Dos mil personas participaron en la presentación de Educar es un riesgo el pasado 16 de enero en Milán. Junto a Giancarlo Cesana se hallaban en la mesa de los ponentes Magdi Allam y Ferruccio De Bortoli
¿A que no adivinas quién viene, después de cenar, a hablar de Educar es un riesgo de don Giussani, en un teatro abarrotado, en cuyo exterior casi se llega a las manos entre el personal del teatro y los que no consiguen entrar? Cientos de personas, ya antes de la hora prevista para el comienzo, con caras de viejos militantes de CL de los años 70, se vuelven a su casa por las calles adyacentes con su libro en las manos. Ante las tres entradas al Teatro Nacional hay gente que empuja para entrar (más que si estuviese Claudia Schiffer para hablar de Jesús), que halaga en vano a los impasibles vigilantes de la puerta: es cierto, todos son amigos, muy amigos, de algún pez gordo de CL que está dentro, pero que ha apagado el móvil. Más o menos todos han venido con su “jefe”, con “el profesor”, con el amigo que no puede ni ver CL: se quejan como plañideras tratando de meter a alguno de ellos en el teatro y volverse a casa satisfechos.
Dentro nos encontramos con una sala milanesa de las buenas, de madera y terciopelo. Sobre el escenario, un joven, ex director del Corriere della Sera, que dirige en la actualidad el periódico del gremio industrial, Il Sole 24 Ore: Ferruccio De Bortoli. Hombre laico, con «muchas dudas», pero que lee gustosamente a Giussani. Junto a él y a Giancarlo Cesana, un subdirector puntero de vía Solferino: Magdi Allam, musulmán, subdirector del Corriere, uno de los pocos periodistas que demuestra hoy tener valor. Cada uno de ellos lee a su modo este libro, ciertamente, pero todos lo han tomado en serio.
Ferruccio De Bortoli
Hasta el punto de firmar el Manifiesto por la educación: «Es una cuestión que debería ponerse en el centro de la agenda del país», dice De Bortoli. Ha comprendido que el partido del bien común en Italia no se juega en los minutos en los que aparece Berlusconi por televisión, ni siquiera en los beneficios que se embolsan las distintas camarillas: «Hemos recibido muchas felicitaciones pero, reconozcámoslo, ese llamamiento ha caído en saco roto. Esto sucede, y sucede sobre todo en nuestro país cuando se habla del futuro».
Educar es un riesgo le resulta un libro interesante, sobre todo en las últimas páginas, cuando habla de los peligros que corre nuestra democracia. «El sábado pasado, mientras lo leía de nuevo, cayó en mis manos un artículo del Herald Tribune: os lo quiero contar, aunque parezca que no tiene nada que ver. Hablaba de los adolescentes japoneses que hoy en día se encierran en su habitación y no salen para nada: están conectados a Internet, chatean, mandan correos electrónicos, pero no se relacionan con ningún ser vivo. ¿Sabéis cuántos son? Cientos de miles. Esta masa de gente que vive sola, conectada con el mundo de forma engañosa, me inquieta». Naturalmente, tiene bastante que ver. La educación es una cuestión política, una cuestión de “salud pública”. Y sin embargo –subraya De Bortoli– no es una cuestión colectiva: «En este libro se plantea una propuesta que se dirige sobre todo a la libertad del individuo. La belleza y la verdad –dice don Giussani– no se imponen».
Y ante la pregunta de Cesana en la segunda parte del acto acerca de cuál es «la cuestión más urgente en la actualidad», el director explica: «La tarea que nos esapera, la más importante, es la de volver a encontrar un sentido al hecho de formar parte de este mundo. Este sentido a menudo se nos escapa». Retomando Educar es un riesgo, añade: «Hay un pasaje del libro que presentamos esta noche que cito como conclusión a mi respuesta y que dice: “Caminar juntos humildemente”. Pues bien, este camino quizá lo hacemos, pero sin duda es menos decidido y tiene una dirección más incierta con respecto al pasado. Este libro habla de la educación como de un riesgo ante el uso de la libertad: tenemos que encontrar ese sentido al que aludía al comenzar mi respuesta, y debemos ser capaces de aceptar este riesgo y de utilizar bien la libertad».
Magdi Allam
Libertad, belleza y verdad. Una sociedad que las ignore sistemáticamente se colapsa. Lo ha explicado Magdi Allam, que es “más italiano que nosotros”, como dice Cesana, y no es poca cosa. Se trata de alguien que sabe en qué consiste el “riesgo de educar”: ahora tiene que llevar siempre escolta. Con ese tono suyo tan serio, un poco doliente, cuenta que cada vez asiste a más actos y congresos –él, egipcio de nacimiento– para defender los valores sobre los que se rige, en paz, nuestra convivencia. Pero desde los mismos cimientos de la sociedad nos llegan rumores inquietantes: «Hace un mes, aquí en Milán, participé en un seminario sobre educación. Estaban la ministra Moratti y un centenar de expertos del sector, de orientaciones políticas muy distintas. El tono de los discursos era bastante blando. La platea despertó de su sopor sólo cuando uno de los ponentes preguntó de repente, levantando la voz: “¿De qué habla Magdi Allam? ¿Sobre qué identidad chismorrea?”. A continuación se produjo un aplauso fragoroso». Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Quién renunciaría hoy a la cómoda seguridad que produce creer que, por mucho que uno se empeñe, no se va a conseguir nada? ¿Quién saldría de la caseta calentita de la indiferencia para olisquear un poco el aire fresco del “riesgo”? «Creo que este es el problema hoy en día: ¡la gente que estaba allí se complacía de la ausencia de cualquier valor a defender!». Sin darse cuenta de que sin afirmar un significado se está diciendo adiós no al rígido mundo de la dogmática católica, sino a la realidad.
Magdi Allam lo explica contando el caso de la “escuela” de Vía Quaranta en Milán, de la radicalización de la religión, de los riesgos que corre nuestra educación civil en un sentido exactamente opuesto al que se refleja en Educar es un riesgo. Hace notar que quien tiene una identidad fuerte no razona como nosotros, que en realidad nos desprecia, que prefiere el escudo de una ideología religiosa al tufo que proviene del vacío. Lo que se pone de manifiesto entonces «no es el diálogo, sino sólo un compromiso provisional, un apretón de manos ante las cámaras entre personas que en su corazón de hecho no se respetan ». «Vivimos una etapa oscura», y es preciso ir hasta el fondo de la educación si se quiere «curar la mente y el espíritu» de este pueblo, dice Allam.
Giancarlo Cesana
Como telón de fondo, el pensamiento laico de don Giussani. Un pensamiento que sabe de religiones, que no ignora que en el hombre existe un impulso irreprimible hacia todo lo que es achbar, grande. Y que también sabe que no todas las religiones son iguales. Pero la línea divisoria no pasa entre una religión y otra, no pasa entre Oriente y Occidente, entre Bush y Bin Laden. Lo recuerda Cesana, que ha rumiado esas páginas: no se puede ser integristas «en primer lugar porque la Verdad está hecha de misterio. Comunicar la Verdad quiere decir seguir algo que es más grande que tú, no poseerlo». Y también –esto se lo enseñó don Giussani– que «la Verdad es amistad. Jesús ha dejado en el mundo una unidad. Pero no se trata de algo débil, blando, porque para ser verdaderos amigos es necesario luchar: luchar contra la enemistad. Es necesario construir verdaderamente la paz. Y la verdadera paz, como dice don Giussani, supone una guerra para salir de uno mismo».
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