Rímini 20-26 de Agosto, Rímini Fiera
Una ficha para introducirse en el Meeting de este año
El título de la XXVII edición del “Meeting para la amistad entre los pueblos”, tomado de una conversación de don Giussani con los estudiantes universitarios en 1992, plantea el problema de la razón.
La razón es exigencia de infinito, ya que es connatural al hombre la necesidad existencial de no encerrar su visión de la vida dentro de los límites establecidos por lo que es mensurable. Sólo si la razón, y todas las facultades que de ella derivan, se abren hacia algo que no es “finito”, y por tanto no pretende ser medida de todas las cosas, se valora plenamente y no se mortifica su capacidad de conocer e incidir en la realidad concreta. Por su naturaleza, el hombre desea y necesita dirigirse hacia algo infinitamente más grande que él.
Por el contrario, el hombre que, con un acto libre, por una pávida voluntad de autoconservación o por un cálculo racionalmente destilado, no se abre al infinito, reduce la capacidad de la razón, de la cual es el único poseedor, y con la presunción de ser capaz de explicar todo a la luz de la propia razón, rechaza admitir la evidencia del hecho que el infinito (el absoluto o el misterio) impregna la realidad por entero. Por su obstinación el hombre acaba con privar a la razón de una parte sustancial de su energía cognoscitiva.
Es lo que ocurre con las desviaciones de la razón contemporánea, tal y como se describen en la encíclica Fides et ratio. Desde el cientifismo, que «rechaza admitir como válidas las formas de conocimiento distintas de las que son propias de las ciencias positivas» hasta el historicismo, que define «la verdad de una filosofía según su adecuación a un determinado período y a una determinada tarea histórica», negando de esta forma «la validez perenne de la verdad». Para acabar con el nihilismo, cuyo olvido del ser «comporta inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y, consecuentemente, con el fundamento sobre el que se basa la dignidad del hombre».
De hecho, no reconociendo a la razón la “inevitable afirmación” del infinito –inevitable porque es necesaria para la afirmación de la grandiosidad de la naturaleza humana– la inteligencia se contrae, el racionalismo se fragmenta en análisis minuciosos; el anhelo, indispensable para acercarse lo más posible a comprender el misterio infinito, queda sofocado; la capacidad de “presentimiento”, en la que consiste el estadio más elevado de la inteligencia, se disuelve en formas adivinadoras, afines al presentimiento pero vacías, como la previsión o el pronóstico, que no tienen nada que ver con la potencia de implicación existencial propia del presentimiento.
De esta forma también la experiencia de la libertad queda sigilada en una medida aséptica, cuando la libertad es como «un gran anhelo, un vasto y profundo anhelo» que se hace consistente «viviendo los espacios estrechos, ya que el horizonte del hombre en su relación con las cosas es el infinito» (don Giussani). Y la cumbre de la inteligencia humana consiste realmente en superar, proyectándose hacia el misterio infinito, incluso los espacios estrechos en los que el hombre está obligado a vivir.
Sólo así la razón «culmina en el presentimiento y el anhelo de que este infinito se manifieste». La inteligencia humana supera su propio límite en el presentimiento y el anhelo de que el misterio se revele. El anhelo es una forma de sentir las cosas llena de esperanza, de deseo y de emoción. Pero el anhelo no puede ser otra cosa que un deseo velado de melancolía. El anhelo está atravesado por “gemidos inexpresables”.
El presentimiento es la capacidad positiva y libremente comprometida de percibir que la realidad es un conjunto de signos que reflejan otra cosa; a veces es capaz de descifrarlos, pero a menudo no se le da esa posibilidad. No por ello la razón sufre, siempre que se adapte a reconocer que más allá de la realidad “hay otra cosa”, de la cual la realidad es signo visible.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón