Desde Italia, donde se encuentra para recoger el premio “Defensor Fidei”, el prelado chino nos habla de las difíciles relaciones entre el gobierno y la Iglesia clandestina. Ser obispo y predicar el Evangelio en Hong Kong
«Por defender con valentía la libertad de la Iglesia y trabajar en la defensa de los derechos fundamentales de todos los seres humanos», son algunos de los motivos que han llevado a la revista Il Timone, dirigida por Giampaolo Barra, a conceder al recién nombrado cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, obispo de Hong Kong, el premio “Defensor Fidei”. Su eminencia recibió personalmente el premio durante una celebración organizada por la revista de apologética, con la asistencia, entre otros, de Vittorio Messori, monseñor Luigi Negri, obispo de San Marino, y el sociólogo Massimo Introvigne. Allí tuvimos ocasión de dirigirle algunas preguntas.
Eminencia, ¿cómo se deben interpretar los últimos nombramientos episcopales de la Iglesia patriótica efectuados por el gobierno de Pekín en contra, incluso, del parecer de los propios interesados?
Son el último intento desesperado del régimen. En mi opinión se hacía necesario que la Santa Sede se pronunciara claramente y así lo ha hecho. Se ha producido una dura condena –en la que se reconoce que ha habido presiones fuera de la Iglesia–, pero deja una puerta abierta a los obispos y sacerdotes que han consentido. Las autoridades gubernativas han retrocedido a la situación de hace cincuenta años. ¿Por qué tenemos que permitir que el gobierno se comporte así impunemente?
Usted ha insistido en que la Iglesia es fuerte en China…
Lo cual es cierto. No debemos mostrarnos débiles. En estos años todos los obispos que han sido ordenados han hecho saber al gobierno que querían ser reconocidos por el Papa. Los obispos chinos han mostrado una postura firme y el gobierno ha cedido.
¿Pero eso, en la práctica, cómo se da?
Se elige obispo al prelado que el Papa ha aprobado. Pero una elección es una elección. ¿Qué pasaría si el candidato no fuera confirmado? Se crearían situaciones dolorosas. Eso no es bueno para la Iglesia que se ha decantado siempre por el método de la consulta.
Cambiando de tema, en el último Consistorio, tres de los quince nuevos purpurados proceden de Asia: Filipinas, Corea y China. ¿Se puede decir que el Papa Benedicto XVI haya querido mostrar un interés particular por este continente?
No sabría decirle. Creo que se requería un recambio y este era el momento adecuado –también por razones de edad– para proceder a estos nombramientos. Pero eso tendría que preguntárselo directamente al Papa.
Algunos observadores indican que la brújula de la Iglesia se dirige más que nunca hacia Oriente. ¿Comparte esta opinión?
Son cosas que se dicen, en realidad todas las partes del mundo son importantes…
¿Cómo vive un fiel o un sacerdote de la Iglesia clandestina respecto a uno que pertenezca a la Iglesia patriótica?
Los miembros de la Iglesia clandestina están fuera de la ley. En muchas zonas el gobierno lo tolera, pero en otras ciudades arresta a los obispos y a los sacerdotes y confisca las propiedades de la Iglesia. Esta presión puede llegar a ser muy dura. Hay dos obispos, por ejemplo, que llevan cinco o seis años desaparecidos. Esto es lo normal, en el sentido de que los obispos y los sacerdotes fieles al Papa cuentan con ello; cuando no se les arresta, gozan de una cierta libertad de acción, pero están vigilados las veinticuatro horas del día.
Cuando aceptó su nombramiento como cardenal, usted recordó que tiene casi setenta y cinco años y que, por lo tanto, pensaba jubilarse. Pero a continuación añadió: «Hay mucho trabajo por hacer en China». ¿A qué se refería?
Lo que quería decir es que un cardenal es un consejero del Papa y, por lo tanto, en lo que tenga que ver con China, el Pontífice le pedirá su consejo. Si no fuera por ello, al terminar mi labor en Hong Kong me habría retirado a la vida privada.
Benedicto XVI insiste en proclamar la belleza del cristianismo. Usted opina que somos siempre capaces de testimoniar esta alegría…
¡Sí, sí! Veo muchísima gente que vive su fe y esto la hace muy feliz a pesar de las dificultades. Es una realidad de la que tengo experiencia.
Hong Kong es una de las capitales internacionales de negocios y conserva en su interior una comunidad católica muy viva y numerosa. ¿En qué se centra su acción pastoral?
En todo el mundo los obispos deben transmitir el Evangelio. En Hong Kong actúo de acuerdo con las oportunidades que ofrece mi ciudad, empezando por la educación, que es una manera esencial de trasmitir el Evangelio. Recientemente, al pasar a depender de Pekín, el gobierno ha atentado contra los derechos humanos; por ello, nosotros hemos predicado en este sentido con más ahínco. Este es un aspecto del anuncio del Evangelio muy significativo para nuestra ciudad.
Usted estuvo en Italia estudiando durante los años del Concilio, primero en Turín y luego en Roma. Y fue ordenado sacerdote en la capital del Piamonte. ¿Qué recuerda de aquellos años de intenso fervor en el seno de la Iglesia?
El Concilio no se realizó en un solo día. Recuerdo todos los fermentos que precedieron, prepararon y culminaron en ese momento. Nosotros, jóvenes estudiantes y sacerdotes, sentíamos todos esos problemas. El Espíritu Santo llevaba tiempo obrando. Yo estudiaba en un Instituto internacional en el que aprendíamos no sólo de los profesores, sino de los compañeros procedentes de todos los rincones del mundo. Gracias a la acción del Espíritu Santo, pudimos apreciar las novedades del movimiento litúrgico y ecuménico, que hacía entonces tantos progresos.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón