En Sâo Paulo, una Escuela de comunidad de 15.000 universitarios, dividida en grupos de 600. En los nuevos barrios de los antiguos favelados, centros de belleza. Sigue sorprendiendo la experiencia de Cleuza y su marido Marcos, fundadores del Movimiento de los trabajadores sin tierra, que en el encuentro con CL han descubierto la razón de la pasión por el hombre
La Thuile. Finales de agosto de 2005. En un encuentro en la Asamblea internacional de los responsables de CL, Cleuza se levanta para hacer una pregunta referida a la invitación de Julián Carrón a hacer la Escuela de comunidad y a proponerla a todos: «Si sólo el 10% de nuestros amigos se adhiriera a esta invitación, ¿cómo haríamos mi marido y yo Escuela de comunidad con 10.000 personas?». Diez mil, sí. Porque Cleuza Ramos y su marido, Marcos Zerbini, son los fundadores del Movimiento de los trabajadores sin tierra, una asociación que agrupa a cerca de 100.000 hombres y mujeres de Sâo Paulo. La asociación ha permitido a personas que vivían en favelas adquirir un pedazo de tierra y construir casas decorosas y de su propiedad (véase Huellas, junio de 2005). «Ya encontraréis una solución», les contestó Cesana.
Cleuza y Marcos, acompañados por Alexandre, médico de los Memores Domini en Sâo Paulo, han venido a Italia con ocasión del encuentro del Papa con los movimientos y las nuevas comunidades, y nos han contado los desarrollos increíbles de esta historia y de su nuevo grupo de Escuela de comunidad.
Partimos de aquella pregunta en La Thuile...
Cleuza. Nosotros creemos que nuestro trabajo es una misión y si nos invitaron a la asamblea de responsables en La Thuile no fue por turismo, sino para intercambiar experiencias. Aquel encuentro me impactó mucho. Mi ansia es la de poder llevar a todos la belleza que he descubierto. Leyendo un libro de don Giussani, Huellas de experiencia cristiana, que me gusta mucho, me pregunté: ¿cómo puedo llevar esta misma experiencia a toda la gente que conozco? En una página del libro se dice que todos los cristianos tienen el deber de comunicar el anuncio en la forma más sencilla. En nuestra asociación, cuando nos reunimos en asamblea, usamos una octavilla informativa, que circula velozmente: cada uno la va pasando a su vecino, así todos lo leen. Entonces pensamos en hacer una de estas octavillas sobre cierto tema con una canción popular brasileña y un pasaje de Giussani tomado de Huellas de experiencia cristiana.
¿Cómo surgió este grupo de Escuela de comunidad?
Marcos. Hay que dar un paso atrás. En este grupo de personas (el Movimiento de los trabajadores sin tierra; ndr) que ahora tienen la tierra y la casa, han empezado a surgir otras necesidades, y una de estas es que los jóvenes que acaban la escuela secundaria no logran acceder a la universidad. En Brasil la universidad pública tiene numero clausus y, puesto que hay un examen de admisión muy difícil, logran sólo entrar los que han estudiado en buenas escuelas privadas. La única oportunidad que le queda a un chico pobre es la de pagarse la universidad privada. La escuela pública en Brasil es bastante mediocre y raramente los chicos que estudian en ella aprueban el examen para acceder a la universidad. Por lo tanto se da la paradoja de que pueden acceder gratis a la universidad quienes tienen el dinero para cursar una carrera en una buena escuela privada, y no quien realmente carece de medios. Por ello, hemos empezado a pensar en una alternativa. En aquel período participamos en el congreso del CdO de América Latina en Río y allí supimos de la experiencia educativa de Tista a propósito de la universidad de Lima, en Perú. (véase Huellas, octubre de 2003). La primera idea fue abrir una facultad en Sâo Paulo, idea arrinconada enseguida porque la burocracia y las dificultades para obtener la aprobación del Ministerio fueron demasiadas. Sin embargo, descubrimos que las universidades privadas en Sâo Paulo tenían muchas plazas libres. También allí hay exámenes de admisión y el numero clausus, pero también tienen menos solicitudes, porque cuestan dinero.
¿Y qué habéis hecho?
Marcos. Hemos empezado a negociar: «Si os llevamos a muchos estudiantes, ¿nos hacéis un descuento?». Nos contestaron: «Llevad al menos 1.000 estudiantes y os haremos un descuento del 30 al 60% sobre la línea recta». Llevamos 1.800, hijos de familias del Movimiento de los trabajadores sin tierra. Luego, estos jóvenes vinieron a decirnos: «Yo traería a un amigo, traería a un pariente que querría hacer la universidad, pero no puede pagársela». A lo mejor algunos no pertenecen a la asociación, no habitan en nuestros barrios, pero quieren estudiar en la universidad. Hoy, al cabo de dos años y medio, son 10.000 los jóvenes que frecuentan la universidad. Y otros 3.000, que pertenecen a la asociación, iniciarán un curso de estudios en agosto. Empezamos a vernos con estos chicos. Estos encuentros son ya una Escuela de comunidad y participan cerca de 15.000 personas. Tienen cadencia mensual, subdivididos en grupos de 600 cada uno. Se desarrollan así: al principio distribuimos un folleto con un pasaje de Huellas de experiencia cristiana y un canto tomado de la tradición musical brasileña que explicita el mismo tema del libro de don Giussani. Uno de nosotros ayuda a la lectura del texto. Llegados a este punto, los 600 se dividen en muchos grupos de 10 con algunos universitarios del CLU que circulan entre los grupos para facilitar el debate. Cada grupo formula una pregunta y nombra un portavoz. Luego, una ráfaga de 60 preguntas se leen o se formulan ante toda la asamblea. Es una ocasión de responsabilidad para mucha gente, que tiene que animarse a hablar delante de todos. Entonces, quien conduce la asamblea toma la palabra y contesta a 3 ó 4 preguntas con detenimiento, tratando de abrazar lo más posible el núcleo de los interrogantes planteados. Es impresionante la atención que se crea; y aún más sorprende cómo crece la tensión y el silencio según pasa el tiempo.
¿Escuela de comunidad mensual con 15.000? ¿Dónde os reunís?
Cleuza. En un gran almacén-salón donde tienen cabida justo 600 personas. Son encuentros que duran dos horas y media. Acabado el encuentro, salen los primeros y entran otros 600. Son encuentros mensuales, en el mes todos trabajan sobre ese texto. Se suceden como 29 reuniones. Además, hay otros encuentros de la asociación, así que, entre Marcos y yo, tenemos 132 reuniones al mes.
Alexandre. Es un gesto de pertenencia a un pueblo: porque tenemos muy claro que el interés es formar a la persona, partiendo de su necesidad, pero sin limitarse a ello.
Cleuza. La gente que llega nos escucha decir: «Venís a nosotros buscando la tierra para construir una casa o buscando una ayuda para entrar en la universidad; a nosotros nos interesa discutir de la vida: si queréis participar, sois bienvenidos; si no, buscad una alternativa».
Parece un chantaje...
Cleuza. Al principio vienen algo obligados, pero con el tiempo empiezan a entender que es una propuesta interesante para su vida. Lo normal para los jóvenes es cuidar sólo de su interés individual. Cuando uno empieza a entender que su felicidad depende de la felicidad del otro, el camino se hace más fácil y cobra sentido estar juntos. Muchos jóvenes han venido a nosotros y nos han dicho: «He venido acá buscando el descuento para poder ir a la facultad, pero hoy lo que menos me importa es eso». Porque, al final, nace entre ellos una compañía. Entienden que lo que nos interesa es lo mejor para ellos y que puedan vivir lo mejor posible.
¿Cómo incide esta novedad en las universidades?
Alexandre. Sólo un ejemplo: la gente se lleva estas octavillas y a menudo la discusión continua en el lugar de trabajo o en casa; algún profesor los utiliza en sus clases como ocasión de reflexión. ¡Uno de los textos se convirtió incluso en un tema para el examen de admisión a una de las facultades asociadas! En una universidad, sobre cincuenta mil estudiantes, cinco mil son “nuestros”, pertenecen a la asociación, de esta manera el trabajo sobre el texto alcanza toda la institución.
Marcos. Los rectores de la universidad nos dicen: «Vuestros jóvenes son diferentes». Ahora nuestro proyecto es constituir una facultad humanística –pues, no necesitando laboratorios, tiene costes menores–, así será posible ofrecer cursos aún más accesibles a los jóvenes.
¿Pero, por qué lo hacéis?
Cleuza. Yo no había salido nunca del Brasil. La primera vez que fui a Italia, a La Thuile el año pasado, como he dicho, no fui por turismo, sino para intercambiar experiencias. Vosotros, los de los Países ricos, tenéis una idea equivocada de pobreza, como si sólo nos faltara la comida. No es verdad. Nosotros tenemos hambre y sed de cosas bonitas, de arte, de historia, de experiencias que han tenido éxito. Entonces, para nosotros este intercambio de experiencias es muy importante; por ejemplo, hoy hemos conocido la experiencia de la CUSL (Cooperativa universitaria studio e lavoro; ndr); para nosotros esto será muy importante a la vuelta a Brasil, porque allá los libros y el material didáctico son muy caros. Nuestros gobernantes se preocupan de dar “limosnas” al pueblo, pero los jóvenes no lo necesitan; necesitan tecnología moderna, comunicación, información, arte. Hoy nuestra mayor necesidad es “saber las cosas”. Cuando vuelva, los míos me preguntarán: «¿Cómo es Roma? ¿Cómo es un museo? ¿Cómo es aquella Virgen?». Las cosas más antiguas que tenemos nosotros tienen 200, 300 años y están todas destruidas. Los jóvenes preguntan sobre los museos porque tienen ganas de entender cómo se vive aquí. ¿Y creéis que nuestros gobernantes tienen en cuenta que los jóvenes de la periferia pobre piensan en los museos, la música clásica o Leonardo da Vinci? «¡Es para ricos!», dicen. ¡Creen que el pobre no necesita estas cosas! Me quedé impresionada cuando Vittadini nos contó una vez que los primeros que fueron a la caritativa en la Bassa milanesa le dieron dinero a una mujer pobre; luego, descubrieron que ella se compró una barra de labios y fueron a don Giussani a quejarse: «Pero ¡cómo!, ¡no tiene nada y con el dinero que le damos se compra una barra de labios!». Y él: «¡Qué presuntuosos sois! ¿Quiénes os creéis para pretender saber cuál es la verdadera necesidad de esa mujer?».
Yo tenía ya a mis espaldas 30 años de trabajo con los pobres y luchaba por la casa, la tierra... no me planteé nunca esta cuestión. Así que hemos empezado a hacer servicios de belleza para las mujeres en los centros sociales de nuestros 25 barrios: peluquería, manicura, pedicura, gimnasia, danza.
¿De qué manera?
Cleuza. Hemos convencido a algunos peluqueros y esteticien de los salones de belleza de los barrios ricos para venir a nuestros barrios a cuidar gratis a nuestra gente. Y para nuestras mujeres, algunas con depresión, esto ha supuesto una mejoría mayor que el encontrar una casa. Una mujer nos ha dicho conmovida: «Tengo 60 años y es la primera vez en mi vida que voy a un peluquero». Es la experiencia que llevamos lo que cambia la vida de las personas. Tan es así que muchas han empezado a cuidar mejor su propia casa, a hacerla más bonita; y se está desarrollando mucho la producción artesanal, sobre todo textil, de óptima calidad.
¿Y vuestra vida ha cambiado?
Cleuza. Hace unos días un periodista que está escribiendo un libro sobre los movimientos populares, me entrevistó y me preguntó: «Sigues diciendo que en los últimos cinco años has cambiado, después de haber conocido CL. ¿En qué has cambiado?». Le contesté que antes hacíamos un trabajo “por compasión”, sentíamos pena de los pobres. Hoy lo hacemos por amor a ellos, que tienen los mismos deseos y exigencias que todo.
Marcos. Las personas nos dicen: habéis cambiado, no sabemos bien por qué, pero sois diferentes. Diría que se nos ha devuelto la misma pasión que teníamos cuando empezamos a trabajar hace muchos años.
Cleuza. Y cada día descubres algo nuevo. La gente a menudo me pregunta: «¿Qué diferencia hay entre ser católica y ser de CL?». Ser católico para mí era ir a misa y rezar en casa. Hoy quiere decir ser católica en todos los lugares en donde vivo: en el trabajo, en el tren, hablando a todos de Jesucristo vivo. Hablar de nuestro movimiento o hablar de CL es hablar de una pasión: ¡es casi peligroso! Es como hablar de un gran amor, parece que no tenga defectos. He descubierto en mí una voluntad de infinito y la tarea de decirles a todos: ¡venid a verlo!
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón