25 años de pontificado de Juan Pablo II. Carta de don Giussani al Santo Padre. (Panorama, 30 de octubre de 2003)
Juan Pablo II demuestra una estima por lo humano que muy raramente se encuentra en otras personalidades de nuestros tiempos que, aun teniendo en sus manos un gran poder, no se sienten sin embargo satisfechos de lo que tienen; su inteligencia y su voluntad de lo humano se ven de hecho quemadas por el poder que parece colmar y satisfacer su búsqueda. A Juan Pablo II no le ocurre esto: para él el Cristianismo define la condición humana como camino hacia el cumplimiento de la felicidad del hombre y expresa el señorío del hombre sobre las cosas.
Siguiendo el recorrido del Papa en estos veinticinco años, lo que destaca con mayor fuerza es que el Cristianismo tiende verdaderamente a realizar lo humano. Todos sus viajes, como una larga marcha hacia la muerte, han tenido su razón de ser en la evidente unidad que corresponde al genio del Cristianismo: «Gloria Dei vivens homo». La gloria de Dios es el hombre que vive... en la verdad de la luz que es Dios presente en la historia de la humanidad. El hombre que vive, tal como atestigua el Papa, encuentra su racionalidad en la identificación del Cristianismo con lo humano: ¡es el hombre realizado! La Virgen es la primera de esa estirpe de humanidad plena, lo cual explica el afecto de Juan Pablo II por María de Nazaret.
La importancia de este Papa consiste en que durante un cuarto de siglo ha hablado de Cristianismo y, por ello, ha entrado en polémica con toda la cultura que se ha forjado a partir del siglo XVIII, de manera particular, la que se fundamenta en la Revolución Francesa. En tiempos de derrotas como los actuales, ha hablado del Cristianismo como victoria, sobre la muerte, sobre el mal, sobre la infelicidad y la nada que acecha en cada susurro humano, y lo ha hecho mostrando que la fe cristiana se apoya en una racionalidad bien motivada. Ante el derrumbe del mundo producido por las ideologías, ha dado una explicación de la fe plena de evidencias racionalmente persuasivas. Su fe se ha documentado con razones límpidas, de modo que el entusiasmo de muchos, de los millones de personas que le han escuchado, no encuentra ningún pretexto en temas en los cuales se pueda disentir para mermar la admiración hacia él.
Y así, su humanidad físicamente herida ha triunfado siempre por sus afirmaciones positivas y por la fuerza de su llamamiento.
Santidad, le deseo que pueda vivir lo más posible, para continuar siendo testigo coherente de esta forma suprema de desafío que usted, por amor a Cristo, representa para el mundo entero. Pues cuanto más se oiga y se escuche esta palabra, Cristo, más demostrará su capacidad persuasiva.
El Cristianismo de Juan Pablo II refleja toda la esencia secular del mensaje cristiano, esto es, una identidad entre lo humano y la fe cristiana. «Cada cual concibe confusamente un bien en el cual el alma se complace y lo desea; por eso, todos luchan por alcanzarlo» (Purgatorio, XVII). Dante da una perfecta definición de lo que es una existencia racional. Y el signo preclaro de esta humanidad, de esta identidad entre humanidad y fe cristiana, el signo más completo y conocido por todos, que ninguna distorsión u olvido han podido borrar del corazón del hombre, es el matrimonio.
En efecto, en el mensaje del Papa la mujer para el hombre y el hombre para la mujer son el aspecto visual, visible del triunfo de la flor que «germinó» como escribe Dante en su Himno a la Virgen: la identidad entre humanidad y fe. La belleza y la capacidad de bondad que encierra esa unidad se revela en el gesto sacramental que más valora lo humano, el matrimonio, y se ilustra en los discursos de Juan Pablo II.
El amor es el valor más grande que tiene el hombre y por tanto la relación entre el hombre y la mujer es la fórmula representativa del ideal. El Papa porta este ideal, puesto que el hombre vive sólo en el amor, en un amor verdadero. Lo humano se hace verdadero en el amor, de tal manera que resulta difícil asentir a lo que el poeta español Juan Ramón Jiménez escribe: «Es verdad ya. Mas fue / tan mentira, que sigue / siendo imposible siempre».
Según el pensamiento de Juan Pablo II, lo humano se realiza en un amor real, que no teme desesperación alguna, ese amor que Dante canta en su Vida Nueva: «Amor, cuando me encuentra cerca de vos, / adquiere audacia y tal seguridad / ...que me torno en otra figura». Es interesante notar que, al igual que Dante, la mirada que el Papa tiene sobre el amor humano es consciente de esa aproximación al Ideal que caracteriza todo momento humano. Por ello, en su vida terrena, el hombre es como una parte de sí mismo en espera, pero esto nunca le impide el reconocimiento apasionado de que la naturaleza (¿o el Creador?) vive para un entendimiento ideal, como evocan de nuevo los versos de la Vida Nueva: «[Hay] un espíritu suave lleno de amor, que al alma va diciéndole: Suspira».
Gracias, Santidad.
Luigi Giussani, Milán, octubre de 2003
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