Un Sínodo no es el congreso de un partido que diseña su programa para competir en unas elecciones. Es un paso serio en la vida del pueblo cristiano dentro de la historia: para hacer memoria del origen, profundizar la conciencia del don recibido y comprender las circunstancias en las que se desarrolla la misión
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, porque es la forma suprema y completa de la presencia de Cristo resucitado que se comunica en el presente a los suyos, comunicándoles la luz, la fuerza y el consuelo necesarios para el camino, reuniéndolos en un solo cuerpo, enviándolos hasta los confines del mundo. No hay mejor terapia para los males de nuestra Iglesia que recuperar el asombro ante la Eucaristía, porque éste impide cualquier reducción del acontecimiento cristiano. Por eso no es extraño el despiste o la decepción de más de un comentarista tras el Sínodo, porque la Eucaristía no se deja manipular ni encasillar, ni admite lecturas ideológicas. Y así, para algunos éste iba a ser el Sínodo de la Restauración, pero resulta que la reafirmación de la reforma litúrgica del Vaticano II ha sido un elemento fundamental de los debates sinodales, como ha revelado el cardenal Relator, Angelo Scola. Otros, por el contrario, han transmitido la impresión de una especie de rebelión a bordo, con toda clase de peticiones transgresoras y desafíos a la tradición y a la autoridad del Magisterio. Pues bien, nada de nada. Las cincuenta propuestas entregadas al Papa para que elabore la exhortación post-sinodal reflejan la profundización teológica y las preocupaciones pastorales de los miembros del Sínodo, pero no revelan ningún motín en la nave de la Iglesia, sino todo lo contrario.
Buscando siempre acompañar y ayudar
Los “asuntos estrella” para los medios, tales como la comunión de los divorciados vueltos a casar, el celibato sacerdotal, o la recepción de la Eucaristía por parte de fieles de otras Iglesias y Comunidades cristianas, se han abordado con franqueza y seriedad, favorecidas por la hora de debate libre diaria, introducida por Benedicto XVI como novedad en los mecanismos sinodales. La Iglesia sigue buscando el mejor modo de acompañar y ayudar a los divorciados que desean seguir viviendo su fe dentro de la comunidad eclesial, pero no puede suprimir la herida que supone su situación personal; tampoco es indiferente a la escasez de sacerdotes que priva de pastores a tantas comunidades, pero ha remarcado el valor teológico y pastoral del celibato como gran signo del amor indiviso a Dios y al prójimo; y naturalmente, siente un desgarro por el hecho de que todos los creyentes en Cristo no podamos celebrar juntos la Eucaristía, pero entiende que la plena comunión eclesial es una condición para la comunión eucarística.
Fuera de los esquemas
Un Sínodo no es el congreso de un partido que diseña su programa para competir en unas elecciones. Es un paso serio en la vida del pueblo cristiano dentro de la historia: para hacer memoria del origen, profundizar la conciencia del don recibido, comprender las circunstancias en las que se desarrolla la misión, encender la esperanza... y sólo en último lugar resolver problemas y ajustar mecanismos. Dice el cardenal Scola que este Sínodo «ha pulverizado cualquier intento de proyectar esquemas de división o contraposición dentro de la Iglesia siguiendo viejas categorías de izquierdas o derechas, conservadores o progresistas».
Testigos de una humanidad regenerada
En esta asamblea se ha documentado también que la Eucaristía es la fuente indispensable para que la Iglesia responda a los desafíos de un mundo dividido, desorientado y falto de esperanza. Desde los lugares más insospechados (de Kazajstán a Colombia, de China a las grandes metrópolis de EEUU) han llegado los testimonios de la humanidad nueva que es fruto de este alimento único y misterioso. No en vano el Papa, en la homilía de clausura daba gracias a Dios «por tantos dones concedidos a la Iglesia en este tiempo». Así es como, a través de esos fragmentos de humanidad regenerada por el don de Jesucristo, las gentes de nuestra época pueden seguir descubriendo que Dios no se ha olvidado del hombre, que su grito de angustia y su deseo más profundo, encuentran respuesta.
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