La experiencia del CLU que relatan estos tres estudiantes universitarios asume los colores de la tierra donde vive. Giovanni Cesana en Nueva York, Lioubov Beschastnova en Moscú y Anthony Usidamen en Lagos (Nigeria) testimonian cómo el encuentro permanente con el movimiento espolea y transforma la vida en la universidad y el estudio.
Giovanni, licenciado en Medicina, llegó a la Columbia University para un proyecto de investigación: «El ambiente era muy estimulante, todo funcionaba a la perfección. Después de algunos meses me ofrecieron la posibilidad de continuar la especialización en cirugía general que había empezado en Italia. En EEUU esta especialidad supone un trabajo de 110 horas semanales. Te levantas todos los días a las 3.30, tras la visita a la planta, se baja al quirófano hasta las 11 de la noche». Giovanni le pregunta a Chris, que hace la misma especialidad desde hace tres años, cómo puede vivir así. «Yo no tengo vida». «¿Por qué lo haces entonces?», le dice. «He empezado y tengo que acabar», responde. «Para ti el trabajo se ha convertido en una droga. Cuando salvas la vida a alguien, te sientes un dios», le provoca Giovanni. «El trabajo –explica– se convierte en la nueva religión, y los profesores son sus sacerdotes: te enseñan cómo tienes que dormir, comer, lavarte, qué fármacos puedes tomar si te sientes cansado o distraído. La única vía de salida (si apartamos a Cristo) parece la muerte; de hecho las estadísticas revelan que en la especialidad de cirugía se produce la tasa más alta de suicidios de EEUU». Ya en los primeros meses de su estancia allí Giovanni tuvo que afrontar este drama junto a sus amigos universitarios: tres estudiantes, uno tras otro, se habían suicidado tirándose desde la biblioteca de la universidad. También en ese caso la universidad había organizado todo: espacios para hablar del tema y encontrarse, un correo electrónico al que escribir... «Nos preguntamos –cuenta Giovanni– cómo podíamos decir a todos nuestros compañeros que la vida es positiva, que es hermosa. En EEUU es difícil, porque parece que aquí ya ha sucedido de todo».
¿Cómo anunciar a Cristo en este ambiente? Giovanni habla de su encuentro con don Giussani, cuando le planteó el dilema de si aceptar o no la propuesta de especialización en cirugía en la Universidad de Columbia. Le explicó la situación durísima que le esperaba durante tres años, diciéndole que sería imposible vivir en la casa de los Memores Domini y cumplir con su regla. Pero don Gius le dijo de repente: «¡Hazlo! La vida es obedecer a la realidad, porque la realidad es Cristo». «Toda la vida del CLU en Nueva York –prosigue Giovanni– nació de esta frase; hemos tratado de obedecerla en un continuo parangón dentro de una amistad, como comprendí en esa conversación con Giussani». Giovanni le había hablado de una colega suya china que no comprendía las reacciones negativas de algunos judíos ante la película de Gibson La Pasión. Mientras trataba de explicárselo, se dio cuenta de que ella no sabía nada de Jesús. Entonces le contó lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Al escucharle, a don Giussani le embargó la conmoción y le preguntó: «Pero, ¿hay alguien ahora que le hable de Cristo a esta chica, Isan?». «Enseguida me estremecí –explica el joven médico–, porque ese alguien era yo. Y entendí que la educación no es comprender el 99,9 % de lo que dice CL, porque después te sucede el 0,1 % y lo llevas claro. Lo que te sostiene es que hay alguien contigo. Esto es lo que trata de ser el CLU en EEUU».
Para Lioubov, ortodoxa que vive y estudia en Moscú, este curso ha supuesto una nueva etapa: «Mis amigos y yo hemos intentado vivir el CLU como nos enseña el movimiento: el fondo común, las vacaciones, la Escuela de comunidad. En la apertura de curso, para que estuviese claro el contenido de todas nuestras propuestas incluso para los que acudían por primera vez, dije que estábamos allí por Cristo». Muchos chicos se marcharon al escuchar aquello, «pero los que se quedaron lo hicieron de verdad». Desde hace tres años se juntan todas las semanas para leer El sentido religioso, «¡no conseguimos terminarlo! –sonríe Lioubov–; es increíble la intensidad que cobran nuestros encuentros». Lioubov habla también de la inauguración el pasado mes de diciembre de la Biblioteca del Espíritu en el centro de Moscú (cf. Huellas, enero 2005). Don Pino había venido de Italia para participar en dicha inauguración. «Tuve que insistir a muchos de mis amigos para que fueran a escucharle. Para ellos, que no le conocían, era absurdo perder una tarde de estudio. Les “convencí” con una invitación a cenar. Pero después estaban todos tan impresionados por este hombre que le acribillaron a preguntas, esperando ansiosos sus respuestas. ¡Al final nadie tenía interés en la cena!». Lioubov es la única persona de CL en su universidad, «sola, corres el riesgo de perder el sentido de lo que haces; y cuando te ocurre, te disgusta y te lamentas. Pero un día comprendí que para afirmar el significado de todo no tenía que inventarme gestos especiales (que yo sola no podía organizar): bastaba con estar». De esta forma, durante el curso de literatura francesa, Lioubov se arma de valor, sale de los esquemas habituales y propone a la clase y a la profesora una disertación sobre La anunciación a María, de Claudel. «Al principio –recuerda– la clase no parecía seguirme, pero al final todos estaban contentos, tanto que la profesora añadió el libro de Claudel al programa para el examen. Me dio las gracias por mi forma de estudiar, pero también añadió: “No creas demasiado en todos estos mitos”. Para mí fue una ocasión para decir a todos quién soy».
Anthony, nigeriano, relata cómo era su vida antes de conocer CL en el último curso de universidad: «No estaba acostumbrado a seguir a nadie, no pensaba mucho, vivía como podía. Y la cultura en la que vivo favorece el sin sentido. De niño tenía un montón de deseos (el amor, la belleza, el conocimiento), pero todas las cosas negativas que tenía a mi alrededor me hacían creer que era imposible realizarlos. Con el movimiento mi corazón empezó a vivir, porque comprendí que había un sentido inherente a cada cosa». En una diaconía del CLU Tony y sus amigos se preguntan cómo compartir con los demás este modo diferente de vivir la realidad. «Nos servimos de toda nuestra creatividad –relata–: de la música y de la poesía de Leopardi para convocar actos públicos. No era un proyecto, sino el testimonio de la belleza que vivimos. Si es verdad para nosotros, lo es para todo el mundo». Otra pequeña revolución se produjo cuando Tony fue al Meeting de Rímini y vio a esa multitud de personas trabajando gratuitamente: «En la mentalidad africana no existe el trabajo gratis; si la paga es poca entonces el trabajo será poco. En Rímini comprendí que todas esas personas se movían por el deseo de infinito, la sed de significado. También yo, entonces, empecé a querer trabajar con esa intensidad». Y así ha sucedido, entre el escepticismo de los colegas y el salario exiguo, en el laboratorio médico donde Tony trabaja; cada mañana se pregunta al entrar: «¿Cómo puedo estar en este lugar y delante de los pacientes construyendo algo grande?».
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