El día 11 de septiembre, tras dos años de enfermedad, ha fallecido nuestra querida Maite Barea. Esta profesora de Economía en la Universidad Autónoma de Madrid, y miembro de la Fraternidad de San José, era un torrente de vida que ha contagiado a su paso a mucha gente. Su pasión y su inmensa capacidad de trabajo eran el fruto de una fe profunda y de una búsqueda incansable de la verdad. Por ello dio su vida hasta el último aliento. Madre de muchos, ha sido el rostro concreto de Cristo para aquellos que tuvimos la gracia de encontrarla en nuestro camino. Hemos querido compartir con los lectores de Huellas lo que Maite ha supuesto para nuestras vidas
Cuando empecé la universidad, mi facultad estaba alejada del campus de la UAM y por este motivo no veía mucho a los otros universitarios del movimiento. En una ocasión comenté esta situación y el deseo de compartir el día a día con los amigos. A partir de la semana siguiente, sin apenas conocerme, Maite comenzó a venir un día a la semana para desayunar conmigo; fueron momentos preciosos. Ella tenía que madrugar más, pero no le importaba. Cuando se marchaba y la despedía, viéndola caminar desde lejos, pensaba: es increíble, una profesora de universidad, ocupadísima, hija de un importante personaje de la economía española, y viene a verme a mí, a “gastar” su tiempo para que mi vida sea más bella y más verdadera. Aquello era de otro mundo, estaba segura de que en toda la universidad no sucedía algo así.
Sonsoles
No estaría donde estoy si no fuera por Maite. Desde hace un año vivo y trabajo en Taipei. Un día, comentándole mis inquietudes laborales me dijo: ¿por qué no piensas en China? Mi madre había fallecido cuando yo comenzaba tercero de carrera, y poco después, conocí a Maite, quien con afecto maternal me ayudó a seguir dando pasos con esperanza e ilusión. En un viaje que hicimos para conocer la Compañía de las Obras en Italia, fuimos a Gudo, donde vivía don Giussani, y le cantamos desde la calle las sevillanas del adiós. Don Gius salió a saludarnos y nos encomendó a la Virgen. Nos hubiéramos quedado allí todo el día. De vuelta a Milán, íbamos en silencio, felices por el encuentro y apenados por no poder quedarnos con él. Maite, con esa claridad que la caracterizaba, nos dijo: «Daos cuenta de cómo Dios nos lo da todo, con virginidad, para que no podamos poseer, aferrar nada, y todo sea nuestro».
Marta
El segundo día de nuestro viaje a Milán para conocer la Compañía de las Obras todos los chicos estábamos muy cansados por haber trasnochado el día anterior y no estuvimos atentos al testimonio de una de las personas que fuimos a conocer. Maite tenía razón al echarnos la bronca, porque si tienes algo grande entre las manos no puedes desperdiciarlo sólo por dejarte llevar por la instintividad. A veces, estudiando juntos, la veía pasar las hojas y, en un momento dado, tomar su Libro de las Horas y rezar intermedia; luego, seguía con su estudio. Todo estaba unido en ella, como en los Benedictinos.
Miguel
Siempre me ha llamado la atención de Maite su capacidad para entusiasmarse con las cosas y trasmitir su entusiasmo a los que estábamos cerca de ella. Maite se leyó en una noche el libro en francés de F. Michelin titulado Empresa y Responsabilidad. Le fascinó tanto que al día siguiente llamó a Carmina para decirle que ese libro había que traducirlo y publicarlo en Ediciones Encuentro. Un grupo de universitarios al leer el libro quedamos absolutamente sorprendidos y Maite, con su atrevimiento, nos propuso preparar una exposición e invitar a Michelin a España. Nos pusimos manos a la obra y para nuestro asombro Michelin vino a ver la exposición que titulamos “El trabajo como realización de la persona”. Michelin quedó conmovido al ver un grupo de chicos que capitaneados por una profesora habían tenido la osadía de hacer una exposición sobre su experiencia en la fábrica. De ahí nació una amistad con él, que ha continuado a lo largo de estos años. Maite nos repetía a menudo una frase de T.S. Eliot: «Si los hombres no construyen ¿cómo vivirán?». Este fue el título que dimos a las jornadas de Subsidiariedad que hicimos en el Campus de Somosaguas en el otoño de 2001, fruto del viaje a Italia para conocer más a fondo la CdO. Maite estaba fascinada por los orígenes de la Unión Europea. Ella daba clase en la Universidad sobre esta materia. En el año 2003, con ocasión del primer EncuentroMadrid, nos propuso hacer un trabajo sobre sus orígenes. El resultado de varios meses de intenso trabajo fue mostrar cómo la Unión Europea era el fruto de hombres de países distintos que habían quedado enfrentados después de la II Guerra Mundial que se unieron para trabajar por el bien común, con el deseo de reconstruir lo que parecía imposible. La exposición se tituló “En los orígenes de la Unión Europea: Robert Shuman y Jean Monet”. Siempre he pensado que obras como las que he descrito sólo pueden nacer de alguien que vive de la fe y que, por tanto, genera obras. Maite me recordaba esa lectura del Evangelio que dice que la fe sin obras está muerta. Cuando ella nos proponía hacer todo este trabajo era consciente de que al final el mayor esfuerzo recaería en ella. Pero no nos reprochaba nada, nos hacía caer en la cuenta de lo correspondiente que era empaparnos de esa belleza. Solíamos vernos en su casa, la cena la preparaba casi siempre ella. Volvíamos a casa cansados, pero infinitamente más contentos y con un horizonte más grande. De alguna forma aquellos numerosos encuentros nos han marcado, han dejado como una herida de infinito.
Miriam
Durante seis meses tuve a Maite de profesora. Tenía una pasión y seriedad en todo lo que nos contaba que inevitablemente hacía que te apasionaras por la economía. Nos decía a menudo que no nos creyéramos a ciegas lo que nos decía, sino que lo confrontáramos con nuestro corazón y viéramos si era verdadero. Muchas veces fui a la Autónoma en su coche y ciertamente me conmuevo al recordar la ternura y alegría con la que me trataba a mí y que era la misma con la que trataba al resto de sus alumnos.
Nacho
Cuando empecé a tener un contacto más directo con Maite recuerdo que me daba incluso un poco de respeto por lo “extremadamente” seria que era con todo, la puntualidad, el silencio… Para ella todo estaba unido y nada le quedaba ajeno, ningún gesto era trivial, todo servía para construir. Su compañía era a 360 grados, nunca se echaba para atrás. Acompañaba en el estudio a muchísima gente y si te veía con necesidad era capaz de sacar una mañana para venirse desde su universidad hasta la tuya, que estaba en la parte opuesta de la ciudad, para ponerse a “hincar los codos” contigo; así de simple y así de concreta era su amistad. Cuando terminé la carrera tuve la oportunidad de trabajar con ella durante unos meses en un proyecto de Universitas. Pude comprobar de cerca la dedicación y la conciencia con la que vivía el trabajo, la frase de Péguy la encarnaba ella a las mil maravillas: «cada cosa, incluso la pata de la silla, tenía que estar bien hecha». El día que me enteré de su enfermedad sólo tuve un pensamiento: o el esplendor de su vida había sido mentira, o todo era verdad, más verdad que nunca. Una vida así de radical en la búsqueda de Cristo y así de entregada a los demás, que había generado tanto, no podía borrarse por la muerte. Lo que es verdadero vive para siempre.
María
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