En el IV centenario de la muerte del Santo patrono del episcopado del continente americano, recorremos los pasos de una vida que destaca por el celo misionero, la promoción de los indios y la formación del clero en el áspero mundo andino
Toribio Alfonso de Mogrovejo nace en Mayorga, ciudad del antiguo Reino de León en el corazón de España, en noviembre de 1538, en el seno de una antigua familia, de renombre prestigioso y conocida tradición jurídica. El escudo de armas nobiliario de la familia llegará a ser el suyo como arzobispo: tres flores de lis, un castillo y un león rampante. Fue el tercero de cinco hermanos y hermanas; una de ellas, María, será monja dominica y morirá en concepto de santidad en 1614. Otra hermana, Grimanesa, lo acompañará a Perú como ama de llaves. El futuro arzobispo morirá en Zaña, lejana localidad de su diócesis, durante una de sus frecuentes visitas pastorales el 23 de marzo de 1606.
Los primeros 40 años españoles de Toribio de Mogrovejo transcurrieron en el estudio y en los trabajos de la administración pública, sobre todo como jurista y juez en el tribunal del Santo Oficio. En diciembre de 1573 fue nombrado inquisidor de Granada donde se quedó hasta septiembre de 1580, cuando le nombraron arzobispo de Lima. Toribio recibió la tonsura clerical, que le permitió así disfrutar de algunos beneficios eclesiásticos, según la costumbre de la época.
Segundo arzobispo de Lima
Su nombramiento como arzobispo de Lima no constituyó un caso único y excepcional. Otro gran obispo de esa Iglesia naciente hispanoamericana, Vasco de Quiroga, fue propuesto y elegido como el primer obispo de Michoacán, en la Nueva España, hoy México, por el emperador Carlos V. ¿Por qué Felipe II de España pensó en el jurista Toribio de Mogrovejo para la sede arzobispal del importante virreinato del Perú, que incluía entonces prácticamente toda la América española?
El Perú estaba saliendo de una dura crisis. El primer arzobispo de Lima, Jerónimo de Loaysa, murió en 1575. Dejó una prometedora obra en el campo de la primera evangelización, en la pacificación con el imperio Inca, pero su historia fue atormentada por sangrientas guerras civiles, antes de la llegada de los españoles entre los incas mismos y, después de la conquista, entre los conquistadores españoles. Loaysa trabajó en aquel entorno con mucha fatiga y apenas dejó sentadas las bases de la instalación jurídica de la naciente Iglesia “india”.
Frente al problema que representó la sucesión de Loaysa, un amigo de toda la vida de Toribio, Diego de Zúñiga, consejero de Felipe II, le sugirió al rey que enviara a Lima como arzobispo al joven jurista Toribio de Mogrovejo. El rey lo presentó como arzobispo al Papa Gregorio XIII el 28 de agosto de 1578, y el Papa lo nombró tal en el consistorio del 16 de marzo de 1579.
Toribio tenía 39 años. Después de su elección le escribió al Papa una carta en la que entre otras cosas decía: «Si bien es un peso que supera mis fuerzas, temible también para los ángeles, y a pesar de considerarme indigno de tan alto cargo, no he diferido aceptarla, encomendándome a Dios y confiándole todas mis inquietudes».
Toribio recibió todos los órdenes sagrados, tanto los llamados “órdenes menores” como los mayores –subdiaconado, diaconado y presbiterado– en Granada; la consagración episcopal tuvo lugar en Sevilla en agosto de 1580.
Hacia el Nuevo Mundo
Toribio zarpó desde Sevilla rumbo al Perú. La flota navegó durante tres meses y medio antes de arribar a su destino. El nuevo arzobispo, hombre de letras, se entregó al estudio del nuevo mundo que le esperaba tras los largos meses de travesía. Su entrada en Lima tuvo lugar el 24 de mayo de 1581, ingresando por un barrio de pescadores e indios. Después de 5 años de sede vacante, Lima acogió a su nuevo arzobispo. Ya no lo dejaría en los 25 años que le quedaron de vida.
Cómo obispo misionero brillará en muchos sentidos. Algunos ya son proverbiales, como su ardor apostólico, sus heroicas y épicas visitas pastorales a lo largo de la cordillera andina, su celo ilimitado por la evangelización de los indios, la defensa de la justicia, los concilios provinciales (tres) y los sínodos diocesanos (trece), su preocupación por la formación de los misioneros, sus obras de caridad y su cercanía con la gente. Entre sus obras destaca el III Concilio de Lima, que constituyó la base jurídica y pastoral de la Iglesia latinoamericana en vigor hasta el Concilio plenario latinoamericano del 1899. Hizo editar el famoso catecismo trilingüe –en español, quechua y aymara– que fue aprobado por aquel Concilio como instrumento de evangelización en lengua indígena. Abrió el camino a los órdenes sagrados a los indios y a los nativos, sin discriminación. Fundó el primer seminario tridentino del continente americano y fomentó la educación de los indígenas con colegios específicos.
Toribio Alfonso de Mogrovejo fue sobre todo un apóstol itinerante en aquel áspero mundo andino. Realizó tres visitas pastorales generales y bastantes otras parciales a su inmensa diócesis. Morirá durante una de estas visitas pastorales, el Jueves Santo, 23 de marzo de 1606, en Zaña, en el lejano Norte del Perú. Será beatificado por el papa Inocencio XI, el 28 de junio de 1679 y canonizado por Benedicto XIII, el 10 de diciembre de 1726. El Concilio plenario latinoamericano de 1899 lo declaró «totius episcopatus americano lumbrera maiu» (Acta IV) y Juan Pablo II lo nombró santo patrono del episcopado americano.
Como san Carlos
Todos estos hechos demuestran que el rey Felipe II acertó cuando le propuso como arzobispo de Lima. Su celo apostólico marcó la vida de cuantos le conocieron en vida, y muy pronto, en tiempos en los que no se introducían fácilmente causas de canonización, se creyó oportuno introducir la suya. Una de las razones, que explica quizás el interés por la obra del gran arzobispo, se encuentra en su enorme labor apostólica en la evangelización de América del Sur, en un momento histórico decisivo para el destino espiritual y temporal de la Iglesia y los intereses de la Corona española en América. A lo cual hay que añadir la extraordinaria preparación jurídica de este arzobispo y su particular estilo apostólico de obispo “reformado” y “tridentino”, similar al de sus contemporáneos san Carlos Borromeo en Italia y san Juan de Ribera en España.
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