El acontecimiento de una belleza presente
Cuando el Papa nombró cardenal al gran teólogo suizo H. U. von Balthasar, don Giussani, que le había conocido muchos años atrás, le envió un telegrama de felicitación. En su nota de respuesta Balthasar escribió: “que mi pequeña obra florezca junto a la suya, inmensa”. Contemplando las imágenes del funeral de Don Giussani en el Duomo de Milán, he recordado aquella frase y me ha conmovido profundamente. Uno podría pensar que al genial teólogo suizo, autor de obras monumentales como Gloria o Teodramática, se le fue la mano a la hora de expresar gratitud. Y sin embargo no es así. Con esas palabras, un hombre que ha sido la cumbre de la teología católica del siglo XX reconocía lo más original de Luigi Giussani: su genialidad educativa, su paternidad fecunda, su impresionante capacidad de comunicar la experiencia viva del Misterio hecho carne, cara a cara, cuerpo a cuerpo, corazón a corazón.
(José Luis Restán, Alfa y Omega, 3 de marzo de 2005)
La comunión como camino
Los años ochenta son los de la madurez, la eclosión de obras educativas, sociales y de caridad, y también de la expansión misionera que ha llevado a Comunión y Liberación a más de setenta países de los cinco continentes. Es también el periodo un intenso diálogo con el mundo laico y de un amplio reconocimiento eclesial, después de no pocas incomprensiones. En la etapa final de la vida de don Giussani se había hecho más aguda su conciencia de la soledad terrible del hombre contemporáneo que ha cortado el vínculo con el Misterio, y del drama de un cristianismo reducido a discurso correcto. Por el contrario repetía que el cristianismo es una fiebre de vida, un torbellino de caridad, una belleza encontrada que es preciso llevar a toda la gente, a la masa del pueblo. Ese ha sido su último mensaje para todos los que nos reconocemos sus hijos.
(José Luis Restán, Ecclesia, marzo de 2005)
Don Gius
En torno a él fue naciendo un grupo de amigos apasionados por la realidad. Los que lo hemos conocido recordaremos siempre al hombre entusiasmado por el Réquiem de Mozart o las pinturas del Giotto. Abría nuestra humanidad, la «descubría» y, a la vez que exacerbaba en nosotros el asombro, nos revelaba que lo que veíamos y tocábamos era un signo del Infinito. La realidad es Misterio y el Misterio se llama Cristo. No he conocido mayor certeza sobre estos hechos que la que transpiraba don Giussani. Con él aprendí a buscar, y encontré. Y por ende, en la medida en que me adhería a su humanidad y la de sus amigos, me hacía más libre, abierta e inteligente. Era lo mismo que les pasaba a los discípulos con Cristo. El ciento por uno, además de la vida eterna.
(Cristina López Schlichting, La Razón, 23 de febrero de 2005)
La herencia de don Giussani
Cuando el verano pasado me asomé tímidamente, lleno de dudas, al Meeting de Rímini, invitado por estos jóvenes inquietos de la Compañía de las Obras de Madrid, recibí una profunda impresión, por encima de la espectacularidad del evento que cumplía 50 años de existencia. Pero no era por su programa, ni la importancia de los que intervenían, personajes internacionales de la vida política y social, sino por la gente. Gente sencilla espectante ante el mensaje de don Giussani y sus seguidores. Allí había muchedumbre, jóvenes y mayores. Cuando vi aparecer en una videoconferencia a un sacerdote enjuto y debilitado por la enfermedad, que hablaba con voz firme del compromiso social del Evangelio, leí en los rostros de las gentes que su mensaje venía de lejos y seducía. No era elocuente, sino convincente. (...) En un momento social como el nuestro, en el que dar testimonio de la fe en Cristo con una empresa no está de moda ni bien visto, la Compañía de las Obras es valiente. Hoy, la ambición por el tener es mayor que la de ser. La cultura del «pelotazo económico» es más alabada que la constancia empresarial. Dinero, sólo dinero, empobrece el tejido laboral y la estabilidad empresarial. La codicia está echando a perder el capitalismo ordenado. El crecimiento por el crecimiento es decadencia cuando se mide por números. Los números están atentando la vida de las personas. Las estadísticas construyen leyes carentes de otros valores. Creo que este sacerdote sin pretensiones que acaba de morir en Milán, sin títulos colorados, ha enseñado a sus gentes a valorar la cualidad y no la cantidad. Ha dado sentido al hombre haciéndole reconocer su origen divino. Ha puesto en valor el capital humano, que es la fortaleza de los débiles. Esa es la herencia de la obra de don Giussani.
(Luis Lezama, ABC, 25 de febrero de 2005)
El cura de los chicos, que explicaba la fe con un tocadiscos
«Cara beltà che amore / lunge m´inspiri...». Giussani tenía quince años, cursaba primero de liceo en el seminario de Venegono, en la provincia de Varese, y en realidad se sabía de memoria las poesías de Leopardi desde hacía mucho tiempo. Pero aquella vez releyó A su dama como una oración que repetiría a menudo cuando comulgaba, pues «siendo expresión del genio, estos versos no pueden ser sino una profecía», en este caso «la profecía de lo que el Señor ya había cumplido: en el fondo la aspiración de Leopardi era la de ver con sus ojos y de tocar con sus manos la Belleza hecha carne, el Verbo». Quizás no sabía aún que Dostoievski había escrito: «La belleza salvará al mundo», pero esta misma certeza le acompañó durante toda su vida contrarrestando el temor de un “desastre” inminente para la Iglesia y la idea de un cristianismo abstracto reducido a algo insignificante. El 15 de octubre, en el día de su 82 cumpleaños y en víspera de la celebración del 50 aniversario de Comunión y Liberación, monseñor Luigi Giussani explicaba al Corriere della Sera que justamente del “estupor” tiene que empezar todo: «Mi punto de partida ha sido siempre un modo de mirar las cosas “con pasión”, “con amor”...». Estaba enfermo desde hacía unos años; al final, las palabras se confundían con los suspiros, la voz estaba cada vez más ronca. Sin embargo, en esa última entrevista, decía: «El cristianismo es una vida y no un discurso sobre la vida, ¡porque Cristo “palpitó” por primera vez en el útero de una mujer!». (...) Para don Giussani la fe existía como “acontecimiento” y era necesario “experimentarla” para alcanzar una razón convincente: «Para entender si un vino es bueno, lo único es probarlo».
(Gian Guido Vecchi, Corriere della Sera, 23 de febrero de 2005)
Aquel día en una acera de Milán
Si no me equivoco, fue en 1996. Entonces yo trabajaba como cronista en el Corriere della Sera y escribía también sobre asuntos eclesiales. Alberto Savorana, director de la revista de Comunión y Liberación, Tracce, me organizó un encuentro con Giussani. Savorana vino a recogerme en coche al Corriere y me llevó a su residencia junto a la plaza Corvetto, en Milán, donde don Giussani pasaba parte de su tiempo. Dejo al lector imaginar el estupor del que suscribe cuando, estando ya cerca de la residencia, vi a aquel anciano sacerdote, un poco encorvado, esperándome a la entrada, en la acera. No sé cuánto tiempo llevaría allí. Pero allí estaba, en la calle, esperando a un periodista cualquiera. Me recibió así, con su voz ronca: «Es un gran honor recibirle, un gran honor. Un periodista del Corriere della Sera que viene a verme aquí, a mi casa. Es un privilegio». Apenas conseguí balbucir «¡Pero qué dice! El honor es mío, es más, estoy emocionado…». El suyo no era un ademán afectado. El que haya conocido a don Giussani sabe que una de sus principales características era precisamente esta: cualquiera a quien tuviera delante era para él, en aquel momento, la persona más importante del mundo. Cualquiera. Cualquier persona era para él algo que debía tratarse como único e irrepetible, era la ocasión de un encuentro destinado a ser para siempre. Cuando se encontraba con alguien nunca hablaba de sí mismo. Te hacía hablar de ti, te escuchaba, atendía a tus problemas. Durante todo el tiempo del encuentro lo único que contaba para él eras tú. Incluso más tarde, cuando nos sentamos a comer, tuve la misma impresión. Junto a otra: para don Giussani Jesucristo siempre estaba allí, siempre presente. En un momento dado me dijo: «El cristianismo es verdadero porque corresponde a todas las necesidades del hombre; la necesidad de justicia, de amor, de perdón y belleza, de infinito». Intenté replicar, exteriorizando mis dudas de pobre creyente inseguro: «Perdone, pero con esas mismas palabras se podría argumentar también la principal objeción al cristianismo. Se podría decir: como el hombre tiene exigencia de justicia, de amor y de perdón, de belleza e infinito, se inventa un Dios que corresponda a todos estos deseos. Es decir, Jesucristo podría ser una invención del hombre para aplacar sus angustias, en primer lugar la que le produce la muerte». Entonces cambió su tono, vi al sacerdote casi vehemente del que algunos me habían hablado. Apretó el puño y luego comenzó a agitarlo, se inflamó, levantó un dedo y fijándome me dijo: «Pues, entonces ¡contésteme a esta pregunta! Si el cristianismo es ilusión y el ateismo realidad, ¿cómo es posible que el que sigue una ilusión esté sereno y sea capaz de afrontar la vida in cualquier circunstancia, incluso en el sufrimiento, mientras que el que está en la realidad esté angustiado y acabe siempre perdido? ¿Cómo es posible que el que sigue una ilusión resuelva el problema de la vida y el que está en la verdad no lo consiga? ¿Le parece esto razonable? ¿Le parece razonable que con una “llave” equivocada se pueda abrir una puerta y que con la verdadera no se consiga? Que el cristianismo es verdadero lo demuestra la experiencia: el que sigue a Cristo responde a todos sus problemas; el que lo rechaza puede engañarse durante mucho tiempo creyendo que es feliz, pero en realidad lo único que hace es demorar sus preguntas más profundas, y al final se pierde». Esta referencia continua a la racionabilidad de la fe cristiana, junto a un reclamo insistente a la realidad, ha sido uno de los puntales de Giussani. Le gustaba citar una poesía de Montale, Quizás una mañana..., en la que el gran poeta imagina que por unos instantes se da cuenta de que todo lo que le rodea –árboles, casas, colinas– son tan solo una ilusión y que el mundo entero es un engaño; no existe más que la nada. Una visión desesperada, que comparte la mayoría de la cultura actual. «Extraordinaria poesía –comentaba don Giussani–: refleja la angustia del hombre de hoy. Impresionante, pero tiene un defecto: lo que dice no corresponde a la realidad, porque los árboles, las casas y las colinas existen, y nosotros existimos. Negarlo puede ser poesía, pero no tiene nada que ver con la realidad». Otro motivo por el que –en tiempo de gran secularización– Giussani ha atraído a tantos jóvenes a la Iglesia es que ha insistido en un concepto tan simple como olvidado: que el cristianismo no es una doctrina, ni siquiera es una religión creada por el hombre, sino el anuncio de un hecho. En un determinado momento de la historia, un hombre dijo ser Dios. Esta es la definición del cristianismo –afirmaba– en la que incluso un no creyente puede reconocerse: un hombre que dijo ser Dios, y los que creen en él dan origen al acontecimiento que llamamos Iglesia. Esta concreción, este reclamo a algo que se ve y se toca, es lo que ha fascinado a tantos jóvenes de todo el mundo, porque uno se enamora de una persona de carne y hueso, no de una imagen o de una idea.
(Michele Brambilla, La Provincia de Como, 23 de febrero de 2005)
Aquel sacerdote que invocaba la laicidad
Por lo que yo sé y alcanzo entender, don Giussani tuvo la valentía del lenguaje y la de la belleza. Uno de los suyos, queriendo sintetizar un aspecto de su pensamiento, me comentó en una ocasión: «Crees porque es hermoso; te quedas porque es justo». ¡Cuántas veces se ha dicho en ámbito católico, sobre todo después del Concilio Vaticano II, que era preciso volver a crear un lenguaje para el hombre de hoy! Había que anunciar el Evangelio de manera adecuada para nuestro tiempo. Muchos lo decían y no fueron más allá. Don Luigi Giussani lo hizo. Crear un lenguaje significa crear una comunidad y para eso hay que ser valiente. Con la valentía de las palabras que vuelven a decir una Verdad de siempre y para siempre. Buscar palabras para anunciar el Evangelio con las palabras de los poetas, los artistas y los filósofos: encontrar en ellos la belleza del hombre que busca, que no se detiene jamás, que no se da tregua y encuentra descanso sólo en el encuentro con la belleza. La de la revelación cristiana. (…) Porque son la gloria, el esplendor y la belleza del cristianismo los que pueden atraer al hombre. Lo que te llama no es un deber que hay que cumplir; es el descubrimiento del sentido de la vida lo que te inflama y te lleva a elegir. Y el sentido no puede ser feo porque es la revelación de lo más hermoso que existe. Pero para que esto suceda es preciso hacer un trabajo sobre las palabras. Para hacer que otro disfrute de la belleza del significado no basta con repetirlo, es necesario transmitirlo. Hacer que la misma belleza que se vio en Palestina en tiempos de Jesús reviva en las palabras de nuestros días consiste en el esfuerzo de volver a decir, y no sólo de repetir. Este trabajo don Giussani lo hizo y permanece como patrimonio de todos. En uno de sus últimos libros, donde aborda el tema del yo y del poder, el mismo Giussani, refiriéndose al Estado, se detiene largamente en la laicidad que se le pide como su característica fundamental. A menudo imputaron a don Giussani cierto integrismo, es decir, cierta confusión entre el plano espiritual y el profano. Justamente porque su lenguaje era el de hoy, el de todos y cada uno, el lenguaje cotidiano de la historia de cada uno de nosotros. Con acentos diferentes a los de otros lenguajes, como desde siempre sucede en la historia de la espiritualidad cristiana. Eso sí, con mucha más fuerza que otros lenguajes, con una capacidad de implicar mucho mayor que otros. Pues bien, este presunto integrista invocaba con rotundidad la laicidad del Estado, sin contradicciones ni rastro de paradoja. (…) Lamento no haberle conocido. Le estoy muy agradecido por haberme hecho comprender algo más del misterio cristiano.
(Paolo Del Debbio, Il Giornale, 23 de febrero de 2005)
Ha muerto Giussani, el hombre de la obediencia
Yo daba clase en la Universidad Católica de Milán cuando (…) apareció, entre mofas y algún que otro empujón, sin simpatías recíprocas, una nueva sigla que respondía a Gioventù Studentesca (GS). (…) Teniendo en mi curso algunos chicos de GS, enseguida me informaron sobre “don Gius”, que no era tan sólo un consiliario, era mucho más, era un amigo cargado de autoridad, un cómplice de risas y deportes, alguien con quien solían bromear, en definitiva, una figura de sacerdote muy popular, generoso, cercano, que comprendía el presente y lo vivía como la aventura existencial de su fe. En los estudios universitariosera una gran ventaja tener alumnos de GS. En mis cursos puse en marcha algunas de las que entonces se consideraban innovaciones pedagógicas en el ámbito del estudio y de la investigación, pues los alumnos preparaban temas que se discutían en clase, luego se hacían exámenes en grupo, etc... Tener a un chico de GS de secretario del curso significaba dormir tranquilo. Eran de una habilidad y precisión solidísima a la hora de organizar, no te fallaban jamás. (…) Se mezclaban con todos y estaban abiertos a la aventura del pensamiento y de la investigación más arriesgada; esto era lo primero que les enseñaba Giussani. Recuerdo que pedían clases suplementarias (exageraban un poco, como el mismo don Giussani, que de todos los textos sagrados quizás prefería –imagino yo– el terrible dicho “¡Ay de los tibios!, los vomitaré de mi boca”); desde luego, eran cualquier cosa menos tibios. Y en las clases suplementarias proponían leer a Gramsci, a los escritores del neorrealismo, nada píos, de su cuerda o tranquilizadores. Giussani les empujaba a arriesgar, aunque con prudencia; esa prudencia es una virtud que Cristo ejercitó en grado sumo hasta terminar en la cruz desafiando a los poderosos; así era como Giussani hablaba de las virtudes. En fin, era un lector fascinante del presente, hoy diríamos “sin red”. (…) Resumiendo, Giussani ha sido un eminente hombre de fe, con una influencia quizá mayor de lo que pensaba (en él era frecuente remitir a lo imprevisto, a lo que sucede sin que uno se lo espere), con una fe intrépida y a la vez capaz, hasta cierto punto, de moderarse. Esto es lo que queda de él –creo– y no está de más recordarlo, más allá de las estampitas edificantes que le habrían dado repelús. El punto al que no se sustraía era la obediencia a la Iglesia: la gran diferencia entre él y don Milani o el padre Balducci era que para él la obediencia era una virtud.
(Lidia Menapace, Liberazione, 23 de febrero de 2005)
La muerte de Giussani y el caso de CL
Su fe se inserta en el corazón del misterio de la caridad cristiana, que en la comprensión de la fragilidad y la debilidad humana va más allá que la misma tolerancia laica. Hombre de grandes pasiones y de infinita curiosidad, Giussani repitió siempre que el principio educativo debe tener en cuenta “la realidad entera”, todos los factores de la realidad. Lo cual hizo de él un hombre al que le interesaba todo, pero, de manera especial, al que le apremiaba el respeto y la atención a cualquier experiencia humana. A un joven comunista, hijo de familia numerosa católica, le regaló El Capital de Carlos Marx, con una dedicatoria muy significativa: «Si quieres vivir esta experiencia, vívela verdaderamente, hasta el fondo». La paradoja extrema es que con esta vida asimilada al misterio de la caridad cristiana algunos le tacharon de fundamentalista. Es una de las calumnias más blasfemas de la cultura italiana de izquierdas, que reina en los periódicos y en las editoriales. (…) Jóvenes y menos jóvenes se aproximan al cristianismo gracias a don Giussani. Laicos que siempre se han opuesto a la Iglesia van a dialogar al Meeting de Rímini. Los jóvenes de Comunión y Liberación no sólo consolidan y extienden su movimiento en más de 70 países del mundo, sino que construyen obras en Brasil, África y Asia. Hoy en día estudiantes de todas las universidades del mundo escriben su tesis sobre El sentido religioso de don Giussani y sobre el resto de sus obras. El hijo del anarco-socialista de Desio, el joven profesor de religión del Berchet, el fundador de Comunión y Liberación es actualmente una referencia para cristianos de todo el mundo y para todos los laicos que no estén sordos u obtusos ante el misterio de la vida y del universo. Defendió a Cristo y a su Iglesia con una fe y una pasión humana que provocan admiración. Como viejos laicos, nos atrevemos a decir: quizá sea bueno que nunca le hayan elevado a la púrpura cardenalicia.
(Gianluigi Da Rold, L’Opinione, 23 de febrero de 2005)
Esa voz ronca que despertaba a los hombres
Tenía 16 años; perdonen que hable de mí, pero tenía 16 años cuando oí hablar por primera vez a don Luigi Giussani. Yo no era católico, no había recibido una educación cristiana; no estaba acostumbrado a escuchar a los curas; si alguna vez, por cualquier compromiso, no tuve más remedio que hacerlo, ni siquiera atendía a lo que decían. Pero no escuchar a don Giussani era imposible. Esa voz ronca que al principio hablaba en tono bajo y de repente estallaba; esas manos que gesticulaban e ilustraban en el aire el significado de las palabras. La pasión incontenible, que contagiaba de manera natural. Cada palabra estaba llena, porque dentro palpitaba la vida. Uno no podía quedarse indiferente cuando escuchaba a don Giussani. (…) Bastaría con volver a ver la última entrevista retransmitida el verano pasado en la RAI, con ocasión de los 50 años de Comunión y Liberación; la mirada jamás ausente, las palabras que adquirían inesperadamente una fuerza que parecía imposible. Creo que el carisma es esto. Oír a don Giussani ha sido siempre escuchar la grandeza y la plenitud de la vida. Algo que toca el corazón y lo transforma desde el primer encuentro; ya nada es como antes, todo cambia. Esto es lo que me sucedió a mí hace muchos años, y les ha sucedido a otros miles de los cuales solo conozco a unos pocos. Un encuentro que cambia la vida, la deja marcada para siempre, con todos los límites que podamos tener, con todos los errores que podamos cometer, pero que tras aquel encuentro adquieren un horizonte, una perspectiva. (…) Lo siento por los que no han tenido la suerte de conocerle en persona (en realidad yo sólo le vi dos o tres veces cuando era joven), pero ese encuentro sigue siendo posible hoy para todos porque don Giussani permanece en los rostros y en las palabras de Comunión y Liberación.
(Franco Bechis, Il Tempo, 23 de febrero de 2005)
Misionero en la escuela para oponerse a la barbarie
«Por sus frutos lo conoceréis». Los de ese árbol robusto llamado “don Gius” no han sido ni pocos ni efímeros. La plantita brotó en octubre de 1954, el primer día de clase en el liceo Berchet de Milán, donde, para los 1.200 matriculados y bautizados, el cristianismo «era como si no existiese». Giussani mostró que existía y sabía dar un sentido a las preguntas de los jóvenes. No el cristianismo de la teología y de las catequesis, sino el que nace del encuentro con una Persona, que no nos dejó un mensaje sino un hecho capaz de transformar y renovarlo todo cuando, secundando las primeras palabras que pronunció Juan Pablo II, «no tenemos miedo y abrimos las puertas a Cristo». Un cristianismo que no se arrincona en la defensa del pasado contra la modernidad, sino que muestra la contemporaneidad de un mensaje que hasta los tibios y los ateos esperan. La apologética de Giussani era la misma que la de Pascal, Newman y Guardini: arrancaba de lo más intimo del hombre y no de un código de conducta, partía de las dudas y no del dogma, de la existencia viva y no de fórmulas: tenía más de Leopardi y Eliot que de santo Tomás, menos de san Buenaventura que de Chopin y Beethoven. Y no faltaron los frutos, en un momento en que la cristiandad se veía acosada y los métodos de los viejos movimientos católicos se mostraban estériles. Hacía falta algo diferente: un encuentro que lleva a la fe porque supone un acontecimiento; en primer lugar dentro, en el interior del alma, aunque esta “liberación” enseguida se convierte en “comunión”, dado que la fe no es un intimismo patológico, sino una transformación interior que compartir con todos los demás hombres. (…) Don Giussani, célibe por vocación, ha sido un padrazo para miles de niños. Por eso el día de su muerte, su dies natalis, hay que vivirlo dejando atrás la tristeza, mirando a todos los dones que él ha sabido ofrecernos. Y que siguen vivos en esa comunión, que une a los que respiramos la atmósfera contaminada de la civilización industrial con los que viven ya «en más respirables aires» [se cita un verso de Leopardi que alude al cielo, ndt.]. Giussani trazó un camino seguro, que resumió ejemplarmente en agosto de 1992 hablando a los universitarios: «Cada uno de nosotros ha sido elegido a través de un encuentro gratuito para ser él mismo encuentro para otros. Hemos sido elegidos para una misión. Lo que se nos ha dado y se nos sigue dando continuamente es “para” el mundo; se nos da para que se refleje y se transmita a otros, no según nuestros cálculos, sino como Dios quiera».
(Gianfranco Morra, Libero, 23 de febrero de 2005)
Biffi: esa “fuerza que nos cautiva” que llamamos carisma
Entrevista al cardenal de Bolonia, Giacomo Biffi
«Cómo cautivaba Giussani a la multitud de jóvenes y adultos de toda extracción social, cultura y latitud, es un misterio. En el lenguaje sobrenatural hablamos de carisma, o bien, de un don que él recibió en provecho de los demás. Por la larga amistad que nos unía, el que nos haya dejado produce en mí pena y añoranza». Así recuerda el cardenal Giacomo Biffi, arzobispo emérito de Bolonia, la figura del fundador de Comunión y Liberación. (…)
¿De qué manera el ambiente del seminario de Venegono contribuyó a que emergiera la personalidad de Giussani y su vocación particular?
El seminario, que el cardenal Schuster había creado según el modelo de las antiguas abadías, tenía una autonomía muy vital, con una atención extrema a la liturgia y a la seriedad en los estudios, además de una aproximación muy libre a la ciencia teológica. El contexto era favorable para que todos nosotros advirtiéramos el gozo y el entusiasmo por la belleza de Cristo que todo lo abarca y por una realidad eclesial percibida como la síntesis y el aprecio por todo lo que en el hombre hay de positividad auténtica. Era esta una característica de Venegono que luego ocuparía un espacio importante en la propuesta de Giussani. (…)
En ese contexto ¿qué emergió como característico y propio de Giussani?
Esta experiencia de luz y de vida de la que todos gozábamos, en Giussani se vio inmediatamente acompañada por la voluntad de hacer que los demás participaran de ese tesoro que habíamos recibido nosotros. Don Giussani no podía soportar que hubiera gente que no llegara a disfrutar de esa misma alegría. Esta actitud interior le empujó primero a promover grupos dentro del seminario y más tarde a dejar la cátedra de Teología, en la que yo le sucedí, para dedicarse a los estudiantes del Berchet. Más que la enseñanza como tal le interesaba la transmisión de la verdad. (…)
La educación ha sido un tema constante en toda su acción. ¿Por qué?
En aquel entonces la cultura dominante identificaba la relación de los adultos con los jóvenes tan solo con la pregunta “¿qué queréis?”; Giussani, en cambio, les preguntaba “¿quiénes sois?”. Procuraba hacerles descubrir la verdad de su ser, de manera que de ella pudiera nacer una elección para la vida. Por eso Giussani tuvo la preocupación constante de educar. Es más: nunca dejó de educar.
(Stefano Andrini, Avvenire, 23 de febrero de 2005)
Ojos de boxeador, corazón de santo
Nada de clerical, nada de piadoso ni de convencional, no había nada de descontado en su manera de ponerse ante los alumnos, que quedaban fascinados por el lenguaje conciso, esencial, absolutamente insólito, de su profesor con sotana, que no ocultaba que el Cristianismo es un escándalo para el mundo, pues se enfrenta con la moral más común: la moral de los virtuosos a los que no se les puede señalar ningún fallo, digamos la de los fariseos de todos los tiempos. La fascinación por don Luigi corrió de clase en clase, pronto echó raíces en unas decenas de estudiantes, algunos de los cuales se convirtieron en los difusores, los apóstoles de una compañía (término para él muy querido) que se ampliaría de manera imprevista e imprevisible. Incluso antes de conocer a don Giussani, a principios de los años ochenta, me había interesado por las razones que le hacían cosechar tantas mieses y había escuchado a algunos de sus antiguos alumnos que ya peinaban canas. Saqué en limpio que aquel cura era capaz de advertir la presencia de Jesús, de hacerla percibir y sentir, aquí y ahora; y de hacer que el cristianismo se asumiera no como una doctrina o una creencia, aunque fuerte, sino como un hecho, un hecho que deriva de un dato real, de una experiencia absolutamente ineludible, la de Jesús muerto en la cruz. La idea del cura de Desio consistía en que la evidencia del Hecho llega a ser tal si se vive en una compañía, si se participa en la libertad que se adquiere estando en compañía; es más, si se goza de la libertad que se genera al entregarse a la compañía cristiana. (…) Era lombardo, era italiano, era católico y, por lo tanto, universal. En el discurso te arrollaba con citas de los más diversos autores, de toda lengua y país. Le encantaba la música y era entendido en la materia. También la música popular. Le gustaban las canciones napolitanas, y quizá fue cosa del Señor el que, estando Giussani con unos monjes budistas, uno de ellos entonara O sole mio. Sin duda se ha ido contento por las cosas extraordinarias que ha hecho, ¡gracias a Dios!
(Gino Agnese, Secolo d’Italia, 23 de febrero de 2005)
El teólogo sereno que se lanzó entre los jóvenes
Ha muerto monseñor Giussani, a los 82 años, en su casa de Milán, a las 3.10 del 22 de febrero, fiesta de la cátedra de San Pedro, fiesta por tanto del Papado. Un signo de adhesión y de conformidad con la guía visible del cristianismo encarnado en la historia, como lo entendía este cura de Brianza, de voz ronca y en ocasiones tonante, que no dejaba a nadie indiferente. (…) Se ha ido otro insigne testigo de la fe católica del siglo XX, dejando una herencia viva en Comunión y Liberación. (…) Quizá no sea una casualidad que precisamente el 22 de febrero del año pasado, Juan Pablo II escribiera a “don Gius” con ocasión del medio siglo de vida de CL, reconocida por él precisamente como «uno de los brotes de la prometedora “primavera” suscitada por el Espíritu Santo en los últimos cincuenta años». (…) Giussani es su pasión por Cristo. Un amor donde no tienen cabida ni “quizás”, ni “peros”. Apasionado y viril, un hombre de una pieza. A muchos les atraía, otros se ponían a la defensiva por el mismo motivo: su pasión era tal que se podía tergiversar por dogmatismo. Pero no lo era. En don Giussani no hubo hiato entre “el Jesús de la historia” y el “Jesús de la fe”, porque son la misma persona. Otro rasgo fundamental de su experiencia y propuesta cristiana concierne a su modo de concebir a Cristo. El cristianismo se fundamenta en un «acontecimiento», en un «evento histórico que ha cambiado radicalmente la historia»: ese acontecimiento es la salvación que nos trajo Jesús de Nazaret. Para don Giussani, en ello reside «la solución al drama existencial de cada uno», como le reconocía hace un año Juan Pablo II. Por consiguiente, los cristianos deben obrar concretamente en la historia, en la sociedad, con su testimonio y sus obras, también en el ámbito político. La decisión y la radicalidad del compromiso que propone Giussani en nombre de su fe podían parecer, a los desprevenidos o a los prevenidos, una suerte de neo-integrismo católico. Pero a Giussani no se le podía imputar semejante acusación por otro rasgo importante de su personalidad: fue un hombre de cultura y un gran formador de conciencias, capaz de utilizar a Leopardi para meditar sobre la Eucaristía o de leer A su dama a modo de introducción al prólogo del evangelio de san Juan y de reconocer en Beethoven y Donizetti expresiones vivísimas del eterno sentido religioso del hombre. Estaba convencido de que «el vértice del genio humano (se exprese como se exprese) es profecía, aunque sea de manera inconsciente, del acontecimiento de Cristo». En el método educativo del movimiento de CL, su fundador siempre quiso destacar el hecho de que «la verdad se reconoce por la belleza que la manifiesta». Por eso es lícito afirmar que en la historia de CL la estética, entendida en su sentido más profundo, tomista, del término, ocupa un lugar preferente respecto a la insistencia en un reclamo de orden ético.
(Orazio Petrosillo, Il Messaggero, 23 de febrero de 2005)
Fe y entusiasmo
De los dos sacerdotes revolucionarios de la Iglesia de la segunda mitad del siglo XX, ha muerto primero él. Karol Wojtyla, como impone el ejercicio del Papado, prosigue, con fragilidad de hierro, ofreciendo el testimonio de una enfermedad en el punto de mira de todo el mundo. En cambio don Giussani ha podido ahorrárselo a sus chicos que, convertidos hoy en hombres, le lloran como a un padre, quizá más que a un padre. No se puede establecer ninguna comparación, que sería evidentemente desproporcionada, entre dos figuras y dos vidas completamente distintas. Sólo se puede señalar un hilo común, una afinidad entre estos dos hombres de Iglesia, ambos dotados de un fuerte carisma personal, de un particular ascendiente sobre el mundo juvenil, de la capacidad de replantear un cambio radical en la concepción y en la práctica del compromiso católico.
Para comprender el alcance de la revolución de «don Gius», como le llamaban sus alumnos del Berchet de Milán, en la Iglesia y en la vida pública italiana, incluyendo la vida política, es preciso recordar el clima de los años que van de la segunda mitad de los cincuenta al final de los años sesenta. La secularización creciente, el solidarismo social próximo al radicalismo político de extrema izquierda, la difusión de una «Iglesia de la duda» que llevaría al Concilio y más tarde al inquieto papado de Pablo VI. En este contexto irrumpe don Giussani contraponiendo una «Iglesia del entusiasmo». La integridad de un católico que niega la separación entre público y privado, que sustituye la «mística del cielo» con la «mística de la tierra», hecha de una recia, pragmática, lombarda concreción en obras. (…) El pesar unánime por la muerte del fundador de CL reconoce el valor del hombre y la fuerza de su mensaje, pero esconde hipócritamente muchos rechazos. Bien es verdad que el destino de los revolucionarios excluye tanto el aplauso plebiscitario como la indiferencia; sólo contempla la devoción de los adeptos y el respeto de los enemigos. En vida don Giussani obtuvo lo primero pero no siempre lo segundo. Ahora tendrá ambos.
(Luigi La Spina, La Stampa, 23 de febrero 2005)
La fe salió de las iglesias, así nació CL
Ellos no sabían que iban a escribir una página importante de la historia. Aquellos chicos del tren, de un vagón de segunda clase, hablaban una lengua muy diferente a la de Dios. Cuanto más les oía, más se daba cuenta don Giussani de que no podía quedarse quieto; había que hacer algo, «aquí y ahora», allí y en ese preciso momento. Exactamente allí era materialmente imposible, pero en cuanto el tren llegó a la estación, tomó una decisión. Corría el año1954, hace cincuenta años, y don Luigi Giussani decidió convertirse en «don Gius». No se trataba de una variación puramente semántica o lingüística, entre don Luigi Giussani, profesor con brillante futuro en la facultad de teología de Venegono, y «don Gius», está Comunión y Liberación. La decisión de dejar la cátedra para enseñar religión en el Liceo clásico Berchet nació en ese viaje de la voluntad de reconstruir la presencia cristiana en el mundo estudiantil. De hecho, el carisma de aquel curioso profesor de religión era tal que, en torno a él, se reunió inmediatamente un grupo de estudiantes fascinados con sus palabras, con su manera de relatar la historicidad de los evangelios, con sus discursos algo peculiares pero fascinantes, cálidos, capaces de interesar incluso a los que no creían, incluso a la intellighentia de la izquierda milanesa, que tenía en el Berchet uno de sus enclaves naturales. Iba de boca en boca: «¿Has oído lo que ha dicho hoy don Gius?». Un tam tam incesante que rápidamente traspasa los confines de la clase. Y más tarde los del liceo, alcanzando toda Milán entera. Y más tarde los de la ciudad, difundiéndose por toda Brianza. Y más tarde… y más tarde... Hoy CL está en setenta países del mundo… Este es el final de la historia. (…) En 1984 llega el reconocimiento definitivo del movimiento que hasta entonces se había mirado a menudo con sospecha desde ciertos sectores de la Iglesia. «Id a todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor. Esto es lo que os pido» dijo Juan Pablo II a los diez mil que festejaban en el Vaticano los treinta años del movimiento. (…) Esas palabras del Papa son prácticamente un retrato de lo que es CL. Narrar lo Verdadero y lo Bello es casi una razón social para los seguidores de don Giussani: los libros (y los discos) del «Gius», siempre entre los primeros en las listas de ventas, relatan la Belleza en la literatura, el arte y la música; la capacidad de escandalizar, también en la Iglesia, con su forma de narrar la Verdad, identifica un estilo. La batalla por la enseñanza libre, una de las más significativas de los últimos tiempos, se resume en un slogan bellísimo: «Si es preciso que nos dejen desnudos, pero libres para educar». Otra batalla vencida. Hoy ha muerto Giussani. Pero no muere CL. Julián Carrón, el español a quien «don Gius» llamó a su lado hace unos meses explica: «La desproporción entre mi persona y la tarea que se me encomienda es evidente. Yo, el último en llegar». Pero sus palabras en su primera entrevista en Avvenire ya lo decían todo: «Sólo el encuentro con otro puede cambiarnos, pero otro cargado de autoridad, la autoridad del que con su vida da testimonio de que la plenitud auténtica es posible. Tenemos el modelo en Mateo, el publicano, que fue mirado como nunca nadie le había mirado». Se fija, como hacía «don Gius», en una imagen artística: «Cada vez que voy a Roma, entro en San Luís de los Franceses; basta con ponerse delante y mirar la Vocación de San Mateo de Caravaggio. Todo el cristianismo está en esa escena». ¿Y cual es el objetivo de Carrón? «Levantarme cada mañana recordando que somos deseo de felicidad. Volver a comenzar cada mañana». La historia de CL comienza de nuevo precisamente aquí.
(Massimiliano Lussana, Il Giornale, 23 de febrero de 2005)
Un maestro de la libertad
Mucho nos queda de don Luigi Giussani. Nos queda su capacidad de acercarse al misterio, de esclarecer como muy pocos lo han hecho en el mundo actual el binomio cristiano del pesimismo sobre la naturaleza del hombre y el optimismo sobre su destino; la necesidad de la verdad articulada mediante el gusto por lo razonable; la experiencia de la fe. Y los que fueron alcanzados en persona por este sacerdote de Desio hasta el punto de que obruvo de ellos una pertenencia, tienen ciertamente mucho más que decir y mucho más que llorar. Pero don Gius no debe seguir viviendo ahora sólo en sus bibliotecas o en el templo secreto del afecto. Su lectura debería recomendarse encarecidamente a los que se siguen diciendo liberales. (…). Sobre todo acerca de un tema que supone una prueba irrefutable: la educación. Hoy todavía hay quien defiende con uñas y dientes el recinto de la “escuela laica”. (…) En múltiples ocasiones, en particular en un libro estupendo, El riesgo de educar, Giussani dejó rigurosa y definitivamente despejado cualquier equívoco. El Estado no puede educar porque la educación es algo muy distinto que almacenar conocimientos y tratar de adoctrinar. Don Gius ha desenmascarado la mentira de la escuela laica, abriéndonos los ojos ante el hecho de que es imposible una educación “neutral”, que finja callar sobre las cuestiones que hacer hervir la sangre a los hombres. Educar es aceptar el “riesgo de la libertad” y formar para el diálogo. (…) En esas páginas se encuentra una clase magistral de libertad, que debería gritarse a los talibanes del escepticismo, a los que pretenden acallar las conciencias, a las mentes ilustradas y astutas cuyo respeto de las razones ajenas es hijo de un cinismo consciente y superficial, y no de la identificación dentro de la diferencia. ¡Vaya casualidad!, hay una palabra que era muy querida para don Gius, “creatividad”, que expresa lo mejor del hombre, pisoteado y ofendido por un intervencionismo salvaje: «El estatalismo siempre es una situación lastimosa, en el sentido de que da lástima: sin creatividad, sin poesía, sin canto (adecuados, claro está)». «Una sociedad se construye al impulsar esta creatividad de la que es capaz la libertad del hombre, una creatividad que se opone incluso al predominio del Estado. A más sociedad, más individuos, más creación desde abajo».
(Alberto Mingardi, Il Riformista, 23 de febrero de 2005)
La versión católica del sesenta y ocho
CL, una especie de sesenta y ocho del catolicismo. En efecto, eran los años del post-concilio; años vitales, sobre todo para los jóvenes. La Iglesia católica parecía recobrar una buena dosis de entusiasmo. Comunión y Liberación recogía y relanzaba ese entusiasmo, recuperando algunos ricos filones del pensamiento católico que en la primera mitad del siglo parecían olvidados. No se trataba tanto de una doctrina, como de una persona, la persona de Cristo. La fe, no como adhesión más o menos doctrinal a un credo, sino como encuentro personal con Cristo. En ese encuentro insistía don Giussani. Muchos jóvenes le seguían también porque esta “personalización” de la fe cristiana se contraponía a una cultura que salía con dificultad del atasco y los escollos de un intelectualismo heredero de la cultura burguesa de los siglos anteriores que se había quedado rancia. (…) Un éxito increíble desde el de Gioventù Studentesca en los liceos de Milán al de la juventud del mundo entero. El catolicismo parecía encontrarse en una nueva etapa que sería su sesenta y ocho. Las dificultades fueron inevitables, con desacuerdos más o menos explícitos. El antiguo asociacionismo clásico temía ser desbancado, superado. (…) La misma jerarquía eclesiástica tuvo la impresión de que se trataba de una especie de “Iglesia dentro de la Iglesia”. (…) Pero el que empezó a dar la razón a don Giussani fue Karol Wojtyla, favorable, incluso por temperamento, a un cristianismo que no se sienta a esperar, sino que afronta con entusiasmo juvenil el mundo laico y que procura derribar los muros, no sólo el de Berlín. Entusiasmo: esta es la expresión más adecuada para retratar el cristianismo de don Gius, como dicen los suyos. El entusiasmo del que no sólo está seguro de estar de parte de quien tiene razón, sino del que está seguro de que las soluciones que propone son las más justas. Que no son precisamente un código sino una persona.
(Filippo Gentiloni, Il Manifesto, 23 de febrero de 2005)
Una «povera voce» que irrumpía hasta lo más íntimo del corazón
Una voz, sólo una pobre voz. Para muchos (al menos fue así para mí) el encuentro con don Giussani fue ante todo el encuentro con su acento inconfundible. Un sonido ronco e intenso a la vez, que con los años se fue haciendo frágil y penetrante; una articulación del léxico compleja y laboriosa. Y, sin embargo, qué facilidad para entusiasmar, para atrapar la atención; qué extraordinaria capacidad de irrumpir hasta en lo más secreto del corazón para desvelarte tu deseo de infinito y de felicidad. Y además, esa sencillez inapelable al mostrarte a Cristo, el Rostro de la Misericordia de Dios; junto con la capacidad de señalar el camino a seguir: la oración a la Virgen «fuente viva de esperanza» y la obediencia neta y pronta al Santo Padre. Por ejemplo, esas palabras repetidas casi obsesivamente (“Acontecimiento”, “Encuentro”, “Destino”, “Compañía”) tan “laicas” y fascinantes, pero también tan oscuras a primera vista. Palabras con las que siempre procuró mostrar la novedad y la racionabilidad del hecho cristiano, en primer lugar a los más alejados y pecadores (es decir, a todos nosotros). Aquellas palabras, que han llegado a ser una realidad familiar y que nacieron de su carisma, él las tomaba y, como un artista genial ante el gélido bloque de mármol, con su pobre voz (que todavía resuena al leer sus textos) misteriosamente les devolvía el calor, con su rudo cincel entraba hasta el fondo en ellas para desentrañar la belleza, incluso dramática e implícita, de su significado.
(Fabrizio Contessa, L’Osservatore Romano, 23 de febrero de 2005)
El radical del espíritu
Cuando muere un verdadero cristiano no hay motivos para llorar. Así se ha marchado don Luigi Giussani, renovando, incluso para quien ni es cristiano ni quiere serlo, la potencia de la alegría y la pasión por la eternidad. «La muerte es como un silencio –dijo en una ocasión–. Y siendo silencio, nada hay que clame más que ese silencio. Normalmente es un silencio que puede llegar a ser grito, como de hecho fue un grito la muerte de Jesús». Eso es. La muerte para él era un acto de vida: el rescate final. La vida, una ocasión para reconocer la presencia de Dios. Para reconocerla en todo: en un vaso de whisky, un rosario rezado en el coche, un paseo por la nieve, una sonrisa en medio de una favela, un verso de Leopardi, una ecuación de segundo grado, una armonía de Schubert, una encíclica o un detalle de Caravaggio, el enésimo hijo pródigo que se había fugado con la caja, una lata de boletus, una llamada repentina a la puerta. Todo era “con” Cristo y “en” Cristo: este es el sentido último del «acontecimiento», el misterio revelado e indomable de la encarnación, tan fuerte que cambia la vida, mente, corazón, ojos, gafas, contexto, en suma, todo. (…) La suya, su vida, ha sido plena y feliz como pocas. (…) Los que conocieron en persona a don Giussani guardan recuerdos entrañables. Hasta el final, ya muy limitado al andar, pretendía ayudar al invitado a quitarse el abrigo. O silbaba, como un chiquillo. Sólido, exigente, a veces desconcertante por la rapidez con la que conectaba lo universal a lo particular, la tierra al cielo, Péguy y Bernanos a Marcelino pan y vino. (…) Quizá uno de los pocos que, dejando atrás toda tibieza oratoria y todo servilismo clerical, se atrevió a desafiar a la cultura ilustrada en su propio terreno: la Gracia no es contraria a la Razón, más bien constituye su pleno cumplimiento. «Un radical de la existencia y de la pasión humana», así lo definió el sociólogo de las religiones Salvatore Abbruzzese en Comunione e liberazione (Laterza, 2001). (…) Entre el “Acontecimiento” de Cristo y el devenir tumultuoso de la historia corre el hilo que don Giussani agarró durante toda su larga y feliz vida.
(Filippo Ceccarelli, La Repubblica, 23 de febrero de 2005)
«Un gran testigo de Cristo. Recuperó el sentido original del vocabulario cristiano»
Entrevista al arzobispo de Bolonia, monseñor Carlo Caffarra
Excelencia, ¿qué se siente ante la muerte de un amigo como don Giussani?
No tuve la suerte de ser alumno suyo. Nos conocimos siendo yo profesor en el departamento de Ciencias Religiosas en la Universidad Católica de Milán. A raíz de ese encuentro me ligó a él una profunda amistad llena de estima y afecto, recibiendo de ella mucho más de lo que yo pueda haberle dado. Cuando supe que había muerto, pensé inmediatamente que se había apagado la voz de un gran testigo de Cristo. Ayer la Iglesia ha celebrado la Cátedra de San Pedro. He visto en esta coincidencia no casual el sello de una existencia entregada apasionadamente a la Iglesia.
La pérdida de Giussani supone un vacío para CL y para la Iglesia: ¿será posible colmarlo?
La consistencia de la relación que liga a los discípulos de Cristo es mucho más fuerte que la ausencia de la persona física. Monseñor Giussani había recibido el don un “carisma fundacional”, una semilla que él ha plantado en la vida de la Iglesia. El vacío de su presencia es colmado por los frutos de aquella semilla, el movimiento eclesial de CL. (…)
¿Qué queda de la enseñanza de Giussani?
El anuncio evangélico en su sustancia. Primero: Dios se hizo hombre, murió y resucitó y tú puedes encontrarlo hoy en la Iglesia de tal manera que toda tu humanidad sea regenerada. Segundo: este hecho, si te ha sucedido, no puedes acallarlo; lo tienes que testimoniar. Le encantaba repetir esa frase de santo Tomás de Aquino: «Si todo lo conocible fuera escrito en un libro, abandonaría la lectura de todos los demás para leer sólo aquel libro. Este libro existe, es Cristo».
Sin su fundador, ¿atravesará CL tiempos difíciles?
La desaparición del fundador constituye siempre para cualquier movimiento eclesial un momento delicado. Estoy seguro de que don Giussani ha generado hombres y mujeres dotados de una capacidad generadora que les permitirá custodiar su experiencia con fidelidad creativa.
(Orazio La Rocca, La Repubblica, 23 de febrero de 2005)
La muerte de don Giussani. Signo de contradicción
La muerte de don Luigi Giussani, además de la consternación que siempre acompaña a las personalidades que han hecho “compañía” a otras generaciones, vuelve a abrir el capítulo infinito de las revisiones historiográficas. Una recuperación justa de este gran sacerdote del siglo XX obliga a muchos, y en particular a la izquierda, a revisar algunos de sus juicios, que afectan tanto al hombre como a la obra que de su enseñanza ha nacido en la Iglesia y en la sociedad. Y son muchos hoy, por citar un verso famoso, los que “le deben llorar”. Esta muerte, de hecho, es una noticia que nos alcanza junto con tantas otras que desvelan sin piedad la trágica dureza que ha marcado los últimos decenios de ese “siglo breve”. Ya desde el inicio de los años cincuenta, don Luigi anticipó esos avatares con su crítica a la «absoluta insensibilidad a la dimensión cultural» de la clase dirigente de entonces, de la cual tomó la idea de la primacía de la educación, de la escuela y de la universidad. Una elección fuerte respecto al quietismo religioso y a la indiferencia burguesa entonces imperantes. Así, también él –como reza el título del último libro firmado por Karol Wojtila antes de ser elegido Papa– ha sido “signo de contradicción”, en el sentido de haber impulsado a los muchos que directamente le seguían y luego a muchos otros, a “pensar la fe”. Y no abstractamente, sino “implicando” la vida (…) En su entrega a Dios, aparece como una referencia que ayuda a interpretar una modernidad que en sus conquistas atisba también la irreductibilidad de sus límites. Esta muerte da que pensar: hay mucho que escribir en la historia del siglo XX. También el capítulo de don Luigi Giussani y de sus estudiantes.
(Pio Cerocchi, Europa, 23 de febrero de 2005)
Fe y política
La premisa es obligada: quien escribe ha estado, y está, muy lejos de la experiencia de Comunión y Liberación. Pero lejanía no puede significar indiferencia. Sobre todo refiriéndose a un movimiento que, desde sus primeros pasos en 1969, dejó una impronta visible y tangible en la vasta y caótica transformación que está afectando a la sociedad italiana; en primer lugar, obviamente, al mundo católico. En plena efervescencia de esa etapa social, don Luigi Giussani, el sacerdote que desde hacía quince años organizaba en las escuelas Gioventù Studentesca, lanzó al ruedo a CL. La idea clave de la que toma su impulso el movimiento eclesial («El acontecimiento cristiano vivido en la comunión es el fundamento de la auténtica libertad del hombre») es para aquella época realmente sorprendente. Lo cual no impide que conquiste a miles de chicos y chicas y que desde Milán se extienda por toda Italia (…) Ahora muchas de las heridas del pasado parecen curadas. Un ejemplo entre otros, a su manera histórico, es la amistosa visita de una delegación de la Acción Católica al Meeting de Rímini el verano pasado. Pero las antiguas contiendas no se olvidan tan fácilmente. De todas formas, es imposible una relectura de los años 70 en Italia sin tomar en consideración a Comunión y Liberación. Mucho menos es posible un análisis de su (controvertida) herencia, que comprende también, y de qué manera, un profundo cambio de la naturaleza misma de la cuestión católica en Italia. Y no cabe duda de que en este cambio CL representa un sujeto decisivo.
(Paolo Franchi, Corriere della Sera, 23 de febrero de 2005)
Don Gius y los movimientos que vivifican y alarman a la Iglesia
No tuvo una vida fácil, en el ámbito del catolicismo milanés e italiano, don Giussani, por el carácter rompedor de sus intuiciones (en las cuales se reconoce también el humus de la tradición ambrosiana). Su figura se inscribe entre las grandes figuras carismáticas del cristianismo italiano del siglo XX que advirtieron la debilidad de la presencia de la Iglesia en la sociedad y la pasión por comunicar la fe. Parece fuera de lugar llamar carismático a este hombre, profundo y perspicaz, pero esquivo, casi tímido. Luigi Giussani no ha desempeñado nunca el papel de un líder religioso; ha vivido en el mundo milanés, ha privilegiado la relación personal y la predicación. Sin embargo, ha suscitado energías profundas. El mismo definió el carisma de una manera que reduce el protagonismo de quien lo porta: «El carisma es una historia, no una persona. La hondura del carisma es Jesucristo». La pasión por Cristo –como solía decir– le sacó del entorno tranquilo de la enseñanza en el seminario para trabajar como profesor de religión en el difícil Liceo Berchet, en el Milán de los años cincuenta. Allí comprobó la fragilidad de la presencia cristiana, incluso en tiempos del “régimen clerical”, como diría Arturo Carlo Jemolo, y de participación en masa en el culto religioso. Desde entonces la misión se convirtió en el eje fundamental de la vida de Giussani, que se daba cuenta de que una Iglesia reducida a la dimensión territorial era insuficiente, aunque ésta fuera la de las sólidas parroquias ambrosianas. Primero Gioventù Studentesca y más tarde Comunión y Liberación nacen de esta tensión por la “misión” en los ambientes. En una Italia que todavía era católica, a su juicio el cristianismo debía pasar «de la tradición a la convicción», como escribía en sus Apuntes de método cristiano en 1964 (en El camino a la verdad es una experiencia, Encuentro, Madrid 1997): «Uno no se puede convencer del cristianismo a base de estudiarlo sólo en abstracto como una teoría cualquiera: sólo se puede uno convencer de que es verdadero comparándolo con la propia experiencia por entero…». Experiencia era la “palabra clave” en la propuesta de Giussani. (…) Giussani estaba convencido de que del encuentro con Jesús brotaban consecuencias imprevisibles para la existencia humana. Para él una experiencia cristiana renovada liberaría energías verdaderas de vida y de cultura.
(Andrea Riccardi, Il Foglio, 24 de febrero de 2005)
Los de CL hacen cola
Los de CL que hacen cola desde las afueras de Milán hasta el Duomo para el abrazo final, fueron durante un tiempo una especie de pueblo negado, gente que tenía ideas extrañas y ajenas a la cultura mayoritaria que circulaba en el ambiente laico, burgués, ya fuera de derechas o de izquierdas. No entendían la belleza de la marcha triunfal de los derechos, ni la renovación libertaria de las costumbres, ni las ansias de una iglesia de base que después del Concilio se rebelaba contra la jerarquía y contra toda clase de obediencia. No es que fueran estrecha y rigurosamente individualistas; tenían in mente valores ya arrinconados y tan manidos como la familia, la procreación, la educación escolar como pedagogía de la realidad, pero se atrevían a predicar la libertad, marcada por esa idea maniática del cristianismo como acontecimiento ligado a Jesucristo, como encarnación de lo Divino en la historia, como experiencia y vida. A los que compartían la cultura mayoritaria, a los que participaban de la mentalidad común siguiendo la corriente de las ideas generalmente aceptadas, todo eso les parecía la máscara de un integrismo fanático y devoto. El rechazo no sólo procedía de la Italia de la turbulencia social, en la que clasismo y extremismo se enseñoreaban bajo múltiples formas ideológicas, y no se limitaba a peleas en las escuelas y las universidades, no se ceñía a dinámicas de tribu, era una negación más sutil, que apenas rozaba a una figura como la de don Luigi Giussani, pero se encarnizaba con el pueblo que hoy se reúne en torno a sus restos mortales. Los de CL no constituían una voz civilmente aceptada, debían mantenerse al margen del entorno cultural dominante, debían considerarse como cristianos de las catacumbas, habitantes marginales del imperio cultural, que hacían voluntariado social y otras actividades estigmatizadas como politiqueo y negocios; en este país cargado de hipócritas y rencorosos, muchas veces les colgaban el sambenito de fascistas. Hoy se estudia y respeta a los de CL, extraordinaria mezcla de vidas muy variadas, de raíces y experiencias que, siendo cosmopolitas, trabajan en decenas de países, como uno de los grandes sujetos surgidos del cristianismo del siglo XX. Este cambio, que se refleja también en los elogios dedicados a su jefe, señala el hecho de que, a pesar de todo, Italia también ha cambiado y lo ha hecho a mejor. Se ha dicho que la virtud, o una de las virtudes de Giussani fue la de hacer que conviviera lo diferente, de saber hermanar fe, cultura, obediencia y libertad en un materialismo existencial cristiano con muchos elementos originales y con una enorme y leal apertura a la diversidad de la historia humana. Sencillamente, es la verdad.
(Il Foglio, 24 de febrero de 2005)
«Nosotros, laicos, estamos en deuda con Giussani»
Entrevista al Presidente del Senado italiano, Marcello Pera
¿Qué le fascina de las posiciones de don Giussani sobre las cuestiones existenciales?
La fe. Admiro a los hombres de fe profunda, me siento ante ellos provocado, incluso turbado, pero siempre atento, interesado y atraído. Tal y como lo he percibido, don Giussani era uno de estos hombres. Era un apóstol de fe, disponible incluso a dejarse martirizar, en el sentido de dispuesto a soportar las críticas, las incomprensiones, el escarnio, las hostilidades que nunca le faltaron, también en su mundo, en el ámbito de su Iglesia. ¿No es un ejemplo admirable de un verdadero testimonio? ¿No es una enseñanza perenne de cómo deberíamos vivir? Todos, creyentes y no.
En el pasado también subrayó el calado del pensamiento de don Giussani.
(...) ¿Cómo se realiza el testimonio cristiano para don Giussani? No simplemente con la palabra, sino sobre todo mediante la acción. Don Giussani ha llamado a los creyentes a ser protagonistas, a crear, a obrar. Se ha negado a secundar una tendencia difundida por Europa: relegar y encerrar la fe cristiana en el recinto de la subjetividad. Ha retado a los creyentes ante el entumecimiento, la inercia y la desidia. Y ha desafiado a los no creyentes ante la sospecha y la desconfianza. Invitaba a unos a no tener miedo y a los otros a no tratar de infundir miedo. El cristianismo es vida activa. La fe nace de un encuentro, es una relación directa, que se convierte en un evento personal, social, colectivo, político. La fe rebosa, no se encierra. Respeta a los demás y se respeta a ella misma, reclama su libertad de acción (...). Don Giussani sostenía que la suprema categoría de la razón es la de la posibilidad. Este es mi manera de sentirme en comunión con él.
(Renato Farina, Libero, 24 de febrero de 2005)
«Aquel ciclón entre los bancos del Berchet»
Entrevista al psicoanalista Claudio Risè
Profesor, su primer recuerdo es el de una irrupción física arrolladora en el aula de aquel instituto de los años 50.
Es verdad, y esta materialidad es también la característica de la espiritualidad misma de Giussani, que solía repetir que el cristianismo no es una filosofía sino un hecho, es decir, la asunción de un cuerpo humano por parte de Dios. Esta fe tan profundamente encarnada translucía en su corporeidad: él decía lo que era; representaba apasionadamente, también con su forma de ser y de moverse, a Cristo encarnado en quien creía. (...) Nos pedía que fuéramos nosotros mismos, que fuéramos hombres y no retrocediéramos ni un paso ante la verdad. O lo que es lo mismo, nos pedía que no nos ahorrásemos nada en la confrontación con la verdad y en su reconocimiento. (...)
¿Hay algo de don Giussani que fue particularmente importante para usted?
Yo no era de GS, no entré a formar parte del movimiento. De hecho era el director “laico” del periódico del Liceo Berchet; pero aunque no era uno de “sus” chicos, me sentí siempre escuchado con extrema atención y profundamente amado por don Giussani. Este amor se me ha quedado grabado dentro, me ha marcado para siempre.
(Marina Corradi, Avvenire, 24 de febrero de 2005)
La gratitud de una ciudad entera
Cuando quiere, Milán sabe ser pueblo y señalar con grandeza sus sentimientos. Ayer lo hizo, despidiendo a don Giussani. Estuve en medio del gentío, en su mayoría joven pero no sólo. La palabra que recurría con más frecuencia en los comentarios y en los recuerdos era: «Gracias». Extraño y poco cultivado sentimiento hoy la gratitud, de rara aparición en los humores colectivos respecto a un hombre público. Y don Giussani era hombre público, lo fue siempre, también cuando eligió la sombra de una vida ascética, lo fue siempre aunque permaneciendo lejos de los reflectores, por la evidencia de su estatura y por la influencia de su palabra. (...) Giussani fue un genio y también la Milán más lejana a él se lo ha reconocido. Evitaría la palabra santo, aunque aquel sacerdote fue un hombre de Dios. El corte hagiográfico restringiría su moderna figura en una estampita que hoy no ayudaría a entender el dolor que la ciudad sufre por la noticia de su muerte. Los milaneses que no van a la iglesia, que no comparten las opciones de CL, ayer por la tarde han dado el adiós al fundador de Comunión y Liberación, un movimiento inmerso en la vida y en el tiempo, hecho de personas que conciben la fe como elemento esencial de la existencia. Al igual que Domingo e Ignacio, y en nuestros tiempos, Juan Bosco, Chiara Lubich, Escrivá de Balaguer, el nombre de Giussani tiene el destino cultural de todo fundador: también la gente que es totalmente ajena a su camino recordará con claridad la originalidad del carisma sobre el que estos realizadores fundamentan sus propuestas. Una parte de la ciudad de Milán que ha ido a despedir a don Giussani es contraria a la lectura política y moral que el movimiento ha llevado y lleva a cabo en nuestro tiempo. Pero siente que el fundador deja algo que es patrimonio de todos, la pureza evidente (y contagiosa) de su corazón.
(Gaspare Barbiellini Amidei, Corriere della Sera, 25 de febrero de 2005)
La fuerza de la fe
No era un cardenal, ni un obispo importante. Era sólo un cura, como testimoniaba la humilde casulla blanca colocada sobre el féretro. Sin embargo, nunca antes en la memoria ni un cura, ni un obispo importante, ni tampoco un cardenal había reunido a los altos cargos del Estado ni a decenas de miles de personas en su funeral. Una participación tan grande y tan comprometida era digna de las exequias de un pontífice. He asistido a las exequias de don Giussani junto con 500 curas llegados de distintos lugares en representación de Comunión y Liberación. Cuando entonaron el canto de entrada tan querido por el difunto («Es pobre la voz de un hombre que no existe»), se entendió que estábamos asistiendo a algo absolutamente inédito. Los laicos que estaban cerca de mí empezaron a responder («Nuestra voz canta con un porqué»). Alejando la mirada por el transepto hacia el Duomo entero, hacia los millares de personas que estaban sentadas o en pie detrás de Berlusconi y de los presidentes de las Cámaras y de los ministros y de los diputados y de los gobernadores y de los alcaldes, he visto que respondían casi todos. Porque aquella gente era la gente de Comunión y Liberación, el movimiento constituido hace cuarenta años por don Giussani y repetidamente bendecido por Juan Pablo II, en el que laicos y sacerdotes recorren el mismo camino, con funciones distintas, pero con un objetivo idéntico: «Nuestra voz debe cantar porque la vida existe, toda la vida grita la eternidad... Nuestra voz canta con un porqué». (...) Es extraordinaria la suerte de don Giussani. Él mismo se habría maravillado del espacio enorme que a su muerte le han dedicado estos mismos periódicos que le habían casi ignorado, si no combatido, cuando estaba vivo. Con Comunión y Liberación él había empuñado la cruz haciendo de la fe también una lucha social y civil en la escuela, en el trabajo, en los periódicos, en la política. Ha sido este aspecto de combatiente del amor el que ha conquistado al Papa polaco y ha procurado a don Giussani formidables desconfianzas en el campo laico, aunque no sólo. (...) Cualquiera –sea católico o laico– que haya salido del Duomo de Milán al atardecer, ha tenido la impresión de que aquel féretro ha dado ya nuevos frutos.
(Bruno Vespa, Il Mattino, 25 de febrero de 2005)
«Nos ha enseñado a ser atrevidos»
Entrevista a Pierluigi Bersani
¿Qué enseñanzas ha dejado don Giussani a la izquierda?
Don Giussani ha hablado un lenguaje universal que se refiere al hombre, de derecha o de izquierda.
¿Pero existen en el patrimonio de CL valores que pueden ser compartidos por el pensamiento laico?
Hay algunos elementos en la enseñanza de don Giussani que deben ser meditados por todos. Él ha educado a toda una generación de jóvenes a tener una fortísima convicción y una capacidad de encuentro, una curiosidad hacia los otros, mostrando que una fuerte motivación no significa cerrarse. Don Giussani nos ha enseñado que el encuentro útil llega entre fuertes convicciones, demostrando que aguar el vino no tiene sentido. No es relativizándose como uno encuentra mejor a otro, sino reconociendo también el vino que el otro lleva.
Un mensaje que parece hecho a la medida para los políticos...
A ellos don Giussani les ha enseñado el límite de la política. Una advertencia que dice en sustancia: aunque la política pudiera remover todo lo que obstaculiza la libertad del hombre, no tendríamos la sociedad perfecta. No hay política, laica o católica, que no tenga que tener una antropología, es decir, una discusión sobre el hombre. (...)
Para usted, ¿seguirá existiendo CL ahora que su fundador no está?
CL tendrá el carisma de don Giussani siempre y seguirá adelante.
(Barbara Romano, Libero, 25 de febrero de 2005)
También la izquierda llora a don Gius
No la llaméis “fascinación teocon”, porque sería algo forzoso. Y además arruinaría la belleza de un funeral que ha sido una fiesta serena. La muerte como el paso a otro nivel, como el acto más auténtico de una vida extraordinaria. La de don Gius, de don Giussani. Pero es indudable que en la corriente dominante de la izquierda italiana algo han provocado la muerte de este pequeño cura de Desio y la contemporánea enfermedad del Papa. De hecho, bastaba estar ayer en el Duomo, o fuera de él, para leer de este modo el funeral dulce y sereno de don Giussani: gente de todo tipo y de todo el mundo a la intemperie, y no sólo pueblo ciellino. Gente por ejemplo con La Repubblica en el bolsillo (y un par de ellos también con Il Manifesto). (...) El funeral de don Gius puede leerse también así. Como una gran “plaza” mental que se desencuaderna de modo imprevisto hacia la izquierda y que libera el pensamiento, deja caer certezas. Induce a excavar. Y nadie como el cura de Desio podía hacer esto, con su capacidad de unir historias diversas, culturas y tradiciones en las antípodas. Tanto, que ayer el Duomo parecía un Panteón, religioso y laico a la vez. Naturalmente hablamos de un atractivo que puede incluso enrojecer a quien está acostumbrado a una fe menos expuesta.
(Il Riformista, 25 de febrero de 2005)
Un «gracias» coral a don Giussani
«Perdone, ¿me puede indicar por favor la dirección hacia la calle Rombon?». «¿Va usted al Sacro Cuore?». «Sí». «Hoy van todos allí. Mire ahí en la Plaza, han puesto autobuses para ir». Es una amable vendedora de periódicos de un quiosco delante de la estación de Lambrate, la primera del “servicio de orden” –aunque no oficial– a lo largo del trayecto que nos lleva donde el cuerpo de monseñor Luigi Giussani está recibiendo el último saludo de miles de personas. Falleció a las 3.10 del 22 de febrero por insuficiencia respiratoria y renal, como consecuencia de una grave pulmonía que le aquejaba desde hace unos días, el sacerdote de 82 años, fundador de Comunión y Liberación. Hacía un par de años que residía en el Sacro Cuore, ente moral e instituto frecuentado por niños y jóvenes, desde primaria hasta el liceo. Y precisamente en la iglesia del instituto se ha instalado la capilla ardiente, hasta la cual han llegado ininterrumpidamente autoridades y ciudadanos de a pie, no sólo del movimiento, que habían encontrado en monseñor Giussani una referencia o –como repiten los entrevistados– un padre. Esta expresión utiliza Julián Carrón –el sacerdote español designado a seguir a Giussani en la guía del movimiento– en el comunicado oficial emitido en nombre de la presidencia de Comunión y Liberación: «El Señor ha llamado a nuestro queridísimo don Giussani. Seguros en la esperanza de la Resurrección, a través del intenso dolor de esta separación, lo reconocemos en el abrazo de Cristo más padre que nunca, él que ahora contempla la tan querida Presencia de Jesucristo, que toda su vida nos ha enseñado a conocer y amar como consistencia total de cada cosa y cada relación. Confiándonos a la Virgen, “fuente viva de esperanza”, pedimos a las comunidades que celebren la Eucaristía. Agradecidos por la vida de don Giussani, pedimos que su fe, esperanza y caridad sean cada vez más nuestras.».
(Alberto Manzoni, L’Osservatore Romano, 25 de febrero de 2005)
«Habló de lo que nos une»
Entrevista al Rabino David Rosen
Rabino Rosen, ¿cómo tuvo lugar aquél encuentro?
Puede parecer extraño, pero en realidad yo nunca he conocido personalmente a don Giussani. Recibí un mensaje suyo la primera vez que intervine en el Meeting en 1996. Me impresionó mucho tal gesto. Había oído hablar de don Giussani y, obviamente, el Meeting me había brindado la oportunidad de conocer el carisma a través de su movimiento, pero esa carta me llamó mucho la atención, pues subrayaba la unión que existe entre el cristianismo y sus raíces judías. Lo recuerdo todavía hoy como un cálido mensaje de hermandad.
Después de lo cual usted empezó a leer sus escritos.
Gracias a los amigos de CL recibo la edición inglesa de Huellas. En esas páginas, por tanto, he podido leer muchos de sus escritos. Me han gustado mucho. Para un cristiano, evidentemente, tienen un carácter más profundo. Sin embargo, yo también he percibido en ellos un hombre de gran estatura espiritual.
(Giorgio Bernardelli, Avvenire, 25 de febrero de 2005)
Entre las lágrimas de la multitud, el heredero Carrón saluda “al padre”
No es un espectáculo que se olvide o que la regla del rito pueda contener, el dolor del pueblo que da su adiós a don Giussani. Hoy Milán se ha puesto su traje más triste: el frío que asola los cuerpos, la lluvia y la nieve que moja la ropa, el cielo cubierto. Pero han llegado miles bajando desde la Brianza blanca donde él había nacido. Dicen que 45.000 le han rendido homenaje en la capilla ardiente. Aquí hay, se calcula, 20.000 fuera del Duomo y unos 10.000 dentro. En la entrada del Duomo se ha dejado un amplio espacio para el coche fúnebre, y cuando llega se apaga todo murmullo. (...) Es un coro inmenso, solemne, el que entona Povera Voce, el primer canto nacido de la experiencia de Comunión y Liberación. Hoy el día es suyo, del pueblo de CL: los chicos que dirigen a la multitud, los de orden, las familias enteras, los de ochenta años y los adolescentes. (...) Cuando sale el féretro, el estruendo de un aplauso larguísimo lo sigue, primero resonando dentro de la catedral y luego fuera. Finalmente, el cortejo fúnebre espera otros diez larguísimos minutos antes de marcharse. Nadie se mueve; ahora baja de nuevo el silencio y parece que el pueblo de Giussani no quiera dejarle marchar.
(Fabrizio Ravelli, La Repubblica, 25 de febrero de 2005)
Milán, cuarenta mil para el adiós a “don Gius”
Cuando el féretro entra en la plaza apenas caen unas gotas; el día es gris y triste en Milán; hay treinta mil fieles bajo el aguacero y otros doce mil llenando el Duomo, hay que verles mientras entonan Povera Voce, la canción que se ha convertido en el himno de CL, «toda la vida pide la eternidad / no puede morir, no puede acabar...», lágrimas y lluvia, nunca la han cantado así. (...) El cardenal Ratzinger, al final, ha querido seguir a don Giussani hasta el cementerio y bendecir la sepultura. Ahora quedan las palabras de Julián Carrón, el teólogo español que “don Gius” ha designado como sucesor. Tenía la mirada fija en el féretro mientras decía: «Tu mirada ya no podrá borrarse de nuestros ojos. Esa mirada a través de la cual nos hemos sentido mirados por Jesús». Ahora es el momento más difícil para el movimiento. Carrón es un hombre menudo, de aire tímido, pero eleva la vista y dice: «La nuestra es una compañía guiada al destino dentro del gran cauce de la vida de la Iglesia. La unidad entre nosotros es el don más precioso que nace de la acogida de esta iniciativa. Pido la gracia, por la responsabilidad que me ha confiado don Giussani, de poder servir a este don de la unidad. Estoy seguro de que si somos sencillos en el seguir sentiremos a don Giussani más padre que nunca».
(Gian Guido Vecchi, Corriere della Sera, 25 de febrero de 2005)
«Ha creado un partido dentro de la Iglesia: de esta manera la ha salvado»
Entrevista al padre Gianni Baget Bozzo
¿La novedad de don Giussani? El método, sobre todo.
¿En qué sentido?
Hacer de la figura de Cristo el centro y el motor de la experiencia personal de conversión.
¿Y con ello?
Bueno, perdóneme, pero es un hecho bastante innovador y radical en la Iglesia.
¿Cristo un hecho nuevo para la Iglesia?
Sí. Si quiere se lo explico.
Quiero.
La Iglesia era el camino para alcanzar a Cristo, ¿cierto?
Sí, ¿y entonces?
Y sin embargo para don Giussani Cristo es el camino privilegiado para alcanzar el corazón de la Iglesia. ¿YLe parece poco? (...)
¿Ha sido don Giussani un profeta?
Ha sido un creador. Un creador extraordinario. Ha inventado una manera de dar a los laicos una identidad dentro de la primacía de la experiencia espiritual, cosa inaudita en la sociedad materialista, secularizada y descristianizada, mientras la Iglesia parecía levantar las manos en signo de rendición.
(Gianluca Versace, Il Gazzettino, 25 de febrero de 2005)
Pluralismo y tolerancia, la lección de don Giussani
A mí, liberal y no creyente, don Giussani me caía bien “políticamente” –hago un inciso, creo que yo, que nunca tuve la oportunidad de conocerlo, cosa que me duele, también gozaba de su simpatía– porque había teorizado y propugnado el rechazo de los católicos a dejarse crucificar. Y había combatido la pretensión del Hombre de hacerse Dios –para que nos entendamos, en la fase histórica que él vivió se hablada de «el Dios que ha fracasado» y de otras cosas– y de crucificar a los hombres. Dios –para quien cree– se hizo hombre y se dejó crucificar para redimir a los hombres. Pero –también para mí– no vale el proceso inverso. Temo al Hombre que se hace Dios para redimir a los hombres, y termina irremediablemente mandándolos a un lager (sea negro o rojo) si no se dejan redimir como él quiere. Giussani recordaba a menudo que la cultura occidental había heredado sus valores propios del cristianismo y, entre estos, situaba el primero el de la “personalidad” (del individuo), que tiene como corolario implícito el de la “libertad”. (...) Para don Giussani el cristianismo, antes que ser una «doctrina que se puede repetir en una clase de religión»; más que un «conjunto de normas morales» y que «un cierto complejo de ritos», era «un hecho, un acontecimiento». Una definición del cristianismo verdaderamente revolucionaria, por parte de un cura, y por lo tanto poco catalogable dentro de un esquema meramente eclesial, que también un historiador o un sociólogo de las religiones, un filósofo de la política y de la moral, un laico y un no creyente, habrían podido (podrían) tranquilamente suscribir. (...) Por eso no me asustaba ni siquiera su “pregonar” la fe como afirmación de una identidad fuerte, histórica, civil, antes que religiosa, frente a identidades no menos fuertes, por rojas o negras que fueran, que negaban el valor de la persona y de la libertad. Así se explicaba también su laicísima y liberal afirmación según la cual «el límite del poder es la religiosidad verdadera, el límite de todo poder: civil, político y eclesiástico». El cristianismo, entendido, no como “proyecto”, sino como “experiencia” de la fe y, al mismo tiempo, histórica y política, es decir, como un hecho que toma cuerpo mediante “experiencias de cristianismo” en plural (mediante el paso de la utopía a la presencia) y se convierte –se diría en un lenguaje políticamente correcto, del todo ajeno a él– en factor de pluralismo y de experimentación.
(Piero Ostellino, Corriere della Sera, 26 de febrero de 2005)
Todos a los pies de CL
Impresionante el funeral de don Giussani: una multitud inmensa dentro y fuera del Duomo de Milán. Varios cardenales y cientos de obispos y sacerdotes. El Gobierno casi al completo y, además, los presidentes de las dos Cámaras. Sobre todo, una larguísima retransmisión en directo por televisión, realmente inusual. ¿A qué se debe la solemnidad de esta celebración? ¿Por qué esta exaltación no sólo eclesiástica, sino también civil y estatal de Comunión y Liberación y de sus obras anexas? Preguntas que hacen reflexionar sea sobre las relaciones entre Iglesia y Estado, sea sobre la situación actual del catolicismo italiano. (…) El rechazo de los sistemas, de las mediaciones, de las filosofías (también de la escolástica católica). En lugar de mediaciones, el encuentro personal con Cristo. Los jóvenes posteriores al 68, cansados de todas las ideologías, tanto de las antiguas como de las nuevas, se han topado con este encuentro sin (aparentes) esquemas. Han encontrado en él esa valorización de su propia persona que no hallaban ni en las viejas sacristías ni en las nuevas sedes de partido.
(Filippo Gentiloni, Il Manifesto, 27 de febrero de 2005)
In memoriam
Don Giussani ha muerto el mismo día en el que el calendario litúrgico celebra una fiesta que normalmente pasa desapercibida, pero que en realidad es de extraordinaria importancia. El 22 de febrero se celebra la Cátedra de San Pedro desde el siglo IV de la era cristiana. En la vida de un cristiano los hechos, también los aparentemente banales, nunca suceden por casualidad. Ni creo que se pueda hablar de simples coincidencias: una de las muchas lecciones que nos ha dejado don Giussani es la de saber mirar dentro de la realidad, la de vivir el hoy hasta el fondo dejando de lado las mistificaciones, en virtud de una fe encarnada, concreta y (posiblemente) vivida. Por lo tanto no es casual que Dios haya llamado consigo a don Giussani justo el día en el que festejamos la Cátedra de San Pedro. Por varios motivos. Primero, porque de cátedras y de enseñanza don Giussani algo sabía. En el fondo toda su vida ha sido una enseñanza, una lección: con el testimonio sobre todo, pero también con la palabra, los escritos, por no hablar de su actividad didáctica en el Berchet de Milán, donde todo comenzó. Hay además otro aspecto que debe ser subrayado pensando en esa singular “coincidencia”: la relación tan estrecha y fecunda con Pedro que Giussani tuvo en su vida. En el sentido de que el “acontecimiento” de CL, también con las numerosas pruebas y persecuciones dentro de la misma Iglesia, no habría sido posible sin esa virtud tan vilipendiada que se llama obediencia. Obediencia a la Iglesia y, por tanto, a Pedro. Incluso en las temporadas más difíciles y trabajosas, también frente a todos los que atacaban (y atacan todavía) CL desde dentro, don Giussani ha permanecido siempre fiel a esa Cátedra en la que Dios mismo puso la cabeza de su Iglesia, signo inequívoco de la “bondad” de todo carisma verdadero.
(Lucadp, Il Reformista, 28 de febrero de 2005)
El carisma es una virtud siempre en movimiento
Tras la reforma que partió en dos Europa en el siglo XVI, en la Iglesia Católica han surgido constantemente nuevos movimientos, siempre mirados con recelo desde las curias, los obispos y el clero consolidado, pero que, tras haber desafiado a la institución en nombre de los valores de los orígenes, se han convertido en miembros y brazos. Casi todos los grandes santos de la Iglesia, como Clara, Catalina, Teresa, Ignacio de Loyola, fueron guías carismáticos de movimientos más o menos extendidos. Y lo mismo vale para figuras como don Bosco, don Gnocchi, José María Escrivá, Padre Pio y don Giussani. Giussani había creado Gioventú Studentesca. Cuando la revolución mundial juvenil, cultural, política y sexual se abatió sobre el mundo estudiantil la desafió transformando su movimiento en Comunión y Liberación. Es decir, insertándolo en aquella fuerte corriente renovadora, pero con espíritu y metas cristianas. Las dos palabras que la definen pertenecen a ambos mundos. Comunión es, al mismo tiempo, la experiencia de los “comuni” (los ayuntamientos), de las comunidades políticas, pero también de la eucaristía. La liberación es político-económica, pero también espiritual en Cristo. En cuanto parte de los movimientos juveniles de los años 70, CL chocó con la institución religiosa existente, la Acción Católica. Como cualquier líder carismático de un movimiento, don Giussani supuso un desafío para la institución tradicional para erigir otra nueva, más apta para los tiempos. Por ello, él es un edificador de la Iglesia. La Iglesia, sociológicamente, es de hecho una Potencia Institucional nacida de un movimiento que se expandió y diferenció a través de sucesivos movimientos surgidos para desafiarla y que ha reabsorbido constantemente para revitalizarse sin perder su propia identidad.
(Francesco Alberoni, Corriere della Sera, 28 de febrero de 2005)
Amaba a Dios, pero sin retórica
El cálido abrazo lleno de dolor y de alegría que ha acompañado la muerte y la celebración delfuneral en el Duomo de este gran sacerdote de la Brianza, de este conquistador de las almas y mayéuta de las conciencias durante un par de generaciones se explica con un concepto muy simple: Giussani consagró de nuevo la sustancia de la narración cristiana, desacralizándola en la forma, quitándole el aura hierática y ritual, distante y etérea, fijada en el frío de la Iglesia institucional, y restituyó al Evangelio su impacto radical, exigente, entusiasta, vital y directo sobre la persona libre de la época contemporánea. (...) Muchos han predicado y enseñado denunciando la crisis del cristianismo y la “crisis católica” analizándolas en sus pormenores más sutiles con una retórica literaria infinita que atraviesa todo el siglo XX. Pero Giussani tenía un rasgo de extrema libertad, que incluso llegaba al azar, y de amor por la experiencia histórica y política, de manera que sus chicos y la clase dirigente que con el tiempo se formó con él se abandonaron al mundo, a la poesía, a la música, a la literatura, al capitalismo popular de los negocios que le agradan a Dios y que se llaman obras, hasta manejarse con la lógica de la política y de las alianzas, hasta rozar la batalla de poder dentro de la misma Iglesia, con un deleite casi místico y siempre con una límpida devoción que es fácil tratar con altivez, pero que en realidad es una sólida fe nutrida por una cultura sólida. Y supuso en cierto sentido la salida de la retórica de la crisis. Ahora lo celebran todos con palabras de encomio y comprensión, porque todos sabían en privado que Giussani era el origen de un verdadero fenómeno social y cultural, además de un hombre de gran fe y experiencia religiosa, pero durante su vida fue un deber público olvidar, deformar o atacar su presencia molesta. Comunión y Liberación creció como criatura de Giussani sobre la apuesta del testimonio visible de la fe y de la cultura cristianas. Tuvo sus integrismos y sus cerrazones, cometió sus errores y hoy tiene el aspecto consolidado que se detiene a pensar en armonía doliente con el final del reinado de Juan Pablo II. Pero su valor para los laicos reside en su resistencia, en su perseverancia y en su obstinación no altanera, humilde en el fervor y soberbia en la enculturación de la fe, segura de sí porque está directamente relacionada con el hecho, no la idea, de la encarnación de Dios en su Hijo muerto y resucitado. Sin el espectáculo del “credo”, puesto en escena de nuevo por un cura lleno de carisma, las aventuras de la razón no valdrían el precio de la entrada.
(Giuliano Ferrara, Panorama, 3 de marzo de 2005)
Adiós a Giussani, creía en la Iglesia del entusiasmo
Don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, falleció hace unos días. Es uno de esos personajes extraordinarios que frecuentemente la Iglesia genera a lo largo de su historia milenaria. Predicadores, profetas, bienechores: muy distintos entre ellos, pero acomunados por la capacidad de mover al mundo sólo con la fuerza de su fe y de su tenacidad indómita. Como Juan Bosco y Teresa de Calcuta. Personajes muy amados y muy adversados con motivo de la voluntad de acero con la que llevaron adelante sus planes contra viento y marea. Don Giussani (o con una abreviatura afectuosa, don Gius) no vistió nunca la púrpura cardenalicia y fue nombrado monseñor sólo en edad avanzada. Pero ha merecido en su muerte recuerdos y comentarios dignos de un Papa, o mejor dicho, de un santo. Se han inclinado ante él incluso los adversarios (muchísimos fuera y dentro de la Iglesia). En las conmemoraciones se advirtió una nota unánime: quien se acercaba a él quedaba fascinado. Era inspirado, poético y a la vez muy práctico, al modo de los hombres de Lombardía. (...) Don Luigi Giussani permaneció siempre al margen,o mejor por encima, de toda mezquindad y miseria. En su ánimo convivían un aflato místico y un talento práctico. Este sacerdote de fe intransigente poseía una cultura vasta y pluralista; su poeta predilecto fue el sumo pesimista Giacomo Leopardi.
(Mario Cervi, Gente, 10 de marzo de 2005)
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