El santo del Papa coincide con la fiesta de san José. La mansedumbre, la obediencia del esposo de María. La autoridad, la fuerza del vicario de Cristo en la tierra
Este año coincide por primera vez la fiesta de san José con el santo del papa Benedicto XVI. Custodio de María el uno, de la Iglesia el otro. ¿Pero es esta la única analogía? Ciertamente, no.
La mansedumbre, la obediencia, el silencio de José no están en contraste con la fuerza, la autoridad, la palabra de Pedro; en el papa Benedicto XVI aparecen más bien como la raíz oculta.
José era un noble, descendiente de la casa de David; un artesano, que vivió del trabajo de sus manos y de su ingenio; su esposa, como parra fecunda, en la intimidad de su casa adornaba su hogar con toda clase de gracias; lo que para todos los demás era su hijo Jesús, se sentaba, como brote de olivo, a su mesa y trabajaba con él.
Indicar el camino
El papa Benedicto es profesor de universidad y príncipe de la Iglesia; fue llamado a ser vicario de Jesús hace menos de un año, tras una vida enteramente dedicada a aquella esposa que siempre ha contribuido a conservar joven y sin arrugas, para que el Señor pudiera recibirla entre las vírgenes compañeras, entre todos los pueblos de la tierra como la más bella entre las hijas del Rey, de una belleza que le viene de dentro: omnis gloria filiae Regis ab intus.
La mansedumbre de nuestro Pedro se apoya en la mansedumbre del nombre de pila que le dieron sus padres, su tímida ternura por los pequeños puede hacer pensar en el cuidado del carpintero por el Niño y su Madre, su decisión en el indicar el camino puede recordar la tarea que José tuvo que asumir primero de Nazaret a Belén, luego de Belén a Egipto, para después volver al pueblecito escondido entre los montes, a casa. Y cuando Jesús se extravió en Jerusalén, qué penoso tuvo que hacérsele aquel camino de vuelta, buscando al niño perdido con el corazón en un puño y con la angustia de su madre a su vera.
El amor del pueblo cristiano
También papa Benedicto he recorrido un largo camino, primero sobre los libros, luego junto a papa Juan Pablo II, cuando se le pidió velar sobre la fe de la Iglesia, ahora en una soledad misteriosa y aparentemente frágil, vestida de blanco, pero en realidad revestida de la luz del Espíritu, acompañada por la plegaria cotidiana de tantos hijos.
El Evangelio no dice nada del amor de María hacia José, pero la liturgia lo señala discretamente cuando llama a su amor conyugal «intenso y casto»; en cuanto a Jesús, el Evangelio es explícito: «Vivía sujeto a ellos». Es evidente el amor del pueblo cristiano por este Papa tan reservado en los gestos, límpido en las palabras, atento a toda señal de afecto. ¡Que Dios nos conceda también la gracia de seguirle e imitarle!
¡Felicidades, papa Josef!
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