Ex–perior, es decir, el itinerario de la razón que se sumerge en la realidad y sale de ella cambiado, crecido. Esto significa la palabra experiencia. Hablamos de ello con el profesor Eddo Rigotti, lingüista de la Universidad de Lugano
Comenzamos por una pequeña palabra de dos letras: el prefijo ex. Eddo Rigotti, profesor de “Comunicación verbal y Argumentación” en la Universidad de Lugano, introduce su sonda bajo la corteza del vocablo experiencia (del latín experior), comenzando por esa pequeña parte del término. «Ex localiza la posición del que ha salido, del que ha pasado la prueba». A continuaión pasa al microscopio toda la complejidad semántica que se encierra en el vocablo experiencia. Experientia está formada por ex, el prefijo que quiere decir “fuera de”, y por perientia, que a su vez nace de la antigua raíz indoeuropea “per”, la misma del griego peirao y del latín arcaico perior, nuestro verbo intentar. Por su profesión, Rigotti es un “viajante”: trepa por letras y consonantes, descubre significados, matices, asonancias, escucha sonidos y ecos, como si estuviese ante instrumentos musicales, hasta llegar a percibir un aviso y enlaces insospechados, salta de una palabra a otra siguiendo el hilo del lenguaje, del pensamiento, de la realidad. Un ejercicio apasionante, que retoma por enésima vez ante la lección magistral pronunciada por Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona. En ella se puede percibir como una cadena en la que brillan la experiencia, la realidad, la racionalidad. He aquí el gran nexo, la encrucijada que es necesario atravesar antes de releer la lección del Papa alemán: «Razón y realidad se encuentran en la experiencia».
Correr el riesgo
El viaje puede proseguir: «La experiencia indica la posición de quien atraviesa la realidad y se somete a una prueba». En este punto la sonda lanza un beep: hemos tocado un punto decisivo. ¿Qué significa atravesar la realidad, ese algo distinto de mí con lo que tengo que hacer las cuentas sometiéndome a la prueba? Rigotti sonríe, mira fuera, más allá de la ventana del restaurante encaramado entre las nubes que dominan el lago de Lugano, y se decide a dar no una, sino tres respuestas por lo menos: «No se trata de una prueba fatigosa, sino de la prueba tranquila de quien sigue un razonamiento, una demostración lógica; no, aquí hablamos de atravesar la realidad, una acción que no se puede dar por descontada y que puede resultar peligrosa». ¿Peligrosa? «Sí, la realidad no es una capa helada sobre la que podamos patinar y deslizarnos. El viaje esconde el periculum, palabra que no por casualidad pertenece a la misma familia que experiencia y deriva de la misma raíz “per”. El periculum es la puesta a prueba, por tanto el riesgo y por consiguiente el peligro. No existe aventura sin periculum, uno no sabe cómo terminará: decide la realidad, no nuestra cabeza, pero hace falta correr este riesgo, merece la pena. El experto es aquel que ha aprendido, que ha salido de la realidad con una aptitud particular, aquel que ha cambiado con respecto al principio, que ha crecido». En definitiva, la experiencia es un probar, sí, pero no un amontonar banal, como nos sugiere a menudo la sensibilidad contemporánea. En la relación con las cosas uno no se puede contentar con acumular sensaciones y emociones en una especie de almacén o depósito. Es bien distinta la puesta en juego, el desafío al que estamos llamados: «Hablemos claro, la experiencia es un hacer cuentas con la realidad, hacerse cargo de la realidad. La realidad, como hemos visto, esconde insidias y regala sorpresas. Es un gran libro que debe ser leído. Lo importante es tener gafas, estar preparados para comprenderla, actuar de modo que al final se salga por la otra parte con la mochila llena. Si la mochila permanece vacía, entonces no ha habido experiencia, sino algo mucho menos noble».
Hipótesis a verificar
Rigotti se detiene otra vez, espera a que aterrice en la larga mesa de madera un vaso de licor de nuez, lo toma, lo vacía, y da otro paso: «Está claro que no se puede viajar desprovistos. Toda experiencia se ve favorecida si al partir se tiene una hipótesis que verificar. Formular hipótesis es tarea de la razón, es más, de nuestra racionalidad. La razón construye sobre los datos a su disposición una plantilla, después la ponemos a prueba en nuestro itinerario. Al final evaluaremos el resultado. Puede darse que nuestro punto de vista funcione, que no se sostenga o que necesite de correctivos. Lo que cuenta es lanzarse allí donde las cosas se muestran y nos hablan. Lo importante es estar, estar con nuestra razón empleada a fondo en el esfuerzo de comprender, y ser leales con lo que sucede, con lo que pasa, con lo que encontramos. La experiencia, si se lleva a cabo hasta el fondo, supone hacerse cargo del destino, del significado último de la realidad, de su transparencia última. Pero si yo hablo con la cabeza agachada, sin levantar las antenas, si no estoy dispuesto a aprender, a arriesgar, a correr el peligro de equivocarme en un territorio desconocido, entonces el resultado será decepcionante. Por consiguiente no me convertiré en experto o perito: aquel que ha terminado el viaje y ha desarrollado una determinada habilidad, de alguna manera ha llegado a la meta. Seré tan solo un ser que actúa frenéticamente sin crecer, sin hacer madurar su personalidad, sin encontrar verdaderamente el reflejo último de las cosas. Entonces sólo descortezaré la realidad, sin poseerla».
Los puntos de abastecimiento
Rigotti tiene ahora entre las manos el discurso del Papa en Ratisbona, naturalmente en el original alemán. «No podemos acercarnos a la lección de Benedicto XVI si no entramos en el círculo virtuoso formado por estas palabras: la experiencia es el camino que nos lleva a conocer la realidad y su benevolencia última, su positividad. Pero para estar en este nivel, es necesario poner en juego toda nuestra personalidad y toda nuestra razón, sin reducciones y sin prejuicios. Si no hacemos esto hemos perdido ya antes de salir». Y nos vemos envueltos en una de las infinitas objeciones que desde hace siglos han transformado este camino en un sendero casi inaccesible. En cambio, según el estudioso, existe la posibilidad de llevar a cumplimiento esta travesía: «El Papa nos dice que fe y razón viven en la misma casa y están al servicio del hombre para que éste pueda alcanzar las cumbres claras a las que aspira su alma. Tenemos una vida para llevar a cabo la empresa, y existen muchas ayudas diseminadas a lo largo de nuestro recorrido. Imaginémoslas como puntos de abastecimiento: como esos que hay a los lados de la autopista. El primero y más importante es la cultura: la estructura benévola con que la realidad nos recibe. Cada pueblo ha elaborado una cultura propia: cuando nacemos se nos entrega una mochila llena de informaciones, sugerencias y códigos con los que utilizar las cosas en el momento en que nos salgan al encuentro. Debemos cargarnos a la espalda dicha mochila y echar a andar, llenos de confianza». Esa pequeña palabra de dos letras, ex, indica que al final de la etapa, de cada etapa, y a la llegada a la estación, podremos hacer serenamente un balance de la expedición. Y habremos dado un paso adelante. También en el camino del diálogo con los demás. Con nuestro prójimo, con los otros pueblos y religiones.
Más que brusco
Es la última advertencia de Rigotti, antes de dejar ese “eremitorio” en la montaña y bajar a la ciudad envuelta por una capa de humo. «Sólo quien tiene una experiencia verdadera, sólo aquel que va al fondo de sí mismo, puede comenzar un diálogo. Esto vale para las personas, para las religiones y para las culturas. Y lo ha aclarado muy bien el Papa en la segunda parte de su discurso en Ratisbona». Es curioso que esa lección haya sido objeto de polémica, de disputa y de petición de disculpas sin fin. «Me permito una pequeña observación –concluye Rigotti–: cuando Benedicto recuerda la pregunta sobre Mahoma planteada por Manuel II al sabio persa, el Papa dice que se dirige de forma sorprendentemente brusca a su interlocutor. Atención: ese adjetivo “brusco” es una traducción débil y poco persuasiva del original alemán schroff. El alemán expresa mucho más la toma de distancia de Benedicto con respecto al pensamiento del emperador bizantino. Esa palabra contiene una idea de agresividad, de rudeza que desaparecen en la traducción. Yo traduciría schroff como “odiosamente antipático”. Cuando le pedí a un colega alemán que me describiera una figura cuyo modo de actuar se pudiese definir como schroff, me respondió que el término podía equivaler a la típica actitud de un oficial de las SS que estamos acostumbrados a ver en las películas.
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