3 de junio de 2006. Cuatrocientas mil personas abarrotaron la plaza de San Pedro y la vía de la Conciliazione en el segundo encuentro del Papa con los movimientos y las nuevas comunidades
Ante el atardecer en el mar, en una excursión en la montaña o al ver una flor abierta, siempre se despierta de nuevo en nosotros, casi espontáneamente, la conciencia de la existencia del Creador. Pero el Espíritu Creador viene en nuestra ayuda. Él ha entrado en la Historia y así nos habla de un modo nuevo. En el mismo Jesucristo, Dios se hizo hombre y nos concedió, por así decir, contemplar la intimidad de Dios mismo. Y allí vemos algo completamente inesperado: en Dios existe un Yo y un Tú. El Dios misterioso y lejano no es una infinita soledad, es un acontecimiento de amor. (...)
Pero Jesús no se conforma con salir a nuestro encuentro. Él quiere más. Quiere unificar. Es este el significado de las imágenes del banquete y de las bodas. Nosotros no sólo debemos saber algo de Él, sino que mediante Él mismo debemos ser atraídos en Dios. Por ello Él tiene que morir y resucitar. Porque ahora ya no se encuentra en un lugar determinado, sino que su Espíritu, el Espíritu Santo, emana de Él y entra en nuestro corazón uniéndonos así con Jesús mismo y con el Padre, con el Dios Uno y Trino. Pentecostés es esto: Jesús, y mediante Él Dios mismo, viene a nosotros y nos atrae dentro de sí. (...)
De la homilía de Benedicto XVI en la Vigilia de Pentecostés con los movimientos y las nuevas comunidades. Plaza de San Pedro, 3 de junio de 2006
«Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28). El Espíritu Santo, con su soplo, nos impulsa hacia Cristo. El Espíritu Santo obra corporalmente; no sólo subjetivamente, “espiritualmente”. A los discípulos que creían ver un “espíritu”, Cristo resucitado les dijo: «Soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu– un fantasma – no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (cf. Lc 24, 39). Esto vale para Cristo resucitado en cualquier época de la historia. Él no es un fantasma, no es sólo un espíritu, no es sólo un pensamiento, no es sólo una idea. Él sigue siendo el Encarnado, que asumió nuestra carne y sigue siempre edificando su Cuerpo, haciendo de nosotros su Cuerpo. El Espíritu sopla donde quiere, y su voluntad es la unidad hecha cuerpo, la unidad que encuentra el mundo y lo transforma.
Quien ha encontrado en su vida algo verdadero, hermoso y bueno –!el único tesoro verdadero, la perla preciosa!– corre a compartirlo con todos, en la familia y en el trabajo, en todos los ámbitos de su existencia. Lo hace sin temor alguno, porque sabe que ha recibido la filiación adoptiva; sin ninguna presunción, porque todo es un don; sin desaliento, porque el Espíritu de Dios le precede con su acción en el “corazón” de los hombres y como semilla en las más diversas culturas y religiones. Lo hace sin confines, porque es portador de una buena noticia destinada a todos los hombres, a todos los pueblos. Queridos amigos, os pido que seáis todavía más, mucho más, colaboradores en el ministerio apostólico universal del Papa, abriendo las puertas a Cristo. Este es el mejor servicio de la Iglesia a los hombres (...). El Espíritu Santo da a los creyentes una visión superior del mundo, de la vida y de la Historia, los hace custodios de la esperanza que no defrauda.
De la homilía de Benedicto XVI en la Vigilia de Pentecostés con los movimientos y las nuevas comunidades. Plaza de San Pedro, 3 de junio de 2006
«La belleza de ser cristianos y la alegría de comunicarlo». Es un tema que invita a reflexionar sobre lo que caracteriza esencialmente el acontecimiento cristiano: en él, en efecto, nos sale al encuentro Aquel que en carne y sangre, visiblemente, históricamente, ha traído a la tierra el resplandor de la gloria de Dios.
Cristo se hace presente en el corazón del hombre y lo atrae hacia su vocación, que es el amor. Gracias a esta extraordinaria fuerza de atracción la razón es sustraída a su torpeza y se abre al Misterio.
También hoy Cristo sigue haciendo resonar en el corazón de muchos ese «Ven y sígueme» del que puede depender su destino. Normalmente eso sucede mediante el testimonio de quien tiene una experiencia personal de la presencia de Cristo. En el rostro y en las palabras de estas “criaturas nuevas” se hace visible su luz y oíble su invitación.
Dónde la caridad se manifiesta como pasión por la vida y por el destino de los hombres, irradiándose en los afectos y en el trabajo, y convirtiéndose en fuerza que construye un orden social más justo, ahí se construye la civilización capaz de hacer frente al avance de la barbarie.
Vosotros pertenecéis a la estructura viva de la Iglesia.
Del mensaje de Bendicto XVI al II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Rocca di Papa, 31 de mayo–2 de junio de 2006
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