Publicamos dos pasajes uno tomado de la introducción y el otro de la conclusión de la Relatio ante disceptationem del relator general, cardenal Angelo Scola, patriarca de Venecia. 3 de octubre de 2005
Introducción – Eucaristía: la libertad de Dios va al encuentro de la libertad del hombre
Cuando celebramos la Eucaristía, «los fieles pueden revivir de alguna manera la experiencia de los dos discípulos de Emaús: ellos abrieron los ojos y la reconocieron»
(Lc 24, 31).1 Por esto Juan Pablo II afirma que la acción eucarística suscita asombro.2 El asombro es la respuesta inmediata del hombre a la realidad que lo interpela. Manifiesta el reconocimiento que la realidad le es amiga, es un positivo que encuentra sus mismas expectativas constitutivas. San Pablo, escribiendo a los Romanos, explica la razón: la realidad custodia el designio bueno del Creador. A tal punto que el Apóstol ha podido decir sobre los hombres que «se ofuscan en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció» que son «inexcusables» porque «habiendo conocido a Dios» desde el momento en que «desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad», «no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (cf. Rm 1, 19-21)
Incertidumbre y temor, en cambio, pueden presentarse en un segundo tiempo en la experiencia del hombre, cuando, a causa de la finitud y del mal, en él se abre paso el miedo a que la positividad de la realidad no permanezca.
Así, por una parte, la acción eucarística, como además todo el cristianismo en cuanto fuente de asombro,3 se inscriben en la experiencia humana como tal. Sin embargo, por otra parte, Ella se manifiesta como un acontecimiento inesperado y totalmente gratuito. En la Eucaristía se revela que el de Dios es un designio de amor. En Ella el Deus Trinitas, que en Sí mismo es amor (cf. 1Jn 4, 7-8), asume la condición humana en el Cuerpo donado y en la Sangre derramada por Cristo Jesús, hasta hacerse comida y bebida que alimentan la vida del hombre (cf. Lc 22, 14-20; 1Cor 11, 23-26).
Como los dos de Emaús, regenerados por el asombro eucarístico, retomaron el propio camino (cf. Lc 24, 32-33) así también, el pueblo de Dios, abandonándose a la fuerza del sacramento, es impulsado a compartir la historia de los hombres. (...)
¿Por qué la Eucaristía es el fascinante corazón de la vida del pueblo de Dios destinado a la salvación de la entera humanidad? Porque ella revela y hace presente en el hoy de la historia a Jesucristo como sentido cumplido de la existencia humana en todas sus dimensiones personales y comunitarias.4 Y lo documenta en el ámbito antropológico, cosmológico y social. (...)
En la Eucaristía Jesús se convierte concretamente en Camino hacia aquella Verdad que da la Vida (cf. Jn 14, 6).5
En Ella, la Iglesia, realidad a la vez personal y social llega a ser concretamente un pueblo de pueblos, esa admirable entidad étnica sui generis de la que hablaba Paulo VI.6
Conclusión – La existencia eucarística en el sufrimiento contemporáneo
En el encuentro de libertad que la acción litúrgica propicia, desde hace dos mil años en el rito eucarístico para el hombre se renueva, con particular intensidad, la experiencia del asombro. Precisamente en la ejecución del rito, por la humillación del Hijo muerto en la cruz y resucitado y a través del don del Espíritu, el Padre se muestra, se dona y se dice al hombre. (...)
Sobre todo en este tiempo de singular sufrimiento que padecen todas las áreas culturales del mundo, el cristiano que vive la propia existencia comunitaria en forma eucarística, se convierte en incansable anunciador y testigo de Jesucristo y de Su Evangelio en todos los ambientes de la existencia humana: desde el barrio hasta la escuela, el trabajo, el mundo de la cultura, de la economía, de la política, de las comunicaciones sociales, etc.
Las comunidades cristianas, fundadas eucarísticamente, se convierten en lugares en los cuales cada hombre puede hacer la experiencia que la secuela de Cristo abre a la vida eterna, ofreciendo, desde el interior mismo de la historia, el ciento por uno (cf. Mt 19, 29). Mujeres y hombres de cada extracción, etnia y cultura pueden, en cada momento de su vida, encontrar a otros hombres y mujeres, los cristianos, que en virtud de la existencia eucarística, se proponen a sí mismos como compañeros discretos de un camino de libertad.
Notas:
1 Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia 6.
2 Cf. ibid., 5-6.
3 Cf. Juan Pablo II,
Redemptor hominis 10.
4 Cf. Missale Romanum, Oratio Post Communionem, I Dominica Adventus.
5 Cf. Agustin, Comentario al Evangelio de San Juan 69, 2.
6 «Dónde está el "Pueblo de Dios" sobre el cual tanto se ha hablado, y todavía se dice, ¿dónde está? ¿Esta entidad étnica sui generis que se distingue y se califica por su carácter religioso o mesiánico (sacerdotal y profético, si les parece), que todo converge hacia Cristo, como a su centro focal, y que todo de Cristo deriva? ¿Cómo está compaginado? ¿Cómo está caracterizado? ¿Cómo está organizado? ¿Cómo ejercita su misión ideal y tonificante en la sociedad, en la cual está inmerso? Sabemos bien que el pueblo de Dios entonces, históricamente, tiene un nombre para todos más familiar; es la Iglesia», cf. Pablo VI, Audiencia general, 23 de julio de 1975.
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