Lo que cuenta Javier es efectivo. Así ocurrieron las cosas. Primero fue entender, cuando escuché la propia experiencia de Javier, lo que significa el encuentro en la vida de todo adolescente con una persona, con ese “alguien” –un maestro, un familiar, un adulto, un profesor– que te hace apostar todo por la visión nueva que te ofrece. Me hizo rememorar mi propia experiencia que me marcó incluso la vocación. Luego, vino la presentación del libro. Es cierto que había hecho un esfuerzo por comprender la propuesta de don Giussani en su globalidad; pero era consciente de que la riqueza que contiene su pensamiento no se agota fácilmente y que hay cosas simples que, por lo mismo, nos negamos a veces a entender o insistimos en leer lo que está en nuestra mente y no lo que realmente dice el texto. Lo cierto es que la intervención de Gian Battista Bolis, quien hizo cortes en el texto para profundizar en ciertas ideas, y una intervención de Giuliana Contini durante el diálogo que siguió a ambas presentaciones, gatillaron mi comprensión, me abrieron a aspectos que no terminaba de entender. Me refiero en particular a lo que está en el corazón del hombre, que encierra lo mejor de la tradición en la que hay que enraizar el proceso educativo. En el corazón del hombre, de todo hombre, están los anhelos de verdad, bien y belleza como huellas que nos deja el hecho de haber sido creados a Su imagen y semejanza. Estas son las fuerzas que ese “alguien” –por su palabra, testimonio y vivencia– debe despertar y proponer como ideal de vida. Terminé –creo– de entender que junto a esas tendencias y anhelos, el juego de la libertad a la que se nos instó es lo que caracteriza el haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y lo que el educador debe respetar. En definitiva, toda verdadera educación constituye siempre un riesgo.
*José Luis Samaniego, Decano Facultad de Letras Universidad Católica de Chile
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