Escritores, políticos, periodistas y hombres de Iglesia dan testimonio de que la libertad es el don más precioso que tenemos
Se vio ya, desde la primera velada, con la representación teatral de Don Quijote de Franco Branciaroli, desdoblándose entre el Gordo y el Flaco, entre Peppino de Filippo y Totó, qué farsa tan complicada, qué tragedia de dos caras es la empresa de la libertad humana: al final, la única máscara digna es la del Quijote, que se reviste con las insignias de lo Imposible. Que, sin embargo, sucede; también aquí, en Rímini.
El domingo para inaugurar el evento, conferencia del Presidente del Senado italiano, Marcello Pera. Explica que, también en política, una libertad sin contenido es como una mano que intenta atrapar el viento. Que el Estado reducido a puro mecanismo formal, insensible a cualquier herencia ideal, acaba siendo el peor enemigo de sí mismo. El Presidente criticó su mismo credo liberal que defiende que la libertad verdadera del hombre es la autonomía absoluta. Nuestro sistema político –dice Pera– ciertamente ha funcionado mucho mejor que los que lo han precedido, y sin embargo tiene un grave defecto: es demasiado optimista, no contempla la posibilidad de un conflicto entre valores diferentes que compiten en el seno de la sociedad: cuestiones como el aborto, la fecundación artificial, el choque con el islam radical son buena muestra de ello. El límite de la democracia liberal es que «no tiene en cuenta la existencia del mal, ese dato esencial y ontológico». Rousseau y Adam Smith van bien servidos.
Libertad para la ciencia
También la ciencia, como la política, corre el riesgo de perder su atractivo y reducirse a una técnica anti-humana si ya no comprende el terreno que hizo posible que en plena Edad Media emergiera un método de conocimiento racional, basado en la observación de la realidad: el físico nuclear Peter Hodgson y el matemático Giorgio Israel explicaron que sin monoteísmo, sin la idea de un orden de lo creado y sin la confianza propia de la cultura judeocristiana, en la dirección progresiva de la historia, nunca habría nacido un hombre como Galileo Galilei. Por eso contraponer ciencia y religión, proclamar la libertad de una frente a las cadenas impuestas por la otra, significa caer en un burdo equívoco. El Papa Benedicto XVI, en el mensaje enviado al Meeting, recuerda que vivimos «en un momento histórico y cultural en el que no hay nada que se confunda tanto como el término libertad». Y el arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, lo reitera: la libertad del hombre hoy está encadenada; ante todo debe ser liberada. En primer lugar, de un insistente escepticismo sobre sí misma, del miedo a no poder ni siquiera existir como tal en un mundo donde todo está determinado por coordenadas materiales. Y luego, de la indiferencia moral que no permite que la libertad respire, de esa veneración por la Nada que Hemingway expresó en una paradójica oración que aparece en sus Cuarenta y nueve cuentos: «Nada nuestra que estás en la Nada…».
Obediencia libre
También Julián Carrón parte de la debilidad estructural de la libertad humana: «Basta con preguntarse cuántos hombres verdaderamente libres conocemos». El lunes por la tarde, tres cuartos de hora antes de que empezara su conferencia, el auditorio inmenso estaba repleto, las otras salas conectadas por videoconferencia abarrotadas y la policía intentando dirigir a la masa de gente que buscaba la forma de acudir al acto. Nunca se había visto tanta gente en un encuentro del Meeting en los últimos años. Julián Carrón no es Giussani, no tiene su vehemencia, su voz ronca, sus imágenes tan eficaces, pero inmediatamente se ve arropado por el mismo afecto: durante un largo rato un caluroso aplauso le impide tomar la palabra. Dibuja con paciencia figuras sencillas y lógicas, cita a Kafka y a Pavese, a María Zambrano y a Hannah Arendt para demostrar cómo hoy –en contra de lo que se cree– la libertad es «un bien tan precioso como escaso». ¿Cómo puede ser –se pregunta–, si nuestra época no hace más que proclamar a diestro y siniestro su valor absoluto e innegociable? El defecto está en una idea errónea que recorre toda la cultura moderna, según la cual la libertad consiste en la ausencia de lazos. Por eso es preciso olvidarse de Kant y recordar al “hijo pródigo”, que precisamente por querer ser más libre destruyó los lazos que le unían a su padre y acabó siendo un esclavo. Él es el prototipo de nuestros errores, el hombre autónomo. Mientras que la verdadera libertad –afirma Carrón– es «descubrir el bien que supone tener un padre». Aunque no basta ser un «buen chico» para evitar la caída. En la parábola, el hijo que se queda en casa es en el fondo “un formalista”, un moralista malicioso, todo lo contrario de un buen ejemplo evangélico. He aquí todo el drama humano, en esta “obediencia libre” – que Péguy describe con trazos conmovedores– tan difícil de vivir porque está cada vez más alejada de la mentalidad común.
La libertad –dice Julián– no se encuentra ante un abanico de propuestas equiparables sino que es «una experiencia muy precisa: nos sentimos libres cuando vemos satisfechos nuestro deseo». Si no se entiende a Leopardi cuando reconocía que «todo es poco», si no se percibe que la libertad humana se pone en jaque ante la realidad, si se amputa la relación directa entre el yo y el Misterio infinito que nuestra libertad finita proclama a cada paso, no hay salida: no solo el ateo sino también el hombre religioso queda enjaulado. Porque, en última instancia la libertad no es un concepto abstracto sino «un hombre libre, cambiado por el encuentro con Cristo».
Ya los griegos, que inventaron el término, concebían el eleutheros, el sujeto libre, mucho antes que la eleutheria, la idea de libertad. Para ellos –como ha recordado la historiadora Marta Sordi– no era el individuo sino toda la ciudad, toda ella, la que era libre, así se distinguía de un mundo de bárbaros dominado por tiranos de cualquier especie: esclavo, para los griegos, es el hombre que no pertenece al dèmos, al pueblo, y que por tanto queda abandonado a sí mismo. Incluso para los latinos liber era, literalmente, el hijo, que por el hecho de depender del padre, goza de identidad civil.
Hombres libres
Muchos hombres libres han acudido al Meeting este año. Con este tipo de gente no se puede dar nada por supuesto. Así Giuliano Ferrara, con su traje impecable “blanco pontificio”, despertó la pasión del público del Auditorio proclamando –él, “superlaico” y excomunista– la defensa del embrión, el matrimonio heterosexual e incluso la idea del pecado contra la “equiparación” de las diferentes morales. No se cortó a la hora de admitir que la batalla en defensa de la Ley 40 y a favor de la vida le apasionó como hacía años que no le sucedía, y que se alegraba de haberla ganado junto a los católicos: «Al final, la realidad se ha tomado la revancha sobre el lenguaje». A sus antiguos compañeros de lucha y de gobierno les espetó que lo que les llevó en estos meses a levantar barricadas ante el referéndum «no es laicismo sino un positivismo bárbaro», confesando no haber encontrado jamás «tanta pasión por la libertad en el mundo liberal, ni en el mundo comunista, como la que he encontrado en el así llamado “oscurantista mundo católico”».
Otro hombre libre es Giancarlo Cesana, que subió varias veces al escenario; con el conocido psiquiatra Eugenio Borgna, por ejemplo, simplemente como médico; y también Giorgio Vittadini, que atacó frontalmente el “país de la renta”, a la vez que tendía la mano a Giulio Tremonti, con el que había tenido más de un desencuentro acerca de las Fundaciones bancarias. Un hombre libre es el ministro de exteriores afgano, Abdullah Abdullah, que dio las gracias al auditorio, ciertamente conmovido, por haber tenido él, un musulmán, «el gran privilegio de encontrar aquí, en Rímini, hombres piadosos, eruditos, exponentes religiosos y políticos», que siguen con atención los problemas de su país. O Carl A. Anderson, Supreme Knigth de la asociación Knights of Columbus, figura equilibrada de un catolicismo de siempre que se encuentra bajo sospecha en América, quien dijo en el Meeting que inmediatamente se sintió «como en casa» y que deseaba traer a los chicos de su asociación para que pudieran ver que el cristianismo no es una reliquia del pasado. Libre es también Tony Hendra, un famoso actor cómico inglés que contó cómo su vida de sexo, droga y rock & roll (se definió a sí mismo como un “sátiro irreverente”) estuvo milagrosamente acompañada a lo largo de los años por una relación de amistad con un benedictino, el padre Joe y que su existencia de “hijo pródigo” se hubiera convertido en una cárcel si no se hubiese dado cuenta en un momento dado de que «el perdón siempre es posible», de que es precisamente la misericordia la que sostiene la libertad del hombre.
Todo de don Gius
¿Y don Giussani? Como dijo el escultor Dino Quartana, hoy –aunque también era cierto ayer– «se ve que hay un padre por el hecho de que hay hermanos. La fraternidad que se encuentra aquí en el Meeting señala que hay un padre, y de que está presente». Esto se veía en Rímini en cada esquina, desde la guardería al trabajo de los técnicos informáticos, desde los pizzeros acróbatas a los chicos que bailaban rap en la fiesta final. A despecho de la prensa, toda esta gente estaba allí por algo vivo, no preocupada por la “herencia del fundador”. No obstante, el título del Meeting 2006 será por primera vez todo de don Gius: «La razón es exigencia de Infinito, y culmina en el presentimiento y la espera de que ese Infinito se manifieste». De nuevo.
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