El pasado 15 de marzo falleció Gemma Higuero, profesora de Derecho de la UAM, después de haber atravesado la prueba durísima de la enfermedad con una entereza y una lucidez admirables, fruto de su continua relación con el Misterio de Cristo presente. Publicamos la homilía que Javier Prades pronunció en el funeral celebrado en Madrid
La muerte de una persona joven y brillante produce más dolor que el que nos provoca toda muerte de alguien cercano. Algo se rebela en nosotros. No nos resignamos a que esto sea así, a pesar de que tantos desengaños nos inducirían a una escéptica indiferencia frente a la vida. [...] Toda la anestesia de la cultura circundante, que nos empuja a conformarnos, no logra extirpar de nuestros corazones el dolor, que es la forma en que hoy gritamos el deseo de vivir. Estamos hechos para vivir, nosotros y nuestros seres queridos, todos los hombres, en realidad. Y no para vivir de cualquier manera, sino que deseamos una vida que sea no sólo larga o agradable, sino una vida sin amenazas para nosotros y para los nuestros. Es un deseo muy grande, poderoso... que en realidad luego no sabemos explicar, porque lo que entrevemos escapa totalmente a lo que la experiencia humana nos dice que es posible por nuestras fuerzas. Es el grito del salmista: «Mi carne tiene ansia de ti, mi alma está sedienta de ti». [...]
Esa belleza, ese amor, ese bien
Un ejemplo conmovedor de este deseo de vivir nos lo ha transmitido Gemma en todo momento desde sus años de Universidad, como estudiante y como profesora, y lo mismo en su tiempo de enfermedad hasta el final. [...]
¿Además de este deseo grande de vivir, ¿qué hemos visto en estos meses, y en estas últimas semanas de una manera especial? Hemos visto en Gemma, y en casa de la familia Higuero, una compostura, una entereza, ciertamente atravesadas por el dolor ante el sufrimiento físico y moral de Gemma; hemos visto y hemos participado de mucha oración y de mucho ofrecimiento del dolor por parte de Gemma y de sus familiares, como de muchos amigos e incluso desconocidos que cuando han sabido de la noticia, nos han hecho saber su solidaridad, su amistad, su ofrecimiento y su oración por Gemma. Hemos visto, y nos hemos beneficiado de un amor a raudales, en la forma de una atención exquisita a todas sus necesidades por parte de sus padres, de sus hermanos, de sus tías y familiares, de no pocos médicos y del personal sanitario que quedaba sorprendido por la actitud de Gemma. Realmente en medio de este dolor, hemos sido testigos de mucho amor. Y, casi más paradójico, en algunos momentos donde toda la apariencia era de derrota, de disgregación o de sufrimiento hemos oído, atónitos, hablar de una belleza. Y allí estaba efectivamente esa belleza, como estaba ese amor, como estaba ese bien, que no han podido ser cancelados de nuestra experiencia. Para resumirlo en una palabra, Gemma ha transparentado una actitud de positividad irreductible, literalmente irreductible hasta en los más pequeños detalles, desde la cordialidad afectuosísima con la que nos saludaba usando diminutivos cariñosos, hasta la preocupación siempre mantenida de estar perfectamente arreglada para recibir a las visitas.
¿Quién es este?
Viendo este modo humano y sorprendente de vivir la enfermedad y la muerte, me acordaba de Edith Stein, mujer muy inquieta en su búsqueda de la verdad, cuando se encuentra ante la jovencísima viuda del filósofo Reinach, amigo suyo, y queda sorprendida por la serenidad y apertura de aquella mujer, hasta el punto de verse obligada a preguntarse por primera vez en su vida: ¿qué es esto? ¿quién es este Cristo que permite vivir y morir de este modo imposible y atractivo a un tiempo?
La positividad de Gemma no era nada ñoña sino batallera y agitada en ocasiones, como lo ha sido ella siempre. Ha sido el fruto de una vida en la que ha recorrido un camino, en la que ha seguido un encuentro que le ha asegurado una educación en la razón y en la fe. ¿Cómo puede permanecer una libertad así de libre, así de abierta, así de incondicionada en medio de la condición más cruelmente determinante, como es la enfermedad mortal? Muchas veces me lo he preguntado, y no habría podido darme respuesta, si no fuera por lo que ella ha vivido durante muchos años y no dejaba de expresar en cuanto podía. Una seriedad en la búsqueda de la felicidad, una pasión en vivir según la totalidad de los factores de la vida, que nacía de una relación intensa, consciente, apasionada con el Señor, con Cristo presente: «Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene», en palabras del salmo.
Llamada por su nombre
No sé cómo habría podido mantenerse entera, positiva en la prueba terrible, si no fuera porque su libertad consistía en la relación con Cristo, quizá hasta límites que no nos imaginamos: era la conciencia de que por el Bautismo y la pertenencia a la Iglesia había sido llamada por su nombre, para una relación con el Misterio de Dios que era lo más profundo de sí misma, desde ahora y para siempre. Esa continua relación con Cristo presente ha permanecido durante los largos días y meses de la enfermedad, vividos como la sorprendente condición del diálogo con el Señor. «Quiero que donde esté yo, allí estéis también vosotros». Gemma ha dado crédito a estas palabras durante la enfermedad porque ella vivía ya donde Él está, y le ha podido seguir a dónde Él, misteriosamente, la ha querido llamar.
Repetía con mucha frecuencia: «¡Sorpréndeme, Señor, en cómo haces las cosas!». Es difícil imaginar una posición más abierta ante la vida. No tanto la pretensión de imponer a la vida los proyectos y las imágenes que uno tiene, ni la pretensión de saberlo ya todo, sino el abandono vertiginoso y a la vez profundamente razonable de quien ama: a Ti que te conozco y que te quiero te pido que me sorprendas, o más simplemente aún: lo espero.
Una misteriosa fecundidad
Como Tomás, que no podía anticipar el camino, y que se abandona en Jesús cuando le dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí”. La vida de un creyente es este vértigo de quien acoge el designio amoroso de Otro, y se deja cautivar, arrastrar por su Presencia que es a la vez el camino y la vida para siempre.
Nosotros hoy hacemos nuestra su petición, su posición ante la vida y ante la muerte: ¡sorpréndenos, Señor, muéstranos hoy, mañana, durante todos los días de esta vida y en la vida eterna quién eres, cómo sostienes, diriges y llevas a su plenitud nuestras vidas! Con la misma confianza con que ella lo ha hecho, también cuaándo el modo de realizarse y de llegar a plenitud su vida sea tan poco previsible, y tan distinto de todas nuestras imágenes como el que ella ha tenido. Es la misma posición vertiginosa y razonable de Pablo que dice a los Corintios: «Si vivimos, vivimos en el Señor, si morimos, morimos en el Señor, en la vida y en la muerte somos del Señor». Veremos la misteriosa fecundidad de un dolor vivido en la cruz de Jesucristo, hasta la entrega de sí mismo.
* Rom 14, 7-12; Jn 14, 1-6; Sal 62
Gemma a algunos amigos
«Querido J.: tengo los apuntes de los Ejercicios, y me llama la atención la unidad que percibo entre lo que se nos va diciendo, y a lo que se me reclama en mi vida que, de tan cruda en los últimos tiempos, sólo se explica (y lo estoy atravesando en la carne) como posibilidad de conocer a Cristo desde la razón. Me paso el tiempo interpelando la Presencia de Cristo, la concreción del Misterio y pidiendo un nuevo principio de conocimiento de las cosas, porque la realidad de mi experiencia impide que me pueda conformar con “imaginar” qué es Cristo. De momento, la positividad y las fuerzas que me mantienen evidentemente son reflejo del Misterio, porque esto está siendo bastante duro, especialmente ahora con los últimos tratamientos. [...] Me rebelo muchas veces (tengo un gran temperamento, y yo sigo siendo yo ¿eh?), pero al tiempo la necesidad de la relación con el Misterio atractivo crece. Por lo menos no ha decaído un ápice la necesidad de la aventura de la vida que espero me sorprenda»
(30 de mayo de 2005)
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«Querida M.: el Evangelio de hoy era el de los talentos. El Señor me dice: “Experimenta para el bien de toda la Iglesia lo que yo soy capaz de hacer”, “vas a ver que soy real”, “vives momentos de incertidumbre y seguirán, pero te sigo pidiendo que te abandones para que yo te pueda sorprender”. Es una gracia abandonarse y confiarse a Él. No basta el deseo, es necesario el abandono absoluto y un adherirse: esto es indicativo de que hay un Tú. Este Tú reacciona como uno no prevé. Es necesario dejarle hacer a Él que ha hecho el mar, las estrellas, etc. A veces uno se entristece, ve que no puede y se cansa,; esn esos momentos es necesario volver a comprobar que Él es todo. Le pido al Señor que me ilumine la inteligencia y el sentido del humor. Me ayuda más que tú descanses y que retrases tu vuelta a Madrid. ¡Señor, que te obedezca hasta el final! Ten en cuenta esta petición para cuando mi razón esté obcecada. El sufrimiento reclama continuamente a mirarle a Él, si no, uno cae fácilmente en el dualismo. Benedicto XVI dice que el verdadero baremo para ver si uno sigue a Dios es el sufrimiento. Me encuentro con más tranquilidad, con más fuerza. Invoco continuamente a don Giussani y paso por los sentimientos de los que él nos ha hablado: melancolía, nostalgia de Él. Es una semilla que Dios nos pone dentro. El bien siempre vence sobre el mal. Siempre he querido tener una fe que moviese montañas. Ahora sé que Él, con un dedo, puede hacer desaparecer este tumor, y si no es así, yo ya estoy experimentando cosas de otro mundo. Que Él vence es una certeza que tengo grabada a fuego en el corazón. [...] Estoy verificando que Cristo ha resucitado, que no se ha quedado en un hecho histórico del pasado, sino que Él está»
(27 de agosto de 2005)
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«Querida M.: es posible esperar sólo si has experimentado Su victoria antes. Cabe esperar que Él te sorprenda de la misma forma. Cuando la realidad es una sucesión de secuencias dramáticas sólo se puede esperar si has ido paso a paso en un camino. Si has hecho experiencia de Él que te dice “fíate”. [...] Ahora te sigo desafiando a Ti porque he conocido Tu victoria»
(29 de septiembre de 2005)
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«Querida M.: me doy cada vez más cuenta, de que yo cada vez cuento menos, es el proyecto de Dios. Como el agricultor del Medioevo: se levantaba para trabajar y orar. Cuando pretendes que las cosas salgan de una manera, de repente no sale nada. Atravesar las circunstancias esperando ver qué es lo que pasa sin introducir nada: Te sigo pidiendo, y esperando. No perder: la confianza, la esperanza y la fe y sin un ápice de resignación. ¿Qué querrá el Señor con esto? Lo que Tú quieras Señor, yo no quiero introducir nada. Estoy a la espera de ver lo que Tú quieres»
(19 de noviembre de 2005)
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