¿Qué ha significado don Giussani para la vida civil de la metrópoli lombarda? Giorgio Vittadini, Luca Doninelli y Roberto Mazzotta rastrean en los pliegues de una historia los frutos de un impacto humano que ha marcado la mentalidad y la acción de muchas personas en los últimos cincuenta años. Su búsqueda apasionada de la verdad impulsó una convivencia civil mediante la iniciativa social y el respeto del otro
Muchos son los registros en los que se puede comprobar la profunda huella de la presencia de don Giussani en Milán, lugar en el que vivió. Conviene recordar un párrafo de uno de sus primeros escritos, Huellas de experiencia cristiana, en el que hablando de la democracia señala: «Es preciso que el criterio de la convivencia humana sea la afirmación del hombre por lo que es: entonces el ideal concreto de la sociedad terrena será la afirmación de una comunión entre las distintas libertades ideológicamente comprometidas». Esto se ha visto en Milán en estos cincuenta años. Algunos flashes pueden ejemplificarlo.
Partamos del Liceo Berchet de los años 50. Allí, como en tantos otros lugares, el diálogo entre estudiantes y profesores y entre los mismos docentes no se establecía a partir de la búsqueda apasionada de la verdad y de una comparación seria con el propio “corazón”, sino del enfrentamiento entre ideologías contrapuestas y prejuicios recíprocos. Don Giussani, con el método del raggio, revolucionó este planteamiento, llamando la atención sobre el hecho de que para juzgarse a sí mismo y la realidad no bastaba con espetar postulados teóricos, sino más bien comparar lo que se decía con las propias exigencias constitutivas y evidencias elementales. De esta forma, y partiendo incluso de tradiciones culturales y religiosas distintas, los chavales podían descubrirse unidos por la percepción de un destino común. En el Berchet y en muchos institutos milaneses se respiró en esos años un clima de democracia basada en la afirmación del hombre; por eso los chicos de GS fueron los primeros en defender el derecho a la representación judía con ocasión de las elecciones de los representantes de instituto.
Del mismo modo, quince años después, en las escuelas y universidades milanesas, un reducido grupo al principio y después grupos cada vez más numerosos posibilitaron en las universidades un parangón a partir de la experiencia humana entre distintas facciones, lo cual se anteponía a las banderas ideológicas y a la intolerancia. También en este caso, eslóganes como “La primera política es vivir”, o “La universidad, tierra que pide ser liberada” fueron el rostro visible de un trabajo escondido y personal, de una llamada a comparar con el propio “sentido religioso”, factor fundamental para reconstruir una convivencia civil respetuosa del destino del otro. Igualmente, algunos años después, ante el avance del terrorismo en el corazón de la ciudad, que acabó con las vidas del juez Guido Galli y el periodista Walter Tobagi en la Universidad Estatal, don Giussani inspiró eslóganes como: “Terrorista no se nace, se hace; el terrorismo es fruto de una mentalidad y de una cultura”, que señalaban la urgencia de educar a “la persona”, factor fundamental para restablecer una convivencia civil.
El comienzo de la amistad de don Giussani con insignes personajes milaneses pertenecientes a culturas distintas, como Giovanni Testori, Aldo Brandirali o los seguidores de la Comuna Baires, mostró cómo podía darse esto en concreto, y cómo mundos antes contrapuestos podían descubrir afinidades insospechadas.
Años después, el mismo planteamiento reaparece en el escenario de la política, en donde a partir de la intervención realizada en 1987 en Assago con ocasión de la Asamblea de la Democracia Cristiana lombarda, don Giussani sugirió una idea más honda de democracia no basada únicamente en la libertad de voto. Era necesario un cambio de dirección sintetizado en el eslogan “Más sociedad, menos Estado”, o lo que es lo mismo, una disposición del Estado y de las entidades locales a valorar las obras que nacen de la creatividad social, la libertad, la investigación y la experiencia de la “gente-gente”. Fruto de esta enseñanza resurgió en Milán un reformismo activo que aún perdura, en el que fuerzas de distinta matriz ideal colaboran por un bien común y una “sociedad del bienestar”, sentando las bases para una verdadera democracia, lejos de peligrosas “vanguardias” judiciales, políticas y financieras.
* Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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