La edición árabe de la obra clave de don Giussani se debe a la amistad entre un estudiante italiano y su profesor, Wa’il Faruq. El libro, presentado en la Universidad Católica de Milán, ha ofrecido al profesor musulmán palabras que ensanchan el modo de concebir la realidad y la razón humana
La traducción al árabe de El sentido religioso, de Giussani, no es una entre las demás. Todas son importantes, pero el alcance cultural de un acontecimiento como éste es patente.
El pasado 26 de octubre, en la Universidad Católica de Milán, introduciendo un acto promovido conjuntamente por la Universidad y el Centro Cultural de Milán, con el título “Ensanchar la razón”, Ambroglio Pisoni subrayaba que un hecho de este calibre, aun siendo algo excepcional, pertenece a la normalidad de la vida cristiana, ya que expresa una preocupación misionera que forma parte de la conciencia cristiana cotidiana.
El encuentro se desarrolló en torno a este núcleo fundamental –que vincula el genio cristiano a la sencillez de la vida cristiana–, mediante las intervenciones de Wa’il Faruq, musulmán, profesor de Ciencias islámicas en la universidad copto-católica de Sakakini, en El Cairo, y Julián Carrón, profesor de Introducción a la Teología en al Universidad Católica de Milán.
Tres niveles de lectura
La bellísima conferencia del profesor Faruq, lúcida e inteligente, fue en primer lugar el testimonio de un hombre musulmán profundamente impactado por el contenido de El sentido religioso. Entre los diferentes niveles de lectura del libro, Faruq pone en primer plano el nivel personal: si el diálogo entre las tres religiones monoteístas no procede es porque muchas veces a ese diálogo le falta el elemento central, es decir, el yo.
Ya lo decía santo Tomás de Aquino, que entabló el diálogo con los musulmanes más de una vez, y no sólo a través de los libros: si en la relación con el otro la fe común no nos proporciona una base para entendernos, nos queda todavía la razón, que es patrimonio común de todos los hombres.
En otras palabras: de nada sirve la doctrina si no existe un “yo” y un “tú” concretos. Conceptos como el de “diálogo interreligioso”, o el más laico de “multiculturalidad”, sólo tienen sentido en el ámbito de una relación entre personas en carne y hueso.
La amistad entre Paolo, un estudiante de CL, y el profesor Faruq fue el cauce de un conocimiento mutuo. A raíz de esta amistad, que surgió sencillamente porque Paolo quería aprender árabe, el profesor Faruq se interesó por las palabras del sacerdote milanés, palabras que cambiaban radicalmente el modo de concebir la religiosidad y la razón humana, y que le ayudaron a profundizar en su propia pertenencia al islam en lugar de distanciarse.
Las palabras de El sentido religioso iluminaron poco a poco los términos con los que la lengua árabe designa el concepto de “razón” en un pueblo, el árabe, que con su mismo nombre evoca la idea del movimiento, del viaje, de una vida sin vínculos que, sin embargo, necesita.
Realidad y exigencias elementales
La intervención de Julián Carrón, se centró en una idea de razón como relación inevitable (aunque a menudo vaciada) entre la realidad, los hechos concretos, y las exigencias elementales que constituyen el “corazón” del hombre. Partiendo de una larga cita tomada de Nous autres, modernes (Nosotros, los modernos) de Alain Finkielkraut, en la que el filósofo francés habla de los últimos años de vida de su maestro Roland Barthes.
Barthes, el “guru” de la cultura francesa: él, «siempre por delante, siempre en vanguardia», era el que concedía o retiraba la patente de “moderno”. Pero el 24 de octubre de 1977, sucedió un hecho temido desde hacía tiempo: muere la madre de Barthes. «De repente ya no me importa ser moderno», lo escribió en su diario mientras cuidaba de su madre en los últimos momentos.
Pocos días después del trágico suceso encontramos otra anotación: «Me despierto por la mañana y, al pensar en la agenda de la semana, me falta esperanza: las cosas de siempre, los mismos compromisos, las mismas citas y, sin embargo, nada en que invertir, a pesar de que parte del programa sea llevadero e incluso agradable». Esto es lo que pasa: la razón comienza a liberarse de la prisión de la modernidad –la razón entendida no ya como juego de la inteligencia sino como reconocimiento de un hecho. En este reconocimiento entran en juego los factores verdaderos de la experiencia humana, entra en juego el “corazón”. La razón deja de utilizar como pretexto lo que entiende, de extrapolar una parte de la realidad para encajarla dentro de las propias claves interpretativas previamente establecidas, y pasa a abrirse completamente a la realidad. Porque la razón es expresión de nuestra dependencia del Misterio que nos hace.
Lamentable atraso
Este es el sentido de la parte final del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, que los dos ponentes subrayaron como central para el camino de la Iglesia y para la relación entre cristianismo e islam. A propósito de la cita en Ratisbona del texto de Manuel II Paleólogo, que tanta ira y violencia ha generado en el mundo islámico, Faruq fue claro: la violencia no viene del islam, sino de interpretaciones políticas, alimentadas por una condición de atraso lamentable.
No queremos entrar en el fondo de esta cuestión. Pero una cosa queda patente: la intervención de Wa’il Faruq ha sido uno de los primeros intentos, y sin lugar a duda el más inteligente y profundo, de responder a la invitación que hacía el Papa a los amigos musulmanes con su provocación. Alguien ha querido tomar la palabra y entablar un diálogo. Y más aún: Faruq ha descrito con gran precisión su propia percepción, que es a la vez dramática y feliz: mientras afirma la disparidad de su historia, humana, religiosa y cultural, también dice, «aquí me siento en mi casa».
Nos vienen a la cabeza las palabras de Novalis, tan queridas para don Giussani: «En rigor la filosofía (la razón, ndr.) es nostalgia, el deseo de encontrarse en cualquier sitio como en casa».
Todo comenzó, como casi siempre sucede, con algo completamente humano: la amistad concreta entre dos personas deseosas de vivir la propia humanidad hasta el fondo. De ello puede nacer hasta lo más inimaginable. Esto no es más que el principio.
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