Publicamos un amplio pasaje del libro de Luigi Giussani De la utopía a la presencia (1975-1978), primer volumen de una nueva sección titulada “El Equipe”, que propone las lecciones y los diálogos de Giussani con los responsables de los universitarios de Comunión y Liberación. Esta nueva sección pertenece a “Los libros del espíritu cristiano” de la Biblioteca Universal Rizzoli (BUR), una colección dirigida por Julián Carrón. El texto se presentará en el Meeting de Rímini, el sábado 26 de agosto
«En octubre de 1976 don Giussani retomó directamente en sus manos las riendas del CLU y pidió a todo el movimiento que considerara todo lo que acontecía entre aquellos jóvenes como el lugar donde comenzaba una reforma que habría de penetrar en todo Comunión y Liberación. (...) En octubre de 1975 don Giussani intervino, por vez primera, en el Equipe del CLU en Rímini, ante ochocientos responsables. “El juicio se me ocurrió de improviso en aquellos días, como me sucede siempre. ‘Hecho’ y ‘evento’ son las palabras más católicas, así como la palabra ‘acontecimiento’: Jesús como un hecho”. He aquí cómo recordó don Giussani aquel momento algunos años después: “Recuerdo una reunión de responsables celebrada en Rímini en 1975. Hasta ese momento el contenido de nuestro compromiso estaba constituido por la preocupación por un discurso que pudiera se útil en el debate y ayudara a todo el país a salir del desconcierto, que por entonces era aún más evidente. Éramos propensos a realizar análisis políticos y sociológicos. Pero en Rímini surgió la pregunta: ‘¿Qué es lo que nos reúne aquí? ¿La pretensión de realizar análisis de la sociedad, a fin de crear alternativas a las teorías que están de moda?’. Respondimos: ‘Eso es, más bien, un deseo que es un poco como un fruto, una consecuencia; en realidad, lo que nos reúne aquí es un acontecimiento, algo que ha tenido lugar en el mundo’». (Comunión y Liberación. La reanudación (1969-1976), Massimo Camisasca, Ediciones Encuentro, pp. 390 y ss.)
Al encuentro del CLU celebrado en Rímini en 1975 le siguieron dos Equipes, uno en Florencia, en febrero de 1976 y otro en Rímini, en mayo. La propuesta de la «comunión de base» ciertamente había provocado a los universitarios y en ella se centraron ambos encuentros. Sin embargo, costaba entender qué suponía la «comunión de base» para uno mismo y para la comunidad, a pesar de que se reflexionaba sobre las dimensiones de la experiencia cristiana y sobre toda una serie de palabras relacionadas con ella (educación, gratuidad, responsabilidad). Además se advertía la necesidad de volver a ver la «presencia» en la universidad y la fisonomía de la comunidad, y de frenar una especie de “fuga de la universidad” hacia ámbitos externos, fenómeno que iba extendiéndose. La atención volvía casi siempre a centrarse en las consecuencias organizativas, culturales y, sobre todo, políticas (en enero se habían celebrado las elecciones de los representantes estudiantiles en los órganos de gestión universitaria), poniendo de manifiesto cuán arduo era cambiar el modo usual de concebirse y de vivir en la universidad.
Don Giussani no participó en el equipe de Florencia. Asistió en cambio al de Rímini, siguiendo los trabajos de la tarde –dedicados al empeño cultural y político en la universidad–, discretamente sentado al fondo del salón de actos. Después de una pausa, antes de las conclusiones, pidió la palabra para expresar su juicio acerca de lo que había escuchado.
Sería muy interesante que cada uno de vosotros contestara a esta pregunta, de la que, en mi opinión, depende cualquier otro problema: «¿Qué es la fe?».
A mi parecer, falta claridad en la respuesta. Y si falta una respuesta clara, ¿cómo puede ser creativo el método, es decir, el camino, la propuesta para vivir? En efecto, sólo un sujeto maduro y autoconsciente es creativo.
Ahora bien, ¿cuál es hoy el papel de CL en la vida de la Iglesia y de la sociedad italiana si no el de reclamar a la fe? Hoy no hay nadie que nos recuerde los contenidos de la fe; por ello, todos se agitan de acá para allá, pero no logran encontrar su propio sujeto, su rostro, su identidad. Cuando falta claridad lo que es tan sólo función e instrumento de la autoconciencia tiende a suplantarla, ocupa el lugar de lo que no hay.
¿Qué es la fe? Lo que es la fe se comprende mirando a los primeros, identificándose con Andrés y Juan, que lo siguieron y le preguntaron: «Maestro, ¿dónde moras?» (cf. Jn 1,38). ¿Qué era la fe ante aquel hombre? Era reconocer la presencia de lo divino. Ellos ni siquiera se atrevían a pensarlo, no lo razonaban, pero reconocieron en aquel hombre “la presencia” que liberaba, que salvaba.
La fe –que define nuestra identidad y nos convierte en sujetos activos y, por lo tanto, creativos– consiste en advertir esta presencia entre nosotros, en darse cuenta de la presencia que es nuestra unidad, que es nuestro pueblo. Mi identidad adecuada es nuestra unidad como pueblo; a medida en que vayamos siendo conscientes de ello se borrarán enseguida las graves dificultades que existen entre la consideración del propio sujeto entendido de forma individualista y la vida de la comunidad, dificultad que en mi opinión nos arrebata un sinfín de energías. La verdadera relación con el adulto, es decir, con la autoridad del CLU, es la relación con nuestra historia tal y como está guiada: cualquier otra relación, en efecto, acabaría reducida a una relación personal y tendencialmente intimista, que sólo se salvaría por una limpieza y objetividad extraordinarias de la persona adulta; lo cual sólo ocurre en casos excepcionales.
Lo que nos salva es objetivo, es objetivo lo que nos permite convertirnos en adultos. La fe reconoce la presencia que libera la vida, la presencia de la liberación, de la salvación de todo. Esto alumbra en nosotros esa certeza fresca y gozosa que todavía nos falta. Esto es lo que vence al mundo y que nos falta: la fe. Tu fe es la que reconoce esta presencia redentora y libertadora de ti y, al mismo tiempo, del mundo. Esta presencia hace dos mil años tenía el rostro de aquel hombre y ahora asume el rostro de nuestra unidad, del pueblo que es su Cuerpo: nuestra identidad verdadera y adecuada es este Cuerpo, reside en la unidad con este Cuerpo.
Es como si no hubiéramos franqueado todavía el umbral del Acontecimiento del que tomamos el nombre. Es como si “comunión y liberación” no fuera una realidad, sino una fórmula ideológica, una sugerencia teórica que implica cierta moralidad y cierto juicio cultural en fases yuxtapuestas.
Por el contrario, la característica de un hombre que se percibe liberado, salvado y, por lo tanto, nuevo, es la capacidad de jugarse en la historia, trabajar en paz y crear con alegría.
En segundo lugar, hay que considerar que no existe un individuo abstracto, suspendido en el aire; existe una identidad encarnada; no existe otra identidad más que la que se vive en una situación concreta. Nuestro problema no es la unidad con el CLE (Comunión y Liberación Educadores; ndt), con el CLU, con los distintos niveles del movimiento; el problema es tomar conciencia de la novedad que somos y que vive en una situación concreta. En este caso, podríamos estar desprevenidos ante la situación de la universidad (en los cursos, en los consejos de facultad), pero a la vez estar animados por la novedad que llevamos.
Cuando uno acaba la carrera, es esta identidad vibrante la que tiene que llevar más allá de la universidad, en la vida de la Iglesia, dentro el compromiso civil, social y político.
Entonces también el empeño político se plantea como trabajo cultural, porque uno sabe qué quiere decir hacer un trabajo en esta coyuntura cultural. Se trata de un pueblo que, en contacto con los acontecimientos, profundiza con claridad cada vez mayor en la conciencia de llevar en sí la respuesta a la crisis.
Nuestra posición cultural es la de un pueblo que profundiza en la conciencia de llevar en sí mismo el principio resolutivo de la crisis para todos; nosotros llevamos la salvación. «Il Signore é la mia salvezza e con Lui non temo piú, perché ho nel cuore la certezza: la salvezza é qui con me» («El Señor es mi salvación y con él nada temo, porque abrigo la certeza de que la salvación está aquí conmigo»; A. Marani, «Cantico dei redenti», en Canti, Milán 2002, p. 186). Esta frase no es el emblema de la reducción estetizante y moralistamente superficial con la que vivimos: esta frase define el tipo de conciencia que tengo de mí mismo. Esta identidad no existe abstractamente, sino encarnada en la situación concreta, política, universitaria, etcétera. No existe una posición que yo pueda asumir al margen de estos problemas: en un cierto sentido me constituyen, soy “yo” que tomo posición.
Quería afirmar qué es la fe –pues la respuesta a esta pregunta es la clave de todo– en estos términos: la fe es reconocer la presencia que nos libera tanto a nosotros como al mundo. A menudo llevamos el anuncio cristiano por toda Italia y no sentimos que sea verdad para nosotros en primer lugar, nos falta un reconocimiento existencial, una aceptación existencial de esta respuesta. El Hecho cristiano es el anuncio de que ha llegado una presencia nueva: Dios entró en la historia, se hizo hombre, es la presencia de un Hombre que es la Liberación. Implicándonos con Él somos liberados dentro de la historia.
Fuera de esto, nada es historia sino mentira construida con ladrillos que serían buenos en sí mismos, pero que así se echan a perder.
La pertenencia a este pueblo es mi identidad. Fue uno de nosotros quien hizo esta observación; pero entró en el movimiento en 1969 por un grupo de amigos que, en ese mismo año, se fueron; entonces percibió la objetividad del hecho del pueblo de Dios, de la unidad cuyo valor sigue vigente independientemente del grupo de amigos que lo llevó a CL. Su identidad estribó en pertenecer al pueblo. Hay que pedir esta autoconciencia al Espíritu Santo.
Una identidad cristiana así tiene conciencia de sí misma y de pertenecer al pueblo; es todo lo que se debe pedir, porque aquí empieza la madurez que permite tener creatividad. Nos urge esta conciencia no sólo para el movimiento en la universidad, sino para todos. Muchos adultos ya no lo entienden. Muchos son estupendos, pero no entienden el cambio de conciencia que conlleva el hecho cristiano. Lo intuyen a los cincuenta, a los sesenta años, confusamente, cuando la palabra «unidad» deja de percibir las opiniones como un obstáculo, porque ya no tienen nada por delante en la vida. Entonces se adentran con pobreza de espíritu en el misterio de la unidad, pero sin entender qué es.
De todas formas, nosotros “arrollaremos” en cualquier situación en la que estemos encarnados con auténtica madurez, aunque no seamos competentes en nada. Ninguno puede juzgar lo que uno es en este momento por el rendimiento que tiene ahora, porque aquí lo que está en juego es una historia; y la historia proporciona el significado a la realidad temporal del sujeto, es decir, le comunica su significado viviente. Mi significado viviente es la unidad que tengo con vosotros, el Misterio que hay entre nosotros. De otro modo, yo sería una rama inútil arrancada del árbol. El pueblo de Dios con su historia realmente proporciona una experiencia de libertad, de consistencia de la propia persona, independientemente de lo que somos capaces de hacer y de decir, porque toda nuestra consistencia es esta Presencia cuyo rostro es el pueblo de Dios, la unidad de los creyentes que tiende a convertirse en cuerpo, presente en cada situación (ya sea en la universidad, en el movimiento, o en la misma Iglesia).
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