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Huellas N.11, Diciembre 2006

IGLESIA Europa / Entrevista a Péter Erdö

Budapest 1956. «La gente nos saludaba desde las ventanas»

a cargo de Mariella Carlotti

La revolución del 56 por las calles de Budapest en el recuerdo de un joven húngaro obligado a la huir por la presencia de los tanques de Moscú. Médico y cónsul honorario de Hungría, conmemoró aquellos eventos en Florencia el pasado mes de octubre

Ferenc Ungar, nacido en 1936, recuerda bien aquellos lejanos días del 56 en Budapest. Nos recibe en su casa de Florencia, en donde reside desde hace ya decenios. El pasado 27 de octubre el Ayuntamiento de Florencia quiso que fuera él quien recordara en el Palazzo Vecchio los días de la revolución húngara.

¿Cómo era su vida en Budapest en 1956?
Tenía veinte años: en 1955 había terminado el colegio y había intentado entrar en la facultad de Medicina. Deseaba ser médico desde pequeño. Hice bien el examen de admisión, pero no fui seleccionado. Era previsible: por aquel entonces era muy rigurosa la selección para la universidad, rigurosa desde el punto de vista político, no científico. Entonces me enviaron a trabajar, junto a otros aspirantes universitarios, a una fábrica.

¿Qué recuerda de la revolución de otoño del 56?
Para mí todo empezó el 23 de octubre con una manifestación de universitarios por las calles de Budapest. Una delegación de universitarios, que desde hacía tiempo se aglutinaba en torno al Círculo Petofi, había venido a invitarnos también a nosotros, que trabajábamos en la fábrica: nos dijeron que nos consideraban estudiantes como ellos. Avanzábamos ordenadamente en silencio en filas de diez –yo iba en la tercera fila– detrás de una pancarta en la que se leía: “Libertad y democracia”. Me llamó la atención que la gente se asomaba a las ventanas y nos saludaba, y que muchas personas empezaron a seguirnos. El cortejo crecía. Las mujeres bajaban a la calle y nos daban escarapelas tricolores húngaras, símbolo de la revolución de Budapest de 1848: era un momento apasionante. Caminamos por las calles de Budapest durante toda la tarde. Al final llegamos a la gran plaza del Parlamento, que estaba abarrotada de gente. Por la noche, hacia las 21.00 horas, intervino Imre Nagy: habló de elecciones libres, de democracia. Mientras, una delegación intentó leer un comunicado por la radio: la policía política empezó a disparar justamente ante la sede de la radio. Toda la muchedumbre se dispersó por la ciudad. Aquella noche fue abatida la estatua de Stalin, construida sobre el lugar en el que antes se hallaba una iglesia católica que había sido demolida. El ejército húngaro a las órdenes de Maleter y la policía se unieron a los manifestantes. Ondeaban las banderas húngaras con un agujero en el centro: habían arrancado el símbolo comunista con la hoz y el martillo. Los soviéticos parecían desorientados, inciertos sobre lo que debían hacer ante la imprevisión de lo que estaba sucediendo. Los combates se prolongaron en toda Hungría hasta el 28 de octubre, cuando Imre Nagy, nombrado el 24 de octubre primer ministro del gobierno provisional, ordenó el alto el fuego porque los soviéticos habían comenzado a retirarse. El 31 de octubre Nagy anuncio la retirada de Hungría del Pacto de Varsovia. Eran días de euforia frenética: estábamos convencidos de haber ganado, en todos se producía la impresión de que el sueño se había cumplido. Un sueño que se rompió el 4 de noviembre con la irrupción por la fuerza del ejército soviético.

¿Qué decisión tomó cuando entraron los tanques soviéticos?
El 10 de noviembre la revuelta ya había sido reprimida por los soviéticos. Entonces me plateé el problema de qué hacer: tenía mil motivos para marcharme y ninguno para quedarme. La mañana del 20 de noviembre huí con un gran amigo, un compañero de colegio. Escapé sin despedirme siquiera de mi madre: no podía decirle que huía, sin saber a dónde, sin saber qué pasaría. Pero mi madre había comprendido y, sin decirme nada, me había preparado en la habitación ropa de abrigo y una imagen de un santo. Un camionero nos llevó hacia la frontera, junto a una treintena de jóvenes, pero a unos 30 km. de la frontera la policía nos detuvo. Nos dijo que nos llevarían a la estación más cercana para subirnos a un tren con destino a Budapest. Caminábamos en filas de dos, escoltados por policías, jóvenes soldados de reemplazo, que no manifestaban ninguna hostilidad hacia nosotros. En un momento dado, mi amigo y yo nos lanzamos uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda del camino, corriendo en zig-zag: temíamos que nos dispararan, pero no lo hicieron. Llegamos a la casa de un campesino, que nos dejó entrar: había allí otros prófugos, y el dueño de la casa nos pidió que contáramos lo que había sucedido en Budapest. Al día siguiente, escoltados por los campesinos del lugar, llegamos hasta un río, sobre el que había un puente que los rusos habían volado. Había sido reparado de forma rudimentaria, y sólo se podía pasar de uno en uno. Había cientos de personas en fila, un auténtico éxodo. De esta forma llegué a Austria, y desde allí a Italia.

En Italia, con la ayuda de mucha gente, se licenció en Medicina, se casó con Annamaria, y tuvo tres hijos. En la actualidad Ferenc Ungar es el jefe de ortopedia del Policlínico de Careggi en Florencia, y desde el año 93 es cónsul honorario de Hungría en Italia. En 1988 volvió a Hungría por primera vez con su familia, cuando el cambio político estaba ya en el aire.
En estos cincuenta años en Italia, en los innumerables encuentros que he tenido, he experimentado siempre a mi alrededor una gran simpatía y afecto hacia mí, joven húngaro del 56: esto es lo que me ha ayudado a superar los momentos difíciles. ¡Es hermoso ser húngaro en Italia!

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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