En mayo de 2007 tendrá lugar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que el Santo Padre ha convocado en el Santuario de Aparecida, en Brasil, bajo el lema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. Con vistas a dicha Conferencia, el Consejo Pontificio para los Laicos celebrará en Bogotá durante la segunda semana del próximo mes de marzo un primer congreso de movimientos eclesiales y nuevas comunidades en América Latina, en el que participará Julián Carrón con una ponencia sobre la educación en la fe
Tras los fastos y esplendores del ya lejano 92, parece que América Latina ha dejado de ser motivo de reflexión global, especialmente en las áreas del pensamiento católico que tantas atenciones le habían prodigado. Y sin embargo, muchos de los presupuestos de la reflexión en torno a las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968) y Puebla (1979), se han visto profundamente alterados. El famoso sustrato cultural católico del continente ya no es un dato inamovible, debido a la disolución de la cultura popular en las grandes urbes, a la secularización masiva que propagan los grandes medios de comunicación, y a la propia debilidad cultural que en ocasiones ha manifestado el tejido eclesial latinoamericano.
Ante nuevos desafíos
Uno de los mejores intérpretes de la realidad latinoamericana, el uruguayo Alberto Methol Ferré, sostiene que la última Conferencia General de Santo Domingo (1992) no pudo marcar claramente la ruta para la Iglesia en el continente, porque los obispos se vieron sorprendidos por el cambio de escenario internacional sin disponer de la necesaria perspectiva para entender las nuevas coordenadas históricas provocadas por el colapso del comunismo. Siempre según Methol –que era consultor del CELAM– la consecuencia de todo esto ha sido una cierta parálisis eclesial, una especie de desconcierto debido a que faltaba una plena conciencia del carácter de los nuevos desafíos.
Para nuestros pueblos
Quince años después, en mayo de 2007, tendrá lugar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Benedicto XVI ya ha señalado el lugar –el Santuario de Aparecida, en Brasil– y ha aprobado el tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. Los obispos dispondrán entonces de aquella perspectiva histórica que se echaba en falta en Santo Domingo, y se enfrentarán al desafío de trazar un nuevo camino para la Iglesia en una situación más compleja por los cambios políticos, sociales y culturales. Preocupa muy especialmente todo el campo de la familia y de la transmisión de la vida, en el que hacen estragos tanto las políticas de algunos gobiernos radicales como la penetración de modelos de vida contrarios a la tradición cristiana. Pero también preocupa un creciente estatalismo que asfixia a la sociedad civil, y con ella, la dimensión social de la fe. Se trata, por supuesto, del caso venezolano, pero también de la Argentina de Kirchner, donde los encontronazos están siendo muy fuertes, y no sabemos qué puede suceder en México, caso de una hipotética victoria del PRD, o en Perú si prospera el mesianismo indigenista de Ollanta Humala. En todo caso, es significativa (y preocupante para la Iglesia) la aureola de Zapatero entre los nuevos dirigentes latinoamericanos, véase por ejemplo el entusiasmo de la “moderada” Bachelet, en Chile.
Evangelizar la cultura
Un campo donde también conviene hacer un examen crítico es el de la evangelización de la cultura, la gran estrella de la Conferencia de Puebla. Se han vertido ríos de tinta sobre este asunto y se han diseñado grandes programaciones, pero aquí se ve cómo la vida de la Iglesia no se mueve simplemente porque existan buenos proyectos, sino cuando hay personas y comunidades que encarnan vitalmente una novedad. No se trata de tirar a la papelera una reflexión necesaria, sino de ampliarla y actualizarla con realismo, e identificar las realidades que pueden hacerla vida en los ambientes. En el fondo, la gran cuestión de la evangelización de la cultura sintetiza toda la crisis que debe afrontar la Iglesia en este momento histórico.
Una sorpresa
Y precisamente en este punto, Methol Ferré nos reserva una sorpresa. Para el intelectual uruguayo, la aportación del Papa Ratzinger, que con toda probabilidad se hará presente el año próximo en Aparecida, puede ser decisiva para rescatar los mejores fermentos del pensamiento teológico y social latinoamericano, liberándolo de gangas y colocándolo en el contexto de los problemas actuales. Lejos de ser ajeno a las preocupaciones latentes en la Iglesia del continente, Benedicto XVI mantiene una gran familiaridad con ellas, fruto de sus viajes, de su propia reflexión y de su trabajo como Prefecto de la Doctrina de la Fe. Será curioso contemplar al que algunos presentaron como gran opositor de la novedad eclesial americana, reavivando un fuego que es hoy más necesario que nunca.
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Primicia
Sobre la liberación
Usted ha dicho que está personalmente convencido de que Ratzinger–Benedicto XVI «es el eje para retomar lo mejor de la tradición teológica latinoamericana, para retomar el camino como pueblo de Dios en la América Latina del siglo XXI».
De aquella teología que tiene el tema de la liberación en su centro, sobre la cual Ratzinger–Benedicto XVI ha propiciado una amplia reflexión, mucho antes de haber sido elegido Papa. El repentino cambio de escenario que se produjo en 1989 con el colapso del socialismo real, interrumpió la continuidad de una reflexión sobre este tema, comenzada en los años ‘60, continuada en el ‘84 y más aún en 1986, con la segunda Instrucción vaticana sobre la teología de la liberación.
Ahora, ante la convocatoria de una nueva conferencia representativa del catolicismo latinoamericano, parece oportuno volver a conectarnos con lo que fue el último momento importante de la reflexión sobre la liberación, madurada en América Latina en el clima de la Conferencia de Medellín y que tuvo una gran incidencia hasta Puebla.
Considero que con el Papa Ratzinger el acento puede colocarse más sobre la continuidad del pensamiento sobre la liberación que sobre el temor de que éste se vea contaminado. El mismo Papa reconoce el injerto de la palabra “liberación” en la tradición teológica latinoamericana. En el transcurso de una reunión con los responsables de las comisiones doctrinales de todas las iglesias de América Latina dijo que «en los años ‘80, la teología de la liberación en sus formas más radicales aparecía como el desafío más urgente para la fe de la Iglesia. Un desafío que reclamaba respuesta y clarificación porque proponía una respuesta nueva, factible y al mismo tiempo práctica, a la cuestión fundamental del cristianismo: el problema de la redención. La misma palabra “liberación” quería explicar de un modo distinto y más comprensible lo que en el lenguaje tradicional de la Iglesia se llamaba redención».
Reflexiones fundantes
Hay un pensamiento que retorna al momento generativo de América Latina en cuanto sujeto histórico autoconsciente y al que ya nos hemos referido: es la gran discusión sobre la evangelización de los indígenas que se desarrolló en la primera mitad del siglo XVI. Fue un debate áspero, muy intenso, que involucró a las mentes más brillantes de la época. Los teólogos que intervinieron eran casi todos españoles, pero retomar la controversia sobre el nuevo mundo fue decisivo. Puede ser considerada, con justicia, entre las reflexiones fundantes de la Iglesia latinoamericana, que han fijado el rumbo y establecido la dirección futura del catolicismo en estas tierras.
La discusión fue tan intensa y prolongada que del siglo XVI pasó al siglo siguiente. Gracias a ella, los indios de las tierras descubiertas y conquistadas fueron considerados, finalmente, libres vasallos de la corona española en el territorio del nuevo mundo. [...]
El debate al que me refiero fue un momento privilegiado, propulsor del proceso de gestación de los derechos humanos en América Latina, que confluirá luego en la formación del pensamiento jurídico europeo. Las así llamadas leyes de Indias serán expresión de la segunda escolástica renacentista y barroca que va desde de Vitoria a Suárez, y que comprende tanto el comienzo de la globalización mundial con el derecho de gentes, como la respuesta del Concilio de Trento al desafío de la reforma protestante.
Educación y universidad
La educación pertenece a la esencia de la Iglesia, a su misión sustancial. Una educación tal que ponga al otro en condiciones de desarrollar plenamente la propia humanidad en Jesucristo. […] México, el antiguo Anhauac, fue conquistado alrededor del 1520; y pocos años más tarde surgen los primeros centros de estudio de los franciscanos. A los que se suman, rápidamente, los dominicos y los jesuitas. Pero también en Europa fue así: inmediatamente después de las invasiones bárbaras, la Iglesia participó decisivamente en el nacimiento de las universidades, en la “invención” misma de estos lugares de estudio y de investigación, consagrados a reunir y extender el conocimiento del universo.
La universidad es una originalidad histórica cristiana. En ella sucede el movimiento entre los dos polos que hacen avanzar la historia: el polo fundamento o sentido de la vida humana y el polo historia de la vida humana, individual y colectiva. Estos dos polos se compenetran y establecen una circulación recíproca: hay una historia del sentido o del fundamento y al mismo tiempo un sentido y fundamento de la historia. Uno y otro se encuentran incesantemente, de varias maneras, según la índole de los tiempos. Fue muy importante la participación de varios pontífices en la creación de estos lugares de circulación, de estas instituciones; por otra parte, para las órdenes religiosas la universidad fue una verdadera prioridad apostólica. Si la obra de pacificación, de evangelización, de elevación espiritual de las poblaciones indígenas de estas tierras latinoamericanas no hubiera comenzado de esta manera, habría estado destinada a un fracaso seguro.
Pueblo y cultura
Puebla vincula la idea de pueblo y cultura mucho más íntimamente de lo que se hiciera en el pasado. Afirma que lo más radical que existe en la cultura es el “sentido total”. El hombre culto, en las categorías de Puebla, es el hombre auténticamente religioso. Paradójicamente, el hombre religioso, con mayor razón si es cristiano, es culto aunque sea analfabeto.
La idea de cultura en Puebla está en las antípodas de la que tiene el iluminismo. Puebla tenía claro que lo que volvía cultas a las personas era la pertenencia a un lugar, como ocurre con la religiosidad popular. El hecho es que la evolución de la sociedad contemporánea ha vuelto la universidad un lugar todavía más decisivo en la relación valores (sentido) y actividades científicas, de cuanto pudiera percibirse treinta años atrás.
Conciencia histórica
Antes del ‘89 era todo muy simple: un ateísmo mesiánico, el marxismo, que se había encarnado en un estado-continente que ejercitaba un poder de amplitud mundial, reivindicaba el derecho universal de guiar la historia a su cumplimiento. Después de su repentino redimensionamiento no parecía que el nuevo enemigo se identificara específicamente con ningún estado ni con algún otro poder fácilmente designable, como había ocurrido con el marxismo y su base continental, la URSS. En cierto sentido, el marxismo era un enemigo fácil. Esbozar el identikit del nuevo enemigo era mucho más difícil. [...] Sin conciencia histórica hay siempre algo frágil en una “misión”. Sólo si se captan bien las características del enemigo –del principal– se determina el carácter de una época, y en los caracteres de una época está la respuesta de la Iglesia a tal concreto enemigo. Desaparecido un enemigo, surge otro: existen en la historia una multiplicidad sucesiva de enemigos primarios. La historia no se comprende sin la presencia del mal. No existe nada más inteligente que el amor. Inteligencia y amor, en última instancia, son inseparables […]. La impresión que se recoge observando hoy a la Iglesia en América Latina es que en los círculos más responsables existe efectivamente un desconcierto debido a que no se capta la índole del enemigo principal. Me parece que una cierta inmovilidad revela que la Iglesia no tiene plena conciencia de las claves fundamentales del adversario histórico concreto que tiene delante, y que cambia de forma con el cambio de las épocas históricas.
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