Benedicto XVI ha viajado a Turquía para dar su testimonio. Ha realizado un gesto en contra de la enemistad. El Papa ha abordado algunos de los problemas más candentes de nuestra época: la relación entre identidades distintas, la libertad religiosa, los derechos humanos, el ecumenismo y las grandes cuestiones geopolíticas. Pero, sobre todo, ha mostrado con gestos y palabras cómo afronta un hombre de fe esos problemas. Problemas que a gran escala reflejan aquellos –tanto interiores como exteriores– con los que nos topamos todos día a día. El mal genera y propicia la enemistad. Con sus palabras y sus gestos el Papa ha testimoniado qué clase de positividad inextirpable domina el corazón de un cristiano, orientándolo siempre a obrar en favor del bien. Turcos, árabes y europeos, simples ciudadanos e intelectuales, han observado que el Papa ha sido sencillo y directo. En virtud de su fe y de su responsabilidad ha sido capaz de acogida y diálogo, realizando verdaderos encuentros. La raíz de esta actitud no es ninguna estrategia de comunicación, ningún cálculo político, sino la paz de la fe.
Pero, ¿qué es la paz de un hombre de fe? ¿Una imperturbabilidad? ¿Ausencia de conflictos? ¿Sentirse ajeno a las contradicciones de la historia? Él mismo se lo dijo a la pequeña comunidad cristiana que vive en esos lugares, que san Pablo visitó y en donde María habitó. «Él es nuestra paz» ha sido el lema de su viaje apostólico. Comentando el pasaje de Pablo donde el Apóstol de las gentes utiliza esta expresión, Benedicto XVI dijo: «Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo no sólo afirma que Jesucristo nos ha traído la paz, sino además que él «es» nuestra paz. Y justifica esta afirmación refiriéndose al misterio de la Cruz: derramando «su sangre», dice, ofreciendo como sacrificio «su carne», Jesús destruyó la enemistad «para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo» (Ef 2, 14-16). El apóstol explica de qué forma, realmente imprevisible, la paz mesiánica se realiza en la persona de Cristo y en su misterio salvífico. Este «misterio» se realiza, a nivel histórico-salvífico, «en la Iglesia», ese nuevo Pueblo en el que, destruido el viejo muro de separación, se vuelven a encontrar en unidad judíos y paganos. Como Cristo, la Iglesia no es sólo un «instrumento» de la unidad, sino que es también un «signo eficaz». Y la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia es la «Madre» de ese «misterio de unidad» que Cristo y la Iglesia representan inseparablemente y que edifican en el mundo y a través de la historia.».
El mal –que nos hace daño porque introduce la sospecha que nos aleja del otro– es vencido por Cristo, que sufrió hasta la muerte en cruz pero no se dejó dominar por él, tan fuerte era su vínculo con el Padre y con los hombres.
El testimonio del Papa, a quien ahora todos reconocen como hombre de paz, arraiga en la conciencia del significado del Bautismo. Nosotros sufrimos cada día en nuestra propia carne cuan fuerte y corrosiva es la enemistad. Para muchos este es el rostro verdadero y definitivo de la vida humana. Presa de la enemistad, la vida se debate inútilmente creando vínculos, leyes y costumbres que limiten sus daños y otorguen a los más fuertes una existencia sin demasiadas complicaciones. El Bautismo subvierte esta visión. No abandona la vida en manos de la enemistad, del sabor amargo y del comportamiento violento que ella genera. La extirpa de raíz.
«Al recibir el sacramento del Bautismo –dijo el Papa en la catedral de Estambul– todos hemos sido sumergidos en… ». El testimonio del Papa es el mismo de tantos cristianos sencillos que asumen el significado de su propio Bautismo: cuando un hombre deja entrar en su vida la positividad que es Cristo se convierte en una presencia original y no meramente reactiva frente a las circunstancias. El viaje a Turquía lo ha puesto de manifiesto ante todos, reclamando a los cristianos a su extraordinaria misión, la de ser colaboradores de la voluntad del Padre que quiere el bien para el mundo. Y nos invita a gustar la victoria sobre el mal ya desde ahora, siguiendo el camino que nos ha señalado Benedicto XVI: «La Buena Nueva no es simplemente una Palabra, sino una Persona, ¡es Cristo mismo!». Os deseamos una Feliz Navidad.
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