LIBRO RECOMENDADO
JOSEPH RATZINGER (BENEDICTO XVI)
Luz del mundo
El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald
Herder, Barcelona 2010
pp. 228 – 15,00 €
«No pensaba en hacerme católico más de lo que pudiera pensar en hacerme caníbal. Me limitaba a suponer que también a los caníbales hay que hacerles justicia… pero con la Iglesia Católica es imposible ser justo sin más. En el momento en que los hombres dejan de arremeter contra ella, se sienten atraídos por ella. En el momento en que cesan de vociferar contra ella, empiezan a escucharla con gusto. En el momento en que tan sólo intentan ser justos con ella, le cogen afecto».
Chesterton describe con estas palabras su postura antes de hacerse católico. Nos puede dar una pista para comprender el éxito editorial de Luz del mundo, el último libro de Benedicto XVI, que ya ha superado el millón de copias vendidas. Un eco de ese juicio, aunque sin la ironía y la profundidad chestertonianas, lo había adelantado The Telegraph cuando terminó la visita del Papa a Inglaterra: «Alguno ha podido sentirse ofendido por estas palabras, dado el fracaso del Vaticano –ahora reconocido correctamente por Benedicto XVI– a la hora de gestionar los graves crímenes de una pequeña minoría del clero. Pero sospechamos que han sido muchos más los que han apartado sus reservas respecto a la Iglesia y se han confesado a sí mismos: “Tiene razón”». Basta otorgar a Benedicto XVI un pequeño margen de respeto para que se traduzca en una atracción intelectual y afectiva.
¿Qué es lo que ha cautivado a los lectores? Lo primero que se impone en el libro, antes de cualquier palabra, es la presencia misma del Papa, su humanidad. Nos ha consentido acceder a su vida en familia, a sus aficiones y a sus gustos. Se ha expuesto en primera persona, desde el shock que le supuso conocer la decisión del cónclave, hasta la humildad con la que acepta que en algunos asuntos delicados se han cometido errores. Igualmente nos ha permitido participar de su apertura ante las grandes cuestiones que la sensibilidad humana plantea hoy, y de la firme claridad con la que enseña las verdades doctrinales y morales de la fe cristiana.
El libro ratifica que los hombres de nuestro tiempo escuchan a los maestros cuando son testigos, como decía Pablo VI. La primera evidencia que se desprende de la entrevista es que Benedicto XVI es un testigo formidable de la fe cristiana, no sólo porque corrobora sus palabras con su vida, o porque sabe combinar lo “teórico” con lo “existencial”. Es testigo en sentido pleno porque a todos los que le hemos concedido ese espacio de benevolencia inicial nos ha “obligado” a medirnos con la verdad del hombre y con la verdad de Dios que se nos comunican en Cristo y su Iglesia.
El Papa reivindica la grandeza y amplitud de la razón humana, de la que habla con respeto también cuando la ejercen hombres de otras culturas o tradiciones. Por eso, a mi parecer, se hace eco de la conocida tesis de Habermas sobre la necesidad de una “traducción” de los misterios de la fe para el debate público en las sociedades plurales de occidente. En segundo lugar proclama, sin solución de continuidad, que la razón humana sólo alcanza toda su dignidad cuando se abre a la posibilidad de una manifestación de Dios en la historia, de un Acontecimiento que exceda las medidas y los criterios que la sola razón puede ofrecer. Por eso reivindica la necesidad de presentar integralmente la fe cristiana a nuestros contemporáneos.
Espero que la entrevista siga despertando en muchas más personas esa actitud de justicia, como inicio de la benevolencia con la que se puede acoger al otro por lo que es, por lo que dice y hace. Así se llega, casi irresistiblemente, al afecto por la Iglesia.
(Javier Prades)
Paul Bourget
Nuestros actos
nos siguen
Monte Carmelo, Burgos 2010
pp. 359 – 20,00 €
Como toda obra que es verdadero arte, el libro Nuestros actos nos siguen, apenas traducido al español, enciende una chispa que nos permite el acceso al misterio, a la totalidad del ser. ¿Dónde se enciende esa chispa? ¿Qué misterio y qué totalidad?
«¡Ese hombre eres tú!». Sólo ante esa recriminación de Natán, David cayó en la cuenta de quién era él y de qué había hecho. Hasta ese momento vivía en la nube de una ingenuidad que se escondía en el anonimato. El profeta le obligó a responder, y de esta forma pudo reconocer la tragedia que había provocado.
Georges Muller, padre del protagonista en la novela de Bourget, también pretendió ocultarse en el anonimato, y fue la vida con sus avatares la que le encaró con su misma vida, posibilitando un nuevo parto en el que el nasciturus solamente verá la luz si aporta de lo suyo, dando sentido a lo que vive. El acto que Georges Muller había perpetrado en su juventud le seguía más de lo que él pensó en un inicio y más de lo que él quiso.
Nuestros actos nos siguen. No lo podemos negar. Pero, ¿hasta dónde nos siguen? Pequeños ingenuos que juegan con bolas de nieve en la cumbre escarpada de la montaña: eso es lo que somos. Y nos despertamos siendo arrastrados por las avalanchas que hemos provocado.
«¡Fuera, fuera, mancha maldita! ¡Fuera te digo!... ¡Qué oscuro es el infierno!... ¿Por qué temer que se sepa cuando nadie nos puede pedir que rindamos cuentas...? ¿Quién se iba a imaginar que el viejo tuviera tanta sangre en el cuerpo...? ¡Oh! ¿No quedarán limpias nunca estas manos...? Todavía el olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia no podrán desinfectar esta pequeña mano». Inútil el intento de Lady Macbeth. Porque «lo que ha sido hecho no puede ser deshecho» (Macbeth, Acto V, Escena I).
Entonces, ¿somos víctimas de nuestra ingenuidad, de nuestra ambición, de nuestra mediocridad, de nuestra debilidad? Es cierto que somos hijos de nuestros actos. Es cierto que somos nuestros propios progenitores, pues cada uno se da a luz actuando. Y, ¿qué hacer con lo que de errado hemos construido? ¿Sólo nos queda sufrirlo?
La respuesta que da Paul Bourget es triple, y corresponde al modo de situarse de los tres protagonistas ante la tragedia. Está en primer lugar el intento de resolver la cuestión humanamente, como Patrick, el hijo de Georges Muller. Es la solución que afronta el problema desde el punto de vista técnico, como lo podría hacer un alumno de Williams James o uno que se entrega al social work. Con ello sólo se llega a actuar “ante sí mismo”, como titulaba Georges Muller su diario íntimo. Está, en segundo lugar, el intento de resolverla prescindiendo de lo humano, como pretendían Martial y el grupo de revolucionarios franceses que encuentra Patrick en torno a aquella librería de París. Se trata de hacer estallar una sociedad para que nazca otra nueva. Con ello la persona individual se pierde en aras de un porvenir ficticio, como sucede al revolucionario suicida Ulianow. Ni una ni otra tienen en cuenta el misterio del hombre.
La tercera solución aparece inesperada en la respuesta de Marie-Jeanne, la joven que encuentra el mismo Patrick en París; la joven que, como Georges Muller, quiere también limpiar la mancha dejada por sus actos. Pero en Marie-Jeanne encontramos algo nuevo. Ella resuelve el problema tratando de unirse a la novedad de algo que Otro ha hecho por todos; ese Otro cuyo acto nos sigue en una forma nueva, porque fecunda nuestra vida. Y así, ella reconoce que su vida se desarrolla “delante de Dios”, como reza el testamento que Marie-Jeanne dejará al final de la novela.
De este modo, “delante de Dios”, la obra alcanza su sentido. Las anotaciones de Georges Muller reflejadas al inicio de la obra señalan el tema musical que sólo al final se resolverá: ponen en evidencia en qué modo la vida espiritual y la energía que conlleva, no proviene, es cierto, de nosotros, pero no se da tampoco al margen de nosotros. Y es que en ella alcanzamos nuestra verdadera identidad y nuestra vida resuelve su trama. La intriga de esta novela metafísica quiere revelar el manifestarse de Dios en la vida, en aquellos actos que nos siguen, pero que no nos siguen para destrozarnos, sino para engendrarnos a una realidad nueva, la auténtica realidad: la realidad de Dios.
(José Noriega)
Miguel Delibes
El tesoro
Destino 2010
pp. 144 – 15,00 €
Un hombre que ara en un cortafuegos de un monte pone al descubierto un tesoro celtibérico todo encerrado en una tinaja. Llegar al fondo de nuestras propias raíces es hermoso, pero no todo es fácil y apasionante, y la palabra tesoro ya es por su ampulosidad sinónimo de conflictos. Los aldeanos, que vigilan y olfatean, sólo ven en las excavaciones a unos hombres raros que quieren robarles lo suyo, otros tesoros, y se va creando un cerco, una tensión peligrosa que puede estallar en cualquier momento. En esa zona de la Castilla pobre es inútil hablar de ciencia o cultura, y las pasiones son siempre elementales. Por eso, Miguel Delibes da a cada personaje su valor auténtico, y además de poner de manifiesto el abandono campesino nos muestra a la gente del pequeño pueblo tal como es. Entre la codicia, la sospecha y el a veces excesivo celo de la prepotente administración quedará poco margen para un plausible protagonismo de la sufrida arqueología.
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