Huellas tomó el pulso a la familia en el curso de un forum en la Asamblea internacional de CL celebrada en La Thuile, con la ayuda de testimonios procedentes de cuatro puntos distintos del globo
En Europa es atacada por una cultura dominante para la que la libertad significa cada vez más ausencia de vínculos. En África sus profundas raíces ligadas a la realidad de los clanes están amenazadas por una mentalidad que intenta introducir un individualismo despiadado. En América Latina tiene que hacer uentas con criterios de valor cada vez más acostumbrados al consumismo imperante. En EEUU está sacudida por una tasa de divorcio que se acerca al 50% y por los proyectos de ley sobre los matrimonios gay.
En estos comienzos del siglo XXI, la familia no parece gozar de gran salud ni ser blanco de muchas simpatías en todos los rincones de la tierra. «El mayor mal de las familias es la soledad en la que viven, el nihilismo que les circunda», dice Mario Dupuis, que vive en Padua en una gran familia ampliada, la de Ca’Edimar, un lugar en el que viven chavales procedentes de familias deshechas.
Y también hay historias de familias, de las más variadas longitudes y latitudes, que experimentan una realidad distinta en la que reconocer a Cristo hace posible incluso «la imposible fidelidad» conyugal y en donde el abrazo de la comunidad ayuda a sobrellevar, con serenidad, incluso las mayores cargas.
VIH y dificultad económica
Pippo Ciantía –que vive y trabaja desde hace 25 años en Uganda para AVSI– señala que en África la familia «se enfrenta a la mentalidad moderna que tiende a romper todos los vínculos con una educación que está contra la idea de las relaciones familiares». Al mismo tiempo, sin embargo, la familia permanece como «el último nivel de resistencia y asistencia contra la pobreza y contra azotes como el SIDA. Siempre me sorprende la admirable capacidad de las familias extensas africanas de acoger a niños. Sobrinos que se han quedado huérfanos encuentran abiertas las puertas de tíos, abuelos o parientes varios. Porque en África, desgraciadamente, la familia no sólo ha sido devastada por la modernidad, sino también por enfermedades como el VIH».
La dificultad con la que se enfrenta la realidad familiar en América Latina, y en Argentina en particular, es en cambio la esclavitud del estatus económico. El frenesí del consumo ha corroído la familia argentina, explica Alejandro Bonet, que trabaja como abogado en Rafaela, provincia de Santa Fe, y es representante legal de una escuela y padre de siete hijos. «En Argentina, además, –dice– pesa muchísimo la concepción de una presencia omnipotente del aparato estatal: una cierta tradición política, que se puede imputar al peronismo, ha empujado a la persona y a las familias a esperar la solución de sus problemas de base (educación, salud) sólo como respuesta del Estado. El resultado es que se hipoteca la felicidad a una situación de clientelismo con el poder político y el Estado».
¿Vínculo o contrato?
La institución familiar sigue respetándose, a pesar de todo, en EEUU, en donde «todavía se pueden tener muchos hijos sin perder el aprecio de los demás», reflexiona el padre Jerry Mahon, párroco en Rochester (Minnesota). EEUU parece haber superado también los temores debidos al número creciente de núcleos familiares en los que ambos cónyuges trabajan: «Hace cuarenta años –dice el padre Jerry– habíamos pensado que una familia no podría funcionar en estas condiciones. Sin embargo, tengo experiencia de que este no es el obstáculo».
En EEUU, como en cualquier sitio, los verdaderos obstáculos para la familia son los matrimonios que se rinden al cansancio y desembocan en divorcios, y las propuestas sociales que pretenden introducir nuevos modelos de vínculos entre personas, como por ejemplo las parejas del mismo sexo («pero no creo que el matrimonio gay se instaure en EEUU –prevé el padre Jerry–; nunca será aceptado, quizá por la vena de moralismo de nuestra sociedad»).
«En Italia –añade Mario–, la escuela enseña a los jóvenes a percibir cualquier vínculo como un impedimento y de esta forma lo que es el fundamento de la vida familiar se sustituye cada vez más por un contrato temporal: “Nos juntamos porque nos conviene”. Falta además una educación adecuada, porque la familia ya no se inserta en una tradición, en una historia de pueblo; está desarraigada. Las víctimas inocentes de esta disgregación familiar son los jóvenes: sin experimentar un verdadero amor a su libertad, una pasión por su destino –por lo tanto, una verdadera educación–, a los 10 u 11 años ya se encuentran confusos, solos, vulnerables, como compruebo constantemente en nuestra casa de acogida. La mentalidad dominante ha destruido la familia como lugar en que las relaciones se dan en libertad y alegría por la pertenencia mutua».
La familia no basta
Pero hay experiencias que abren horizontes nuevos. Pippo recuerda cómo la educación cristiana que recibió le dispuso a compartir las necesidades de los demás, por ejemplo, la pobreza. Esta dimensión caritativa está en el origen de la opción de vida que su mujer y él tomaron: la misión en África. En una condición difícil para criar a los hijos «descubres que la fidelidad a la experiencia del movimiento te permite vivir de manera especial la relación con ellos. La amistad que vivimos dentro de CL facilitó que nuestros hijos decidieran ir a estudiar, unos a Italia y otros a EEUU. Don Giussani solía decir que la familia no es suficiente, que hace falta una comunidad que te acompañe y que haga crecer a nuestros hijos más de lo que podríamos esperar. Así aprendes que no son tuyos, que te son confiados».
Para Alejandro, un contexto familiar complicado, diez trabajos diferentes, muchos cambios de residencia en pocos años y siete hijos podrían resultar un reto imposible. «Si mi mujer y yo no hubiésemos tenido la gracia de conocer el movimiento al comienzo de nuestro camino en común, no habríamos podido disfrutar de estos 20 años de matrimonio. Ante la dureza de lo cotidiano, experimentamos cómo la experiencia de CL nos ayuda concretamente a vivir. Esto no significa que se resuelvan todos los problemas, sino que se viven con un significado y se convierten en ocasión de plenitud y de cumplimiento».
La verdadera felicidad
En Rochester, como recuerda el padre Jerry, conocer el carisma de don Giussani «cambió radicalmente mi forma de entender el matrimonio. Hoy, cuando la gente se me acerca planteándose el divorcio, trato de ayudarles apelando a la conciencia –que recibí de don Giussani– de que el “sí” es para la eternidad. También en los cursos prematrimoniales les ayudo en este sentido, porque creo que es preciso acompañar a los jóvenes a vivir el sacramento».
«Cuando me casé –concluye Mario– dije que sí para siempre a mi mujer no porque estuviese seguro de ser capaz, sino por la certeza de la fidelidad de Otro. Cristo nunca dejaría de darme la ocasión de vivir una fidelidad que sin Él sería imposible. Nuestra fidelidad es la respuesta a la suya. Lo experimenté en las circunstancias dramáticas que cambiaron la vida de mi familia. La enfermedad y muerte de nuestra hija Ana nos enseñó a mirar la realidad llegando a reconocer al Misterio que la hace, sin detenernos en la apariencia. A través del sacrificio de Ana ese “sí” a mi mujer ha adquirido una profundidad insospechada».
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