Entrevista a Paolo Sottopietra, uno de los responsables de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, que ha visitado la clínica de cuidados paliativos Casa Divina Providencia “San Riccardo Pampuri”
Como en los comienzos de la evangelización de América Latina, los misioneros de la Fraternidad de San Carlos Borromeo educan en la fe llevando una parroquia con una multitud de obras, una pequeña ciudadela que, además de la iglesia, incluye multiformes edificios que hospedan un colegio para niños de la calle, un complejo escolar, un ambulatorio, un “café literario” para los jóvenes del barrio y una pizzería. Sin embargo, el corazón de todas estas actividades es sin duda la clínica de cuidados paliativos Casa Divina Providencia “San Riccardo Pampuri”. Médicos y enfermeros trabajan en este centro que daría envidia a cualquier hospital europeo. El padre Aldo, el P. Paolino y el P. Ettore visitan a diario a los enfermos llevándoles la Eucaristía.
Usted visita por primera vez este hospital, una obra de caridad nacida por voluntad de Dios gracias a los misioneros de la Fraternidad. ¿Qué impresión tiene?
Creo que aquí está sucediendo algo verdadero y muy serio, algo que tiene raíces profundas. Lo que impresiona al llegar aquí por primera vez es el alcance de lo que se está haciendo. Luego, el cuidado integral de las personas. He visto tratar a la gente con extrema delicadeza, desde los niños hasta los ancianos en los últimos instantes de vida. Sólo es posible que se afirme la dignidad de cada persona por la relación con Cristo; sólo esta relación les hace capaces de tratar así a los enfermos.
El domingo, al salir del hospital, pensaba en el relato del Evangelio que describe el juicio universal y, en particular, en la frase: «Estuve enfermo y me curasteis»: en este lugar está Cristo, que sufre con ellos, y requiere todo nuestro cuidado y nuestra solicitud.
También me ha llamado la atención la centralidad de la Eucaristía. Me parece el signo de la unidad de una vida que se desarrolla: cada gesto de amor que tengáis hacia los enfermos y hacia una persona necesitada es una relación directa con Cristo; la vida entera se convierte entonces en relación con Él. La energía necesaria para llevar a cabo esta labor cotidiana se halla en la Eucaristía, que ocupa, hasta arquitectónicamente, el centro de la clínica, porque desde el sagrario se irradian como rayos de sol los tres corredores que llevan a los bloques “A” y “B”, destinados a los enfermos de cáncer, y al Bloque “C” destinado a los enfermos de SIDA, tres veces por día. Los padres llevan en solemne procesión el Santísimo Sacramento, recorriendo cama por cama y bendiciendo a cada paciente. Termina la procesión delante del sagrario con la petición de perdón por las faltas de caridad. La Eucaristía es el corazón de todas las iniciativas de caridad de la parroquia. Es lo que más me impresiona porque es lo que vivifica toda la Fraternidad.
¿Por qué?
Porque la Fraternidad San Carlos vive de “corazones que vibran por el ideal”, corazones donde el ideal está vivo, presente, y esto permite vivir con gratitud y ser como una lámpara que alumbra un camino deseable para todos, un faro que señala el camino para los que vienen de lejos. Lo mismo ocurre con nuestras casas en otras situaciones de necesidad extrema como en Nosibirsk o, por razones culturales, en China.
¿De dónde surge todo esto?
Creo que todo lo que ha nacido aquí tiene su raíz en lo que aconteció en Milán en los años 50, y más exactamente en esa educación en la caridad que don Giussani cuidó con esmero mediante la “caritativa”. Entonces, Giussani nos educó en la gratuidad. Nos enseñó –en contraste con la pretensión ideológica y violenta de esos años– que la caridad no pretende eliminar los problemas a toda costa, sino compartir las necesidades de los demás para compartir su vida entera y compartir nuestro ser con ellos para descubrir que esta es la ley de la vida.
Por lo que dices, no se trata sólo de curar y cuidar el trato humano.
Cualquier enfermo, físico y psíquico, al verse sanado o aliviado, experimenta un bien; viendo que empieza a curarse, gana en agradecimiento y su vida cobra una belleza que antes no tenía. Dolorosamente, en esta clínica los que entran tienen siempre la esperanza de que suceda algo positivo. ¿Y qué es lo que va a pasar de positivo? Los enfermos, los pacientes terminales van dándose cuenta progresiva y serenamente, gracias al cariño que les brindamos y a la fe que vivimos, de que su vida está apagándose. Lo maravilloso es que todos mueren entregados a Cristo con la sonrisa en la boca. Los parientes saben de la gravedad de la persona y que pronto van a morir. Por eso les ayudamos a afrontar la muerte con aquel cariño que solo Cristo dona. Y es impresionante ver su capacidad de resignación. Mientras, para cuantos trabajan en la clínica, desde la empleada o las enfermeras, hasta los voluntarios y los médicos, siempre salen sanados o aliviados. Es decir, experimentan un cambio de vida. La idea del paraíso me parece ser la más adecuada para comprender esta clínica. Todos la definen como la “antesala del paraíso”.
Esta es la condición de nuestro trabajo y la originalidad de esta obra. Si no la respetáramos perderíamos lo que es más precioso. Por tanto, tenemos que ayudarnos y educarnos en percibir las cosas a la luz de la fe, juzgando todo criterio mundano.
¿Qué papel juega la profesionalidad en esto?
La práctica médica y la investigación tienen que ver con lo que he dicho. He visto que aquí conviven el estilo de la caridad de la Madre Teresa de Calcuta y el de la Madre Cabrini. No es que por un lado esté la caridad y por otro haya que hacer cuentas y planear gastos como si fuera un mal necesario: son las dos caras de la responsabilidad que tenemos para con las personas con las que vivimos.
Nuestra caridad debe ser plenamente realista: hay que tener en cuenta la cuestión económica, la organización del trabajo, el estudio y la investigación para prestar a los pacientes los mejores cuidados. Todo ello encarna la caridad misma. También haber trabajado para obtener el reconocimiento jurídico y civil de la clínica forma parte de esta atención.
¿Qué novedad aporta al mundo de hoy la clínica?
Quiero utilizar la palabra “profecía”. Este centro es un signo, cuyo valor reside en la verdad que contiene. Su valor no depende de los resultados, del número de personas asistidas, ni tampoco de nuestra capacidad para solucionar los problemas del sistema sanitario de este país, que son inmensos. La confianza radical en la Providencia, que está en el origen de toda esta obra, la comunión y la fe que vivimos tiene una fuerza de irradiación potente, contagia y alcanza misteriosamente a todos.
La Fraternidad, a través de su guía y de los sacerdotes que están aquí, procura custodiar esta verdad. Aquí trabajan personas que cada día contemplan el Misterio, también en su forma más incomprensible que es la muerte; ayer escuché a dos de ustedes hablar de un señor que falleció; y me hablaban de cómo se había entregado con una fe impresionante al Señor en la realidad de la muerte. Estos es lo que experimentamos cotidianamente: las personas mueren en paz, conscientes de la vida eterna. Y esto crea un clima particular, intenso, que les lleva a reflexionar con una seriedad y una atención profunda sobre todo lo que sucede. Creo que esta experiencia extrema nos impele a profundizar nuestra comunión cada vez más.
¿Puede explicarlo mejor?
La comunión no es algo que podamos dar por supuesto; hay que trabajar cotidianamente para alimentarla. Ustedes están en una condición privilegiada: ver a Cristo en cada enfermo y en los chicos a los que asistimos nos purifica y cimienta nuestra unidad. Nos ofrece la posibilidad de crecer en la comunión. Es la experiencia que ustedes ya están haciendo.
Las diferencias de carácter, temperamento e historia, ¿en qué sentido no son un obstáculo para la comunión?
La comunión no excluye las divergencias y las discusiones; en todos los grupos de trabajo hay diferentes temperamentos, historias, formas de ver las cosas. El amor, la devoción, la admiración por el padre Aldo, que está en el origen de la obra, no tiene que encubrir las diferencias, sino ser la ocasión de contrastarlas y, en último término, motivo de conversión.
Es importante no tener miedo de los posibles contrastes, como sucede en toda familia. Si estamos juntos por una razón sólida, los contrastes sólo nos fortalecerán. Tenemos que madurar en esto, porqué la comunión no es algo abstracto, sino algo que se aprende.
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