Un sacerdote en un hospital norteamericano: la posibilidad de que los enfermos vuelvan a descubrir el milagro de ser hombres mediante una amistad
Capellán de un hospital en Estados Unidos, cada día en contacto con los enfermos, y a menudo con circunstancias desesperadas. El año pasado publicó un libro, En las fronteras de lo humano. Un sacerdote entre los enfermos (Ed. Rubbettino), en el que cuenta su vida de cura y de “hombre entre los hombres”, como se lee en el prólogo de Massimo Camisasca. Hemos dirigido algunas preguntas a Vincent Nagle, sacerdote de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, que recientemente ha recorrido Italia para contar su experiencia.
El mundo últimamente parece proponer, desde los asuntos que giran alrededor de la fecundación heteróloga en Italia, al caso de Terri Schiavo en EEUU, una reducción del concepto de vida y de hombre. ¿Es posible una respuesta diferente? ¿De qué manera?
La única respuesta que sería posible, a mi juicio, es la misma respuesta que ha dado Cristo respecto a nosotros, porque nosotros hemos sido salvados del miedo. El miedo nos lleva a hacer cosas que nunca habríamos pensado hacer, nos hace separarnos de la realidad y tratar todo como instrumento de poder, y no como posibilidad de amor. Por eso, frente a la vida humana, nosotros estamos llenos de miedos y la tratamos como un instrumento de poder, y no como ocasión de amor. Diría que la posibilidad real consiste en personas visibles que no tengan miedo de la caridad, que no tengan miedo de acompañar la vida hasta el fondo, incluso en sus momentos más dramáticos, que no tengan miedo de vivir hasta el fondo la aventura de la realidad: esta es la única respuesta real. Creo que nuestra amistad, una amistad profundamente humana y que nos salva del miedo, es la respuesta.
¿Qué implica para ti estar en contacto con diez, veinte, cien Terri Shiavo cada día?
En primer lugar, puedo permanecer continuamente en el motivo esencial de mi vida, de por qué estoy en el mundo, de aquello que en mi vida me permite abrirme a todo lo que me manda Dios. Es una gracia, porque me hace absolutamente consciente en cada momento de que yo no soy la respuesta, pero que al mismo tiempo, en mi vida, se ha dado una respuesta y puedo compartirla con los demás. Para mí también quiere decir que nunca puedo dejar de rezar. Sé que esto puede parecer un particular que vale sólo para mí, y no un juicio que pueda comunicarse. Sin embargo, creo que sólo a partir de un particular ya salvado se puede encontrar una respuesta para todos.
Las personas de las que hablas son hombres, antes de ser “enfermos”, sin que esto represente una reducción de lo que en realidad son y de las circunstancias que viven. ¿Es posible esta unidad de la persona? Y en ese caso, ¿de dónde nace?
Sí, la unidad de la persona es posible. Yo veo todos los días personas que recorriendo un camino con otra persona como yo, que está contenta de que ellos existan, que se alegra de estar con ellos, que es honrado y está agradecido de poder compartir esta experiencia con ellos, recuperan un sentido, vuelven a percibir el milagro de ser hombre, de ser ellos mismos, allí, con todo lo que hay. Por eso creo que la recuperación del yo, vivir el yo, puede acontecer sólo bajo la mirada de alguien que está contento porque ellos existan, sean cuales sean las circunstancias.
¿Qué significa para ti tu trabajo? ¿Qué significa ser “sacerdote entre los enfermos”?
El mismo hecho de ir vestido de cura, desde el mismo momento en que entro en las habitaciones, abre un horizonte totalizador que no se puede negar. Lo cual no nos lleva, ni a ellos, ni a mí, a cancelar el dramatismo y evitar la petición de que todo se salve.
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