Finales de noviembre, XI edición del Congreso que da lugar, después, a jornadas que se celebran en toda España a lo largo del curso. Bajo el lema “La política, al servicio del bien común” se puso de manifiesto que «a cada uno nos corresponde hacer que toda la actividad social y política esté orientada a la consecución del bien común». ¿Cómo? Partiendo del sentido religioso y construyendo obras, es decir, creando las condiciones para una subsidiariedad real
El XI Congreso Católicos y Vida Pública, que organiza la Asociación Católica de Propagandistas, se ha convertido en uno de los momentos de debate más interesantes del panorama cultural español. Por él pasan año tras año algunos de los exponentes más relevantes de la política y la sociedad española e internacional. El lema de esta edición, “La política, al servicio del bien común”, ha servido de hoja de ruta a las conferencias y mesas redondas de esos días: de la bioética al arte, de la presencia política a la legislación en materia de libertad religiosa y familiar. Proponemos una lectura de todo lo que allí ha ocurrido a la luz del sentido religioso y la subsidiariedad, que conforman el corazón de la vida social y política.
Sentido religioso. En su conferencia inaugural el cardenal Paul Josef Cordes, Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, insistió en la necesidad de una presencia activa en la vida social y dijo con firmeza que «en ningún momento los cristianos pueden eximirse de la responsabilidad hacia la sociedad. Su compromiso siempre ha sido solicitado por la Iglesia». Pero, ¿qué puede movernos a dar nuestro tiempo y nuestras energías al servicio del bien común?
El interés por el bien común y la pasión por construir nacen de lo más profundo de nuestra existencia. En la mesa redonda sobre “La acción política: vocación y compromiso”, Maurizio Lupi, vicepresidente de la Cámara de los diputados de Italia, retomando una afirmación de don Giussani, dijo: «“Una acción social nace en virtud de ese deseo de verdad, justicia y belleza que constituye a la persona”. Entré en política –aseguró– movido por ese deseo de verdad, justicia y belleza, que coincide con el sentido religioso. Nuestra primera responsabilidad es no apagar este deseo y reconocerlo en los demás». Testimonio de este deseo de justicia apasionado hasta el sacrificio fueron las intervenciones de los políticos vascos José Eugenio Azpíroz y Regina Otaola.
En este mismo sentido se expresó Mario Mauro, diputado del Parlamento europeo, en una de las conferencias centrales del congreso cuando se preguntaba: «¿Cómo se tiene que organizar un sistema educativo para expresar hasta el fondo lo que el hombre es y, por tanto, la profundidad de su deseo, su expectativa de justicia, de verdad y de belleza? ¿Cómo se tiene que organizar un sistema sanitario, un sistema de producción o un sistema de pensiones para respetar hasta el fondo, no sólo el derecho de los que ya han trabajado, sino también las expectativas de las generaciones que vendrán? Ésta es la tarea de la política».
El valor de la vida y el derecho a la libertad religiosa, los valores familiares y su relevancia para la sociedad o los principios morales a la hora de ejercer la política fueron algunos de los temas abordados en la segunda sesión de trabajo. Valores y principios que defender y por los que luchar que encuentran su raíz en lo que Giussani ,llamó, en 1987 «ese elemento dinámico que, a través de las preguntas y exigencias fundamentales en las que se expresa, guía la expresión personal y social del hombre, (…) el “sentido religioso”». El núcleo de exigencias y evidencias elementales que comparten todos los hombres constituye el dato común desde el que descubrir el significado profundo de los valores, en virtud del cual establecer la relación con quienes pertenecen a culturas diferentes o defienden incluso principios distintos a los de los cristianos.
Maurizio Lupi quiso poner varios ejemplos para mostrar que es posible una construcción común. Por ejemplo, el Grupo Interparlamentario por la Subsidiariedad, en el que trabajan juntos políticos de ideologías y pertenencia muy variada, reúne actualmente a 320 miembros entre diputados y senadores del Parlamento italiano. También algunas relaciones nacidas a raíz de la sentencia de la Corte europea de Derechos humanos sobre los crucifijos en las aulas muestran que tal posibilidad de construcción no es una utopía: «El otro es una riqueza para mí, el otro, sea quien sea, es una riqueza social porque tiene el mismo deseo que yo, le constituye el mismo “sentido religioso”, la misma exigencia de significado y, por lo tanto, es posible construir juntos».
Subsidiariedad. Pero, ¿qué tiene que ver este conjunto de deseos con la política? Si las personas construyen es por este ímpetu ideal, por ese deseo de mejorar lo que está mal, de hacer más justo lo injusto, de acompañar a quienes más lo necesitan. Así, hay quienes construyen colegios u hospitales, quienes sacan adelante empresas o cooperativas y quienes contribuyen con su simple trabajo diario a hacer más humana una oficina, un taller o una clase de colegio o de universidad. El sentido religioso, cuando es vivido conscientemente, tiende a traducirse en obras y a transformar la realidad que nos rodea.
En este sentido, Mario Mauro expresó con claridad cuál debe ser la tarea de la política al afirmar que «el Estado debe proteger los proyectos de los ciudadanos para responder a sus necesidades, no dirigirlos». Una concepción del poder muy alejada de esa mentalidad que exige de la política y de los políticos una salvación que nunca llega y que, por una falta de realismo absoluta, seguimos esperando. En esta misma línea se expresó Manuel Silva, abogado del Estado y vicepresidente de coordinación parlamentaria de UDC, al subrayar que «la batalla está en la sociedad».
De nuevo Mauro, parafraseando a Giussani, afirmó que «o el poder está determinado por la voluntad de servir a la criatura de Dios en su evolución dinámica, o sea, por servir al hombre, a la cultura y a las prácticas que se derivan de ella; o bien el poder tiende a reducir la realidad humana a sus objetivos». Pero si bien es cierto que en España carecemos en términos generales de una clase política consciente de esta responsabilidad, no lo es menos que nuestro tejido social se expresa, en muchas ocasiones, con una pobreza y una falta de iniciativa que debería darnos qué pensar.
Son muy iluminadoras a este respecto las palabras de Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate, retomadas por varios de los ponentes: «No bastan las instituciones, porque el desarrollo humano integral (…) comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos» (Caritas in veritate, 11). No basta la política si la sociedad no libra la batalla que le toca: una batalla que no es sólo ni fundamentalmente la de la protesta ante los abusos del poder –protesta por otra parte absolutamente necesaria en España–, sino la construcción paciente y laboriosa de empresas, asociaciones, cooperativas y obras, en definitiva, de un tejido social nuevo, más humano.
Nuevamente escuchamos el certero diagnóstico de Mario Mauro, quien expresaba la perplejidad en la que se encuentra en muchas ocasiones a la hora de intentar sostener, desde su responsabilidad como político, la iniciativa libre de las personas: «En los trabajos de la comisión bicameral italiana, me ha sorprendido que, cuando se ha propuesto de nuevo abordar la cuestión de la subsidiariedad, nos hemos encontrado con que había una enorme incapacidad para dar un contenido de experiencia real a esta palabra. Y era así porque ninguno tenía experiencia de las obras que garantizan que la subsidiariedad sea real». «La política –continuaba– sirve para favorecer una presencia, un trabajo de hombres dentro de la sociedad. O la implicación política va unida a una presencia viva en la sociedad, a una compañía de hombres y obras concretas, o inevitablemente la noción de libertad vuelve a quedarse abstracta y la política se convierte en un puro juego de poder. Cuando, por el contrario, la política defiende la experiencia de una libertad concreta, entonces también la política se hace fascinante. Me parece que éste es el lenguaje de la verdadera política».
Muy sugerente también la intervención de Manuel Pizarro, diputado del Partido Popular, quien insistió en que una de la ventajas de la crisis actual es que nos está permitiendo volver a descubrir el valor del trabajo real, el valor del sacrificio.
Algunos ejemplos de este trabajo y de otras iniciativas sociales fueron saliendo a la luz en muchas de las mesas redondas. Los planes de ayuda a la maternidad presentados por Juan Cotino, Vicepresidente de la Generalitat valenciana, o las agrupaciones sociales en favor de la vida son ejemplos de un tejido social que todos tenemos que regenerar y sostener junto con quienes se dedican directamente al oficio de la política. Porque lo público es obra y responsabilidad de todos.
Tres días dedicados a la política como servicio al bien común y una conclusión: es la hora de la sociedad civil.
* Fundación Subsidiariedad España
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