La crisis económica de 2001, las preocupaciones por la vida del pueblo, la lectura de El riesgo educativo y el encuentro con el movimiento.
Habla el presidente de la Fundación del periódico más importante de Buenos Aires
Psicólogo y docente universitario. Javier Comesaña forma parte desde hace treinta años del grupo directivo de La Nación, el diario más importante de la Argentina desde el punto de vista del impacto en la opinión pública. Hoy es director ejecutivo de la Fundación del Diario La Nación, nacida hace nueve años con el fin de organizar de forma más apropiada una serie de eventos, llamados a favor de la sociedad provenientes de organizaciones no gubernamentales o fundaciones de las cuales el diario siempre se había hecho cargo. A finales de agosto encontramos a Comesaña en La Thuile, donde fue invitado para la Asamblea internacional de responsables del movimiento.
¿Cuál es la idea de fondo que está en la base de la Fundación?
Optimizar la contribución que el diario ofrece a la sociedad. A través de la Fundación hemos puesto en contacto a las organizaciones entre ellas y ordenado sus solicitudes a través de las páginas de La Nación. La idea es que quien está trabajando a favor de la sociedad pueda darse a conocer. Es un punto de contacto entre organizaciones a través también de los eventos, de seminarios, de mesas redondas.
¿Un ejemplo?
En 2001 la Argentina vivió un momento de crisis profunda. Nos impactaba que más de la mitad de la población estuviese bajo la línea de pobreza, es decir, que no tuviese qué comer. Hecho extraño para un país que cuenta con treinta millones de habitantes y donde la producción de alimentos puede saciar a otros ¡trescientos millones! Organizamos un acto en el que participaron exponentes de la Universidad Católica, de la Universidad estatal de Buenos Aires y de Córdoba, además de algunos empresarios e institutos de investigación.
¿Qué nació de aquella mesa redonda?
Un pedido para la presentación de una iniciativa popular. En nuestro país está previsto por la Constitución que un grupo de personas, con un cierto número de firmas, pueda presentar una propuesta de ley sobre un tema legislativo. Pedíamos que la distribución de la comida fuese reglamentada por una única ley y que pudiesen participar los entes y las organizaciones locales. Esto porque, hasta aquel momento, había 59 formas institucionales de distribución, con una difícil coordinación.
¿Cómo resultó?
Se necesitaban cuatrocientas mil firmas; recogimos ¡un millón trescientos mil! La ley fue discutida y aprobada. Ciertamente podía ser mejorado, pero fue un buen paso adelante.
Esa fue también la ocasión para conocer AVSI y a los amigos del movimiento...
Sí, a través de Alessandro, que con la Universidad Católica había organizado un master para la empresa agro-alimentaria. Desde aquel momento surgieron una serie de relaciones que me hicieron conocer la experiencia del movimiento. Leí El riesgo educativo de don Giussani y con Aníbal y Alessandro lo hicimos publicar a través de la editorial Ciudad Nueva.
¿Por qué esta iniciativa?
Salidos del túnel de la crisis económica de 2001, como Fundación volvimos a privilegiar el tema de la educación, que era una de nuestras principales hipótesis de trabajo. El riesgo educativo me parecía un instrumento importante. En 2003 organizamos una jornada de reflexión sobre los contenidos del libro, a la cual invitamos a un amplio espectro de profesionales del mundo pedagógico argentino. Participaron ciento vente personas, entre los cuales había maestros, profesores universitarios y... el ministro de educación. Todos habían leído el libro y más de cuarenta de ellos quisieron exponer sus reflexiones. Vista la importancia del evento, hemos publicado un libro con sus intervenciones.
¿Qué le impactó de El riesgo educativo y de estos nuevos amigos?
Durante las reuniones de preparación al encuentro y en la lectura del libro me impactaba el tema de “el punto de fuga”. Durante veinte años fui docente universitario de Técnica de investigación social en la facultad de Sociología, y cuando preparaba las clases mi preocupación era que nada quedase fuera de control. Debía estar listo para responder a cada pregunta. Debía trasmitir un saber de modo que el otro entendiese. El centro era el saber, no el otro. Por el contrario, el punto de fuga es el otro. Mi vínculo con el movimiento nace de este punto de fuga. Después con estos amigos nació una trama de relaciones que puso en contacto con las actividades de la Obra del Padre Mario Pantaleo y del Banco Alimentario. Pero hubo un momento en el cual me costaba entender cuál era el hilo conductor que unía todas estas actividades. En aquel período hice una entrevista para el diario a Mario Molteni sobre la Compañía de las Obras. Molteni decía que desperdiciamos mucha energía por no tener confianza en el otro. Entonces pensé que esta es gente que a la hora de hacer todas las cosas tiene confianza, es decir, tiene fe. Me cuesta explicarlo, pero para mí es muy importante, porque lo veo. Así te fías de un amigo que te hace ver algo más grande, más lindo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón