La presentación en el Meeting de la exposición «Con nuestras manos, pero con Tu fuerza», a cargo del monasterio benedictino de la Cascinazza y de la Fundación para la Subsidiariedad, ha supuesto un evento de gran envergadura cultural. En la mesa: un estadístico, un historiador del arte, un banquero y un monje. El monasterio como obra de Dios
Anhelo, presentimiento, son dos palabras que figuran en el lema del Meeting y que por lo general se asocian a algo etéreo y poco material. Bastaba con estar el 24 de agosto en el auditorio de la Feria rebosante de gente para percibir la densidad de estas palabras, tan concretas como piedras. En el estrado, un curioso grupo de personajes: un profesor de estadística, un profesor de historia del arte, un banquero y un monje, convocados para presentar la gran exposición «Con nuestra manos, pero con Tu fuerza», en torno a las obras nacidas de san Benito y del monaquismo occidental, que ha sido visitada por una riada de personas durante toda la semana.
El estadístico
Giorgio Vittadini es uno de los responsables de la exposición sobre las obras del movimiento benedictino; introduce las intervenciones explicando que el anhelo y el presentimiento del infinito «para nosotros no es algo abstracto: cuando es deseo, cuando es petición, cuando es atención a la realidad, es algo extremadamente real; esta posición se percibe como transformación de la realidad, se verifica en eso que en la tradición cristiana recibe el nombre de “obra”». Para comprenderlo hay que ir hasta la raíz de la palabra, «allí donde esta palabra tomó forma –dice Vittadini– , donde nació, donde está el origen de esta manera de ver la realidad en su totalidad, de actuar en la realidad, que es en la experiencia benedictina».
Vittadini recuerda que cuando don Giussani hablaba de la época de san Benito, decía que «durante las invasiones bárbaras, si te dedicabas a cultivar la tierra podía suceder que llegara una horda y lo destruyera todo, por eso muchos dejaron de cultivar, abandonaron el trabajo; pero algunos, los benedictinos, siguieron manos a la obra, permanecieron en esas tierras porque allí vivían su relación con Cristo que les sostenía en su labor cotidiana, más allá del resultado inmediato» de su trabajo. Así nacieron las primeras obras, concluye Vittadini, «no nacieron en primer lugar como respuesta a una necesidad, sino del estupor por el encuentro con Cristo dentro de la realidad».
El historiador del arte
Marco Bona Castellotti es profesor en la Universidad Católica de Milán y responsable cultural del Meeting. Fue él quien “sugirió” a los monjes benedictinos de la Cascinazza, a las afueras de Milán, que prepararan una segunda exposición, tras la de san Benito expuesta en el 2006.
«En la parte que está dedicada a la naturaleza del monasterio –explica Bona Castellotti– se puede leer que “el monasterio es obra de Dios”; un panel titulado “Ora et labora” recoge uno de los pasajes de la regla benedictina en el que san Benito recomienda a los monjes que no antepongan nada a la obra de Dios, y, para poder reconocer que la obra de Dios no es fruto de nuestras manos, se invita al monje a hacer memoria, es decir, a adquirir una conciencia plena y perenne de la intervención de Dios en la vida y en los asuntos de la vida y, por lo tanto, también en el trabajo». De esta manera, explica Bona Castellotti, «hacer memoria es reconocer nuestra total dependencia de Dios». Con la agudeza del que está entrenado para buscar lo bello y lo verdadero, observa leyendo el pasaje de la Regla “Cuando sea la hora del Oficio divino dejen todo lo que tengan entre manos y acudan con prestaza”: «en este sentido el trabajo se reconoce como una forma particular de oración. Quisiera citar una frase de don Giussani en la que la relación entre trabajo y oración es tan estrecha que llegan a coincidir: “El trabajo es verdadera oración; no existe oración si no es trabajo, si no expresa un trabajo”. En la vida del monje, si el trabajo no es oración, corre el riesgo de convertirse en una fuga que distrae. Una de las preocupaciones más auténticas en la vida de un monasterio es el exceso de trabajo, en otras palabras, el activismo. El peligro está en que el activismo ofusque la dimensión contemplativa. El equilibrio, la fusión entre la dimensión activa y la dimensión contemplativa es la base de la vida monástica».
Lo que pasa por nuestras manos, insiste Bona Castellotti, es fruto de la fuerza de Otro, y recuerda que Ratzinger, cuando todavía era cardenal, afirmó: «La gran tentación era transformar el cristianismo en un moralismo, sustituir el creer por el hacer. Para el cristiano la primera obra es la fe en Dios». Bona Castellotti concluye deteniéndose en la palabra “contemplación”: «Es una palabra que en el pasado se ha utilizado hasta la saciedad, pero hoy en día se ha abandonado, se reduce a algo abstracto, espiritualista, desencarnado; pero es todo lo contrario, lo invisible adquiere una densidad concreta porque es sinónimo de Misterio y el Misterio cristiano es de lo más concreto, es Dios hecho hombre. La contemplación nos permite divisar lo invisible, porque es inteligencia y conciencia. Y tiene un método, dice don Giussani: la memoria. La contemplación es memoria, memoria que tiende continuamente a Cristo».
El banquero
Contemplación, memoria… Giovanni Bazoli toma la palabra en un momento en que la entidad Banca Intesa (que él preside) anuncia su fusión con el banco San Paolo de Turín, dando lugar a la mayor “obra” bancaria italiana, que pasa a colocarse entre las seis primeras de Europa. «¿Qué reflexión sugiere la exposición?», se pregunta Bazoli. La exposición permite entender «de qué manera actúa el Señor a través de la obra, a través del trabajo del hombre; o, lo que es lo mismo, pero visto desde el punto de vista del hombre, cómo ayuda Dios al hombre en su obra, que es un tema fascinante y misterioso, un tema ineludible y central para los creyentes», explica el presidente de Banca Intesa. La exposición ilustra de manera sugerente cómo se manifiesta el designio, la acción de Dios a través de la obra de san Benito, «y resulta maravilloso verificar el éxito de su obra y del monaquismo, el nivel de inspiración y de compromiso religioso, que a la vez contribuye al progreso civil, cultural y temporal de la sociedad humana». Aquí se ve satisfecha una reivindicación personal sobre la mentalidad dominante: «Con esto quiero decir que la idea de que la Edad Media era una época oscurantista, de que el cristianismo constituyó un freno para el progreso intelectual y las aplicaciones científicas es un mito que desmerece la historiografía. Esta exposición contribuye a mostrar la inconsistencia de este postulado. Toda la actual civilización occidental, y en particular la europea, es profundamente deudora del monaquismo. ¿Cómo no reconocer en todo esto la prueba de un designio que se realiza en la historia a través de la obra del hombre?». «¿Y, sin embargo, qué es lo que sucede hoy?», se pregunta Bazoli. «El hombre moderno construye él solo su propio mundo y Dios ya no se admite como guía de los destinos y de las sociedades humanas. ¿Tiene actualidad el mensaje de esta exposición? Sin duda respondo que sí, porque la cuestión planteada al comienzo, cómo utiliza Dios la obra del hombre, es de extrema actualidad». El banquero cierra su intervención con una referencia de tipo personal: «La laicidad postula el respeto por las reglas profesionales, pero invocar la ayuda del Señor en los problemas temporales, incluso en los de orden económico, no está fuera de lugar, es más, resulta indispensable. Voy a concluir la presentación de una exposición como esta con un testimonio personal que tiene que ver con el trabajo al que me dedico desde hace casi un cuarto de siglo: estoy convencido, persuadido, de que me he comprometido con una causa buena, es decir, con aquellos valores que mi conciencia valora merecedores de ser custodiados, esta es la fuerza moral que me ha sostenido siempre; es la fuente a la que he acudido en los momentos de las decisiones más difíciles, en las que he estado expuesto al riesgo del fracaso, incluso de la humillación; es la razón por la que, en un trabajo de naturaleza temporal como este, en los momentos más delicados, cuando he tenido que tomar una decisión en solitario, no me ha parecido fuera de lugar invocar a la Providencia a través de la oración, y estoy firmemente convencido de que sin esta ayuda la obra que se me ha confiado se habría truncado ante el primer obstáculo».
El monje
El padre Sergio Massalongo, prior del monasterio de la Cascinazza, comienza con una confesión: «La exposición no nace de un proyecto de nuestra comunidad; tampoco de una necesidad particular, ni siquiera de un deseo; la exposición surge del haber aceptado la provocación del profesor Marco Bona Castellotti. Lo digo para hacer ver que Dios es verdaderamente grande, porque hace surgir de la nada las cosas que luego resultan ser más verdaderas, las que más necesitamos, mientras que las que parecían más importantes se revelan secundarias. Preparar la exposición nos ha llevado a entender que nuestra comunidad necesitaba precisamente “ese” trabajo. La exposición ha sacado a la luz nuestro deseo. Por ello este trabajo ha sido una gracia para nosotros en todos los sentidos».
Pero como del dicho al hecho hay un gran trecho, también cuando se trata de monjes –no olvidemos que ante todo son hombres–, el padre Sergio nos cuenta que «nos encontrábamos ante la inmensidad del océano y con fecha de entrega inmediata. La gracia de Dios nos permitió encontrar en el profesor Giorgio Vittadini la ayuda necesaria para aventurarnos en un trabajo en el que se ha involucrado toda nuestra comunidad durante todo el año. Una labor que no sólo ha consistido en estudio e investigación, sino en una comparación con toda nuestra vida, lo cual ha sido el aspecto más valioso. Un trabajo no exento de dificultades, pero sostenido por una certeza: no la de nuestras manos sino la de Su fuerza. Es evidente el milagro que se ha producido: no somos nosotros los que hemos hecho la exposición, sino que el Señor nos ha hecho a través de la exposición. Este trabajo es para nosotros sólo el principio que nos introduce en la conciencia de algo tan grande como la propia vida: la cuestión de la unidad entre la fe y las obras, entre la gracia de Dios y la libertad humana, entre la oración y el trabajo; en resumen, entre lo divino y lo humano. Por lo tanto, no un dualismo sino el milagro de una unidad, que es imposible para el hombre, pero es posible para Dios. La exposición nos ayuda a abrirnos a este misterio de gracia y de unidad que el hombre recibe por medio de Cristo».
¿Y la obra?, ¿Cómo nace y cuál es su valor?, el padre Sergio aclara: «Él es mi fuerza, pide nuestra libertad, nuestro “sí” libre para que la fuerza de Su amor nos transforme y por tanto transforme la realidad entera. Así la obra se convierte en el reflejo de esta plenitud que tiende a plasmar toda la realidad según aquello para lo que se ha creado». El prior de la Cascinazza cita aquí el panel 42, para subrayar que en todas las obras hay una pequeña tentación: «la obra se hace por la gloria de Dios, pero siempre existe el peligro de que se nos vaya de las manos y ya no sea obra de Otro sino que un proyecto que cede a la tentación constante de suplantar a Dios». Pero, si el hombre pretende suplantar a Dios, «si se aparta del origen de su vida, de su ser, de la fuente de energía que lo genera, cambia su manera de hacer las cosas. Y su obra, por importante o bella que sea, se vuelve limitada. Esta es la tragedia del hombre contemporáneo, está ciego ante la realidad y, por lo tanto, triste y angustiado». Como experto en humanidad, el prior apunta a que precisamente de aquí «procede toda la inquietud que nos abruma, y todos los esfuerzos por superar este límite, alcanzar la felicidad con sus propias manos, aunque esa sea una forma extrema de desesperación».
Surge entonces espontáneamente una pregunta: cuándo trabajamos creando obras, ¿cómo podemos permanecer es una actitud de espera original? El padre Sergio responde: «El hombre debe reconocerse ciego, necesitado de luz. Para recibir la fuerza que es Dios, el hombre tiene que reconocerse como un vaso vacío y mendigar que otro lo llene. Sólo en la experiencia del milagro de esta plenitud dentro de la nada que yo soy, de ser continuamente llenados por Cristo presente; sólo partiendo de esta plenitud podemos construir libres del resultado, es decir, ser instrumentos de otro que se comunica a través de nosotros». Así todo lo que se hace se va convirtiendo realmente en obra, «es decir, una realidad efímera que encarna lo eterno». El padre Sergio lo traduce con una cita: «el papa actual, Benedicto XVI, en la homilía del funeral de don Giussani dijo lo que se puede leer en el panel 35: “El que no da a Dios, da demasiado poco”. Preguntémonos si hacemos nuestras obras para esto. Si no nos lleva a encontrar a Dios en el rostro de Cristo, no estamos construyendo sino destruyendo, dividimos; lo que nos quedamos para nosotros divide y se pierde; se pierde porque no podemos conservar lo que no damos a Dios. Para que una cosa sea mía debo dársela a Dios, solo así no la perderé».
Al finalizar su intervención el padre Sergio introduce un punto de fuga que sintetiza el significado de toda la exposición: «Quiero terminar con el panel 44: “El perdón, milagro de la renovación”. Para el hombre moderno que se hace a sí mismo, que no necesita nada, que no tiene que pedir nada a nadie, el perdón es algo absurdo, una debilidad. En realidad, es todo lo contrario, el perdón es la capacidad máxima de recrear el yo. Mediante el perdón el amor es capaz de sacar un bien incluso del mal, de salvar; nos sentimos perdonados cuando vemos superada nuestra propia capacidad de perdonarnos, la obra más bella surge precisamente del perdón. Por eso san Benito nos exhorta a no desesperar nunca de la misericordia de Dios, porque los brazos de la misericordia de Dios son más fuertes que todos los males y son capaces de levantarnos de todas las caídas; no se cansan jamás de levantarnos mil veces al día, de hacernos nuevos mil veces al día para que, incluso con nuestra debilidad y fragilidad, nos atrevamos a cualquier empresa por Aquel que es nuestra fuerza». Esta es la raíz y motivo de una obra cristiana, del desafío que continúa en el mundo la obra de Otro. Los monjes de la Cascinazza nos lo dicen con su propia vida.
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