Desde el Pilar a Roma
El pasado lunes, día 5 de abril, partí de Zaragoza junto con un amigo camino a Barcelona, para pasar allí la noche y ya el martes coger el vuelo que nos conduciría a Roma. A las 10 de la mañana poníamos pie en la ciudad eterna, y nos apresurábamos a ir a los alrededores de Vía de la Conciliazone, para aguardar la espera en la cola que nos conduciría a la Capilla ardiente del Santo Padre Juan Pablo II. Tras doce horas y quince minutos de espera, durante las cuales rezamos el rosario y mantuvimos vivas las peticiones que portábamos en el corazón, llegamos finalmente al interior de la majestuosa Basílica de San Pedro, donde un silencio respetuoso nos invitaba a la oración. Me impresionó rotundamente el aspecto del Santo Padre, consumido por el amor a los hombres; no se ha dejado nada para él, y eso me ayudó a entender también el valor del gesto que yo hacía. Delante del Papa y a través de su intercesión pedí ser fiel a la iglesia y a mi vocación, pedí por mis familiares y amigos y di gracias a Dios por el don que ha supuesto Juan Pablo II. Ver a un Pueblo que se llama cristiano y que despide a un gran hombre, a su Padre, te sitúa en una realidad que te supera, te embarga. Como dice el Evangelio: «Mis ojos han visto y mis manos han tocado al Verbo hecho carne». El Papa nos ha indicado algo importante: amar a Cristo para amar al hombre. Frente aquellos que tratan de no ver la realidad de lo que ha sucedido estos días, frente a los que manipulan la verdad y ponen “ilusiones” en el corazón de los hombres que ellos por sí mismos no pueden sostener, la “esperanza” que no defrauda y la certeza que proviene de la fe, sostenida en la Iglesia. «No tengáis miedo de abrir vuestros corazones a Cristo». ¡Ciao, Santo Padre¡
Jesús, Zaragoza (España)
¿Qué nombre tiene esta belleza?
Desde el momento en que terminó el funeral del Papa en la explanada de la Basílica de San Pedro, no puedo dejar de pensar, de contemplar y de contar a todo el mundo la belleza de lo que he visto. No he visto nada más bonito en mi vida. Porque ha sido un espectáculo de belleza y de verdad tan imponente, que sería imposible no sentirse impactado por ello. ¡Qué fecundidad de vida la de este hombre! ¡Cuánto agradecimiento de tantas personas! ¡Qué despertar de la esperanza inevitablemente aplastada por el peso del mundo, por el pecado! Verdaderamente el Papa ha sido un amigo de Jesús, uno de aquellos amigos de Jesús que por amor a los hombres no se ha cansado de venir a nuestras casas, recorriendo el mundo entero, para proclamarnos que el amor, la belleza, la verdad, el perdón, míos y tuyos, existen y se encuentran en Cristo resucitado. Allí se han reunido algunos de aquellos hombres a los que él ha buscado, agradecidos por su vida y conmovidos por el bien que ha suscitado. Y entre las imágenes que me llevo de estos días destaca la de la multitud de polacos –desde que llegué a Roma sólo vi polacos– y su intenso y silencioso aplauso de diez minutos despidiendo el féretro de este querido amigo. Doy gracias a Dios por haberme permitido estar allí.
Elena, Madrid (España)
Una bien vivo
La razón para ir a Roma ha sido, simplemente, la necesidad de mendigar la gracia del Señor, persuadidos por el atractivo que Juan Pablo II ha despertado en nuestra vida. Después de contemplar estos días el espectáculo que han supuesto las celebraciones en Roma, la evidencia más inmediata que nos surge es: ¡realmente el Señor ha resucitado y vive en este pueblo! Las penurias, las esperas llenas de paciencia y piedad, la unidad y el afecto que estos días hemos compartido en Roma con miles de peregrinos de todo el mundo, a los que no conocíamos y con los que sin embargo nos hemos sentido profundamente unidos, en el dolor y en la esperanza, realmente es algo de otro mundo. El bien que ha supuesto Juan Pablo II para cada uno de nosotros nos remite a una alegría en la vida, sin condiciones y sin límites, que solo el Señor nos puede entregar.
Leonor y Ángel, Madrid (España)
Para todos los hombres
He asistido al funeral de Juan Pablo II en Roma junto a algunos amigos de Madrid. En estos dos días he visto y he participado de un pueblo profundamente agradecido a un padre que ha sido el abrazo, la palabra, la mirada y la misericordia de Cristo mismo para todos los hombres, cristianos y no cristianos, durante su pontificado. La vida del Papa, y especialmente estos últimos años de enfermedad y sufrimiento, han desvelado con todo su esplendor, sobre todo en el momento de su muerte, que Juan Pablo II no era un “superhombre” de “capacidades extrañas y superiores”, sino una persona atraída, cautivada, y aferrada por Cristo, que es el que permite vivir cualquier circunstancia de la vida, incluso la muerte, con una esperanza que no es de este mundo. Ver esto con mis ojos hace arder mi corazón y desear y pedir una plenitud así para mi vida. Durante el funeral, solemne y sencillo a la vez, éramos una multitud agradecida, orante e intensamente conmovida, con emoción y serena tristeza por la separación física, pero no desconsolada, sino segura de que Juan Pablo II disfruta ya de la compañía del Señor.
Considero que he vivido uno de los momentos más bellos y verdaderos porque confiere espesor y certeza a mi vida y a la experiencia de fe que ya estoy realizando, confiada en Cristo, que llevará mi humanidad a su total cumplimiento.
Inma, Madrid (España)
Un atisbo de la Resurrección
Tuve la oportunidad de ir a los Ejercicios de Pascua del CLU de Milán, y al llegar el miércoles fuimos al cementerio Monumental a rezar ante la tumba de don Giussani. Delante de la tumba tuve una sensación de estar desbordado. Simplemente no sabía qué ni cómo pedir. Me conmovió sentir que delante de ese cuerpo frágil yo podía estar así, como un niño que está viviendo algo inesperado y que no puede explicar. La tumba está inundada de flores y hay una foto de don Gius, tomada no mucho antes de morir. El pueblo reunido allí me ayudó a tomar conciencia de lo que estaba pasando; lo que desbordaba no era el cuerpo frágil que ahí reposaba sino la excepcionalidad que se desprendía de él, esto es, el misterio de Cristo. Don Gius sigue proponiendo ahora lo mismo que proponía en vida, un encuentro con Cristo que lo cambia todo, ante el que uno no puede explicar cómo, sólo sentir que algo sucede delante de Su presencia. Esto es lo que viví como un atisbo de la Resurrección. Los Ejercicios fueron de una belleza increíble, y en el Via crucis , tras dos horas caminando y participando de los cantos, el cansancio aparece. Pero entonces entendí a los apóstoles cuando Jesús, después de ser abandonado por el pueblo, les pregunta por qué no se van ellos también: «Si te dejamos, ¿a dónde iremos?». Sabiendo que toda esta realidad sucede para mí, ¿dónde más puedo ir? Carrón tenía razón cuando dijo que el encuentro con Cristo es lo más concreto que le puede suceder a uno. Estoy muy agradecido a don Gius, que me dio la oportunidad de encontrar un camino que seguir y le estoy agradecido ahora que me la sigue ofreciendo.
Víctor, Barcelona (España)
En la sencillez de mi corazón
La muerte de don Giussani me ha hecho darme cuenta, en primer lugar, de todo lo que él significa para mí. El dolor agudo, la tristeza, el sentimiento de orfandad que he experimentado estos días no nacían, sin duda, de una “relación virtual” con alguien a quien apenas conoces, sino de un afecto sincero, carnal, verdadero por alguien que, sin haber visto nunca tu rostro, te conoce y te ama como ningún otro. Por eso, de ese enorme dolor, ha nacido un profundo agradecimiento que ha tomado forma en mi alma con una conciencia mayor que en toda mi vida. Estoy agradecida por su presencia, por su mirada que, como expresa Julián, es la mirada de Cristo y que, como una misteriosa corriente, ha llegado hasta mí en la mirada de tantos otros. Pero sobre todo, estoy agradecida a esa «sencillez de su corazón en la que Le ha dado todo con alegría», porque con ella ha cambiado el mundo, ha cambiado mi vida (y la de tantos) poniendo en ella la pieza que permitía encajar todas las demás, el significado que hace verdaderamente humano este camino que es la vida, la posibilidad –de otra forma inimaginable– de vivir aquí el ciento por uno. Y así, del agradecimiento, surge la esperanza que, como tantas veces él nos ha enseñado, «es una certeza respecto al futuro, debida a una realidad presente»; y habría que estar muy ciego para no ver esa realidad, para no ver el testimonio de tantas vidas cambiadas, de tantos corazones que han despertado del letargo, de tantos deseos que no renuncian a cumplirse, de una unidad milagrosa a la que don Giussani decía pertenecer y a la que, gracias a él. Como consecuencia inmediata de todo esto, nace en mí una llamada nueva a la responsabilidad, con mi propia vida y para la vida del mundo: la responsabilidad de pedir cada día al Señor y a la Virgen, a través de la intercesión de don Giussani, hacer mías esas palabras que marcaron su vida: «En la sencillez de mi corazón te he dado todo con alegría». Todo adquiere ahora un sentido nuevo, «yo hago nuevas todas las cosas», dice Jesús y, realmente, Cristo ha cumplido la vida de don Gius: en la obediencia al Padre, en la posesión verdadera y virginal de todo, en el calvario y en la cruz, en el amor apasionado a los hombres, a cada uno de los hombres, a ti, a mí, hasta alcanzarnos con ese “hilo de ternura” que nos ha atado irremediablemente a Cristo, y ahora también en la resurrección, en la victoria sobre la muerte que el Señor ha hecho posible también para él y que nosotros, como los apóstoles, estamos llamados a experimentar en este momento y en cada momento de nuestra vida. Una victoria que ya es evidente, pues es fácil ver que don Gius ahora nos acompaña como nunca (yo, al menos, me siento ahora más unida que nunca a él) y es, como dice Julián, «más padre que nunca».
Isa, Madrid (España)
Junto a él
Estoy aprovechando estos días para leer los libros de Camisasca sobre la historia del movimiento, y estoy muy conmovida por todo lo que ha brotado de la paternidad de don Gius. ¡Qué don tan grande para el mundo ha sido su vida! Verdaderamente junto a él nada quedaba fuera de la relación con Cristo. Yo también quiero vivir con esta pasión, y todos los días se la pido a él, que está ya para siempre junto a Dios. Es un nuevo inicio.
Belén, Villanueva de la Cañada (España)
Con creces
Antes del verano me propusieron trabajar en Granada, y, después de pensarlo bien y comentarlo con los amigos que me acompañan en la vida, decidí dar el paso. Una de las cosas que más me costaba era separarme físicamente de mi familia y de mis amigos, sin saber si en Granada encontraría una compañía como la que tenía en Córdoba. Estando en esas, un domingo comimos en casa de las Suorine. Esa misma noche escribí un mail a un amigo: «Hoy, mientras estábamos en la sobremesa, he estado mirando los rostros de los que me rodeaban: Inma, Transi, Félix, Rafa… y me he sorprendido con un afecto grande hacia ellos. Me sorprendía porque para mí no fue inmediata la relación con ellos (ni casi con nadie del CL y mucho menos contigo). Y me he dado cuenta de lo que me dijiste el día que hablamos de mi marcha a Granada: “Si piensas que no vas a tener una compañía allí, no vayas”. No sé si es que ahora lo intuyo más (todavía es una intuición), pero les miraba y pensaba en los nuevos rostros que, si Dios quiere, pronto empezarán a acompañarme». Esto es algo sobre lo que he vuelto muchas veces en este tiempo. Hace unos días murió la madre de Margarita, una compañera del trabajo que conoció el movimiento este verano, en Formigal. Esa noche, cuando llegué al tanatorio, me abrazó y me dijo: «Vosotros sois mi familia». Igual que para Margarita, para mí está siendo una gracia la forma en la que Cristo me está acompañando aquí, a través de algunos amigos del CL y también otros de los Focolares y del Camino Neocatecumenal. Han pasado sólo cinco meses desde que llegué a Granada y el Señor está cumpliendo con creces. Y desde luego de la forma que menos imaginaba.
Pilar, Granada (España)
Una correspondencia ahora posible
Ha fallecido nuestra amiga Marilú. Era de la Diócesis de San Lorenzo y se le encargó cuidar la sede del movimiento de esa ciudad. Hacía su trabajo con mucho esmero y cariño. Conocía CL desde hace más o menos 5 años y, acompañada por el padre Danilo, estaba verificando su vocación en la Fraternidad de San José. Personalmente, había visto un cambio muy interesante en su vida en los últimos tiempos, porque cambió su mirada. Miraba y escuchaba todo con estupor, tenía un brillo muy tierno en los ojos y, como siempre fue muy tímida, con alegría vi que tomó coraje para acercarse a la gente para pedir que le ayudaran en las tareas o para preguntar algo o que le aceraran a su casa al terminar la reunión. Siempre la poníamos como ejemplo de fidelidad al pago del diezmo, porque era como la viuda del Evangelio; no tenía mucho para dar, pero daba con alegría lo poco que tenía. Le pedíamos a menudo que nos preparara tartas dulces y saladas porque cocinaba muy bien. Era de temperamento muy humilde, callada pero perseverante, como dijo el padre Danilo: «tenía una fe muy sencilla». Hablaba poco, pero sus preguntas o comentarios eran muy concretos, realistas, esenciales. El domingo pasado fueron unos amigos a visitarla y pidió si podían conseguirle una silla de ruedas, porque no podía apoyar el pie en el suelo. Nos pusimos a buscar y el lunes por la tarde una amiga le llevó una silla de ruedas. El martes por la tarde Idi habló con ella y estaba contentísima porque ya podía moverse por su casa sin tanto esfuerzo. A las 19 horas falleció de un infarto, cuando estaba rezando el Rosario. En varias ocasiones, dijo que le costaba entender qué es esa “correspondencia imposible” de la que hablamos, y el padre Danilo se lo explicaba, pero apenas nos enteramos de su fallecimiento, dijimos: «Feliz ella, que tanto quería comprender: ahora ya entiende y lo ve cara a cara». Todos nos quedamos muy tristes con su partida, pero también con alegría, pues sabemos con certeza que ya está gozando del rostro de Dios. Agradecemos a san José que, por su intercesión, Marilú haya estado entre nosotros. Le pedimos que interceda por nuestras vocaciones, por su mamá y su hijo adolescente, y por todos nosotros, para que sigamos este camino con la sencillez que a ella le caracterizaba.
Milagros, Asunción (Paraguay)
Nuestra unidad
El sábado pasado surgieron preguntas acerca de nuestra unidad, un tema que a mí también me llamaba la atención porque no lograba comprender cómo se daba esta unión, siendo que yo estoy más tiempo y estoy más atenta a las personas con quienes convivo todos los días que con mis amigos del movimiento, con quienes nos vemos dos veces por semana. Entonces, Luca –el responsable del CLU– explicó que nuestra unidad no se da por estar juntos todo el tiempo, sino por compartir la misma experiencia, el mismo encuentro, el mismo destino: Cristo. Estamos unidos por Cristo; Él nos unió y por Él tenemos sintonía entre nosotros. Aquí se explica por qué existen personalidades tan diferentes entre todos; pero, a la vez, llenas del mismo deseo y que reconocen la misma respuesta. La semana pasada nos reunimos para leer Huellas: «La victoria de Cristo es el pueblo cristiano». La victoria de Cristo hará que ceda nuestro corazón, convirtiéndolo así en instrumento de misión. En la medida en la que pertenezco a esta unidad me urge comunicarla a los demás. Pero me son necesarias dos cosas: que me deje vencer por Él y que nos recordemos siempre en nuestras conversaciones semanales, en las Escuelitas por grupo, en las sesiones de películas de los sábados con pan, fiambre, queso y jugo en sobre de 8 litros, que Su victoria está en el rostro de cada uno de mis amigos, porque sin esta carnalidad Cristo sería un pensamiento mío, un esfuerzo mío, subjetivo.
Claudia, Asunción (Paraguay)
En una noche fría
Soy un policía de la zona sur de Madrid; llevo varios años asistiendo a Escuela de comunidad de mi parroquia y desde hace un año formo parte de una Fraternidad. Al principio asistía por curiosidad y porque iba mi esposa; yo no era creyente y no quería comprometerme con el hecho religioso, pero últimamente mi convicción es mayor y participo más de ella. Aunque no hable mucho soy consciente de que sin saber como, algo ha cambiado dentro de mí. Durante una noche fría de octubre encontrándome de servicio, recibimos una llamada que nos comunicaba que un chico de 19 años había salido de su casa con una escopeta de cañones recortados y cartuchos con intención de matar a su ex-novia. Le localizamos y comenzamos a hablar con él; decía que quería suicidarse, que la vida no le interesaba. De pronto pidió que se fueran todos mis compañeros y quedarse a solas conmigo, empezamos a hablar, fue una conversación muy larga; desde las 3 hasta las 6 de la madrugada, hablamos de todo: fútbol, chicas, Iglesia… Al final me entregó la escopeta con la que se había estado apuntando a la cabeza durante todo el tiempo, por fin había conseguido convencerle. Una vez en comisaría le pregunté por qué me había elegido para hablar con él; su respuesta fue que le inspiraba confianza, que le hablaba de otra manera y que sabía que no le iba a fallar ni a engañar. Hace unas semanas nos hemos vuelto a ver, hemos tomado café e incluso me ha pedido opinión sobre algunas cosas que quería hacer. Hoy en día trabaja, su vida ha vuelto a la normalidad. Estoy seguro de que en otro tiempo mi reacción hubiera sido distinta, quizás como la de mis compañeros, que veían en este chico sólo un problema, sólo un peligro que hacía falta quitar de en medio lo antes posible. Yo ahora sé que aquella noche Alguien estaba conmigo y que me ayudaba a convencerle de que la vida tiene muchas cosas bellas y
merece la pena vivirla y por supuesto el único que nos la puede quitar es el Ser que nos la dio.
José Luis, Madrid (España)
Como si de Dios se tratara
Charli es un chico de 17 años que el 7 de enero pasado tuvo un accidente de moto gravísimo que estuvo a punto de costarle la vida. Ha pasado más de dos meses en coma, y, tras lentos y pequeños avances, a partir de esta Semana Santa, ha empezado a mejorar sin parar sorprendiendo a todos, hasta el punto de que ya pasa los fines de semana en su casa. Hoy, sábado 9 de abril, Raúl y yo hemos tenido la inmensa fortuna de pasar unas horas delante del milagro que está sucediendo en su casa, en su familia –es el mayor con dos hermanas detrás– y alrededor suyo: en sus amigos, en el hospital y hasta los rincones más insospechados a los que llega la mano de Dios con sus designios misteriosos. Conocimos a Charli hace cinco años, porque su padre, Carlos, es el jefe directo de Raúl en la empresa en que trabaja. Desde que Carlos y Consuelo, su mujer, se fueron a vivir a Sevilla, nunca he dejado de tenerles muy presentes y de pedir por ellos. Formaban parte de mí. Desde el día del accidente, no ha pasado un día sin que el pensar en ellos –en su dolor, en su impotencia e incertidumbre, en su lucha cotidiana por la existencia, en su entrega y necesidad de ser sostenidos en la esperanza...– no me cambiara la mirada sobre lo que yo tenía entre manos. ¡Se puede amar tanto en un instante! Mirarles me hacía evidente que la fe –el reconocimiento de que Cristo es todo en todos, hasta en la última contingencia– es la única fuente de la alegría.
Pediá un milagro por Charli cada noche, con el Rosario que tanto me está acompañando, con mis hijos al acostarles y luego con Raúl, al terminar el día. ¿Qué somos, qué soy yo, sin el suceder continuo de hechos ante mis ojos que los llenan del cielo que necesito para amar la tierra? Desde el día de la muerte del Papa, en que escuché que, cuando le preguntaron de dónde le venía esa fe tan grande que tenía, respondió: «De los ojos de mi padre y de mi madre», no he dejado de pedir esos ojos. Cuando, de pronto, me encontré ante Charli, después de suplicar estos meses que saliera del coma y se recuperara del todo –lo cual no figuraba entre las posibilidades que pronosticaron los médicos en un principio– y pedirle a don Giussani que antes del Domingo de Resurrección le diera un buen empujón, ¡le veo ahí, sentado en una silla. Respondía a las preguntas que le hacíamos, decía que le dolía todo –doler es poco para lo que tiene...–, y balbuceaba a su hermana: «¡Curadme!». Todo en mí gritaba: ¡hazlo, Señor!, ¡Cúrale!, para que el mundo crea. Lo único que me salió fueron lágrimas y un: «¡Tenía tantas ganas de verte!». Vi a una familia totalmente polarizada por un hecho imprevisto y misterioso, con la razón en tensión por descubrir el porqué de esta circunstancia que está cambiando su vida entera. «Estos meses están siendo un máster sobre la vida», decía Carlos, «nunca había aprendido tanto sobre mí mismo, sobre lo que vale y normalmente te lo pierdes afanado en mil historias». «De pronto te ves inmersa en un mundo de dolor, no sólo el tuyo, sino el de todos los que vas conociendo en el hospital, que te abre los ojos y te saca del pequeño rinconcito en que te movías habitualmente sin darte ni cuenta de lo mezquino que era», decía Consuelo. ¡Qué mujer más grande! ¡Con qué valentía y decisión trata a su hijo, llamándole a luchar en los mil pequeños esfuerzos que tiene que ir haciendo! ¡Con qué facilidad y realismo ha aceptado vivir día y noche en el hospital, pendiente a la vez de sus hijas y de todo lo que implica una casa! «Cuando uno entra en un hospital de la Seguridad Social y se entera de que va a compartir habitación con otro paciente, se echa a temblar. Después de un tiempo conviviendo con Loli, la mujer del otro paciente –en estado vegetal, a quien no dan esperanza alguna de recuperación–, me ofrecieron una habitación para nosotros solos, y dije que ni hablar, que yo no me separaba de esa mujer», nos decía Carlos. Loli es una andaluza de treinta y pocos años, humilde, con tres hijos, y que no sólo derrochaba cariño permanentemente sobre su marido, sino que era la alegría de la planta. Su salero, su soltura en el manejo de las cosas después de seis meses de hospital, su disponibilidad a ayudar a todos, sobre todo a Charli, con quien compartía habitación, noche y día, la convirtieron en alguien querido por todos. «Desde que se fue del hospital, su hueco se siente todos los días. Ha sido una compañía más que Dios nos ha dado para tener fuerzas cada día para volver a abrirnos a lo que se nos pedía», decía Carlos. «Ejercía un liderazgo, desde su sencillez absoluta, sin saber apenas leer y escribir, que los grandes empresarios y políticos ni se pueden oler». Era la autoridad de la verdad lo que atraía de aquella mujer bajita y salada, entregada a su marido, dispuesta a luchar por sus hijos.
Admira ver a un hombre atractivo, tan capaz se moverse en el mundo laboral y acostumbrado a la lucha por el éxito, confesar: «Me derrumbo una y otra vez. Me veo obligado a luchar contra las imágenes que me vienen a la cabeza sobre lo que va a pasar o dejar de pasar, lo que podría haber sido, cómo haber evitado el accidente... Analizar y tratar de controlar es lo que estoy acostumbrado a hacer, y ahora es tan ridículo... No sólo es inútil, es que me destruye y hago daño. La ayuda, la fortaleza y la esperanza me están viniendo de las personas más insospechadas y de momentos imprevistos». ¡Qué deseo tengo de estar cerca de ellos! Hacer 1200 Km en un día es un precio ridículo para las cinco horas y media de gracia que hemos compartido. Es sorprendente que una circunstancia tan brutal y absorbente como la que están viviendo no haya cerrado sus miradas, su interés por las cosas, sino todo lo contrario, la haya abierto de par en par.
Es inaudito. Con todo lo que tienen ahora encima, nos han acogido y tratado como si de Dios se tratara. Antes de irnos, he querido volver a ver a Charli, que acababa de despertarse de la siesta. Me moría de ganas por cantarle la canción de «Ahora sé que su amor es grande, que Él me amará por siempre. Sé que Él siempre será fiel y me seguirá en el camino que yo tomaré y, luz para mis pasos, será mi Señor. Él me asegura que fatiga y dolor siempre tienen una esperanza. Por eso yo le sigo y Él es mi Señor». Como no sé si pegaba y me daba vergüenza, mientras los demás se despedían y buscaban una foto de Charli para llevárnosla, sólo la tarareé muy bajito. Le di un beso y le estreché la mano fuerte, y me conmoví de la ternura que Jesús siente por cada una de sus criaturas.
Ana, Madrid (España)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón