De la mano de Walter Hopper, amigo y secretario de Lewis en la última etapa de su vida, y del profesor Stratford Caldecott, teólogo, convertido al cristianismo, nos asomamos a una de las personalidades más lúcidas en enjuiciar su experiencia reflejando el recorrido de la razón hasta el reconocimiento del Misterio
A comienzos de los años 60 Walter Hopper, por entonces profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Kentucky, en Lexinton, fue a Inglaterra, a the Kilns, la casa donde Clive Staples Lewis residía los fines de semana con su hermano Warnie, para conocerle. En una conferencia en 2005 en el Centro Cultural de Milán, Hopper recordaba así su encuentro con el autor de Las crónicas de Narnia: «El efecto de aquella límpida conversación fue que, llegado el momento de irme, Lewis me había llamado tanto la atención que todo lo que tenía en mi vida me parecía banal comparado con aquellas pocas horas. Lewis me había gustado extraordinariamente, había superado mis mejores expectativas».
En el momento de la despedida, Lewis insinuó al que sería más tarde su secretario en sus últimos años que no le sería fácil irse sin más, pues tenía que asistir con él a la reunión de los Inklings que tendría lugar el lunes siguiente. Hopper se quedó en Inglaterra y fue estrechando cada vez más su amistad con Lewis y con su círculo de amistades. En palabras suyas, «Lewis no fue simplemente sagaz, sino que fue capaz de suscitar la agudeza en otros».
El momento decisivo
Profesor de Literatura Inglesa, ensayista y polemista, Lewis fue un escritor muy brillante tanto cuando se profesaba ateo como después de su conversión, primero al teismo, luego al cristianismo. Al respecto, Hopper opina que «antes, sabía escribir muy bien y era muy ambicioso, pero no tenía mucho que decir; desde que tuvo más en cuenta a Dios que a su ambición literaria, recibió en don muchas cosas que decir. De allí vienen todos esos libros que tanto amamos».
El momento decisivo para la conversión de Lewis fue un cambio en su manera de percibir la naturaleza de la mitología. Ya en 1924 tuvo que aceptar que el cristianismo contenía una gran cantidad de verdad, quizás toda la cantidad que la mente humana es capaz de albergar. Pero seguía siendo un mito. Así lo ha explicado el profesor Stratford Caldecott el martes 24 de octubre, en la conferencia pronunciada en el ámbito de las actividades de Extensión Universitaria que organiza la Facultad de Teología “San Dámaso” de Madrid: «Gradualmente, este punto de vista sobre el cristianismo comenzó a parecerle inadecuado: por ejemplo, no hacía justicia a lo que él había denominado “la experiencia de la alegría”, esa deliciosa nostalgia por algo inalcanzable, remoto y bello, que le había llevado a aficionarse a la mitología; comenzó a sentir que tampoco le sacaba suficientemente del interior de su propia mente al gran mundo exterior. Se necesitaba algo más». Finalmente, en 1929, Lewis se arrodilló en su habitación en el Magdalene Collage. Fue su primera conversión: del ateismo al reconocimiento de Dios como un ser personal: «Imagínenme solo en el Magdalen College, noche tras noche, sintiendo, cada vez que mi mente se alejaba por unos segundos de mi trabajo, el lento acercarse de Él, a quien yo honestamente había tratado de no conocer. Aquel a quien yo había temido, finalmente me alcanzó. En 1929 me entregué, y admití que Dios era Dios, y me arrodille y recé» (C.S. Lewis, Cautivado por la alegría).
Realmente sucedió
Dos años más tarde, la noche del 19 de septiembre de 1931, en una larga conversación con sus amigos, el católico Tolkien y el anglicano Hugo Dyson, Lewis escuchó a Tolkien argumentar que el hecho de que el cristianismo fuera una buena historia y de que fuera el más interesante de todos los cuentos, no significaba que no pudiera también ser cierto; el hecho de que contestara a las necesidades más profundas y universales de todos los hombres hacía que fuera “más” probable que fuera cierto, y no menos. Unos días después, en una excursión al Zoo Whipsnade con Warnie, Lewis nos cuenta cómo descubrió que estaba ya convencido de que Jesucristo era ciertamente el Hijo de Dios: «La historia de Cristo es simplemente un mito cierto: un mito que funciona en nosotros de la misma manera que los demás, pero con esta abismal diferencia de que realmente sucedió: y uno ha de estar contento con aceptarlo de la misma manera, recordando que ese mito pertenece a Dios mientras que los demás mitos son mitos de los hombres».
En una carta del 18 de octubre de 1931 dirigida a Arthur Greeves, que le preguntaba acerca de esa «larga y satisfactoria discusión», lo explica en los mismos términos (cf. Collected Letters of C. S. Lewis; Vol. I , 1905- 1931, Hardcover, pp. 976-977).
Una facultad que aporta verdad
A raíz de la conversión, “razón” e “imaginación” que habían sido para él mundos separados se reconciliaron, y Lewis en una carta del 2 de junio del mismo año dirigida a T. S. Eliot habla de «la imaginación como de una facultad que aporta verdad» (Collectd Letters, Vol III). La razón era para él un instrumento para decir la verdad; la imaginación, un instrumento para mostrarla.
Es muy importante aquí distinguir con Tolkien entre “fantasía” e “imaginación”. La fantasía cuando se dirige a algo que pretende ser vida real es compensatoria de las desilusiones y humillaciones de la vida real, nos proyecta en un mundo limitado a nuestro interior. La imaginación, en cambio, nos lleva fuera de nosotros mismos –a la Tierra del Medio, en Narnia– y nos entrega una visión de la realidad mucho más rica y llena de matices. Lewis la define como «un enriquecimiento de nuestro ser».
Las horas más felices de su vida fueron las que pasó con el grupo de los Inklings, como él mismo nos cuenta, años más tarde: «Sentados, charlando de pequeñeces, de poesía, teología, metafísica, hasta altas horas de la madrugada en la habitación de algún compañero del Magdalene College, tomando té o cerveza, fumando en pipa. No hay sonido que yo ame más que la risa de un hombre adulto» (citado en: R. Lancelyn Green and W. Hopper, C.S. Lewis: A Biografy, Londres Harper Collins, 2002, p. 170).
Un debate actual
En 1988, cuando el entonces cardenal Ratzinger pronunció una conferencia en Cambridge la dedicó a La abolición del hombre, de Lewis, un libro muy corto que explica con sencillez y acierto en concepto de Ley Natural. Hoy nos resultaría muy provechosa la lectura de ambos textos. Lewis dirige el libro contra aquellos que creen que el hombre será libre si conquista los poderes de la naturaleza y toma las riendas de la evolución humana. Al hilo de este libro, Coldecott comentó en su conferencia: «La conquista de la naturaleza por el hombre significa en realidad la conquista de la mayoría de los hombres por otros, en concreto por aquellos que controlan la tecnología. Además, si los hombres que controlan la tecnología no se someten a Dios, ni siquiera se controlan ellos mismos, sino que son esclavos de sus propios caprichos y deseos». ¿Quién habló de “la dictadura de los deseos” como sello de nuestros días?
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