Thiik y Stella, con sus hijos, llegaron a la capital hace año y medio. Si nos fijamos en su blanca sonrisa parecen inmigrantes perfectamente integrados. En realidad han llegado por un tortuoso camino que comenzó en Sudán, su tierra natal, donde desde hace veinte años tiene lugar una guerra que cuenta en su haber con más de dos millones de muertos. Escaparon de allí, y como sucede con muchos refugiados sudaneses, su primer destino natural fue Egipto. En el Cairo la Providencia comenzó a mostrarles su rostro bueno. Fueron acogidos entre los muros de la parroquia del padre Claudio, comboniano. Allí Thiik encontró trabajo y descubrió un interesante grupo que se reunía todas las semanas para leer los libros de un sacerdote italiano: Giussani. Se aferró a ellos porque era lo que más le ayudaba en la dolorosa condición que vivía con su familia. Dos años después, cuando parecía que la vida iba adquiriendo un tono de normalidad, llegó el visto bueno del gobierno australiano: podían trasladarse a Melbourne como refugiados políticos. Esta enésima partida no resultó fácil. Sin embargo, en Australia tendrían la posibilidad de conseguir la carta de ciudadanía tras dos años de residencia y además había una importante colonia de sudaneses dispuestos a ayudarles con la casa y con el trabajo. Thiik y Stella no querían perder el tesoro de la amistad con el movimiento. El tiempo justo para ambientarse en la tierra de los canguros y a los seis meses supieron de la llegada de una joven pareja del movimiento. Se trataba de Matteo y Rafaella, dos milaneses de treinta años, que habiendo conocido Australia como estudiantes, habían querido volver. Él había encontrado trabajo en una gran empresa de automóviles, ella en el sector turístico y habían alquilado una casa a orillas del océano. Comienzan a leer El sentido religioso junto a Thiik, Stella y Luisa (otra italiana que estaba en Melbourne por trabajo). A ellos se uniría Rick, un profesor americano que les buscó después de haber conocido el Movimiento con el capitán David Jones en EEUU. Cuando nos vemos –nos dice Rafaela– ¡es todo un número!, porque no se hacen bien a la idea de la variedad de expresiones que nacen de la experiencia del movimiento. La Escuela de comunidad se convierte en un montón de preguntas sobre cosas que nosotros damos por sabidas: el Meeting, los Ejercicios espirituales, la caritativa… También intentamos cantar antes de las reuniones, y es una empresa ardua (¡porque tanto Matteo como yo tenemos pésimo oído!) pero reconocemos todo el valor del canto. «De vez en cuando se asoma a nuestro variopinto grupo monseñor Christopher Prowse, obispo auxiliar de la zona sur de Melbourne, a quien conocieron los dos italianos después de una misa en su parroquia: «Empezó con él una amistad sorprendente –prosigue Rafaela–. Nos invitó a que pasáramos con él la vigilia de Navidad, antes de la Misa de Gallo».
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