El aula magna de la Universidad Católica de Milán acaba de albergar un evento singular que cobra especial relevancia tras la tormenta de Ratisbona. Mil setecientas personas asistieron al diálogo entre Julián Carrón, profesor de Introducción a la Teología en dicha universidad, y el profesor musulmán Wa`il Faruq, que enseña Ciencias Islámicas en la Facultad copto-católica de El Cairo
El motivo del encuentro ha sido la presentación de la edición en árabe de El sentido religioso, la obra clave de don Giussani, que ofrece una base particularmente útil para desarrollar el diálogo interreligioso, porque arranca de las exigencias de verdad, de justicia y de felicidad que constituyen el corazón de todo hombre. La Biblia denomina a ese conjunto de exigencias “corazón”, y lo hace de un modo completamente realista, sin ceder por un instante al sentimentalismo.
Noción bíblica de “corazón”
Precisamente, una de las genialidades de Giussani ha sido recuperar el concepto y la experiencia de la razón en relación con esa noción bíblica de “corazón”. Para Giussani la razón es apertura total a la realidad, tomando en consideración la totalidad de sus factores, y por tanto impulsada por la pregunta por el significado último de las cosas no puede frenar su recorrido sin llegar al reconocimiento del Misterio. Razón y sentido religioso no sólo no se excluyen, como pretende la mentalidad del racionalismo ilustrado, sino que se identifican. La convergencia con la lección de Benedicto XVI en Ratisbona es evidente.
Pues bien, fue la fascinación por este planteamiento de la razón que coincide con el sentido religioso la que movió a un profesor musulmán de El Cairo a interesarse por la obra de un sacerdote católico, que le había llegado de manos de uno de sus alumnos de árabe, un chico italiano de CL. La amistad surgida entre ambos, al calor del intercambio de su experiencia humana (y por lo tanto religiosa), está en el origen de la decisión de traducir al árabe El sentido religioso.
Elogio de la razón
Durante la presentación, el profesor Faruq pronunció este sugerente elogio de la razón: «cuando acepta medirse con la experiencia, impide a la religión degenerar en ideología, como a menudo sucede hoy en el mundo islámico». La pista de Ratisbona volvía a aparecer de nuevo, y esta vez en boca de un exponente del mundo islámico que acepta la sugerencia de Benedicto XVI de curar las patologías de la razón y de las religiones.
Por su parte, Julián Carrón mostró la encrucijada del mundo occidental, que ante un encuentro de pueblos y culturas vertiginoso, reflejado en el fenómeno de la inmigración y en la inquietante pujanza del integrismo islámico, sólo contempla la alternativa entre el llamado “choque de civilizaciones” y el relativismo multiculturalista. Pero ni uno ni otro responden a la verdad del hombre y a su aspiración de paz y de unidad. Existe otra posibilidad, otra dinámica que parte de la común exigencia del corazón humano, tal como explica El sentido religioso, un libro que, según Carrón, «se propone como ocasión de descubrimiento de la experiencia humana en toda su amplitud y que permite el reconocimiento con personas de culturas y tradiciones diferentes de la nuestra». Y es que el diálogo entre las culturas es posible porque, más allá de todas sus diferencias y de todas sus creaciones históricas, el hombre es un ser único e idéntico, definido por ese conjunto de evidencias y exigencias que Giussani definió como “experiencia elemental”.
Como decía Giussani «la fe florece en el límite extremo de la dinámica racional como una flor de gracia, a la que el hombre se adhiere con su libertad»: fe, razón y libertad, tres hilos anudados en la experiencia humana, como Benedicto XVI describió en Ratisbona.
Una tradición de amistad entre razón y fe
Para Wa`il Faruq y otros amigos musulmanes, ésta ha sido la ocasión de descubrir la tradición cristiana como amistad entre la razón y el Misterio, y han reconocido que ésa no es una exigencia ajena a su propio camino religioso. Las palabras razón y libertad pueden parecer tabú para una parte de la tradición islámica, pero han resonado con inconfundible nostalgia en estos inesperados interlocutores: también ellos necesitan recuperar la experiencia de lo que significan verdaderamente, más allá de la reducción impuesta por un racionalismo que ha sumido a la cultura occidental en una de las crisis más profundas de su historia.
No se trata de alcanzar un acuerdo sobre valores genéricos, sino de recorrer el camino, arduo aunque fascinante, de una verdadera amistad, que no disfraza nada de la propia tradición, pero que la puede purificar para hacerla más verdadera. «Estoy aquí para dar el primer paso», ha dicho el musulmán Farouk entre los aplausos del auditorio.
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