Sobhy, Marta, Samar: personas que han cambiado a raiz del encuentro con el acontecimiento de Jesús a través del carisma de don Giussani
Tenía razón Péguy: si los tiempos son malos, no es que fueran mejores hace dos mil años. Jesús de Nazaret no se perdió en lamentaciones sobre la maldad del momento, como harían los intelectuales. Tenía algo mejor que hacer: hizo el cristianismo. Hoy sucede lo mismo que entonces. Viajar a Tierra Santa produce un vuelco del corazón por una historia de enemistad y de odio que se remonta siempre más y más atrás: judíos y palestinos ahora, moros y cristianos en otro tiempo, y antes, persas y bizantinos, por no hablar de la mala vecindad entre distintas confesiones cristianas: así hasta las peleas entre judíos y samaritanos, entre judíos y judíos, que los romanos intentaron administrar en su propio beneficio hasta que la cuestión política les persuadió de dar al traste con todo, derribar, matar y dispersar.
Frente a todo esto, Jesús hizo algo nuevo: salvó el mundo. Y así continúa siendo cada vez que un “yo” sencillo, libre, totalmente definido por la relación con Cristo vivo y presente entra en ese mundo, y obra de otra manera.
Es el caso de san Francisco, que frente a los problemas de su tiempo no vaciló en atravesar el mar y encontrarse con el terrible Saladino. De su encuentro nace algo tan extraordinario como es la Provincia franciscana para la Custodia de Tierra Santa.
No creo ofensivo reconducir el testimonio de Marta, sobrina de Sobhy –el primer impulsor del movimiento de CL en Jerusalén– al ejemplo de san Francisco. En una situación como la de Tierra Santa, donde campean la sospecha y las prohibiciones, donde toda precaución es poca, su encuentro con el acontecimiento de Jesucristo a través de don Giussani ha significado el despertar de su persona, de su libertad como indestructible relación con el Misterio que, precisamente aquí, vivió, comió, caminó, habló, curó, sufrió. Conoció a los chicos del CLU durante unas vacaciones en Svizzera; se matriculó en la universidad hebrea y siendo árabe y cristiana maronita, entabló amistad con una compañera de curso judía de extrema derecha, hija de colonos de Gaza. Cosas imposibles en estas latitudes y que sin embargo han sucedido.
Es también la historia de Samar, hija de protestantes, que heredó de sus padres el orfanato de Betania, y que ahora vive con jóvenes madres –la mayoría musulmanas– y niños abandonados. El encuentro con don Giussani fue para ella tan conmovedor que toda su obra recibió aliento, perspectiva, ímpetu para crear obras nuevas (última novedad: una panadería que da trabajo a cinco personas). Por otro lado, bastaría el entusiasmo con el cual estas personas han aprendido la lengua italiana para documentar la excepcionalidad de su experiencia. Hablan y aman el italiano porque en esta lengua se expresa el carisma que ha hecho más humanas sus vidas.
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