Mi hermano musulmán
Este fin de semana han sucedido dos hechos que me hacen entender un poquito más la insistencia del Papa, del Gius y de Julián sobre la razonabilidad de la fe. Soy policía y trabajo en el Congreso de los Diputados en Madrid. El viernes en el trabajo me encontré con un diputado, (con el que juego al fútbol) y me contó que hacía un mes había sufrido un accidente en bicicleta, pasando cuatro días en coma y estando a punto de morir; yo le dije: «Dale gracias a Dios que estas vivo y que lo puedes contar: es un milagro». Y él me contestó que a Dios le odiaba por todo lo que le había hecho pasar en esos días, y que no le debía nada; acto seguido se marchó en taxi. Esto me provocó mucho, dejándome intranquilo. Al día siguiente teníamos en el Pórtico, el Centro juvenil de mi barrio, la despedida de soltero de un amigo; invitamos a bastante gente, entre ellos a un par de chicos musulmanes que viven en nuestro barrio y de los que me he hecho amigo. A estos amigos, hacía un mes que algunos racistas les habían dado una paliza de muerte en una discoteca. A uno de ellos le dieron un golpe con un martillo en la cabeza y estuvo en coma varios días. Cuando se recuperó, mi mujer y yo fuimos al hospital un par de veces, justo antes de casarnos. En la cena me contó que Allah, o Dios, le había dado una segunda oportunidad para vivir, y que después de esa amarga experiencia valoraba más la vida y se daba cuenta de que uno no controla la vida ni las circunstancias, que dependemos constantemente. Me contó que en esos días en que estuvo ingresado en el hospital no fue nadie a verle, ni los que se suponía eran sus “amigos”, y que estaba muy agradecido a nuestra amistad y compañía. De hecho el día que nos casamos no paró de llamarme por teléfono, porque el médico le había prohibido viajar y le daba rabia no poder ir a la boda. Doy gracias a Dios continuamente por el testimonio de mi hermano musulmán. Se me ensancha el corazón escuchándole contar su experiencia de un modo sencillísimo, porque lo que predomina en él es una apertura y una gratitud. Es conmovedora su sencillez que no se cierra al Misterio, porque aun estando a punto de morir afirma que vivir es un bien que recibimos de Otro. El Señor me aferra de un modo tan excepcional a través de la experiencia de mi amigo que reconozco cómo Cristo vence; y los que disfrutamos de su amistad lo vemos cambiado, con una mayor alegría. Quiero custodiar este acontecimiento, mendigar que la realidad me siga provocando de este modo para que pueda reconocer a Cristo presente. Y quiero contar la experiencia de mi amigo musulmán al diputado.
Piza, Vallecas/Madrid (España)
Pedir
Mi nieta tenía que nacer en mayo de este año. En marzo, cuando pesaba apenas un kilo y medio, los médicos le dijeron a mi nuera que había problemas en el embarazo y que tendrían que provocarle el parto en breve aunque el bebé pesase tan poco. Sólo conozco a Giussani por la lectura de Huellas y de algunos de sus libros pero, cuando me enteré de la noticia de mi nuera, me surgió espontáneamente rezarle y pedirle ayuda en esos momentos de sufrimiento. Ante la sorpresa de los médicos, el parto pudo retrasarse hasta mayo (la fecha prevista) y mi preciosa nieta nació con un peso normal sin ni siquiera tener que pasar por la incubadora.
Pilar, Madrid (España)
Fe y razón en la universidad
Estos primeros días en la universidad están siendo una gran provocación. Durante este tiempo se ha abierto un debate sobre la legalización del aborto. Todo hace pensar que seguramente en febrero se celebrara un referéndum. Gracias al trabajo de la Escuela de comunidad sobre el discurso pronunciado por el Papa en Ratisbona, me he dado cuenta de que quiero estudiar en una universidad donde los profesores nos ayuden a juzgar todo lo que nos interesa en la vida en virtud de la pasión por la verdad, por lo que se corresponde con nuestra experiencia humana elemental, porque justamente es la verdad y no un algo cuyo valor es relativo. Pensando en esto he decidido proponer a mis amigos escribir un panfleto semanal donde poder contar los artículos en relación con el aborto publicados en los periódicos, y enjuiciar así una mentalidad común que convierte a menudo las mentiras de los especialistas en verdades. A la gente le ha impresionado mucho que haya alguien en la universidad con ganas de afrontar toda la realidad buscando siempre una correspondencia con nuestros deseos más profundos, como bien nos han enseñado el Gius y Carrón. Somos una decena, y nuestros amigos nos animan a seguir porque desean ofrecer un juicio claro a sus compañeros. Yo estoy verdaderamente agradecida por esta compañía que me ha despertado el corazón de tal manera que me interesa todo: “Fe, razón y universidad” implica justamente estar delante de mis compañeros con la mirada siempre puesta en Cristo, que es el significado de todo.
Caterina, Lisboa (Portugal)
Un fin de semana en San Salvador
Este fin de semana, Elly y José me invitaron a ir a El Salvador a visitar algunos amigos: monseñor Antall, Charlie, que vino este año a trabajar con CESAL, los amigos del Punto Corazón, las hermanas de San Pedro Perulapán y Neris. Gracias a Dios he tratado de hacer un juicio de lo ocurrido: hay cosas que no me resigno a reducir a “buenos recuerdos”. Lo que me impulsó a ir fue una conversación que habíamos tenido Charlie, un amigo suyo sacerdote, Anas, y yo este verano en La Thuile. Anas: «Cuidaos mucho». Charlie: «Claro, somos cuatro gatos, no podemos hacer otra cosa sino cuidarnos unos a otros». Yo pensé: «Estos saben de lo que están hablando; yo no los entiendo del todo, pero quiero aprender de ellos. Porque ¡cómo se quieren!». Se me hizo evidente y, aunque solo lo pensé, se me notó en la cara. Me ha llamado la atención verdaderamente la amistad entre Charlie, Neris y los del Punto Corazón. ¡Cómo personas tan distintas y de orígenes y costumbres tan diversos pueden ser ahora tan familiares! En el camino, tanto a la ida como a la vuelta, me sentía contenta y asombrada porque para mí era verdaderamente un viaje familiar, igual que cuando voy con mis padres a ver a mis tías y mis primos de Guatemala. Pero esto no sería posible si no hubiera Algo más grande que nos une, y no puedo más que agradecer a Dios la compañía que me ha regalado. El viaje habría sido incompleto, si José y Elly no me hubieran ayudado a ver, no sólo lo que vivimos estos días, sino lo que diariamente vivimos. Porque comprendo que mis preguntas no son inútiles, y que si tanto me pregunto es porque estoy hecha para algo mucho más grande, algo que no es una ilusión vana. Todos tenemos preguntas, porque es parte de nuestra humanidad, y si antes no me preguntaba tanto es porque tal vez estaba un poco dormida y desperdiciaba mi tiempo soñando.
Enma, Honduras
Está porque actúa
Soy profesora de Filosofía Moderna en el Seminario Pontificio Josephinum en Columbus, EEUU. Tuve la ocasión de asistir en directo por televisión al discurso del Papa en Ratisbona y, a partir de allí, han sucedido algunas cosas que me gustaría contar. Ese mismo día, durante la comida, algunos estudiantes, con los que estuve discutiendo informalmente ciertos temas que había tratado el Papa, me preguntaron por qué no organizar estas conversaciones de un modo más formal. Así, decidimos cenar juntos los martes con el fin de que pudiesen asistir también otros. Seleccioné para futuras reuniones, una vez que hayamos comentado la lección de Ratisbona, una serie de discursos del entonces cardenal Ratzinger sobre fe y razón, teología y metafísica, etc. Algunos de mis estudiantes me decían que ahora, después del discurso del Papa, entendían mejor mi insistencia en la reducción de la razón que hace la modernidad. Siempre les reto a que comparen lo que dice el Papa con su propia experiencia. Al principio, respondieron con gran interés unos diez de los estudiantes mayores (a los que no doy clase pero con los que ha surgido una buena amistad, una auténtica bendición para mí en un área del país donde no existen todavía comunidades de CL). Ahora, que cada vez somos más y las preguntas no siempre son fáciles, agradezco que dos de mis colegas, entusiasmados con esta iniciativa, también participen en estos encuentros. Últimamente, también los estudiantes más jóvenes me han dicho que por qué no hago lo mismo con ellos a partir de textos como El Sentido Religioso u otros que les había recomendado. Entre todos nos ayudamos a leer, tratar de entender y aprender las cuestiones que conciernen la relación entre razón y fe. Yo pido para ellos y para mí que este trabajo nos lleve a pedir la gracia de hacer experiencia de lo que dice el Papa en la Deus caritas est: «Ser cristiano no es el resultado de una decisión ética sino del encuentro con una Persona».
Patricia, Columbus (EEUU)
Ese mismo abrazo
Tengo 47 años y soy ingeniero. Formo parte de la Fraternidad desde hace poco más de un año, pero las personas que he encontrado me parecen amigos de toda la vida. Es cierto que tenía otros amigos, con los cuales pasé la etapa de mi juventud, pero una amistad que además de ser bonita y gozosa es también un reclamo a nuestro destino, a una experiencia de libertad en la vida, consciente de que verdaderamente existe el céntuplo aquí en la tierra, para mí es una novedad absoluta. Describiría esta amistad como un abrazo: he recordado mi primer –y único– encuentro con don Giussani. Me parece recordar que fue en 1977, estudiaba secundaria en Castiglione delle Stiviere, mi pueblo de origen (país natal también de san Luís Gonzaga, diferentes Luigi han llegado a ser santos...). Casualmente, corrió la noticia de que en los locales de la parroquia se iba a realizar un encuentro con don Luigi Giussani y las comunidades de CL de las provincias cercanas. El párroco del pueblo les cedió el salón de actos, tomando una decisión imprevista, ya que era algo hostil (era un párroco que venía etiquetado de “progresista”), incluso reforzó su decisión diciendo: «Jesús dice que donde dos o más de vosotros estéis reunidos en mi nombre, estaré yo en medio de vosotros, por esto no sería justo que yo pusiera obstáculos a Su presencia». De este modo se celebró el acto, por un gesto de acogida inesperado, aunque de mi parroquia participaron el propio párroco, yo y pocos más. Pero el recuerdo que perdura aún en mi memoria es cuando al final de la charla Giussani irrumpió con un: «¿Dónde esta el párroco de aquí?». Rápida respuesta: «Me he puesto aquí al final, como el publicano». Igual de rápido el Gius le respondió diciéndole: «Bien, entonces voy yo también». Fue a su encuentro para abrazarlo y aquel abrazo nos continúa acompañando, con esa sonrisa y esa mirada, en nuestra compañía de amigos. No es un abrazo para consolar o como has dicho tú “para anestesiar”, porque deja mi condición real como antes o más que antes, esto quiere decir que no quita nada a la dramaticidad de la existencia, sino que me ayuda a buscar un significado que me saque de la soledad en la que inevitablemente caería, también por pereza.
Luigi, Melzo (Italia)
Carta desde la cárcel
Hace unos años que voy cada domingo a la misa que se celebra en la cárcel femenina de mi ciudad. En presencia de los carceleros, les enseño algunos cantos. El día de la Trasfiguración el sacerdote dijo que todo puede ser trasfigurado por Su presencia, hasta la vida en la cárcel. Una de las presas me susurró al oído: «Para mí es así». Entonces le escribí, pidiéndole que me explicara mejor sus palabras. Esta es su contestación: «Querida Ana: Me ha gustado mucho tu carta. Aquí dentro hasta las pequeñas cosas se vuelven grandes y yo intento siempre ver el lado positivo de todo. Esto no es una coincidencia. Es la fe en el Señor la que me hace sacar de mí este lado bueno. Provengo de una familia muy creyente que me ha trasmitido qué es el bien y qué es el mal. Viniendo a Italia me perdí entre el bienestar, la buena vida, me relacioné con personas que no me convenían... Tuve que “equivocarme” y estar en la cárcel para entender los errores que había cometido. Esto me ha llevado a entender los verdaderos valores de la vida, me da fuerza para seguir adelante. No estoy del todo bien conmigo misma, pero siento la voz del Señor que me hace entender que todavía puedo ser útil para los demás, puedo aún hacer el bien. Así hasta el estudio cobra mayor significado. Pero no aprendo sólo de los libros, para mí cada día es la ocasión de abrirme a algo nuevo, de aprender cosas que no conocía. Además de lo que aprendo en los libros y en las personas, el mejor maestro que me ha enseñado el camino de la vida es Jesús, es la Biblia. También en la Iglesia, escuchar el Evangelio, gozar de la Eucaristía es mi fuerza para toda la semana, para cada día, para sentirlos llenos de positividad y de esperanza. De este modo, incluso la cárcel se hace menos pesada, viendo un paso espiritual para poder afrontar después la vida fuera con la constancia de la fe. Me falta mi familia, me faltan las personas queridas, pero sé que no estoy sola y que con la ayuda de Dios lo conseguiré».
Carta firmada
Una fe plenamente humana
Publicamos una carta dirigida al papa Benedicto XVI a raíz del discurso de Ratisbona
Soy profesora de Economía en una universidad privada de la Ciudad de México. Me convertí al catolicismo hace once años, a raíz del encuentro con el movimiento de Comunión y Liberación, al que pertenezco todavía. Sólo quisiera contarle un poco lo que su discurso en la universidad de Ratisbona ha suscitado en mi vida. Estaba comiendo con otros profesores de mi facultad, justo después de que se difundieran las noticias de las reacciones negativas de una parte del mundo musulmán. Mis colegas, que provienen de distintos países y de distintas tradiciones religiosas, mostraban también una actitud muy negativa. Yo no decía nada, no respondí a los ataques ni críticas de mis colegas, porque había leído sólo las noticias, pero no el discurso. Pensaba que debía haber alguna razón para que Usted dijera una cosa así y que yo estaba de su lado. Pero debo confesar que no tenía más razones. Por esto, me quedé callada. Sin embargo, un profesor ruso de tradición judía intentaba defenderlo, diciendo que había que mirar el contexto. Otro de mis colegas le interpeló: «Y tú ¿por qué defiendes al Papa si ni siquiera eres católico?». Él contestó: «Mira, yo soy ateo. No creo en Dios, pero por todo esto que dice el Papa sí estimo a la jerarquía católica».
Esa misma semana, la Escuela de comunidad ce centraba en su lección de Ratisbona. Ahí me enteré de que el discurso trataba de la relación entre la fe y la razón, y que era un reclamo a una racionalidad abierta. Entonces me di cuenta de que mi posición hasta entonces había sido como la de todos los demás, pues me había dejado guiar sólo por lo dicho en las noticias y no me había preguntado seriamente sobre el contenido del discurso y cómo me interpelaba a mí.
Al día siguiente, volví a comer con mis colegas y ellos volvieron a hacer comentarios negativos. Me atreví a decir: «Yo no he leído el discurso del Papa, pero me han dicho que es sobre fe y razón». Inmediatamente, se volvieron hacia mí y algunos me dijeron: «En cualquier caso, no debió haber dicho lo que dijo». Volví a repetir: «Yo no puedo opinar porque no he leído el discurso (después me di cuenta de que ellos tampoco), pero me han dicho que es sobre fe y razón». Y entonces, uno de ellos, que es de tradición hindú, me dijo: «De cualquier modo, ¿quién es el Papa para hablar de razón? La fe y la razón no tienen nada que ver». Yo le respondí que en la experiencia católica la fe y la razón van unidas. Mis colegas parecían coincidir en que la fe y la razón no tienen nada que ver y en que el conocimiento racional se reduce al conocimiento científico. Una profesora incluso me dijo: «Yo soy católica y voy a la iglesia los domingos, pero eso no tiene nada que ver con la razón». Intenté decirle que el reclamo de su discurso en Ratisbona era precisamente que vivir una fe sin razón no era plenamente humano, era vivir una fe reducida. Otros me decían que la Trinidad y otros conceptos de la doctrina cristiana no pueden ser examinados a la luz de la razón. Yo respondí que quizá un filósofo jamás hubiera podido llegar a esos conceptos por su cuenta, usando sólo la razón, pero que una vez que nos han sido revelados, es decir, una vez que alguien nos los propone o nos los comunica, es posible verificar si son razonables, es decir, si explican la realidad mejor que nuestras propias ideas. Después de un rato, mis colegas se sintieron algo incómodos o quizá aburridos del tema y se levantaron con un “es hora del café”. Pero mi colega católica se quedó, porque seguía interesada en la discusión. Yo le hablaba de mi experiencia, de que se puede hacer experiencia de que la fe corresponde con lo que la razón espera. Al final, ella me dijo: «Entonces tú estás hablando de una fe inteligente». Sí, pensé, pero es la fe que todos estamos llamados a vivir.
Después de esta discusión, leí su discurso. En estas semanas también lo hemos retomado en el movimiento, y esto me ha ayudado a darme cuenta de las dificultades que yo misma enfrento para vivir una razón sin reducciones. Todas las mañanas salgo de mi casa y veo las montañas, si el día lo permite, y entonces me digo “qué bello”, me siento contenta un instante, pero nada más. Llego a mi oficina y la alegría por mi gusto estético se derrumba. Por otro lado, la pertenencia a la Iglesia me reclama una y otra vez, a través de personas y hechos concretos, como su intervención en Ratisbona y como la amistad que vivo con algunos amigos del movimiento, a no quedarme en la apariencia, a pedir que, mirando las montañas y toda la realidad, pueda decir «¡Qué bonito es el mundo y qué grande es Dios!». Santidad le agradezco su valentía y autoridad. Suya,
Laura Juárez, Ciudad de México
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