En una entrevista de 1979 concedida a Giorgio Sarco, don Giussani respondía a propósito de las relaciones entre GS y el Concilio
¿Qué impacto tuvo el Concilio sobre el movimiento? ¿Es cierta la acusación que con frecuencia se dirige a Comunión y Liberación de haber permanecido anclada en posiciones preconciliares?
Todavía recuerdo la sorpresa y el entusiasmo que experimentamos al encontrar desarrolladas orgánicamente en los documentos del Concilio, a medida que iban saliendo, cuestiones que constituían el contenido más profundo de nuestra sensibilidad intelectual, de nuestro compromiso y praxis de vida. Sentíamos el reconocimiento de quien escucha de nuevo con mayor profundidad y de modo más completo, con “autoridad”, el porqué exhaustivo de lo que está viviendo. Recuerdo, por ejemplo, la fiesta que hicimos cuando salió la Lumen gentium, que pone el acento de modo magnífico, sobre todo en el parágrafo 8, en la Iglesia como comunidad visible, experimentable, encontrable: el alma de nuestro intento. Lo mismo con la Gaudium et spes, por el interés, la pasión por el mundo, la estima hacia los esfuerzos humanos, aun en la percepción de su tristeza última. También ésta ha sido una constante característica nuestra, como se ha visto por la pasión con la que nuestra gente se ha lanzado sedienta a la búsqueda de la verdad en lo humano, allí donde y como pudiese ser encontrada. Sin embargo, cuanto más verdadera es esta pasión simpatética tanto mayor es la percepción de la tristeza última por la imperfección de lo humano, de modo que sólo en la experiencia de Cristo encuentra su cumplimiento la esperanza. Por otra parte, una de las frases que yo citaba siempre era: «No he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento», es decir, a hacerla verdadera. La “Ley” es la expresión más elevada del esfuerzo de la inteligencia y de la moralidad del hombre, que Dios no desprecia, sino que asume y cumple en el misterio de Su presencia. No, no se puede decir de verdad que nosotros no nos encontramos en sintonía con el Concilio; además, los teólogos con cuyos libros nos hemos formado, ¿no son acaso los precursores y los expertos del Concilio? Pensemos en De Lubac o en Von Balthasar, pero podríamos añadir otros. Los motivos de esta acusación contra nosotros son múltiples. Muchos protagonistas del “aggiornamento” conciliar en Italia estaban convencidos de que el Concilio había abierto la Iglesia católica a una corriente de pensamiento imbuida de ciertas modas filosóficas o sociológicas. Nosotros, por el contrario, aun respetando todas las ciencias humanas, cada una en su propio ámbito, estábamos convencidos de que el punto de partida al que remitía el Concilio era la imitación de la estructura mental, del método que Cristo había usado en su vida. Abrirse al mundo no quiere decir aceptar, incluso acríticamente, las ideologías del mundo, sino más bien encontrar el deseo de verdad que mueve a los hombres. (...)
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El Concilio prestó gran atención al papel de los fieles laicos, dedicándoles todo un capítulo –el cuarto– de la constitución Lumen gentium sobre la Iglesia, para definir su vocación y su misión, enraizadas en el Bautismo y en la Confirmación, y orientadas a «buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (n. 31). El 18 de noviembre de 1965, los padres aprobaron un Decreto específico sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam actuositatem. En él se subraya, ante todo, que «la fecundidad del apostolado de los laicos depende de su unión vital con Cristo» (n. 4), es decir, de una sólida espiritualidad, alimentada por la participación activa en la liturgia y expresada en el estilo de las bienaventuranzas evangélicas. Además, para los laicos son de gran importancia la competencia profesional, el sentido de la familia, el sentido cívico y las virtudes sociales. Aunque es verdad que están llamados individualmente a dar su testimonio personal, particularmente valioso allí donde la libertad de la Iglesia encuentra obstáculos, sin embargo, el Concilio insiste en la importancia del apostolado organizado, necesario para influir en la mentalidad general, en las condiciones sociales y en las instituciones (cf. ib., 18). A este respecto, los padres impulsaron las múltiples asociaciones de laicos, insistiendo también en su formación para el apostolado. Al tema de la vocación y la misión de los laicos el amado Papa Juan Pablo II quiso dedicar la Asamblea sinodal de 1987, tras la cual se publicó la exhortación apostólica Christifideles laici.
Benedicto XVI, Angelus, 13 de noviembre de 2005
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