos». Y después de unos segundos, añade: «¡Quién lo habría dicho! Yo que siempre he desconfiado de los camioneros… ahora estoy aquí, a estas horas de la noche, de paseo por el campo». «Ya, quién lo habría dicho. ¡Hemos llegado! Ésta es la fábrica que nos indicó en el papel».
Se detienen. don Flavio baja la ventanilla para despedirse. «Has llegado». «Gracias». «¿De dónde eres?». «Alemán». El hombre le hace señas para que espere, desaparece un momento dentro del camión y al rato baja con dos dulces. «Gracias de nuevo. Esto es para vosotros». «Auf Wiedersehen».
Dan media vuelta, y se van. Media hora de camino, cuarenta minutos como mucho. Pero serían distintos sin que aquello hubiera sucedido. Greta lo piensa, y suelta: «¡Qué bonito lo que nos ha pasado!». «Sí. Yo nunca lo habría hecho, pero pensando en esta tarde, en lo que he visto y escuchado, no he tenido duda alguna».
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