Han pasado cuarenta años desde la clausura del Concilio Vaticano II. Hablamos con don Massimo Camisasca, superior de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, y autor de la trilogía dedicada a la historia de Comunión y Liberación. ¿Cuál es la relación entre don Luigi Giussani, el movimiento de CL y el Concilio? Don Massimo sugiere que partamos de los años que precedieron al Concilio.
El Vaticano II nace como respuesta a una exigencia extendida, que no es ajena al punto de partida del joven Giussani…
El Concilio fue fraguándose a lo largo de años en el campo bíblico, en el teológico, el litúrgico y también en el ecuménico. ¿De dónde nacía esta exigencia ampliamente extendida en el pueblo de Dios, al menos en algunos de los entornos más vivos, (pensemos, de entre todos, en el grupo reunido alrededor de la enseñanza de Romano Guardini)? De un profundo malestar respecto a una teología convertida a menudo en intelectual, de una liturgia que parecía lejana y poco comprensible, de una Iglesia normalmente identificada simplemente con la jerarquía, de la división que se veía entre las ciencias históricas, filosóficas, bíblicas y la vida del pueblo cristiano. Este malestar estalló con lo que fue llamado “modernismo” a principios de siglo. Yo creo que el Concilio Vaticano II mana precisamente de una voluntad concreta de la Iglesia de responder a ese malestar, la división entre fe y vida que fue denunciada como el mal más grave de la Iglesia de aquellos años. No quiero establecer paralelismos inadecuados. Sin embargo, no cabe duda de que el pensamiento de Giussani resultó ser muy parecido al del Vaticano II. Justo al principio de la entrevista de Robi Ronza, (El Movimiento de Comunión y Liberación, Ed. Encuentro, 1987), hablando de la situación de la Iglesia en aquellos años, don Giussani, por ejemplo, dice: «El hecho cristiano y eclesial dejó de ser una realidad popular, ya no era un acontecimiento para la gente, sino solamente un conjunto abstracto de reglas y prácticas rituales». Esta preocupación estaba tan arraigada en don Giussani, que la repitió treinta años después del nacimiento de CL y veinte años después de la clausura del Concilio, en su intervención en el Sínodo sobre los laicos, cuando dijo: «Lo que falta no es tanto la repetición verbal y cultural sino la experiencia de un encuentro». Tanto en los que prepararon el Vaticano II como en don Giussani se veía la necesidad de establecer nuevas fronteras para la Iglesia y esas fronteras fueron los corazones de los hombres. Salir de la cerrazón de las contraposiciones de sacristía o de los debates intelectuales. El lenguaje de don Giussani y el del Concilio son diferentes, pero si consideramos el lenguaje original del Concilio, el del Papa Juan XXIII, vemos que surge una preocupación que no está lejos de la de don Giussani.
Escuchamos, por ejemplo, el mensaje radiofónico del 11 de septiembre de 1964, un mes antes de la apertura de la primera sesión del Concilio, leído en las radios de todo el mundo por el Papa Juan XXIII: «El mundo necesita a Cristo: y es la Iglesia la que tiene que llevar a Cristo al mundo» y en el discurso de apertura, Juan XXIII dijo: «El objetivo principal del Concilio no es la discusión de un tema o de otro sobre la doctrina fundamental de la Iglesia […] Es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, sea profundizada y presentada de modo que satisfaga las exigencias de nuestro tiempo». En el mensaje radiofónico antes citado, el Papa habló de la necesidad de la renovación del encuentro entre el hombre y el rostro de Cristo Resucitado.
Se habló rápidamente entonces de una necesidad de “puesta al día”. “Puesta al día” viene de día, y día quiere decir luz. No por casualidad la constitución conciliar sobre la Iglesia se llama Lumen Gentium, donde el Lumen es Cristo. Es necesario encontrar la luz, es decir, el atractivo del Cristianismo. En Realizzare il Concilio, que recoge los actos del Congreso organizado por Comunión y Liberación en octubre de 1982, veinte años después de la apertura de la asamblea ecuménica, en la conclusión, don Angelo Scola dijo entonces: «Si el Concilio testimonia la necesidad de una relación ontológica con Cristo como generador de la salvación, Comunión y Liberación ha hecho de esta necesidad la norma suprema de método». El hecho de que el Concilio haya pensado en sí mismo como un sínodo eminentemente pastoral, va en la misma dirección de la obra que don Giussani llevó a cabo. Él sostenía, como hemos dicho, que no era suficiente volver a proponer la doctrina cristiana, sino que hacía falta descubrir el método con que las personas pudieran vivir el cristianismo en nuestro tiempo. Él había madurado ya esta preocupación fundamental en los años de seminario, por una innata y viva percepción propia de la originalidad del acontecimiento cristiano y también por los apremios que recibió de muchos profesores suyos. La escuela de Venegono (en el norte de Italia) había buscado y realizado una profunda renovación de la teología y la enseñanza de ésta. Sus profesores, en particular Gaetano Corti, Giovanni Colombo y Carlo Colombo, sembraron en el ánimo de don Giussani un anti-intelectualismo muy fecundo, que en él se convirtió, gracias al encuentro con Leopardi y después con otros autores, en el descubrimiento de lo que él llama «la constitución elemental del corazón del hombre»: el deseo de verdad, felicidad, justicia y belleza que encuentra en Cristo, el Verbo de Dios hecho carne, su respuesta adecuada.
Después comienza el Concilio propiamente dicho…
Don Giussani no habló mucho del Concilio en clase durante su desarrollo; yo lo tuve precisamente como profesor en aquellos años. Creo que le movía la preocupación de no hacer discursos clericales a los chicos. No quería dar la impresión de encerrar su mensaje en una dialéctica interna de la Iglesia. Esto no quería decir, en absoluto, un desinterés por el Concilio. Milano Studenti, la publicación mensual de Gioventù Studentesca, siguió el acontecimiento conciliar con crónicas, profundizaciones y entrevistas a padres y a peritos conciliares. En aquellos años se desarrollaron en el movimiento conferencias y debates sobre el curso de los trabajos conciliares con la participación directa de los protagonistas. Pero también hay que decir que a don Giussani no le interesaba mucho hablar del Concilio, le interesaba vivir esa renovación de la Iglesia que el Concilio estaba proponiendo. Y en efecto, las temáticas del Concilio fluían en el movimiento, entonces compuesto exclusivamente por jóvenes. En los libros que guiaban las meditaciones de los tres días de convivencia en Varigotti donde don Giussani proponía las directrices para el nuevo curso, se utilizaron textos de los documentos conciliares. Don Giussani se mostraba cada vez más entusiasmado con el trabajo que Pablo VI fue haciendo durante el Concilio para ayudar a aclarar el verdadero rostro de la Iglesia y del cristianismo. En una entrevista de 1988 a Il Sabato, contestándole a Renato Farina, decía de Montini: «Habría que retomar todas sus intervenciones que de manera atrevida e impopular detuvieron la falsa democracia, la equívoca dogmática que muchos padres conciliares intentaron hacer pasar por una pretendida democracia».
¿Qué contenidos procedentes de los textos conciliares utilizó primero GS y luego CL?
Ante todo, hablaría de la centralidad de Cristo como Aquél en quien se esclarece el misterio del hombre. Este tema, que Juan Pablo II ha retomado continuamente en su pontificado a partir de la encíclica Redemptor Hominis, remite al momento de la Gaudium et Spes que dice: «En realidad, sólo en el Misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre». Está en el centro del método educativo de don Giussani. No sólo el hombre, sino toda la creación encuentra su luz en el Misterio del Verbo encarnado. Aquí se encuentran, y casi se unen, los estudios que don Giussani hizo sobre el mundo protestante y el ortodoxo. Otro tema que el Concilio afirmó con rotundidad es el del Cristianismo como tradición viviente en la que la Escritura adquiere el lugar de alma normativa. Don Giussani reiteró a menudo, también recientemente en la carta de respuesta al Papa por las felicitaciones por los veinte años del reconocimiento de la Fraternidad de CL: «nunca pretendí “fundar” nada, pero creo que la genialidad del movimiento que he visto nacer consiste en haber sentido la urgencia de volver a los aspectos elementales del cristianismo».
Después, el Concilio habló de la Iglesia como comunión y como cuerpo de Cristo, pueblo de Dios. Es un tema que atraviesa toda la historia del movimiento, hasta marcar incluso el nombre.
Finamente, el intento misionero del Concilio. Esto fue anunciado desde el principio por Juan XXIII: «El gran problema frente al mundo, después de casi dos milenios, permanece inalterado. Cristo, siempre resplandeciente en el centro de la historia y la vida; los hombres o están con Él y con su Iglesia, y entonces gozan de su luz, de la bondad, del orden y de la paz; o están sin Él o contra Él, y deliberadamente contra su Iglesia; se convierten en motivo de confusión, causando aspereza de humanas relaciones y persistentes peligros de guerras fratricidas».
Por último, la liturgia. Don Giussani hizo de la liturgia uno de los lugares fundamentales de la educación de los chicos y luego de los adultos. Retomando los cantos de la tradición cristiana de cada época, a través de la sobriedad y la elegancia de las ceremonias, a través de la celebración del triduo pascual, que ha reunido a lo largo de los años a decenas y decenas de millares de jóvenes.
Para terminar quiero hacer una aclaración. Poco antes de partir hacia el cónclave que lo elegiría papa, el cardenal Montini advirtió a don Giussani de los posibles peligros del empleo de la palabra “experiencia”. Entonces, don Giussani se puso a escribir un texto que se convirtió luego en un librito titulado precisamente La experiencia, que salió, por una explícita petición suya, con el Imprimatur de monseñor Carlo Figini. En la primera encíclica, la programática, de Paolo VI encontramos esta palabra. El término “experiencia” fue una de las cruces de la época del modernismo. Se veía en esta expresión la tentación de un subjetivismo radical. Aplacadas las olas del modernismo, fue posible recuperar el verdadero significado de la palabra “experiencia” que se remonta a los Padres y que nos lleva al Cristianismo como acontecimiento que interesa en todos los niveles de la vida de la persona. Precisamente muchos, como por ejemplo el padre Congar, notaron que el Concilio fue, ante todo, una experiencia de la Iglesia, antes incluso que una proclamación de ella.
Y, sin embargo, CL fue acusada de ser anti-conciliar...
Y algunas veces no sólo por personas ajenas a la Iglesia, sino también por cristianos. Le acusanban de no haber vivido el Concilio o de haberlo traicionado. Llegados a este punto, es preciso considerar las distintas interpretaciones del Vaticano II. Para algunos ha representado un cambio en la época, un nuevo principio en la Iglesia. Véase, por ejemplo, la línea interpretativa de la escuela de Bolonia, desde Alberigo hasta Melloni. Sin embargo, para otros el Concilio representa una novedad en la continuidad. Claramente la Iglesia es semper reformanda, la historia de la Iglesia es la historia de una continua reforma suya. Pero no sería una reforma auténtica si no estuviera en relación con toda la historia pasada y, sobre todo, con el origen del acontecimiento cristiano que es el propio Cristo. Entonces, la reforma es la contemporaneidad de Cristo en cada instante de la historia. El fondo de la acusación a CL radica en esto: en la interpretación que algunos han dado al Concilio como acontecimiento de ruptura y, por lo tanto, en la tesis de la traición del Concilio por parte de quienes lo han vivido como un momento de renovación en la continuidad. En este sentido, el acontecimiento de la época ha sido el pontificado de Juan Pablo II. Wojtyla entendió todo su pontificado como la realización del Concilio en la continuidad. Que el Concilio no ha producido sólo, desgraciadamente, frutos positivos ya lo advirtió al principio el mismo Pablo VI, que dijo en un dramático discurso: «Creímos que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Sin embargo, ha venido un día de nubes y tormentas, y de oscuridad» (29 de junio de 1972).
Para terminar, la vida del movimiento va en la dirección de la realización del Concilio más que de su interpretación. En este sentido aparece como una de las fuerzas suscitadas por el Espíritu, según la expresión de Juan Pablo II con motivo del trigésimo aniversario del nacimiento de CL, «para continuar con el hombre de hoy el diálogo iniciado por Dios en Cristo y continuado en el curso de toda la historia cristiana».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón