El pasado 26 de octubre más de 1.500 personas llenaron la sala del teatro Dal Verme con motivo del homenaje, “Don Giussani y la búsqueda de la belleza”, organizado por el filósofo Stefano Zecchi, asesor de Cultura del Ayuntamiento de Milán
«Aquel día el disco de 78 r.p.m. empezó a girar, y de repente el canto de un tenor entonces famoso rompió el silencio de la clase. Con una voz potente y llena de vibraciones Tito Schipa empezó a cantar un aria del cuarto acto de La favorita de Donizetti. Cuando el tenor entonó Spirto gentil, ne’ sogni miei, ya al vibrar la primera nota intuí, con profunda conmoción, que lo que llamamos “Dios” –es decir, el Destino inevitable por el que un hombre nace– es la respuesta a la exigencia de felicidad que nos constituye. En aquel preciso instante de mi vida, por la primera vez, entendí que Dios existía».
En estas inolvidables palabras se renueva esa experiencia única, que impactó al joven seminarista Luigi Giussani –cada vez que las recordaba, esa experiencia ocurría de nuevo, en aquel instante, como la primera vez– se condensa todo el sentido de un espléndido acto, “Don Giussani y la búsqueda de la belleza”, celebrado en Milán el 26 de octubre, en el teatro Dal Verme, y promovido por el asesor de Cultura, el filósofo Stefano Zecchi.
Zecchi es un hombre inteligente y sencillo, un no-político que se ha ofrecido a la política por prestar un servicio, pero manteniendo una libertad que muchos políticos de profesión pierden el primer día de su mandato. Promoviendo este homenaje, Zecchi no ha obedecido a cálculos de ningún tipo, únicamente a su propia curiosidad.
Belleza, asombro y orden
Las palabras del entonces cardenal Ratzinger en los funerales de don Giussani –«Don Giussani creció en una casa pobre de pan, pero rica de música, y así desde el inicio fue tocado, es más, herido por el deseo de la belleza; no se contentaba con una belleza cualquiera, una belleza banal: buscaba la belleza misma, la Belleza infinita»– dejaron huella en el profesor Zecchi, docente de Estética.
Se puede decir que de aquella experiencia nació la noche del teatro Dal Verme, que vio en el escenario, presentados por Claudio Risé (el famoso y experto sicoanalista, alumno de don Giussani), a Julián Carrón; el poeta Franco Loi, el actor Franco Branciaroli y el Rector de la universidad Católica, Lorenzo Ornaghi.
Pero la noche entró en el corazón del homenaje desde los saludos de Zecchi y del presidente de la Región Lombardía, Roberto Formigoni. Aquello que de costumbre, incluso en las mejores ocasiones, se queda en un momento formal, no lo fue en absoluto. Formigoni se entregó, sin nostalgia, pero con gratitud, al relato de una larga educación en la belleza, el asombro y el orden, porque estas tres palabras siempre van juntas, que recibió de la vida, del tiempo pasado junto a don Giussani.
Spirto gentil
Herido por el deseo de la belleza. ¿Pero cómo? Ese momento en que las ilusiones para muchos hombres se disuelven, cuando la belleza se desvanece como un sueño, aquel spirto gentil, que cualquier soplo habría podido apagar, confiado a la voz vibrante y delicada de Tito Schipa se convirtió para el joven Luigi Giussani en la clave de la vida. Ese spirto gentil hizo todas las cosas, e imprimió su propio sello en el corazón del hombre. Y aún más, ese spirto gentil se hizo hombre.
Julián Carrón evoca el recuerdo de don Giussani cuando, aún seminarista, rezó como acción de gracias después de la Comunión el himno A su mujer del pesimista cósmico Giacomo Leopardi, asociando aquellos versos al Prólogo del Evangelio de Juan, y recordando cómo «la eterna sabiduría de la belleza no desdeñó revestirse de carne humana, no desdeñó llevar los afanes de funérea vida».
Franco Loi, el famoso poeta, habla de su larga relación con don Giussani. Se conocieron a principios de los Sesenta, y enseguida captó la señal de una energía prodigiosa y de una aún más prodigiosa libertad. El encuentro se produjo entonces gracias a la responsable de GS, que luego se haría maoísta. Loi todavía recuerda el respeto sincero de don Giussani por las elecciones de aquella mujer. Hablaba mucho de poesía con don Gius; Loi retiene en la memoria una conversación sobre Petrarca y sobre el sentido de la poesía como acción sagrada.
Las notas del rector
Pero si Loi “retiene en la memoria”, Lorenzo Ornaghi conserva todavía las notas de las clases de don Giussani que siguió cuando era un joven estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Católica de Milán: «Me llamaba la atención la pasión por la realidad que Giussani comunicaba, el verdadero tejido de cada una de sus lecciones, tanto dentro del aula como fuera; porque don Giussani “vivió” en la Católica, no “pasó por ahí”, es decir, no venía para dar su clase e irse».
Franco Branciaroli, el mayor actor de teatro de la Italia contemporánea, revive la gran amistad entre Giussani y el escritor Giovanni Testori y la época de los grandes espectáculos en el Meeting de Rímini, a caballo entre los años 80 y los 90, fuertemente impulsados por don Giussani. Sobre todo aquel espléndido Miguel Mañara de 1989 –recuerda– cuando treinta mil personas le siguieron, por la noche, por las calles de Rímini, y «ya no eran un público, sino un pueblo».
«Cuando lleguen los enemigos para exterminar nuestro pueblo –recuerda Carrón citando a don Giussani– nosotros contestaremos con la belleza de nuestros cantos».
Los cantos finales
Es difícil resumir el alcance de una pasión tan grande, y que tan fuertemente –a diferencia de los estériles maestros de nuestro tiempo– se ha comunicado a muchos hijos. Beethoven, Mozart, Leopardi, Pergolesi, Dvorak, Caravaggio, Rembrandt, Dante y muchos otros nombres se han vuelto familiares gracias a don Giussani. No sólo conocidos, familiares.
Lo belleza es el resplandor de la verdad, dice santo Tomás, o sea, «su frágil, pero visible y palpable documento». Añadiría: imprevisible. La belleza es, en efecto, la verdad en su ocurrir, la correspondencia que encontramos, a menudo allá dónde no la esperaríamos nunca, entre el yo y el ideal, aquel milagro por el que escuchar el Stabat Mater, leer el Canto nocturno o encontrarnos entre nosotros forman parte de una única experiencia de belleza. Sobre todo cuando cantamos nuestros cantos más hermosos se evidencia lo que somos, mucho más allá de lo que el razonamiento logra formular.
Justamente el canto fue el broche de la noche, en lugar de una síntesis. Tres piezas solamente, quizás las más emblemáticas: Povera voce, O Cor soave y el espléndido Credo de la liturgia bizantina compuesta por A. Grechaninov. Cantados con aquel acento de hondura que nace de la fidelidad y libera a la música de toda sombra o frialdad.
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